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Periodismo
El frente antifeminista toma las armas
Es profesora e investigadora en el campo de los estudios culturales y literarios.
Una artillería de reacciones antifeministas, anti #Me Too, anti-izquierda y anti-levantamiento del 8 de marzo ha estado llegando últimamente a mi buzón de Whatsapp. Las comento con ustedes, que es más provechoso que enfrentarme sola a los tanques.
Mario Vargas Llosa nos advierte desde “Nuevas inquisiciones” (El País, 17 de marzo) del apocalipsis artístico que sobrevendrá si permitimos que la censura feminista le siga poniendo palos a la rueda de la creación. Ni siquiera la amenaza de una guerra nuclear à la Trump le resulta más sobrecogedora que la de una horda de rabiosas inquisidoras haciendo desaparecer de nuestras librerías el amancebamiento ad infinitum de La tía Julia y el escribidor; y obligando a Humbert Humberr, a punta de lanza amazónica, a devolverle la virginidad a Lolita.
Han transcurrido ya cincuenta años desde la publicación de Sexual Politics —innovador, brillante y radicalmente feminista análisis de la obra de Lawrence, Miller, Mailer y Genet— y, hasta la fecha, ningún “escribidor” occidental ha visto mermada su imaginación literaria, aun la más políticamente incorrecta, por culpa de la incisiva hermenéutica de Kate Millett. Tampoco hemos visto arder sus obras en una hoguera rodeada de ominosos lobos –¿lobas?— de ojos destellantes, como el dibujo que ilustra “Nuevas inquisiciones”.
Importa añadir que Millett, con todo y el éxito editorial de Sexual Politics, no fue ajena a la penuria económica y murió prácticamente en el olvido hace apenas un año. Por el contrario, los autores de Memoria de mis putas tristes y Travesuras de una niña mala, por poner solo dos ejemplos del tipo de novela que Millett habría diseccionado con gusto, han amasado fama y fortuna.
Ya lo dijo Yuri Lotman: la literatura es un gran condensador de valores sociales. Tan importante es que existan esas obras como que haya una crítica feminista que las analice
Vargas Llosa confunde crítica literaria y censura. La primera puede revelar ideologías explícitas o implícitas de la obra literaria sin por ello perturbar la corriente creativa. Ni las críticas postmodernistas sobre la literatura modernista (“totalizante”, “logocéntrica”, “universalista”) ni las del gran Bajtín sobre la narrativa “anti dialógica” de algunos escritores rusos han destruido el interés de los lectores por un Balzac o un Gogol.
Tales análisis “ideológicos”, cuando se hacen desde un ángulo feminista, incorporan la variable del género —sexual, se entiende— y tienen el potencial de sacar a la superficie aspectos misóginos de la obra que no tienen por qué alzarse en juicios sobre la autora o el autor, sino sobre los valores que animan nuestro mundo. Ya lo dijo Yuri Lotman: la literatura es un gran condensador de valores sociales. Tan importante es que existan esas obras como que haya una crítica feminista que las analice. La propia Millett estaba de acuerdo con esta premisa y afirmaba que las descripciones misóginas de la sexualidad femenina de la obra de Henry Miller son sin duda provechosas en cuanto expresión de una “liberación desinhibida, por venenosa que sea”.
La censura es otra cosa. La censura se ejerce desde posiciones de poder político-jurídico, como el que en España dicta, hoy en día, los castigos a titiriteros, poetas y músicos, y que están casi siempre en consonancia con el poder económico e informativo que ejercen, por ejemplo, los monopolios mediáticos.
Se me hace difícil vislumbrar ese horizonte que tan elocuentemente pinta Vargas Llosa en el que las “feministas radicales” ocuparán el lugar de los “sistemas totalitarios, el comunismo y el fascismo” y se lanzarán a la tarea de establecer “censuras severísimas” para “los escribidores y editores” que desafian “la moral y la ortodoxia”. Muy al contrario, lo que las expertas observan estos días es que estamos en un momento de fuertes resistencias e, incluso, regresión en lo que se refiere al progreso de los derechos de las mujeres en el escenario mundial. En otras palabras, la balanza del orden mundial se inclina más hacia la distopía de El cuento de la criada que hacia la de una sociedad tiranizada culturalmente por las feministas.
Pobres blancos oprimidos
No acaba de aterrizar en mi buzón “Nuevas inquisiciones” cuando me envían una viñeta y un artículo de El Mundo que, juntos, forman un díptico perfecto.
La viñeta es de Dixon Díaz, un dibujante cubanoamericano cuyos personajes “hablan” en inglés. Con o sin permiso, alguien se ha apropiado de la ilustración y ha adaptado el diálogo al contexto político español: dos jóvenes, mujer y hombre, dialogan. Él declara que las mujeres no tienen derechos y que hay que ahorcar a los homosexuales. Ella lo llama facha, pepero y opusino (en el original, le achaca ser del partido republicano estadounidense). Él, entonces, se identifica como musulmán. Ella se apresura a pedir disculpas, preocupada por que el joven la tome por islamófoba.
La conversación recoge ciertas quejas de la derecha política (la de allende los mares y, por inspiración o imitación, la española) que vienen de antiguo y en las que abunda el artículo “Tranquilas, chicas”, de Cayetana Álvarez de Toledo (El Mundo, 17 de marzo): a saber, que la política identitaria (la que reclama soluciones políticas que tengan en cuenta las diferentes formas de opresión) practica una doble moral: es implacable con el hombre blanco privilegiado, pero es “buenista” con los grupos marginales, aceptándoles de buena gana desde la homofobia hasta la violencia de género.
Para fundamentar sus acusaciones, Álvarez de Toledo se hace eco, sin nombrarlas, de algunas opiniones vertidas estos días en los medios británicos sobre el caso de las niñas abusadas y explotadas sexualmente desde los años 90 en la comunidad de Telford, Inglaterra.
Comienza desenmascarando “sin eufemismos” a los victimarios de las niñas, que no son “asiáticos”, dice, sino “pakistaníes, musulmanes”. En la asociación pakistaníes-musulmanes-agresores sexuales hay una relación causa-efecto implícita que la autora no utilizaría en el caso de curas españoles-católicos-pedófilos, por mucho que la pedofilia de la curia católica se haya revelado, en los últimos años, como un crimen de proporciones epidémicas.
Si, como Álvarez de Toledo dice, es crucial estudiar los vínculos que existen entre ciertos grupos —léase culturas, religiones, etnias o razas— y los crímenes de violencia sexual, habrá que incluir en ese estudio la relación entre la religión católica y la pedofilia. Si, por el contrario, nos inclinamos hacia la hipótesis, muy extendida entre los católicos, de que el abuso sexual que cometen los creyentes no es consecuencia directa de su cultura y de su religión, entonces no podemos culpar a unos —los musulmanes— y exonerar a otros.
Álvarez de Toledo, haciéndose eco de la prensa amarillista británica, alega que la policía no investigó los abusos por temor a ser acusada de racismo (el mismo temor que muestra la joven de la viñeta de Dixon Díaz) y lo ilustra con lo que parece una cita literal de las palabras del cuerpo policial: “¡A casa y a callar!, que ellas son putitas y a nosotros nos llamarán racistas”. La exclamación, sin embargo, es cosecha de la autora. En el artículo del Sunday Mirror que le sirve como fuente, se dice una sola vez que las autoridades “no mantenían registros detallados de los abusadores por temor al 'racismo'”, sin informar de la procedencia de este dato.
En contraste, la investigación de la BBC explica el silencio de las autoridades como la consecuencia, no del miedo a las acusaciones de racismo que podrían caer sobre la policía, sino de la percepción que las autoridades tenían de las jóvenes y de su conducta “alborotadora”. Los medios de comunicación contribuyeron a esta percepción refiriéndose a ellas como las “novias” de sus abusadores. Es decir, la explotación se explicó como el resultado de la conducta irresponsable y provocadora de las víctimas. Teniendo en cuenta que los cacheos policiales de los grupos minoritarios en Inglaterra son cuatro veces más frecuentes que los de los blancos, esta explicación tiene mucho más sentido que la de un cuerpo policial atemorizado por acusaciones de racismo.
El caso Telford le sirve a Álvarez de Toledo, no solo para extender la acusación de doble moral a la “hipertrofiada progresía política” española, sino para sumarse al descontento masculino con el movimiento #Me too. Señala con dedo acusador a la lista de mujeres célebres y bellas obsesionadas con el milímetro de la rodilla que un compañero de trabajo les ha tocado, pero indiferentes hacia “estas chicas lumpen violadas por musulmanes”.
Me parece claro que el artículo de la que fuera figura ascendente del PP está más interesado en desautorizar el feminismo de un brochazo que en aportar ideas al debate sobre los distintos grados de vulnerabilidad de las víctimas de abusos sexuales y sobre la responsabilidad del movimiento feminista hacia todas ellas.
Es innegable que el movimiento #Metoo ha despertado una ola de rabia y de denuncias proveniente, en su mayoría, de un grupo de mujeres blancas de clase media alta. Como en la segunda ola feminista de los años 70, el solipsismo de esa estrecha mirada de clase social y de raza se tiene que corregir. Ya se está corrigiendo.
La revisión ha partido del propio movimiento cuando se ha hecho consciente —mejor dicho, cuando lo han hecho consciente— de sus puntos ciegos. La persona que inició #Me too no fue Alyssa Milano, actriz blanca, sino Tarana Burke, activista comunitaria, negra y víctima de abusos en su infancia. #Me too no nació en 2017, sino en 2007. Burke trabaja desde entonces con comunidades de color y dirige el Brooklyn-based Girls for Gender Equity para la concientización y educación sobre acoso y asalto sexual.
La propia Milano se puso en contacto con Burke al conocer la existencia de ese otro #Me Too, más antiguo y totalmente dedicado a las mujeres y niñas de las comunidades más castigadas. Ahora Burke ha aparecido en casi todos los medios importantes y en la portada de la revista Time como la fundadora del movimiento. La conversación continúa: transexuales, mujeres inmigrantes, hombres gay. Ocho de las grandes mujeres célebres que asistieron a los Oscar decidieron ir acompañadas por una activista de color. Es solo un gesto, pero un gesto con contenido.
El camino de esta conversación en ciernes lo marca la propia Burke: “#MeToo no es solo un movimiento para las mujeres blancas y cisgénero,” dice. “Lo que somos es una comunidad global de supervivientes comprometidas con la curación individual y comunitaria”. Sería buena cosa que Álvarez de Toledo se uniera a esta comunidad.
Grijelmo y su enigma
Y vamos con el último comentario. En “El enigma de los dos padres. Algunas claves para no sentirse machista ante un ingenioso acertijo” (El País, 17 de marzo), Álex Grijelmo se propone desautorizar uno de los varios juegos, adivinanzas y eslóganes que corre por las redes desde la exitosa huelga del 8 de marzo. El acertijo en cuestión plantea una situación figurada en la que un padre y un hijo sufren un accidente, el padre muere, el hijo necesita una operación y la “eminencia médica” que lo tiene que operar no puede hacerlo porque el accidentado es su propio hijo.
En un desconcertante ejercicio tautológico, Grijelmo conforta a todos los que no dieron con la respuesta correcta diciendo que no ha sido por haber interiorizado formas sexistas de pensar, sino porque el acertijo rompe con las reglas de la comunicación leal ¡al silenciar el dato de que la eminencia es la madre! No sé si Grijelmo piensa que todas las adivinanzas son tramposas, lo que sí sé es que un acertijo que te da la solución no es un acertijo.
Para mayor consuelo de los errados, añade Grijelmo que los seres humanos asociamos el significado de una palabra con la “experiencia más intensa” que de ella hayamos tenido. Aquí la lectora ha de leer entre líneas lo que el autor no se anima a poner en palabras: al haber más eminencias-médicas-hombres que eminencias-médicas-mujeres, nuestra percepción de la palabra “eminencia” está sobredeterminada. Sin embargo, poco peso podemos otorgarle a este razonamiento cuando escuchamos las explicaciones disparatadas o los razonamientos malabares con que la gente intenta resolver el enigma.La experiencia comúnmente asociada a esa palabra, “eminencia”, en modo alguno puede haber condicionado esas extrañas respuestas.
Termina Grijelmo su análisis con una verdad de Perogrullo que, sin embargo, él y yo entendemos de dos maneras diferentes. Dice: no es la lengua, sino la realidad, la que es sexista. Y con ello quiere decir: hasta que no haya más cirujanas eminentes, la gente seguirá sin acertar la adivinanza. Es obvio que es la realidad la que es sexista, pero no por no contar todavía con más cirujanas –que también— sino por “borrar” de nuestro campo cognitivo a las que ya hay. Este “borrado” es la “intensa experiencia” que nos conduce a pensar en un sacerdote-papá, por citar una de las soluciones que suele darse, antes que en una experta cirujana, madre del niño al que, por razones afectivas y profesionales, no puede operar.
Concluyo con otro acertijo, pero este lo resolverán ustedes sin dificultad. Mis hermanas y hermanos hemos formado un grupo de Whatsapp cuyo propósito es repartir las tareas que conlleva el ocuparse de una madre y un padre necesitados de más cuidados que antes. En los intercambios de este grupo, las hermanas les hemos reprochado a los hermanos más de una vez su falta de disponibilidad. Adivinen mis lectoras —plural inclusivo— quiénes mandaron la viñeta y los artículos que he comentado. Lo personal es político.
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Este tipo de artículos es el que no aparecerá en El Salto... pese a ser un debate extremadamente relevante: el abandono, por parte de la izquierda y de los movimientos sociales, del intento de cambiar las bases económicas de la realidad. Y su sustitución por un juego de identidades inocuo para el capitalismo.
https://disidentia.com/juan-soto-ivars-un-hombre-blanco-y-heterosexual-se-considera-opresor/
Os apoyé cuando creasteis Diagonal. La de veces que me he arrepentido. Sois cada vez más sectarios. Cuanto echo de menos aquel Molotov en el que se podían leer artículos críticos, no predecibles. Os habéis convertido en una ONG identitaria sumisa con el poder y que agita a los pocos activistas que quedan hacia enemigos imaginarios.
Y acaba con la típica soflama dogmática y hembrista de ¨lo personal es político¨... Hay que rebelarse contra éste nuevo puritanismo y ésta inquisición de lo políticamente correcto. Temo por la destrucción progresiva de la civilización llevada a cabo por la tendencia posmoderna, progrezombie y hembrista...
Parece que sólo has leído la última frase, bien, aunque sea de a poco quizá con el tiempo aprendas algo
¿A leer? Demasiado tarde, esta gente le dio muerte a la inteligenci tiempo atrás. Han sido atropellados por la modernidad.
Copiando los peores vicios de la vieja derecha. Paternalismo, caza de brujas, pánico moral... Qué triste.
Excelente artículo. Imagino que si lo leyera Vargas Llosa le explotaría la cabeza. Tan sólo comentar que a mí también me llegó el susodicho acertijo y que fallé. Me resultó curioso darme cuenta de que pese a que eminencia (así como excelencia) son vocablos femeninos (y que de rastrear su etimología estoy seguro de que nos encontraríamos con alguna antigua diosa que representaba tales virtudes) la mayoría fallásemos el acertijo. Sin embargo creo que el acertijo mismo se desliza por la pendiente del prejuicio de género dado que, pese a que pone de relieve nuestra inercia a invisibilizar la excelencia de mujeres en campos de elevado prestigio, coloca a esa mujer virtual en una tesitura en la que es vencida por los sentimientos, es decir, la vuelve a empujar hacia la zona psicológica tradicionalmente asignada a las mujeres. (y que conste que no estoy afirmando la superioridad de la razón fría sobre el sentimiento o negando la conveniencia de que, en muchos casos, fuera el afecto el principal motivo de una acción).
Da miedo ver lo fácil que les resulta a estos reaccionarios darle la vuelta al tema. Buenísima subtitulada foto del Cortesano Vargas Llosa
Estupendas reflexiones. Respuesta al acertijo: tus hermanos (como los míos)