Crisis climática
Ciudades en la era del cambio climático: el caso de New York

Las grandes ciudades están entre las principales responsables del cambio climático, también figuran entre sus principales víctimas. El movimiento Occupy Sandy, surgido tras el huracán de 2012 en New York, es para la autora un ejemplo de la "adaptación radical" al caos climático.

Occupy Sandy
Adoptando el nombre del huracán que asoló New York en 2012, el movimiento Occupy Sandy llegó a tener 60.000 voluntarios para atender a las víctimas con una óptica diferente a la del Gobierno.
Traducción: Tomás Pereira Ginet
15 nov 2017 11:16
Desde los huracanes Harvey, Irma, y Maria, hasta las catastróficas inundaciones en Asia Meridional, pasando por los devastadores incendios forestales en el oeste de EE UU, los fenómenos climáticos extremos de estos últimos meses lo han dejado bien claro: el cambio climático no es una distante probabilidad futura sino una tangible realidad presente.

Tanto en el mundo científico como incluso en publicaciones como la del Banco Mundial titulada Turn Down the Heat (Bajar la temperatura), se da por supuesto que las promesas realizadas durante las negociaciones internacionales sobre el cambio climático para mantener el índice de calentamiento del planeta por debajo de los 2°C suenan huecas y el planeta ya se encuentra en una tendencia de al menos 4°C de índice de calentamiento.

Fatih Birol, economista en jefe de la Agencia Internacional de la Energía, ha dado la voz de alerta afirmando que los niveles de consumo mundial de energía actuales sitúan el planeta en una tendencia de calentamiento aún más alarmante de al menos 6°C sobre índices preindustriales para el 2100.

Estamos calentando la Tierra a un ritmo sin precedentes, provocando cambios forzosos en el funcionamiento de nuestro planeta a una velocidad y de una magnitud nunca registrados

Estamos calentando la Tierra a un ritmo sin precedentes, provocando cambios forzosos en el funcionamiento de nuestro planeta a una velocidad y de una magnitud nunca registrados hasta hoy en el pasado geológico de la Tierra, ni siquiera durante la gran extinción del Pérmico, que provocó la desaparición del 90% de las especies.

Efectivamente, nos encontramos en medio del sexto episodio de gran extinción del planeta, incluso si el cambio climático todavía constituye una causa relativamente poco importante (aunque creciente) del índice de extinción de las especies. Las condiciones climatológicas bajo las cuales las civilizaciones consiguieron dominar el planeta — una era de relativa estabilidad medioambiental desde la revolución del Neolítico hace 12.000 años— ya forman parte del pasado. El combate al que nos enfrentamos actualmente se basa en la rapidez a la que avanzará el cambio climático y en lo desastrosas que serán sus consecuencias en el futuro.

La era de los desastres es la era de las ciudades. Efectivamente, estos dos factores están estrechamente interrelacionados, observa Mike Davis:

Ya solo el calentamiento y enfriamiento del entorno urbano construido constituye aproximadamente el 35-45% de las emisiones de carbono actuales, mientras que las actividades urbanas industriales y el transporte suman otro 35-40% más. En cierto modo, la vida en las ciudades está destruyendo a pasos agigantados los nichos ecológicos —la estabilidad climática del Holoceno— que posibilitó su evolución hacia la complejidad.

Si bien es cierto que, actualmente, nuestras ciudades constituyen uno de los vectores más importantes del caos climático, también resultan ser sus principales víctimas. Las tormentas del caos climático ya han comenzado a romper contras las zonas costeras habitadas, y la devastación que causan es todavía más visible en las megaciudades costeras del planeta donde las frágiles infraestructuras, los ingentes recursos económicos y los asentamientos humanos se concentran en cantidades nunca vistas. Paradójicamente, la ciudad es la expresión por excelencia, la principal culpable y el artefacto más amenazado de nuestro turbulento presente.

No existe mejor lugar como ejemplo de estas contradicciones y alteraciones que la ciudad de Nueva York. Centro financiero internacional sin parangón, Nueva York no solamente es el ejemplo más representativo de la ciudad moderna sino también una de las más densamente edificadas y uno de los mayores espacios urbanos cosmopolitas.

Aunque se ha quedado atrás en densidad de población con respecto a las megalópolis del Sur global, continúa siendo considerada como la fortaleza del capitalismo moderno y albergando las instituciones clave de la economía mundial. Meteoritos, platillos volantes, monstruos radioactivos gigantescos y, por supuesto, zombis —no existe ciudad en el mundo que haya sido destruida tantas veces ni de tantas maneras diferentes en la literatura y en el cine como Nueva York—.

El caos climático ha conseguido hacer morder el polvo a una de las mayores ciudades de la era moderna, una ciudad que se ha convertido en sinónimo de la desenfrenada economía del libre mercado

Las inundaciones causadas por el huracán Sandy en esta ciudad han dejado en la memoria imágenes igual de espectaculares pero no de una amenaza imaginaria arrasando Gotham sino de la capacidad autodestructora propia al capitalismo. El caos climático ha conseguido hacer morder el polvo a una de las mayores ciudades de la era moderna, una ciudad que se ha convertido en sinónimo de la desenfrenada economía del libre mercado.

Debido a su masiva huella de carbono y a las excesivas repercusiones de sus instituciones financieras, Nueva York es desproporcionadamente responsable del agravamiento del caos climático.

Al mismo tiempo, Nueva York podría constituir una fuerte apuesta para convertirse en el paradigma de ciudad verde gracias a las costumbres de vida tan densificadas de sus habitantes y su uso del transporte público así como a recientes iniciativas como la creación de una red de carriles bici de más de 600 kilómetros. No obstante, hace cinco años, el huracán Sandy puso de manifiesto la arrogancia con la que Nueva York festejaba su condición de metrópolis verde, revelando una ciudad completamente desvalida para hacer frente a las grandes amenazas del cambio climático.

el movimiento Occupy Sandy

Del mismo modo que el huracán Katrina anteriormente, Sandy mostró las abismales disparidades sociales que menoscaban la ciudad haciendo de las descripciones generalizadoras de la resiliencia urbana una farsa. Desde la supertormenta que arrasó nuestra ciudad, se han desplegado grandes esfuerzos para contribuir a que la ciudad consiga adaptarse a un planeta más cálido e inestable.

Con todo, se han analizado relativamente poco los vínculos existentes entre la vulnerabilidad de las ciudades al cambio climático y las desigualdades económicas y sociales que Nueva York encarna. Ha habido todavía menos análisis críticos sobre el modelo de crecimiento económico sin control que Nueva York representa. El mundo entero nos está observando. La manera en la que Nueva York conseguirá mitigar los efectos del cambio climático para adaptarse a él— y responder al mismo tiempo de forma más justa a estas cuestiones en general — asentarán las bases para este cambio de paradigma tanto a nivel nacional como internacional.

Con todo, se han analizado relativamente poco los vínculos existentes entre la vulnerabilidad de las ciudades al cambio climático y las desigualdades económicas y sociales que Nueva York encarna

El huracán Sandy azotó la ciudad y a la mañana siguiente, los mismos neoyorquinos que se habían reunido y creado lazos durante el movimiento Occupy Wall Street (OWS) se dispersaron por la ciudad para comprobar qué zonas habían sido más afectadas y cuáles necesitaban ayuda. Los activistas de OWS habían permanecido en contacto durante varios días a través de las redes sociales y los grupos de amigos. Tras el huracán se dedicaron a comprobar si todos sus conocidos estaban a salvo y a descubrir cómo ayudar a las comunidades devastadas por la tormenta.

Las orientaciones de Occupy hacia problemáticas relacionadas con las desigualdades hicieron que los activistas fueran conscientes de que el desastre natural no afectaría a los diferentes estratos de la ciudad de la misma manera: las personas más proclives a sufrir sus consecuencias serían aquellas que ya luchan por su supervivencia en esta ciudad de los extremos. Los pobres y la clase obrera que viven en las barriadas del extrarradio de la ciudad serían los primeros en quedarse sin electricidad. Los activistas de Occupy lo tenían claro desde el principio, incluso antes de que la tormenta arremetiera contra la ciudad: fueran cuales fueran los recursos que pudieran reunir, se destinarían sobre todo a estas comunidades marginadas.

El movimiento que acabó siendo conocido con el nombre de Occupy Sandy supo crear centros de apoyo clave por toda la ciudad de Nueva York que, a su vez, propiciaron la creación de centros más pequeños en torno a una red.

El movimiento se extendió rápidamente más allá de los barrios del centro de Nueva York hacia las regiones costeras de Nueva Jersey. Occupy Sandy puso en marcha tres centros de distribución principales en la ciudad (“Jacobi” en Queens, “Clinton” en Brooklyn, y “Red Hook” también en Brooklyn) en los que se almacenaban los recursos, se impartían cursos para los voluntarios y desde los cuales se coordinaban las operaciones regionales.

Los centros de “recuperación” se instalaron en zonas especialmente afectadas por la tormenta, como fue el caso de Rockaways, la zona Sur-oriental de Manhattan, Staten Island, Coney Island, y Red Hook. También se abrieron centros de recuperación de menor tamaño en Canarsie, Sheepshead Bay, Bay Ridge, Gerritsen Beach, Long Island, y por toda Nueva Jersey. Occupy Sandy se convirtió en muy poco tiempo en la iniciativa de ayuda contra las catástrofes de referencia de la región.

En su mejor momento, Occupy Sandy permitió coordinar las acciones de casi 60.000 voluntarios, movilizando recursos cuatro veces superiores a los de la Cruz Roja 

En su mejor momento, Occupy Sandy permitió coordinar las acciones de casi 60.000 voluntarios, movilizando recursos cuatro veces superiores a los de la Cruz Roja. Occupy Sandy fue tan eficaz en su labor de conseguir suministros de emergencia para aquellos que más lo necesitaban que las organizaciones oficiales de ayuda contra los desastres naturales y las autoridades de la ciudad se vieron obligados a reconocer a regañadientes la pertinencia del movimiento tras el paso del huracán y a colaborar con los activistas de Occupy.

Cabe recordar que había pasado menos de un año desde que el Departamento de Policía de Nueva York desalojó a la fuerza del Parque Zuccoti a los miembros del movimiento Occupy, arrestando a cientos de estos activistas de los que más tarde las autoridades dependerían para ayudar a los más necesitados tras el paso del huracán Sandy.

No obstante, Occupy no estaba solo en su lucha contra los desastres del capitalismo. La estrategia de ayuda mutua de Occupy resultó ser especialmente eficaz en los momentos más duros del desastre gracias a las muchas alianzas de cooperación con organizaciones locales que sus activistas consiguieron forjar. En enero de 2013, aproximadamente tres meses después de que Sandy azotara Nueva York, un grupo de más de 40 organizaciones de defensa de la justicia medioambiental, grupos locales, sindicatos y otros aliados se reunieron para concebir un plan con el fin de lanzar un proceso de recuperación encabezado por asociaciones locales en el que se concedía la prioridad a las personas con bajos ingresos, a las comunidades de color, a los inmigrantes y a los trabajadores. Esta alianza llegó a conocerse con el nombre de Asamblea Regional Sandy.

Las organizaciones que componían la asamblea hicieron hincapié en el hecho de que sus miembros habían sido los primeros y los únicos en movilizarse tras desastres como los provocados por el huracán. Exigieron un plan de reconstrucción justo que no reprodujera las grandes desigualdades existentes antes del paso de la tormenta, e insistieron en que el proceso de reconstrucción no podía ni debía centrarse únicamente en la reconstrucción de infraestructuras.

Una de las exigencias clave de la Asamblea Regional Sandy consistió en abogar por que las autoridades municipales se comprometieran a que cualquier proyecto iniciado en el marco del programa de recuperación no diera paso a recortes en los planes de construcción de viviendas sociales asequibles para los residentes con ingresos bajos o medios en los barrios afectados por el desastre natural. Basándose en la idea de que la resiliencia es fruto de la interconexión e integridad entre comunidades, los miembros de la asamblea instaron a las autoridades municipales a financiar las propuestas de las organizaciones locales para el establecimiento de Centros de Ayuda contra los Desastres Naturales y para la Adaptación al Cambio Climático, que servirían para sensibilizar a las comunidades más vulnerables sobre los peligros del cambio climático, contribuyendo así a reducir su vulnerabilidad a los desastres naturales y a realizar un seguimiento de todas aquellas personas con necesidades especiales.

Por último, en un llamamiento que aborda de manera frontal las problemáticas relacionadas con la sostenibilidad del entorno urbano en la era del caos climático, la Asamblea Regional Sandy animó a las autoridades municipales a implementar sistemas sostenibles, correctamente repartidos e interconectados para la creación de redes de transporte, reparto de alimentos y energía de primera necesidad.

La adaptación radical [al cambio climático], en otras palabras, requiere un cambio de paradigma considerable en cuanto a las relaciones de poder

Al poner sobre la mesa tales demandas para la transformación de las infraestructuras urbanas en un contexto marcado por la tendencia a la reconstrucción sin más, la Asamblea Regional Sandy subrayó hasta qué punto la adaptación radical atañe a cuestiones relacionadas con el poder, los conflictos de interés, el control y la propiedad —así como consideraciones que tienen que ver con el legado del colonialismo, del racismo y de la discriminación por cuestiones de género o clase social— cuando se trata de suministrar recursos tales como la energía, los alimentos o el transporte. La adaptación radical, en otras palabras, requiere un cambio de paradigma considerable en cuanto a las relaciones de poder.

El Programa de Recuperación exigido por la Asamblea Regional Sandy se valió de la gran experiencia de organizaciones miembro como El Puente, UpRose, y WE ACT for Environmental Justice. Se formó enseguida un grupo más amplio para abordar las temáticas que articulaban el Programa: La Alianza para una Reconstrucción Justa, que estaba compuesta por activistas de Occupy así como por la gran mayoría de organizaciones de defensa de la justicia medioambiental, grupos locales y sindicatos que formaban parte de la Asamblea. En sus declaraciones durante una reunión plenaria del Comité Municipal de Nueva York para la Seguridad Pública, los miembros de la alianza sostuvieron que:

la resiliencia se alcanza yendo más allá de las respuestas de emergencia y los diques anti-tormenta aunque estos últimos sean de suma importancia. Para contar con una ciudad más resiliente, es necesario crear un contexto más equitativo e igualdad de oportunidades económicas para las comunidades a las que se ha dejado de lado durante décadas. La resiliencia se traduce en aspectos como el acceso a buenos puestos de trabajo, programas de formación profesional, viviendas a precios asequibles y autogestión de nuestro entorno urbano.

La alianza consiguió ejercer la presión necesaria sobre el Departamento de Gestión de Emergencias de la municipalidad para brindar apoyo a las personas desplazadas por causa del huracán Sandy, incluyendo el suministro ininterrumpido de bonos alimentarios y productos de primera necesidad para los inmigrantes indocumentados y los miembros de las comunidades más pobres. La alianza estableció asimismo un seguimiento del proceso de reconstrucción publicando informes que corroboraban la gran ineficacia y los enormes problemas de corrupción del Programa de Reconstrucción del por aquel entonces alcalde de Nueva York Michael Bloomberg. Este comité de seguimiento independiente dio paso a continuación a investigaciones condenatorias por parte de agencias reguladoras como el Departamento de Investigación de Nueva York que concluyeron que más del 90% de los propietarios de viviendas que habían solicitado ayuda en el marco del Programa de Reconstrucción no habían recibido ningún tipo de asistencia dos años después de que el huracán Sandy azotara la ciudad.

Además, la alianza también ayudó a coordinar marchas hasta el edificio del Ayuntamiento donde los defensores de las comunidades relacionaron los esfuerzos de reconstrucción desplegados después de los atentados del 11-S con lo ocurrido tras el huracán Sandy. Bobby Tolbert, activista de VOCAL-NY, una de las organizaciones miembro de la alianza, hizo las declaraciones siguientes durante un mitin celebrado en los últimos meses del mandato de la administración Bloomberg:

Gran parte de los preciados fondos destinados al programa de reconstrucción post-11-S acabaron en las arcas de grandes empresas inmobiliarias e instituciones financieras para reconstruir apartamentos de lujo en el Sur de Manhattan que ni siquiera los bomberos y las personas que valientemente brindaron primeros auxilios para rescatar a los ciudadanos podrían haberse pagado. Esto no debe volver a ocurrir. En cuanto se asignen los fondos para paliar los efectos de Sandy, nuestro nuevo alcalde deberá dar directrices claras a los servicios municipales, especialmente a la Corporación para el Desarrollo Económico, para exigir que las necesidades de los neoyorquinos más vulnerables y con bajos ingresos constituyan una prioridad y para asegurarse de que accedan a puestos de trabajo decentes y a viviendas asequibles en el marco de los nuevos fondos de inversión.

“El desarrollo económico de Nueva York tras el paso del huracán Sandy debe salvar de la zozobra a todas las embarcaciones y no sólo a los yates del sector inmobiliario” apuntaba el Pastor David Rommereim, uno de los dirigentes de la organización Faith de NY durante el mitin mencionado más arriba.

Adaptación radical

Los movimientos tales como la Alianza para una Reconstrucción Justa son los protagonistas de las batallas que se libran para conseguir formas de adaptación radical. Como observa el sociólogo urbano Daniel Aldana Cohen, esto se debe a que “las luchas antigentrificación contra los desplazamientos de personas en zonas con una densidad de población relativamente elevada y las iniciativas en defensa de la construcción de nuevas viviendas sociales cercanas a los ejes de tránsito de masas, a los puestos de trabajo y a los servicios son luchas cuyas reivindicaciones centrales atañen a la justicia climática”.

Dichos movimientos ponen en tela de juicio el reino del capital contra el que luchan para retirarle terrenos y viviendas al mercado inmobiliario, para ampliar los servicios públicos, para establecer mínimos salariales para las personas pertenecientes a comunidades de bajos ingresos, y para conseguir una democratización del acceso a la energía y una gestión mancomunada de la producción energética en las ciudades. Paralelamente, estos movimientos obran por defender una ordenación territorial de viviendas urbanas que genere una huella de carbono leve y que ofrezca al mismo tiempo instalaciones para el ocio como parques y bibliotecas. Si bien es cierto que las innovadoras iniciativas de tecnología y diseño ecológicos son cruciales en esta lucha, más deberá serlo conceder la prioridad a los intereses públicos con respecto a los privados en dicho proceso de transformación.

Las bien documentadas deficiencias del Programa para la Reconstrucción Bloomberg dejaron al desnudo el elitismo de su enfoque piramidal y jerárquico de desarrollo y reconstrucción
Aunque resultaría exagerado afirmar que la batalla por una reconstrucción justa bastó para que el actual alcalde de New York, Bill de Blasio, se hiciera con la victoria en los comicios, no se puede negar que la coalición de grupos que se movilizaron a favor de su causa desempeñaron un papel de suma importancia. Las bien documentadas deficiencias del Programa para la Reconstrucción Bloomberg dejaron al desnudo el elitismo de su enfoque piramidal y jerárquico de desarrollo y reconstrucción. De hecho, fue muy criticado durante su visita a zonas como la de Rockaways, donde los residentes de las viviendas sociales continuaban sudando la gota gorda por causa de los problemas de humedad y demás consecuencias de la devastación que causó Sandy años después de los acontecimientos.

De Blasio se comprometió a poner fin a estas carencias cuando visitó la zona durante su campaña electoral, y, a pesar de haber sido muy criticado por las demoras de su administración para cumplir con sus promesas, el lanzamiento de OneNYC, su versión mejorada del plan PlaNYC de Bloomberg, fue percibido por los miembros de la Alianza para una Reconstrucción Justa como el resultado de un auténtico compromiso para con las campañas de las organizaciones que la componían.

Y lo que es todavía más importante, OneNYC introdujo el concepto de equidad como principio central de la filosofía de los planes de sostenibilidad para Gotham. Aunque este principio subyace a la cantidad de propuestas concretas para la mejora de las infraestructuras urbanas en el plan OneNYC, el énfasis general sobre la equidad emana de la sensación de que “para que exista realmente la justicia climática, la resiliencia no puede reposar únicamente en ‘una respuesta’ a un sistema inequitativo en el que la gente de color y las comunidades con bajos ingresos carguen con la lacra de estos desastres desproporcionadamente”, según declaraciones de la Alianza para la Justicia Medioambiental de la Ciudad de Nueva York (NYC-EJA por sus siglas en inglés).

Al mismo tiempo que continúan interactuando con los canales de gobernanza urbana y ejerciendo presión sobre ellos, las organizaciones de defensa de la justicia medioambiental neoyorquinas van desarrollando sus propias propuestas, extremadamente progresistas, en pro de la adaptación radical. Por citar un ejemplo, en 2015 la Acción Medioambiental para la zona Este de Harlem (WE ACT por sus siglas en inglés), uno de los grupos de justicia medioambiental más respetables de la ciudad organizó una serie de talleres durante los cuales los residentes de los barrios y las organizaciones elaboraron un plan de acción climático para la zona Norte de Manhattan utilizando un proceso de planificación participativo. Los 600.000 residentes, predominantemente afroamericanos y latinos, de la parte norte de Manhattan tienen que lidiar con niveles de contaminación desproporcionados y con los riesgos que los acompañan.

WE ACT ha venido documentando estas cuestiones y luchando contra las injusticias medioambientales desde hace tiempo pero tal y como lo estipula el Plan de Acción Climático para la zona Norte de Manhattan (NMCA por sus siglas en inglés), estas desigualdades que perduran desde hace tiempo no solamente han quedado al desnudo tras el paso del huracán Sandy sino que también se han pronunciado todavía más. El plan de acción tiene por objetivo crear un movimiento que establezca vínculos entre la justicia social urbana y la justicia medioambiental que, a su vez, está relacionada con las luchas globales de la justicia climática.

Al analizar la experiencia extraída de los movimientos sociales de estos últimos años, el plan de acción insiste de manera rotunda en el hecho de que la movilización debe nacer tanto de la sociedad civil como de los estados. “Debemos implicarnos en los procesos legislativos a la par que diseñamos nuestros propios dispositivos de intercambios económicos y de desarrollo urbano para que no dependan únicamente de un sector público deficiente”, señala el texto. Las organizaciones como WE ACT están convencidas de que la lucha en pro de la transformación y de la democratización de las ciudades exige movilizaciones constantes a diferentes niveles, desde los vecindarios a nivel municipal hasta los gobiernos federales, sin olvidar por último cualquier tipo de vínculo importante a nivel transnacional con otras organizaciones de defensa de la justicia climática.

El Plan de Acción Climático para la zona Norte de Manhattan aporta una serie de propuestas a favor de la adaptación radical en cuatro categorías clave: la democracia energética, los planes de emergencia, los centros sociales o lugares de reunión y la participación pública. Las propuestas que incumben a cada una de estas categorías aportan su grano de arena a las diferentes luchas transversales y coordinadas en defensa de la justicia climática y la equidad urbana. En la plataforma para la Democracia Energética, por ejemplo, el plan de acción subraya la importancia del reto que supone la pobreza energética que sufren los residentes neoyorquinos pertenecientes a sectores de la población con bajos ingresos:

Según el Departamento de Información Energética de los EE UU, los neoyorquinos son el segundo grupo de ciudadanos con la factura energética más elevada de todo el país. Esto muestra lo desproporcionado que resulta el coste energético para los neoyorquinos con bajos ingresos, una auténtica amenaza no solamente para sus capacidades para seguir disfrutando de los servicios energéticos sino también lo limitado que resulta su acceso a la vivienda, a una alimentación saludable, a la sanidad y otras necesidades altamente costosas.

El acceso a fuentes de energía fiables es desde hace tiempo una de las mayores preocupaciones políticas en el Sur global pero mientras las políticas de recortes se ensañan con los sectores de la población más empobrecidos de las ciudades en los países capitalistas centrales, la pobreza energética se está convirtiendo cada vez más en una preocupación imperiosa: la gente más pobre paga cada vez más cara la energía y en algunos casos incluso sufren cortes de electricidad por parte de empresas cuyo único interés radica en los dividendos. Con el fin de frenar esta creciente crisis energética, el Plan de Acción para la parte Norte de Manhattan insta a que se implementen planes energéticos ecológicos que beneficien directamente a los sectores de la población con bajos ingresos en vez continuar enriqueciendo a los propietarios de enclaves verdes como Battery Park City.

Concretamente, el plan de acción hace hincapié en el potencial de la producción de energía descentralizada como las micro-redes eléctricas o los sistemas de energía local autónomos que podrían operar de manera independiente con respecto a la red energética principal. El plan de acción confía en que estas micro-redes puedan ayudar a promover la transición energética que abandonaría las energías fósiles en beneficio de las renovables, al mismo tiempo que se empodera a los habitantes de los barrios tanto a nivel económico como político. Dicho de otra manera, no bastará con pasar de un sistema energético basado en las energías fósiles a uno estructurado en torno a fuentes de energía renovables: los ciudadanos y no las grandes empresas deberían ser quienes gestionaran la energía para que comenzaran a verse resultados reales a nivel local.

Para la gran mayoría de vecinos que participaron en los talleres que condujeron al establecimiento del plan de acción, las micro-redes eléctricas gestionadas por los ciudadanos “pueden aportar beneficios económicos a las personas con bajos ingresos ya que crearían empleos de fabricación, construcción y mantenimiento al mismo tiempo que permitirían a estas personas ahorrar”. Para asegurarse de que estos ahorros acaban en los bolsillos de los inquilinos y no de los dueños de los apartamentos, el plan de acción defiende la creación de cooperativas de energía verde, a partir de asociaciones de inquilinos ya existentes, que ofrecerían a los habitantes de las viviendas sociales una gestión democrática de la producción, del consumo y de los costes de las energías renovables. Del mismo modo que en todos los demás aspectos, en resumidas cuentas, el plan de acción hace especial hincapié en la transformación de las infraestructuras urbanas para luchar contra las desigualdades al mismo tiempo que se afianza la democracia a nivel local.

La lucha a favor de la democracia energética descrita en el Plan de Acción para la zona norte de Manhattan de WE ACT plantea cuestiones fundamentales e ineludibles sobre la organización no solamente de las infraestructuras sino también de las relaciones sociales en la ciudad de los extremos. Una verdadera gestión democrática de la producción y del consumo energéticos — tanto a nivel local como municipal o estatal — solamente será posible si se transforman las reglas de la competencia en el mercado en el que operan entidades públicas como las empresas de energía. De no ser así, la lógica de la acumulación competitiva bajo la cual se obliga a las iniciativas públicas a operar, militará en contra de la justicia medioambiental y social. Para implementar estas numerosas iniciativas progresistas —desde los centros sociales hasta la agricultura comunitaria pasando por los presupuestos participativos— generadas por proyectos de planificación locales como los recogidos en el Plan de Acción de WE ACT, deberá llevarse a cabo una transformación profunda de las relaciones sociales del capitalismo. Como bien dice Naomi Klein:

Nuestra economía está en guerra contra muchas de las formas de vida sobre la tierra, incluyendo la existencia humana. Lo que necesita el clima es que se contraiga el uso de los recursos por parte de la humanidad; nuestro modelo económico responde que para no desmoronarse lo que necesita es continuar con su expansión compulsiva. Solamente es posible cambiar uno de estos dos paradigmas y no será el de las leyes de la naturaleza.

Fuente original: Dissent Magazine

Sobre la autora
Ashley Dawson es profesora de Inglés en la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Este artículo es una adaptación de su libro Extreme Cities: The Peril and Promise of Urban Life in the Age of Climate Change, publicado recientemente por la editorial Verso Books.
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