Desnúdese, es totalmente necesario para el personaje

Creyendo superadas las manidas formas de hacer cine del siglo pasado, Gorrión Rojo vuelve a mostrar que la mujer en el cine negro solo puede ser femme fatale.

Jennifer Lawrence en Gorrión Rojo
Una espía que aprovecha su físico para recabar información.
30 may 2018 06:00

Al mostrar una película de puro cine negro y de espionaje clásico siempre asociamos al espía inteligente, duro y valiente con un hombre y el contraespionaje que quiere arrebatar secretos a una mujer siempre guapa, seductora, peligrosa.

Esta forma de contar historias, sobre todo en el cine de espías de las décadas de los cuarenta y cincuenta (en plena Guerra Fría) reflejaba una manera de pensar sobre las mujeres, lo que se llamó esa mística de la feminidad: las mujeres, tras comprobar su valía en el mundo y la capacidad que tenían para desarrollar cualquier oficio ven surgir un contramovimiento para devolverlas al “sagrado” hogar de sus casas, a que volvieran a la misma situación de partida antes de la Segunda Guerra Mundial. Este fenómeno, ilustrado en el libro de Betty Friedan, tuvo consecuencias en el cine: las imágenes de las mujeres se polarizaron: o bien eran ángeles del hogar que sufren por sus héroes, o bien femme fatale que acababan siendo humilladas de alguna forma devolviendo el orden social. A través del cine, espectáculo de masas, mantienen los roles de supremacía patriarcal evitando que ellas puedan asumir nuevos cargos de poder.

Dentro del género del cine negro, terreno por excelencia de la femme fatale, esta forma de construir los personajes ha continuado de forma casi inalterable, ese mismo cuerpo sexuado como arma puede encontrarse desde Instinto Básico a Atómica, pasando por Nikita, son espías donde es casi obligatorio el uso de tacones y vestidos cortos para correr detrás del enemigo.

El visionado de un largometraje no está exento de ideologías y formas de construir el deseo a través de ciertos recursos. Cuando hablamos de este tipo de cine hay que pensar en el poder de la mirada y el placer visual desde el cual se construyen estos relatos. Un tipo de uso de la cámara que se centra en ciertos lugares sexuados, se detiene en ellos, hace un barrido por el cuerpo femenino. Es el poder de la mirada y su seducción del que ya habló Laura Mulvey en su artículo de 1975 “Visual pleasure and narrative cinema”.

Ahora bien, esta obsesión por las mujeres fatales, lejos de desaparecer o evolucionar dentro del espionaje, ha seguido sin alterarse en ningún momento. Y prueba de ello es la película Gorrión Rojo, de Francis Lawrence, donde el uso y abuso del cuerpo de ella es un recurso constante en toda la película. Aún basándose en un libro, como pueden referir los detractores de esta teoría, hay que hacer un examen al filme en cuanto a la imagen que se proyecta de la mujer espía y no en términos de calidad artística o de los actores.

Escena de Atómica
Escena de sexo entre dos mujeres en Atómica.


Si alguno evoca las películas de James Bond no le viene a la memoria escenas de sexo y seducción, sino de persecuciones. James Bond seduce, sí, pero eso es algo complementario al resto de sus virtudes como agente secreto. Por ser fuerte, aguerrido y peligroso atrae a las mujeres (sin meternos a analizar a estas mujeres complemento) por ese aura que lo rodea. 

En cambio, las armas de Jennifer Lawrence son la seducción y el sexo es su moneda de cambio. Su cuerpo es su pistola, sus encantos como mujer sustituyen a cualquier cachivache que pudiera poseer James Bond. No luce traje de chaqueta, sino vestidos glamurosos, que reflejen ese poder que tiene sobre los hombres.

Esta película vuelve a rescatar esa forma de mirar el cuerpo femenino como un cuerpo sexualizado. Esther Álvarez López habla de que este tipo de mujeres vuelven a aparecer cíclicamente, y curiosamente “coincide con momento de incertidumbre, de cambio social y, en especial, cuando las relaciones entre los sexos atraviesan etapas de reajuste que pueden llegar a ser traumáticos” (Álvarez, 2006, 69).

El cine negro, a pesar de todo mantiene los mismos arquetipos que en su época dorada y no parece dispuestos a cambiarlo, desde las espías soviéticas de los cuarenta, hasta las que, a pesar de jugar en el bando “de los buenos” siguen usando su cuerpo para alcanzar un fin.

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