Opinión
Diversidades o reacción
La incompatibilidad entre el feminismo y cualquier forma que pueda adoptar el hecho trans es un tema que lleva apareciendo en los medios reiteradamente desde hace unos meses. Sin embargo, los argumentarios TERF ignoran a propósito que las opresiones no se dan por razón de sexo, género o deseo, sino por la conjunción de las tres en una organización social, política y económica llamada patriarcado.

Hace un mes se publicó en la edición regional de eldiario.es un artículo titulado Drag queer, en el cual su autora, del colectivo Fem Nosotras, lista una serie de argumentos a favor de la incompatibilidad entre el feminismo y cualquier forma que pueda adoptar el hecho trans. Un tema que lleva machaconamente apareciendo desde hace unos meses pero que parece haber eclosionado definitivamente a raíz de los duros discursos escuchados en la Escuela Feminista Rosario Acuña celebrada a principios de verano en Gijón. Gente organizada, con unos dogmas de fe inamovibles dispuestas a reclamar su lugar, su estatus quo frente a la amenaza de las “falsas mujeres” y la teoría queer. No se trata de otra cosa que de importar un conflicto que existía en otras latitudes como en Estados Unidos, donde ha habido graves tensiones entre movimientos feministas y trans, pero que aún no habían llegado a nuestras tierras, asambleas y grupos militantes.
Sus argumentos para ello pasan por una lectura también de tipo dogmático sobre qué es la teoría queer. No quisiera yo con estas líneas negar los fallos, huecos y puntos inconexos que deja una producción académico-ensayística tan amplia como la de los autores queer, pero sí quisiera aventurarme a señalar como fallo principal del argumentario de artículos como el que me ocupa una cuestión obvia: la teoría queer no es una teoría.
Al entender “lo queer” como una doctrina única y no como un cajón desastre inclasificable, es normal afirmar cosas como que “según la teoría queer [y según la biología] no se puede ser mujer trans”. Y es que no es lo mismo Butler que Preciado, ni lo mismo Sáez que Missé. Ni siquiera es lo mismo una Butler que otra Butler, ni cada una de las interpretaciones que de ella surgen.
Basar tus argumentos contra las personas trans en el feminismo en base a la teoría queer tiene además otro fallo de grandes proporciones, y es que lo trans existió mucho antes que lo queer. La teoría queer surge alrededor de los 90 y mujeres trans las encontramos ya en los años 70 (y previamente, también en los años 30 en Barcelona) liderando las primeras manifestaciones por la liberación sexual y la amnistía.
Antes de que se teorizase sobre la cisheteronorma y contra los esencialismos de género con mayor o menor acierto, ya había vidas sometidas al patriarcado en cuerpos distintos (nunca equivocados o incorrectos). A buen seguro nuestra historia negra extremeña tendrá cientos de casos dramáticos en nuestros pueblos. Los argumentarios TERF (como se conoce a estas “feministas”) ignoran a propósito que las opresiones no se dan por razón de sexo, género o deseo, sino por la conjunción de las tres en una organización social, política y económica llamada patriarcado.
Curiosamente, donde aparecen esta clase de argumentos también aparecen los de otros ‘compañeros’, militantes de una cierta izquierda fascinada con “el marxista de Salvini”, Diego Fusaro (quien por cierto se ha manifestado hace poco en contra de las personas trans en un artículo, con argumentos similares a los que utilizan estas “feministas), y con la obra del madrileño Daniel Bernabé. Esta gente viene a criticar las luchas “identitarias”/“culturales” ya que alejan el debate de las cuestiones materiales realmente importante. Es decir, el argumento es que las reivindicaciones de las personas trans por un lado no son materiales y, por otro, distraen a la clase obrera de conseguir su emancipación como clase social. El argumento no es nuevo y encierra una falsa dicotomía competitiva. Nunca nadie explica de qué manera, con qué herramientas una lucha “postmaterial” dificulta o perjudica a la lucha obrera (salvo, claro está, con “la división”, fantasma conjurado siempre que se quieren evitar análisis serios de las causas de una derrota). El binarismo además es tramposo porque ninguna de las llamadas luchas “postmateriales” son meramente culturales. Gerard Coll-Planas explicaba en su libro La carne y la metáfora un caso de un asesinato por homofobia como un ejemplo claro de lo material que puede llegar a ser la opresión LGBTIfóbica.
Esta nueva-vieja izquierda parece acomplejada y busca gurús en cualquier persona de derechas que utilice el bagaje cultural de la tradición marxista. De igual manera que las TERF están utilizando argumentarios próximos a grupos ultracatólicos como Hazte Oír para defender sus posiciones. Y es que ambas operaciones obedecen a un mismo momento histórico de ofensiva ideológica neoconservadora donde hay que hacer entender a la progresía su derrota y que normalice discursos de regresión social y pérdida de derechos.
Nos jugamos mucho y frente a ellos no nos cabe una izquierda derrotada. Y es que, como ha señalado recientemente Santiago Alba Rico, “solo a una izquierda derrotada le puede parecer que la culpa de que no se formen sujetos colectivos revolucionarios es del feminismo o del movimiento LGTBI”.
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