We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Violencia machista
Mi mejor amiga se suicidó hace 6 años
Mi mejor amiga se suicidó hace 6 años. Abusaron de ella cuando tenía 18. Nunca se atrevió a decir que su amigo la violó porque necesitaba quitarle importancia a estas cosas. Así sobrevivía.
Fueron dos personas y nunca supo ordenar en el tiempo cuándo fue cada uno. Su amigo aprovechó un momento de intimidad y la destrozó para siempre. Me contaba cómo se quedó inmóvil, agazapada en la cama gritando sin voz mientras él se marchó diciéndole que había quedado para ver el fútbol.
El otro fue un compañero. Ella pasaba por una mala racha económica y al salir del trabajo, él se ofreció a hacerle una pequeña compra y llevársela a casa. Su cerebro se bloqueó y solo recordaba las embestidas. No supo lo que había pasado, no recordaba cuándo ni cómo se fue de su casa. Tardó años en ponerle nombre. Pero en el trabajo fueron más rápidos que ella. No volvieron a coincidir y a ella le invitaron a dejar su puesto porque no le pensaban pagar.
Pasaron varios años hasta que leyó una definición de abusos que parecía describir lo que había vivido. Cuatro años hasta que pudo decirlo en voz alta. Nunca lo superó. No creo que estas cosas se superen jamás. La sombra de lo ocurrido le perseguía y aparecía cuando menos lo esperaba. Fueron años de mucha angustia, de luchar contra fantasmas, de vivir en una alerta constante. Tenía miedo de dormir porque todo se reproducía en sueños. Bajo el agua, cuando se duchaba, recordaba la desesperación y el asco con que se frotaba el cuerpo en aquellos momentos, casi intentando arrancarse la piel. Llegó a dislocarse la muñeca al dar un puñetazo en la pared tras verse desnuda en el reflejo de un espejo. De repente, un olor, una imagen, un detalle le llevaba a revivirlo todo una y otra y otra vez.
Intentó superarlo, convivir con ello, ilusionarse. Avanzó. Llegó a ser feliz, disfrutaba de las pequeñas cosas. Siempre sonreía.
A los años volvió a confiar en los hombres, pero con ellos se sentía pequeña, insignificante, que no valía nada, que estaba defectuosa y era una carga. Estaba demasiado rota. Daba igual lo que le dijeran. Esa sombra nunca se desvanecía.
Nunca les odiaste. No podías sacar esa rabia contra ellos. A los años, él te escribió disculpándose. Lo leías y repetias como un mantra. Llegaste a transcribirlo en papel y casi te lo sabías de memoria. Te agarrabas a ello porque era la confirmación que necesitabas. La validación de tus sentimientos. De que no lo habías exagerado y todo fue real.
Este no es un cuento con final feliz. No hay empoderamiento, no hay esperanza, lucha ni fuerza. Con el tiempo he llegado a entender que toda su vida fue una enfermedad que le iba desgastando. Vivir era como estar en cuidados paliativos. La angustia le consumía. Eso no era vivir.