Opinión
Vuelta al pasado con el PP troceado

Todo lo que hace este sistema económico inviable, este sistema intrínsecamente desigual, este futuro ineludiblemente precario, sigue ahí. No olvidemos esto mientras nos pasamos las próximas semanas haciendo cábalas sobre los pactos por cerrar y las próximas elecciones por venir.

29 abr 2019 12:42
Los días previos a las elecciones generales del 28 de abril fueron vivenciados como el preludio de una prueba histórica. Un duro test que nos mostraría si más allá de nuestro conservadurismo local, de las derechas costumbristas, podría estar por imponerse una opción aún más oscura, más descaradamente odiante, una extrema derecha sin los guiños obreristas del Frente Nacional francés, ni las poses modernistas de la derecha alemana o sueca. Una derechona bolsonarista, trumpiana, salvinística, ruda y descarnada que nos haría enfrentarnos al hecho de que, entre nuestras vecinas y vecinos, habría mucha gente presta a respaldar la ofensiva antiderechos que proponía Vox en su programa.En cierto modo, las elecciones han servido para hacer una radiografía al PP del difunto bipartidismo, esa formación tan amplia donde cabía de todo. Ahora sabemos qué tenía el bicho adentro, cuánto de liberal en lo económico y en lo social, cuánto de conservador a secas, cuánto de fascista desacomplejado. Hecha la disección electoral, salieron dos millones y medio de votantes contentos con la perspectiva de deportar inmigrantes en masa, españolizar todo el territorio, ilegalizar partidos, o cuestionar todos los consensos en cuanto a igualdad de género. Y sin renunciar ni un ápice al neoliberalismo.
Con toda la publicidad que tuvieron, con el apoyo de Bannon y la ola internacional fascista lista para surfear; esos 24 escaños, ¿serán muchos o serán pocos? Muchos o pocos, son demasiados 

Con toda la publicidad que tuvieron, con el apoyo de Bannon y la ola internacional fascista lista para surfear; esos 24 escaños, ¿serán muchos o serán pocos? Muchos o pocos, son demasiados. Vox hará ruido, dañará aún más la calidad de nuestra democracia, sus diputados vivirán de los salarios que pagamos con nuestros impuestos. Si conservan la iniciativa a la hora de imponer relato, con ese relato obturarán la posibilidad de políticas valientes en ejes como el de la migración o los nacionalismos. Gobernar contra las barbaridades de Vox será fácil, pues en comparación no es difícil parecer un gran estadista. Se puede gobernar contra Vox incluso de la mano de Ciudadanos, para eso sirve Vox después de todo. Para convertir cualquier otra opción en razonable.

Pero no sabemos qué va a pasar. Hemos vivido las elecciones como unas apuestas, una escenario abierto donde todo puede pasar, que el partido que en los últimos comicios no existía rozase al veterano, que el líder otrora caído en desgracia resurja de sus cenizas, que el que pactaba hace dos minutos con PSOE cierre esa puerta y la vuelva a abrir. Bienvenidas a la era de la política líquida donde todo fluye en una corriente que se agita entre las filias y fobias: los votantes, los intereses del Ibex, y la distribución de mimos mediáticos. Quién va a ganar, con quién va a pactar, quién va a cambiarse de partido, con quién va a bailar: todo es un trepidante espectáculo. Mientras todo esto pasa y cada cual hace sus cábalas, no olvidemos que ya convivimos con cosas que durante cinco minutos o varios meses nos parecieron impensables. Políticos presos (algunos ahora diputados), barcos retenidos, que se ponga en duda los derechos de las mujeres. El PSOE es hábil jugando la baza progresista, feminista, igualitarista, generando consenso en una población que suele mostrarse abierta a los avances en esos términos. Pero si, mientras tanto, continua su línea socioliberal, seguiremos sometidas al mercado y a los grandes intereses económicos, desnudos ante los embates de la siguiente crisis. ¿Qué puede hacer Sánchez ante esto? Puede ser que no mucho, pero sería un buen comienzo que en esa especie de edición loca de “Elige tu propia aventura” que parece ser su trayectoria política escogiera ser Antonio Costa —el primer ministro portugués— y no Emmanuel Macron, contra quien se han levantado los chalecos amarillos.
No se trata de conformarse con que el Estado no desborde fascismo,  con un PSOE como el de antes, un Unidas Podemos como la IU de antes, y una derecha que, partida en tres, suma casi lo mismo de antes

Y recordar que no se trata de conformarse con que el Estado no desborde fascismo, de acurrucarse en la casilla de salida, con un PSOE como el de antes, un Unidas Podemos como la IU de antes, y una derecha que, partida en tres, suma casi lo mismo de antes. Como si todo —el 15M, las mareas, la austeridad, los recortes, la impugnación a la monarquía, los Vistalegres, el Procès y su represión— hubiese sido un paréntesis alocado en una realidad política con voluntad de asentarse sobre viejos cimientos.Todo lo que hace este sistema económico inviable, este Estado estructuralmente racista, este sistema intrínsecamente desigual, este futuro ineludiblemente precario, sigue ahí. Todo lo que hace impugnable este régimen del 78 sigue vivo y coleando, aunque se hayan customizado los partidos y multiplicado los actores. No olvidemos esto mientras nos pasamos las próximas semanas haciendo cábalas sobre los pactos por cerrar y las próximas elecciones por venir.
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