Opinión
En tu nombre

Desde el 1 de octubre de 2017 en Catalunya se han sucedido diversas situaciones que han hecho que el pueblo catalán se desapegue de lo que se conoce como España.

2 nov 2019 12:05

El 1 de octubre de 2017 una buena parte de la población catalana descubrió que la policía es más que capaz de actuar con violencia contra una multitud pacífica. “No pasará nada, somos gente de paz”, nos decía un vecino días antes. Aunque molestara oír eso de alguien que conocía ejemplos como el desalojo de Plaça Catalunya durante el 15M, mirando a aquel señor sonriente alzando las manos en gesto de resistencia pasiva era difícil sentir algo más que pánico. Pánico por toda esa gente, mucha de avanzada edad, que llevaba meses organizándose y aún así no estaba preparada para lo que iba a pasar.

Cuando llegó el momento, la policía no fue al colegio de mi barrio. A través de los móviles seguíamos la represión sufrida en otras partes mientras, para mantener la calma, se cantaba o se coreaban lemas, como el que ese día cambió de “Volem votar” a “Hem votat”. Algo parecido quedó reflejado en las redes sociales, donde lo emocionante y entrañable se mezcló con el terror y la violencia. En mi memoria del 1O no queda nada que dijera ningún político. Tampoco muchas banderas. Sí recuerdo que en los colegios aplaudían a todas las personas mayores que entraban a votar, sin importar qué fueran a marcar en sus papeletas.

Desde entonces no ha habido reparación para las víctimas directas e indirectas de aquella brutalidad policial. Al contrario, se ha retorcido la realidad para criminalizar una acción pacífica centrada en el derecho a la autodeterminación y convertirla en un “desafío secesionista” que requirió el uso de la fuerza. Si pensamos en la gente y olvidamos por un momento a los políticos, es fácil ver cómo todo lo que ocurrió después, la intervención de la autonomía durante casi un año, la amenaza constante del 155, el encarcelamiento de quienes pusieron las urnas, para mucha gente han sido como sal vertida en una herida abierta durante dos años.

Describir las protestas de las últimas semanas como “la respuesta a la sentencia del procés” resulta simplista y centra la atención una vez más en los políticos. Aunque las primeras convocatorias apelaran a esa causa, cuesta imaginar que alguien asistiera a ellas sin ningún rastro del 1O en su recuerdo. La sentencia es la gota que colma un vaso que lleva llenándose desde hace tiempo. La confirmación final de que apelar a la democracia española no sirve de nada. Desde el primer momento en que la policía volvió a reprimir con violencia la acción pacífica del aeropuerto quedó claro que una parte de la gente, sobre todo la más joven, esta vez no iban a defender su derecho a la protesta solo poniendo las manos en alto.

La democracia española es un chiste macabro. Un chiste de represión, explotación y empobrecimiento. Sus representantes políticos hablan a cámara sobre el estado de derecho mientras tras la espalda ocultan la larga lista de vulneraciones cometidas en nombre del Gobierno de España. Los responsables de los CIES, las devoluciones en caliente, los rescates a los bancos, las reformas laborales, los crímenes de estado y todas las leyes injustas que nunca cambian, son nuestros representantes. Es en lo que se convierten una vez se decide en unas elecciones y por lo tanto todo lo que hacen se lleva a cabo con la autoridad que les otorgamos. Son las reglas del juego.

Resulta curioso lo profundo que ha calado el mensaje de que el pueblo catalán tiene el cerebro lavado por los partidos. Si vives en Catalunya y no sientes ternura en tu corazón al hablar de España, sin duda llevas al menos tres carnets indepes en la cartera. Si vas a las manifestaciones o bien te quejas de vicio o has dejado que la burguesía te convierta en peón de sus intereses. Resulta curioso sobre todo porque estos prejuicios, fomentados en gran parte por otros partidos políticos, no parecen hacer sentir adoctrinados a quienes los repiten.

¿Que a ti no te representa ningún político? Esa canción estuvo de moda hace años hasta que, como cualquier propuesta alternativa con éxito, apareció una versión comercial y acabamos olvidando de qué iba el tema al principio. Cuando las plazas del estado español se llenaron de gente joven y no tan joven gritando “¡Lo llaman democracia y no lo es!”, pedían que el pueblo dejara de confiar en un sistema amañado y movido por intereses económicos. Exigían, entre otras cosas, que se cambiara una ley electoral que nunca permitirá que el estado español sea una democracia real.

Mientras se culpa al independentismo de tener un discurso único, las protestas son tantas que resulta imposible seguirles el ritmo y las críticas a los políticos catalanes están presentes en las calles desde el primer día

Si eres joven puede que no te suene de nada, incluso a mí me cuesta recordar de qué se hablaba antes de la política espectáculo. Mientras se culpa al independentismo de tener un discurso único, las protestas son tantas que resulta imposible seguirles el ritmo y las críticas a los políticos catalanes están presentes en las calles desde casi el primer día. Mientras se habla de una “lucha de banderas”, algunas convocatorias tratan temas como el derecho a la vivienda, la igualdad y el cambio climático. Mientras las redes sociales se llenan de vídeos probando una violencia policial sin freno, los medios mayoritarios dan más datos sobre las pérdidas en mobiliario urbano que sobre los daños humanos causados en nombre de la democracia.

En una hipnosis inducida por infinitos programas de debate, han conseguido que confundamos las noticias con información y la participación con el comentario. Es difícil cuestionar en profundidad la validez del sistema que te gobierna cuando te dan tantos titulares que criticar, tantas fotos para memes y el agotamiento capitalista hace que solo quieras pasar el rato. Aunque sabemos qué medios manipulan, seguimos compartiendo sus noticias cuando lo que dicen nos suena bien o nos hace gracia. Aunque tal vez no recuerdes cuántas veces has votado este año o cómo acabó Pedro Sanchez siendo presidente, a día de hoy sigue siendo tu representante.

La gente de Catalunya está cansada de tener que dar mil explicaciones sobre autodefensa o renegar veinte veces de Torra y de Puigdemont antes de que se denuncie la violencia que sufre. De que se acuse a su protesta de “eclipsar cosas más importantes”, como si desde aquí se escribieran todos los discursos de los políticos o los programas de las televisiones estatales. Como si no poder prestar atención a nada fuera culpa suya cuando se levantan y se acuestan con la angustia de vivir la situación presente ahora mismo en sus calles.

Pedir más coherencia a unas protestas surgidas en respuesta a la represión que a nuestros propios representantes es un comportamiento un tanto sádico y, sobre todo, muy cómodo para los políticos. Casi puedo oír las palmadas en la espalda que debieron compartir PP y PSOE al descubrir que lo único necesario para no rendir cuentas a nadie era preocupar a todo el país por las acciones de unos políticos que no son sus gobernantes.

Las risotadas al ver como partidos de todos los colores blanquean la violencia institucional al mismo tiempo que se disputan tu voto en las próximas elecciones generales. Teniendo en cuenta a donde hemos llegado, lo preocupante no son los fuegos, sino que aun quede quien se limite a comentar como si no le incumbieran.

Teniendo en cuenta que a estas alturas nos resulta cotidiano que el Ministro de Interior compare unos contenedores ardiendo con terrorismo o que el Presidente del Gobierno instaure, poco a poco, un estado policial en nombre de la democracia. Teniendo en cuenta que a día de hoy, sin ningún disimulo y ante los ojos de cualquiera que quiera mirar, en Catalunya se aterroriza, agrede, tortura y mutila en nombre de la ciudadanía del estado español. Y sí, también en el tuyo.

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