A Pablo Iglesias le han escrito tantos epitafios políticos que ha acabado resucitando, entre sobresaltos, en el cielo.
Le dieron por finado en 2016 cuando votó en contra de la investidura de Pedro Sánchez y el pacto con Albert Rivera; cuando los medios de comunicación reprodujeron las informaciones falsas que fabricaron las «cloacas del Estado»; y también cuando se quedó a un paso de lograr el sorpaso que todas las encuestas pronosticaban tras su alianza con Izquierda Unida.
Le volvieron a dar sepultura en 2017 cuando Íñigo Errejón anunció que se presentaba a Vistalegre II con un proyecto alternativo; de nuevo cuando la corriente Anticapitalistas, Kichi, Teresa Rodríguez y hasta Ada Colau cuestionaron públicamente su liderazgo; e igualmente cuando se filtró por error de Carolina Bescansa el documento que evidenciaba que el «errejonismo» pretendía desbancarle de la Secretaría General.
Lo enterraron de nuevo en 2018 cuando toda la prensa publicó las fotos del chalet adquirido junto a Irene Montero en Galapagar; otra vez más cuando Manuela Carmena e Iñigo Errejón montaron su propio partido en Madrid y en la Comunidad a espaldas de la dirección de Podemos; y más tarde cuando algunas de las confluencias territoriales y autonómicas decidieron separarse para concurrir en solitario.
Finalmente, lo inhumaron definitivamente en julio de 2019 cuando no aceptó la oferta del PSOE de formar un gobierno de coalición por considerar insuficientes las competencias propuestas; cuando Iñigo Errejón anunció públicamente que se presentaría con su partido Más País a la repetición electoral provocada por la falta de acuerdo; y, por último, cuando la noche electoral del 10 de noviembre se quedó en la mitad de los escaños obtenidos en 2015.
DE EPITAFIO EN EPITAFIO HASTA SU INESPERADA RESURECCIÓN
Pero, de repente, en 2020 renace. Y, pese a todos los funerales que se han celebrado en su nombre por poderosos empresarios, enemigos mediáticos y excompañeros desleales, Pablo Iglesias está hoy más vivo que nunca. Tan vivo que, una vez más, su futuro político parece que vuelve a la casilla de salida. O quizá solo sea un último bonus track a una carrera política por culminar. En cualquier caso, en la pantalla se ha iluminado un letrero de to be continued.
Otros no pasaron a la siguiente pantalla: game over para Albert Rivera, su principal rival mediático en la era del multipartidismo y el político que pudo ser vicepresidente tanto del PP como del PSOE; para Manuela Carmena, quien decidió romper todo vínculo con Podemos e Izquierda Unida para gestionar por libre un proyecto político que no le sirvió para revalidar la Alcaldía de Madrid; para Íñigo Errejón, al que las urnas le han acabado colocando en un lugar mucho más secundario al que le profetizaron; y, por último, para Mariano Rajoy, a quien sin los votos de Unidas Podemos no se hubiese echado de la Moncloa con la primera y única moción de censura que hasta ahora ha prosperado.
Pero, ¿qué es realmente lo que ha conseguido Pablo Iglesias a nivel político? Primero, acabar de manera definitiva con el bipartidismo que durante cuarenta años ha permitido que PP y PSOE se turnen en el poder, desde que el Partido Comunista de Santiago Carrillo perdió las elecciones en 1977 frente a Felipe González; segundo, terminar con el monopolio que ostentaba el PSOE como único partido de izquierdas legitimado para gobernar España, ya que Izquierda Unida no se acercó a la posibilidad de una coalición progresista ni cuando Julio Anguita logró sus 21 diputados en 1996; y, tercero, convertirse en el primer líder de izquierdas no vinculado al socialismo que alcanza el poder nacional, siendo la primera vez que un republicano declarado formará parte del Gobierno de una monarquía parlamentaria.
Por primera vez la monarquía parlamentaria contará con un vicepresidente del Gobierno declarado republicanoSin embargo, cabe recordar que, si hubiera habido voluntad política, esta coalición progresista habría sido posible desde 2015. En las elecciones de ese mismo año el PSOE sacó 90 diputados, Podemos 69 e Izquierda Unida 2, es decir, juntos sumaban 161 diputados: 6 escaños más que ahora. En la repetición electoral de 2016 el PSOE obtuvo 85 y Unidas Podemos 71, un total de 156: 1 diputado más que en la actualidad. Y en las elecciones de 2019 el PSOE alcanzó los 123 diputados y Unidas Podemos los 42, sumando un total de 165 parlamentarios: 10 más que los 155 de hoy. ¿Por qué entonces no se formalizó una coalición progresista en las tres convocatorias electorales anteriores si los números eran mejores, ambos partidos compartían un programa progresista y esta coalición era lo que demandaban sus electores?
La posibilidad de formar una coalición entre PSOE y Unidas Podemos existía desde 2015, pero faltó voluntad política
Los motivos que responden a esta cuestión son internos y externos, pero destacan tres por encima del resto: en primer lugar, el PSOE no contemplaba compartir el poder con un partido a su izquierda, ya que los socialistas soñaban con volver a concentrar todo el voto progresista como en décadas anteriores; en segundo lugar, no entraba en sus planes formar un Gobierno conjunto con Unidas Podemos, pues en ese caso se verían obligados a descartar pactos con Ciudadanos y el Partido Popular; y, por último, solo cuando Vox se ha convertido en la tercera fuerza nacional y Ciudadanos ha dejado de ser un partido determinante en el hemiciclo, Pedro Sánchez ha asumido que no le quedaba otra salida si quería ser Presidente del Gobierno (sin el apellido de en funciones con el que llevaba 8 meses).
SU FIRME RESISTENCIA DECANTÓ LA PARTIDA A FAVOR DE LA COALICIÓN
Pero a todos estos factores hay que sumar uno imprescindible: la firme resistencia que Pablo Iglesias y Unidas Podemos han mostrado desde 2015 y especialmente durante 2019, cuando Pedro Sánchez sucumbió a un acuerdo a cambio de que Pablo Iglesias no formará parte del Gobierno. Por primera vez en democracia se vetó públicamente al cabeza de lista de una formación que contaba con 3,7 millones de votos (y que llegó a superar los 5 en las elecciones de 2015 y 2016). Ante el bloqueo institucional provocado por no aceptar a Unidas Podemos en un Gobierno de coalición factible desde 2015, llegando incluso a repetir las elecciones hasta en cuatro ocasiones en cuatro años con el propósito de resucitar el bipartidismo que tanto se debilitó, el secretario general de Unidas Podemos renunció a ser vicepresidente o ministro del futuro Ejecutivo para que ambos partidos llegarán finalmente a un acuerdo. Jaque al rey.
Fue entonces cuando Pablo Iglesias estuvo quizá más cerca que nunca de convertirse en un cadáver político al aceptar no ser parte del Ejecutivo de una futura coalición, formalizando de alguna manera su relevo directivo en su pieza reina: Irene Montero. A partir de ese momento la partida de ajedrez que libraban se convirtió en una de póker. El PSOE dejó pasar de manera deliberada los dos meses de plazo que la Constitución otorga tras la primera investidura fallida para acudir a una repetición electoral y ni siquiera se volvió a sentar con Unidas Podemos a retomar la negociación o a considerar la coalición temporal que Pablo Iglesias ofreció en el último momento. Las encuestas pronosticaban que el PSOE mejoraría sus resultados logrando hasta 150 escaños según el CIS preelectoral, mientras que el resto de sondeos le daban a Unidas Podemos varios diputados menos. Finalmente, los pronósticos se cumplieron para el partido morado que se dejó 635.744 votos y 7 escaños entre abril y noviembre, pero no para los socialistas: el PSOE perdió 727 722 votos y 3 escaños. La posibilidad de formar una coalición parecía más lejos que nunca, tanto por la aritmética parlamentaria —la peor desde 2015— como por la relación entre ambos partidos —la peor desde 2015—, pero la política, como la historia, nunca está escrita. Y Pablo Iglesias se guardó siempre un as en la manga.
UNA VICEPRESIDENCIA Y CUATRO MINISTERIOS PARA UNIDAS PODEMOS
Los retos gubernamentales que Unidas Podemos, con la Vicepresidencia de Derechos Sociales y Agenda 2030 para Pablo Iglesias y los Ministerios de Trabajo (Yolanda Díaz), Igualdad (Irene Montero), Consumo (Alberto Garzón) y Universidades (Manuel Castells), tiene por delante son tan complejos como poderosos sus detractores. Pero no por ello este grupo parlamentario que nació de las plazas, las tertulias y las universidades debe acobardarse ante la oportunidad que supone para nuestro país que por primera vez desde la II República las izquierdas no socialistas formen parte del Consejo de Ministros. El acuerdo de gobierno firmado entre ambas formaciones es un punto de partida para recuperar los derechos sociales que las políticas de austeridad arrebataron a los ciudadanos trabajadores de nuestro país. Pero ese punto de partida debe ser solo el primer paso de una carrera que por ahora no debe fijarse una meta.
Los retos gubernamentales que Unidas Podemos tiene son tan complejos como poderosos sus detractores
Con esta coalición progresista que inaugura 2020 se abre una etapa histórica inédita en nuestro país. Sin embargo, el pacto solo pone título al nuevo ciclo político y es ahora cuando toca escribir las páginas de una España en deuda con las víctimas de la crisis capitalista de 2008. Este logro no hubiera sido posible sin el movimiento de los indignados surgido el 15-M, sin las mujeres que defendieron el feminismo el 8-M, sin las reivindicaciones de los pensionistas cada lunes, sin los jóvenes que salieron a la calle a recordar que no hay un planeta B, sin los colectivos sociales que trabajan a diario, sin el lustro de vida de Podemos, sin las décadas de trabajo de Izquierda Unida, sin la plurinacionalidad de las confluencias, sin los Ayuntamientos del cambio y, muy especialmente, sin los miles y miles de militantes, activistas y manifestantes anónimos que con su lucha conquistan cada día el presente. Pero tampoco se hubiera logrado sin el liderazgo ya histórico de Pablo Iglesias. Esta también es su victoria. Y con ella, la victoria de tantos.
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