Andalucía
La llamada de la memoria
La Ruta de Blas Infante es un consorcio entre varios ayuntamientos de localidades donde el notario, nacido en Casares, vivió y dejó su impronta andalucista. A través de ella, se pueden conocer los elementos culturales y populares de la Andalucía que el padre de la patria defendió y sigue defendiendo más allá de aquel 11 de agosto de 1936, asesinado por el fascismo en aquel kilómetro 4 de la carretera de Carmona en Sevilla.

Merece la pena echar la vista atrás y ver cómo la Ruta de Blas Infante, aquella que naciera en 2013, sigue activa y quizás más vigente que nunca. En estos años hemos intervenido en asociación y colaboración estrecha la propia Fundación Blas Infante, la cooperativa Atrapasueños y los ayuntamientos de los municipios que forman parte de la misma. En este proceso también ha participado la Junta de Andalucía, ya sea con la Dirección General de la Memoria Democrática, Turismo Andaluz o el Centro de Estudios Andaluces. Una alianza que para que tuviera éxito se ha basado en la confianza, la planificación colectiva y en el respeto al objetivo último de la Ruta que es dar a conocer el legado de Blas Infante a través del patrimonio cultural, social y ecológico de los pueblos que habitó.
Un proceso que ha tenido sus contradicciones y que seguirá teniéndolo, como todo espacio colectivo concebido de forma democrática. Si bien habría que reseñar que han convivido gobiernos locales de todo signo político y que esto no ha sido un problema para desarrollar el trabajo propio de la ruta turística. En primer lugar por decoro debemos pedirle perdón a Blas Infante por haber hecho de su vida y obra un icono turístico.
Un hombre que fue fusilado por el fascismo por sus ideas y que ahora, en este mes de enero del 2020, se buscan sus huesos junto a miles de personas asesinadas en la fosa de Pico Reja de Sevilla.
Un hombre que escribió y desarrolló teorías históricas y antropológicas sobre la identidad del pueblo andaluz.
Un hombre que ayudó a todo aquel que pudo desde su condición de notario, profesión noble y capacitada en aquellas décadas primeras del siglo XX. Un político que tuvo una vida intensa y comprometida, aunque trágicamente corta, que vivió un exilio interior en su querida Andalucía y que agitó con su palabra la conciencia del pueblo andaluz allá donde pudo y quiso.
Lo curioso de Blas Infante es que también fue un viajero, en cierta manera un turista de su época. Sus viajes fueron tan asombrosos como importantes para su vida, y por extensión, para la historia de Andalucía. En busca del origen de AlMutamid se acercó al Algarve, hasta la localidad de Silves. Una localidad que actualmente recoge la historia del último rey abadí de Sevilla con una ruta turística propia, nobleza real que no descansa en suelo peninsular, y que el propio Blas buscó en la ciudad marroquí de Agmat, como demuestra la fotografía de Infante junto a la tumba del rey poeta. En ese viaje a Marruecos también indagó sobre los orígenes del flamenco.
Su curiosidad por conocer y así reconocer a otras nacionalidades le llevó hasta Galicia o, desde su Casares natal, a visitar Gibraltar acompañado de su amigo el cantaor El Niño de la Rosa Fina. Los ojos y el corazón bien abiertos, acercando culturas, así era el nacionalismo de Blas Infante, una defensa de nuestra identidad andaluza en busca de la armonía con otras culturas y otros pueblos.
Hay un lema del espíritu aventurero de los navegantes de los siglos XV y XVI que dice “Navigare necesse est. Vivire no est necesse” ("viajar es necesario, vivir no es necesario"). Esto se aleja mucho del concepto actual de "experience", esa forma de vivir el turismo de forma globalizada y, hasta cierto, punto superficial. Los viajeros de antaño como Blas Infante encontraban en sus viajes buena parte de las dudas y respuestas que iban buscando en nuevos pueblos y territorios. Adentrarse en otras tierras y mares era, más que una experiencia, una forma de entender el mundo, de descubrirlo, de acercarse a un conocimiento mayor de la vida y de nuestro Planeta.
Se entendía que viajar proporcionaba unos conocimientos muy útiles y extensos para vivir, que la propia actividad de viajar suponía un crecimiento espiritual y cultural. Esa forma de entender “el viaje” tiene que ser todavía vigente en el espíritu de propuestas turísticas actuales como la Ruta de Blas Infante.
¿Por qué no podemos aspirar a un turismo de gente curiosa? ¿por qué no va a ser que se acerquen personas buscando ampliar sus horizontes culturales? ¿por qué no adentrarse en un itinerario que ofrece la belleza y la cultura andaluzas?
Tener un turismo masa a algunos lugares les está beneficiando, o eso al menos expresa ese sector que vive en torno a ese turismo con negocios efímeros, contratos basura y un sinfín de problemas de todo tipo derivados de la basura, uso abusivo del agua, atascos de coches o la desnaturalización de lo territorios. Hay diferencias en la gestión del turismo masificado según donde se mire, pero hay un común denominador que no solo es la explotación laboral del sector hostelero, un problema histórico, sino algo que puede ser irreversible que es la pérdida de la identidad de las ciudades y sus habitantes.
El turismo de botellón, low cost, de despedida de solteros y solteras, etc, está enturbiando el concepto de turismo como tal. No solo cada vez más sobrevuelan aviones por encima de nuestros pueblos con el grave impacto apenas imperceptible que esto tiene sobre nuestro entorno. Si no que también cada vez más valoramos las experiencias viajeras basadas solamente en el placer y hedonismo, sin pensar en las consecuencias que sobre las poblaciones locales esto conlleva. Realmente interesante sería desmontar ese fenómeno de “éxito” del turismo global y masivo y conocer en profundidad todo lo que implica de retroceso en equilibrio ecológico y derechos laborales, por poner dos casos concretos e importantes. Pero ¿cómo darle la vuelta?
Habrá muchas recetas para todo lo que hay de negativo en este tipo de modelo turístico. Pero la receta global pasa por tener estrategias planificadas y lo más consensuadas posibles con población y el sector. Si en toda estrategia económica se pensara siempre de forma integral, el desarrollo y el crecimiento sería exponencial. Hay un caso muy interesante en un pequeño pueblo malagueño, Benalauría, donde desde la castaña hasta la mermelada, el alojamiento rural, la leña, el cordero, el restaurante o las actividades lúdicas giran en torno a proyectos cooperativos de transformación turística en el entorno rural. No es una experiencia que no se pueda exportar, todo lo contrario; tenemos en nuestros municipios explotaciones agrícolas, ganaderas, etc, que pueden hacer concebir un desarrollo económico de forma circular y envolvente. Lo que hay que tener es una visión amplia y sobre todo tener un plan.
Lo curioso de Blas Infante es que también fue un viajero, en cierta manera un turista de su época.
En cuanto a las rutas culturales en Andalucía, se podría disfrutar de una manera generalizada, si así se trabajara por parte de todos los actores,administraciones y sociedad civil, en generar una ilusión y un interés por ejemplo con la Ruta de Federico García Lorca, casi desconocida y en cierta manera marginal. O rutas ya establecidas que necesitan reinventarse como la de "los románticos" de Washington Irving. Nos quedarían muchas rutas nuevas por explorar y trazar de una vez por todas para hacer turismo cultural de una manera sostenible: la ruta andaluza de Cervantes, Machado, Cernuda, etcétera. Hace poco escuché a una asesora cultural decir que ella soñaba con tener ciudades literarias, que pudieran ser escenario de viajes y encuentros de turistas con la lectura y con la historia de la literatura. Esas ideas deben fraguar por el bien de nuestra cultura.
El turismo puede ser una gran fuente de riqueza para hoy, pero hay que reconsiderarlo en su conjunto, porque se puede agotar en su deriva locamente global. Hay que construir un turismo que nos haga viajar al futuro.
El gran compositor y director de orquesta Leo Brouwer, recientemente decía “que cuando la gente se harte de tanta superficialidad, volverá a la cultura”. Esto quizás no sea tan utópico, sobretodo si hacemos un llamamiento a conseguirlo, a tener un futuro de un turismo sostenible y cultural que ayude al desarrollo integral de nuestros pueblo.
Ese llamamiento no es otro que la llamada de la memoria.
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