Racismo
Racismo, hipocresía, modelo económico, población y trabajo

Tenemos la solución. Cuando terminen su jornada laboral en el campo, nuestras jornaleras y jornaleros magrebíes y subsaharianos marcharán en vuelo chárter a sus domicilios de origen, y así regresan de nuevo por la mañana a trabajar.
De este modo no necesitarán pernoctar entre nosotros, no se mezclarán con la población blanca oriunda (alguno… mejor que se mire al espejo), ni pasearán por las plazas de los pueblos al atardecer. Que vengan a trabajar que es para lo que los queremos y con las mismas, se marchen a su país.
¡Ah, y que, en todo caso este dispendio lo subvencione el Estado! Que no vamos a dejar en ello todo el margen de beneficios. Pero sin subir impuestos, eso sí.
Absurdo, ¿verdad? Aunque algunos estarían encantados, así que preferible no continuar con semejante estrafalaria línea argumental; pues no habría que subestimar la mezcla de maldad y respuestas grotescas del ideario de las derechas de hoy en día, porque cuando se deshumaniza al propio ser humano, parece que todo vale.
El campamento de verano de la ultraderecha de este año ha tocado en la Región de Murcia, con la espeluznante y vomitiva caza al inmigrante (al pobre o al semejante) en Torre Pacheco. Pero podría ser en cualquiera de nuestras poblaciones más cercanas.
Sería suficiente con hacer un análisis basándonos en lo rápido que en estos casos se enarbola una bandera al dictado de lo que es ser español o no. Una visión acomplejada y a la vez supremacista de una España que en realidad nunca existió, salvo en la ensoñación cateta de Don Pelayo. Ya es hora de desmontar tales falacias, pues España es esencial y orgullosamente plurinacional, y su negación es el mayor de los ataques al propio Estado; es el mayor de los antiespañolismos. Así es, en una Europa multirracial y pluricultural. Y a quién no le guste, que regrese a las cavernas.
Y para explicar lo que estamos observando estos días, no se necesitaría mayor disquisición que la exposición de la miseria humana en torno a la intolerancia, la falta de empatía, la ignorancia, el racismo, la desposesión de humanidad a un colectivo entero por razones étnicas, el odio… Todo eso no merecería otra cosa que la mayor de nuestras repulsas; y poco más que añadir.
Al margen de ello, queremos centrar esta reflexión en el terreno del orden económico y sociolaboral; y cómo nuestras formas de producir y generar “riqueza” no están exentas de una significativa dosis de hipocresía.
Hay que poner de manifiesto las contradicciones de ciertos sectores económicos que desean mano de obra al precio más bajo posible para crecer, crecer y crecer a costa de lo que sea, a la vez que alientan los discursos del odio.
La aportación de las personas trabajadoras extranjeras al crecimiento económico español (el mayor de nuestro entorno en los últimos años) y a la caja común de la Seguridad Social para el conjunto de las prestaciones, está fuera de toda duda. Según datos del Ministerio de Seguridad Social y Migraciones, el número de trabajadores extranjeros afiliados a la Seguridad Social asciende en el mes de junio a 3.096.014 personas, que representa el 14,2% del total. Casi un tercio de ellos son provenientes de la UE y del resto, destacan las personas procedentes de Marruecos y Colombia.
Y no es que se trate de ninguna invasión no deseada; consiste en una auténtica necesidad de nuestra economía, fundamental en ciertos sectores de actividad entre los que destaca la construcción, la hostelería, la agricultura o el tan delicado sector de los cuidados de las personas, como se observa en el Informe Estatal del Mercado de Trabajo de las Personas Extranjeras, del Ministerio de Trabajo y Economía Social.
Más allá de la evidencia de un mundo globalizado y del valor de la multiculturalidad en sí mismo, lo cierto es que se pone de manifiesto la dificultad española desde el punto de vista poblacional y demográfico.
Si acudiéramos en exclusiva a la población española en edad de trabajar, en absoluto habría capacidad para dar respuesta a las necesidades del resto de la población ni a los desafíos de nuestra economía. Al margen del absurdo de crecer por crecer como abordamos más adelante.
Aquí podemos ver la pirámide demográfica en España, que nos presenta una población enormemente envejecida. Nuestra tasa de natalidad es muy baja, entre las diez más reducidas del mundo (un 6,5%) y con un alto porcentaje de personas mayores de 65 años (20,75%), y atención que todavía están por venir los “baby boomers”. Ello nos da una pirámide regresiva con una base muy estrecha y con una tendencia al aumento del envejecimiento de la población. Situación irremediable, a no ser que incorporemos a población joven en edad de trabajar, que aportan mucho más en relación a los recursos que consumen. Y éstos vienen de fuera.
Y cómo hacemos para cumplir con lo que la Unión de Pequeños Agricultores (UPA Huelva) decía no hace mucho? (30-6-22): nuestros empresarios tienen derecho a tener garantías sobre la disponibilidad de mano de obra. Así, sin más. Acerquemos el foco al sector agrícola en Andalucía.
La importancia del sector agroalimentario andaluz está fuera de toda duda, y aquí hay dos provincias que destacan sobremanera.
Según datos del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía para 2024 , la contribución de la agricultura en el conjunto de la economía andaluza (medido con el Valor Añadido Bruto por sector-VAB) es de un 7%. Almería está a la cabeza con el 19,4%, a la que sigue Huelva con el 10,5%. Además, en ambos casos se ha producido una evolución de crecimiento en los últimos 15 años de la importancia del sector agroalimentario en relación con los otros sectores de actividad. Un 5% más en el caso almeriense y un 2,5% en Huelva, donde destaca el predominio de los frutos rojos.
Como decíamos, ese crecimiento del sector agrícola choca con la dinámica evolutiva de la población de los territorios, que nos se va a adaptar a las necesidades del mismo. En el caso onubense, y según información de la propia Subdelegación del Gobierno en Huelva, solo durante los pasados meses de marzo y abril habrían llegado nada más y nada menos que 20.000 trabajadoras y trabajadores con contrato en origen procedentes fundamentalmente de Marruecos, pero también de Honduras, Ecuador o Colombia. Al margen de los que ya están aquí ocupados, muchos de ellos de origen extranjero, y sin olvidar la presencia de personas sin regularizar que deambulan en campamentos improvisados en los campos de la provincia, al abrigo de la contratación irregular a la que también recurren ciertos empresarios sin escrúpulos y que quieren optimizar hasta “el último arándano”.
Detengámonos en algunas apreciaciones a modo de interrogantes.
¿Tiene sentido seguir aumentando la producción de frutos rojos y la superficie dedicada a ello?, ¿hay alguna planificación al respecto o es una decisión autónoma de quien tiene tierras para explotar? ¿Es legítima la búsqueda del beneficio empresarial, aunque no sea coincidente con el interés general? Si no se disponen de recursos suficientes para un determinado negocio, como el agua o los recursos humanos, ¿están los poderes públicos obligados a ponerlos a disposición? Si de manera masiva se busca mano de obra en cualquier parte del mundo, ¿no se está distorsionando artificialmente el precio del trabajo en el que también opera la ley de la oferta y la demanda?
Podemos colegir que crecer, crecer y crecer en la superficie a explotar, podría no considerarse de interés general, puesto que no beneficia en nada a quienes ya viven aquí. Que se aumente un modelo de negocio que es extensivo, que nos llena de plásticos y que genera problemas de abastecimiento de agua y del uso de productos fitosanitarios, no parece muy razonable. Pensemos no tanto en la cantidad y el aumento de la superficie de cultivo y sí en la calidad, la sostenibilidad del sector, la innovación y la mejora de las condiciones de trabajo y vida de quienes ya están aquí, sean o no de aquí.
Y la que nos parece la pregunta más relevante:
¿Están las poblaciones de estos territorios movilizadas para evitar ese crecimiento exacerbado de este sistema de producción y explotación agrícola? Todo indica que de forma generalizada se es condescendiente –cuando no claramente aliada- con las peticiones del lobby empresarial de ausencia de obstáculos a sus pretensiones y aumento de recursos hídricos para aumentar y facilitar el negocio del “oro rojo”.
Y si a algunos molesta esa presencia tan evidente de personas de otro origen, nacionalidad, raza o etnia, ¿no resultaría hipócrita su apoyo al crecimiento de ese modelo económico depredador de recursos? Alguien tendrá que explicar a esa parte de la población que por ceguera o ignorancia se siente amenazada y vota al principal partido de la ultraderecha española, que esta misma organización política es a su vez gran aliada en los últimos tiempos (lo explicamos aquí) de la organización empresarial más representativa del sector del campo (ASAJA), que a su vez es organizadora y beneficiaria de la llegada masiva de trabajadores y trabajadoras extranjeras.
Más allá de la hipocresía subyacente en determinado modelo económico, a mí solo me viene a la mente la relación que se produce entre los defensores de la deportación masiva, los financiadores “cortijeros” y sus votantes serviles como si de “unos Santos Inocentes del siglo XXI” se tratase.
Es evidente que la atmósfera de las localidades no es la misma cuando tal contingente de personas acude a trabajar; pero no van a coger un vuelo chárter al final de la jornada para volver a su casa, ¿verdad? También vienen a aportar a nuestra economía, a consumir, a pasear en su tiempo libre, a socializar o simplemente a sentirse vivos y vivas.
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