Tantos muertos que nos faltan

La jornada de Puertas Abiertas en el cementerio de Benacazón (Sevilla) muestra el hallazgo de los trabajos en curso: una fosa con 17 asesinados en 1936 y otra similar, aún por explorar. Los restos hallados son de víctimas del plan del General Mola de “eliminar sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”
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Tamara Pastora La fosa hallada en el cementerio de la localidad sevillana muestra a 17 víctimas
20 jul 2025 10:41

Las voces anónimas, entradas ya en años, lo sabían desde el minuto uno: que allí no era, que se estaban equivocando; que era, en cambio, en la entrada del cementerio, a la izquierda del pozo. Lo dijeron en 2019, cuando el Ayuntamiento de Benacazón (Sevilla) iniciaba el camino para situar, delimitar, excavar, exhumar y tratar de identificar a las víctimas que casi 90 años después del golpe de Estado contra la Segunda República Española permanecen en los enterramientos ilegales del exterminio franquista en su municipio. Lo dijeron entonces, aunque probablemente esa información les ardiera en la garganta de siempre. Ahora la tierra les da la razón: en los últimos días han aparecido al menos 17 cuerpos de personas asesinadas en una fosa que ya está en proceso de exhumación. Al lado, indicios de una segunda, de dimensiones similares, aún por explorar. Jesús Román, a cargo de esta intervención arqueológica, no descarta la posibilidad de nuevos hallazgos en otras zonas de este primer patio, el más antiguo del cementerio. 

Fue en agosto de 2019 cuando, en un primer intento de búsqueda, basada en el Mapa de Fosas de Sevilla, se indagaba sobre una posible fosa con unas cinco víctimas. De entre ellas, el último alcalde socialista del pueblo, José Ortiz Garrido, fusilado y enterrado en Aznalcázar (aunque el cuerpo fue recuperado con premura por su esposa e hijo y trasladado al cementerio que nos ocupa ahora) y de Mariano Atalaya Rodríguez, de Espartinas y tonelero de oficio. Los resultados de dicha intervención fueron negativos. Había que rastrear en los aledaños del pozo, decían.

Será el sexto sondeo sobre el terreno, ya en 2024, el que confirme la veracidad de los numerosos testimonios orales recogidos espontáneamente en aquel primer intento de 2019. Con los cinco previos sin hallazgos, es la aparición de un cráneo con impacto de proyectil en la nuca el que corrobore: que no es una, sino al menos dos, las posibles fosas. Que están en el perfil cercano al pozo, bajo el bloque central de nichos. “Se localizan claramente episodios de violencia en forma de un disparo en la parte posterior izquierda del cráneo, en el lado izquierdo del occipital”, reza el informe realizado por el arqueólogo forense Juan Manuel Guijo Mauri. Ahora, simplemente había que desalojar los nichos y proceder al derribo del bloque completo. Una vez limpio el patio por parte del consistorio, comenzaron los trabajos hace apenas dos semanas.

Martes, 8 de julio de 2025. 10:40 de la mañana. Un hombre menudo, septuagenario, entra no sin cautela al camposanto de Benacazón; mira alrededor, quizá para ver quién hay; observa de frente el pozo y gira la cabeza. A la izquierda y abajo, en el centro del patio y tras las vallas, la tierra rojiza se abre en un boquete de no más de tres metros por uno y medio. Se lleva las manos al rostro, espantado. Sin apartar la mirada de ese hueco infinito, le caen imparables lagrimones. Le tiembla la barbilla. No serán las últimas lágrimas que se derramen aquí hoy; y no tanto porque llegarán muchas más a lo largo de la jornada, sino porque a llorar también se aprende, antes o después. A soltar ese llanto negado, aplazado, ilícito. Y maneras de llorar hay muchas, las veamos o no. “No hay derecho”, susurra mientras se apoya en uno de los pinos. “Esto se tendría que haber hecho hace muchos años”, logra decir.  

La jornada de Puertas Abiertas que ha convocado el Ayuntamiento (a través de su Delegación de Memoria Democrática) para dar a conocer el hallazgo de la excavación congrega a un nutrido grupo de personas tanto en la tanda matinal como en la del atardecer. Familiares de víctimas locales o de pueblos cercanos, gente vinculada al movimiento memorialista, periodistas, cargos públicos, fotógrafos, autóctonos, mayores, jóvenes; quienes buscan respuestas o quienes no han podido olvidar. Esas personas muestran gran respeto por lo que tienen delante y escuchan con atención a los expertos que coordinan los trabajos técnicos. Es una oportunidad tremendamente valiosa para querer saber, escuchar y dejar de replicar argumentos heredados de la propaganda franquista y enterarnos, de una vez por todas, de qué pasó en esta España obligada a olvidar lo que en su nombre hicieron unos pocos a la mayoría.

Benacazón 02
La entrada del cementerio donde se han hallado dos fosas Tamara Pastora

Manu Holgado, auxiliar de arqueología y también familiar de víctimas de la Sierra de Cádiz, ofrece detalles de lo que se sabe de la excavación por el momento: dos niveles de acumulación de cuerpos, una dentadura postiza, una mandíbula destruida, aparición de botones… y lo más llamativo, suelas de zapatos idénticas, lo que invita a pensar en cuadrillas de trabajadores que comparten oficio o jefe. Algunos de los testimonios orales apuntan a la posibilidad de que fueran mineros de Aznalcóllar. Pero es pronto para saber.

Allí también está presente un grupo de mujeres que provienen de la localidad vecina Huévar del Aljarafe. Todas han padecido una pérdida o dos. Todas han heredado la herida. Todas siguen buscando: “se dice que los asesinados de Huévar están en la cuesta de Sanlúcar (La Mayor), en Espartinas, aquí, en las murallas de la Macarena… así que cada vez que hay una excavación, siempre vamos; algunas tenemos hechas las pruebas de ADN, a ver si esta vez los encontramos”, dice María del Valle Dávila Moreno, de 63 años, que busca a sus tío-abuelos, José y Bernardino Hervás González. También los busca otra sobrina-nieta Dolores Soldán Moreno, de 66 años, prima de Valle. “Mi madre murió sin saber dónde estaban. Sólo queremos enterrarlos dignamente, ya está, no queremos otra cosa”, sostiene. María del Carmen Bejarano Arias, de 56 años, busca a su abuelo materno, Juan Arias Salas. Josefa Racero Marcelo, de 59 años, busca a su abuelo paterno, Antonio Racero Reinoso. “Eso de que los rojos querían quemar la iglesia de Huévar es mentira: mi abuelo era de la Virgen de la Sangre… que no se la tocaba nadie”. De hecho, cuenta Valle cómo su abuela contaba que los rojos del pueblo “hacían guardia rodeando la iglesia por la noche porque los falangistas iban a quemar a los santos para después culparlos a ellos. Eso lo usaban, y como eso, bueno, cuántas historias más…”. También estaba allí Ana María García Arias, de 55 años, que busca a su abuelo materno y su tío-abuelo, José y Juan Ruiz Arias.

Y Rogelia Beltrán Pérez, de 62 años, de Gines. Busca a su abuelo materno, Rogelio Pérez Rodríguez, y a su bisabuelo paterno, Antonio Pavón Delgado, de Valencina. “Para mí, todos son nuestros muertos. Yo vengo aquí y me pregunto por qué y por qué y por qué. Queremos que termine ya este duelo interminable. Yo tengo la esperanza de recuperar aunque sea un huesecito para ponérselo a mi madre”, cuenta Roge a El Salto Andalucía.

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Un grupo de mujeres de la localidad vecina de Huévar de Aljarafe que buscan a sus familiares Tamara Pastora

El 24 de julio de 1936 Benacazón, Camas, Carrión de los Céspedes, Castilleja de Guzmán, Castilleja del Campo, Coria del Río, Mairena del Aljarafe, Tomares y Valencina fueron ocupadas por los militares golpistas. Como en tantas otras localidades de Andalucía Occidental, en Benacazón no hubo enfrentamiento armado, no hubo guerra civil. El pueblo estaba en sus manos y, aun así, a pesar de que los propios sublevados indicaban en un escrito que “en la villa no habían sido saqueados ni incendiados ningún templo, además de no haber sufrido pérdidas ni ganaderos ni propietarios”, la persecución, detención y asesinato de benacazoneros que habían mostrado vínculo con el Frente Popular o con la República, no tardó en llegar, apenas unos días después del alzamiento y tras la entrada al municipio de la Columna Carranza[1].

Las palabras del director del golpe, el general Emilio Mola, no dejan lugar a dudas: eliminar sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros. La imposición de una feroz represión pretendía ser legal por aplicación del bando de Guerra, que intentaba justificar la ejecución sumaria de quienes se resistieron a la sublevación. En realidad, formaba parte de un programa de terror y aniquilación fríamente urdido por los sublevados para respaldar un futuro régimen autoritario. Denominaban los asesinatos operaciones de castigo y limpieza. De ahí sabemos que el llamado terror caliente no fue fruto de la espontaneidad, sino de esta violencia organizada, deliberada y brutal ejercida contra personas civiles e inocentes. En estos parajes, la amenaza de la izquierda era mínima y la brutalidad y la saña fueron implacables de todos modos. Como recoge Paul Preston en su fundamental El Holocausto español (2011), la conquista y la purga de la Andalucía occidental -Huelva, Sevilla, Cádiz, Málaga y Córdoba-, fue inmediata: “la superioridad numérica del campesinado sin tierra llevó a los conspiradores a imponer de inmediato el reino del terror; una campaña que supervisó el general Queipo de Llano, quien empleó a las tropas embrutecidas en las guerras coloniales y contó con el apoyo de los terratenientes locales”. Los mismos que se beneficiarían de la muerte de la Segunda República. 

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Este municipio sevillano, cuyo consistorio pronto acordó nombrar Hijo Adoptivo a Franco, tuvo durante la Segunda República dificultades similares a la mayoría rural del país: las condiciones de miseria en las que se encontraban las y los jornaleros y, especialmente, un acuciante problema de hambre. Que la República pretendiese mejorar sus durísimas condiciones de vida fue interpretado por los latifundistas como una grave amenaza para las estructuras de poder en el mundo rural. Y, como sentencia Preston, el odio de los latifundistas hacia sus braceros encontró su más plena expresión en los primeros meses tras el golpe de Estado. El mismo con el que se topan los arqueólogos bajo sus herramientas: el asesinato, esconder los cuerpos de las víctimas, que continúan en posiciones imposibles; tantos muertos acumulados, rotura de huesos, tiros sin gracia, ni juicio ni sentencia.

Retén esa imagen, no dejes que se vaya. Ahora añade este matiz que trae Emilio Silva, de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH): que casi noventa años después del verano de 1936 siga habiendo miles de familias buscando a sus desaparecidos; familias que nunca han tenido acceso a la misma justicia que víctimas de otras violencias y que han sido ignoradas por un Estado español que se dice democrático. Sin justicia para las víctimas ni para sus familiares, sin duelo colectivo, sin reparación Nos faltan aún demasiados muertos.

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Una de las víctimas halladas con un agujero de bala en el cráneo Tamara Pastora

[1] Comandada por Ramón de Carranza, alcalde de Sevilla, reunía a guardias civiles, falangistas, requetés y derechista en general que, bien pertrechados fueron ocupando localidades en favor de los golpistas. Fuente: Román, Jesús y Ortega, Antonio (2024): Informe histórico. La represión cívico-militar de 1936 en Benacazón (Sevilla).

La mujeres que aparecen en los retratos de la siguiente galería son por orden: Josefa Racero Marcelo, de 59 años, busca a su abuelo paterno, Antonio Racero Reinoso. Rogelia Beltrán Pérez, de 62 años, de Gines. Busca a su abuelo materno, Rogelio Pérez Rodríguez, y a su bisabuelo paterno, Antonio Pavón Delgado, de Valencina y María del Valle Dávila Moreno, de 63 años, que busca a sus tío-abuelos, José y Bernardino Hervás González.

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