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Música
Franco Battiato y ‘La voce del padrone’: el sonido de la nueva Italia
Franco Battiato es un ser polimorfo que, a lo largo de seis décadas de éxtasis creativo, se ha desdoblado en tantas variables de sí mismo que resumirlo en una entidad única siempre será una labor acotada a una pregunta sin respuesta: ¿quién es Battiato?
Turbado por la praxis del cambio como forma de supervivencia, Franco Battiato es un ser polimorfo que, a lo largo de seis décadas de éxtasis creativo, se ha desdoblado en tantas variables de sí mismo que resumirlo en una entidad única siempre será una labor acotada a una pregunta sin respuesta: ¿quién es Battiato?
Capaz de metamorfosearse de la canción ligera italiana a una suerte de krautrock mediterráneo, durante sus primeros años de conocimiento se convirtió en uno de los cabecillas que lideraron la eclosión de una Italia inflamada de refrescantes aires progresivos y los experimentos más alucinógenos en terreno arty.
Dentro de esta segunda rama, Ennio Morricone no solo estaba sembrando las películas de Sergio Leone de una épica fronteriza borracha de invenciones en los arreglos, sino que también había formado parte de The Group, autores de The feedback (1972), uno de los ecos más audaces que hayan surgido jamás del Miles Davis eléctrico.
Desde una vía más costumbrista, el tótem de la canción transalpina Lucio Battisti se aventuraba en Anima latina (1974) a la recreación de una simbiosis italo-latina de proyección hipnagógica y espíritu post-punk.
El país vibraba con tremor espeleólogo. Y con tal fin, Battiato se sacó de la manga una terna de obras que exterminaron la franja entre sueño y subconsciente. Fetus (1972), Pollution (1972) y Sulle corde di Aries (1973) definieron la segunda etapa del derviche italiano, que en 1980 publicaba Patriots, la culminación de su giro hacia una versión autóctona de new wave arábiga y barroca.
Ese mismo año se afianzó su asociación con el arreglista Giusto Pio, con quien compuso las nueve canciones de Capo Nord (1980), el álbum con el que la cantante Alice afloró como banco de pruebas de la deriva synth-pop que manaba en la mente del hijo pródigo de Catania.
Canciones como “Lenzuoli bianchi” y “Una sera de noviembre” quiebran las distancias entre tradición y contemporaneidad, punto de rotación de La voce del padrone (1981), el disco con el que, tal como expresa Antonio Galván —el hombre tras Parade—, “representa la culminación del giro pop que inició Battiato después de haber sido cantautor y músico progresivo en los años 70. Fue probando con L’era del cinghialebianco en 1979 y Patriots en el 80, hasta dar en el blanco pop, tal como lo entiende él, con esta serie de siete canciones que lo harán muy reconocido en Italia y en Europa”.
“¿Cómo —se pregunta Galván— un señor de apariencia estrafalaria, delgadísimo, con esa nariz superlativa y con melodías de arreglos tecno-chirriantes consiguió el éxito masivo? En primer lugar porque las canciones eran tremendas. Ese estribillo de “Centro de gravedad permanente” es pura gominola sesentera. En segundo lugar, por sus letras sofisticadas, que encandilaron a los enteradillos de la época tanto como a la gente normal. Pero de esa empanada mental lo salva su sentido del humor, que yo creo que lo tiene, y mucho”.
“Y por último —concluye el músico murciano— porque era 1981, lo tengo clarísimo. Hoy no se come un colín. Había una apertura de miras, tanto por parte del público como de los ejecutivos de las discográficas, que hicieron posible que este señor y su música triunfaran hasta incluso representar a Italia en Eurovisión en 1984 con una canción tan preciosa como “I treni di Tozeur”. Qué envidia”.
No cabe duda de que Antonio Galván mimetizó con dotes de nigromante esta etapa de Battiato en su cancionero. Un extraterrestre de los pocos que, en estos tiempos de igualitarismo a la baja, aún es capaz de regalarnos continuos brotes de singularidad. La misma que hace de “Centro di gravità permanente” un milagro pop donde la geometría emocional emerge a través de su devoción por la ciencia. Al igual que Vainica Doble, el italiano era capaz de armar estribillos atemporales a partir de “centros de gravedad permanente”.
Lo que también le unía a las inimitables Carmen Santonja y Gloria Van Aerssen era su arrojo por expresar el rechazo hacia las corrientes contemporáneas. En el caso de Battiato, aseguraba que no soportaba “los coros rusos, la falsa música rock, la new wave italiana, el free jazz punk inglés. Tampoco la negra africana”.
Un corte como “Centro di gravità permanente” no solo inspiró a Hombres G en su estribillo de “Venecia”, sino que mezcla coros operísticos, tapizados synth-pop y arreglos de textura soft-rock. Battiato confunde culturas ancestrales y dialectos pop en una playa amontonada de relojes de arena a la deriva.
Amontonada en esta orilla, también fluye la saudade tecno de “Summer on a solitary beach”, donde nos hace creer que estamos tumbados al sol en un paraíso gratamente baldío de radios infectas de discursos políticos vacíos y adoctrinadores.
En cuanto a “Bandiera bianca”, nos topamos con un fiel reflejo del uso mordaz que siempre ha hecho de la ironía como arma arrojadiza. En este caso, contra los consensos de gusto forjados por la corporación del pop, hacia la que enfoca la mirilla mediante versos como “A Beethoven y Sinatra, prefiero la ensalada. A Vivaldi, uvas pasas, que me dan más calorías”.
Dichas palabras también son entonadas por Jose Lozano en su brillante versión como Murciano Total. A este respecto, Lozano cuenta a El Salto que “posiblemente “Bandiera bianca” sea mi favorita del disco, aunque cada vez que lo escucho, cualquiera se convierte inmediatamente en mi canción favorita”.
“Lamentablemente —evalúa— esta canción sigue tan vigente como en el año en la que se compuso. En ella, Battiato, aunque con mucha ironía, arremete contra la industria musical y con la sociedad conformista y acrítica, donde la carrera por el dinero y el bienestar parecía la única felicidad posible”.
“Battiato presentaba la canción en los escenarios sobre un escenario electoral con megáfono, rodeado por un grupo de madrigales que hacían los coros. No dejéis de buscar en internet —recomienda— su actuación en el festival de Venecia de 1987 para ver el genio que ha sido y es”.
El sarcasmo vuelve a arreciar con fuerza en el estribillo sideral de “Gli uccelli”, otro de los casos por los cuales La voce del padrone no es un simple ejemplo de colección impepinable de singles, sino un instrumento sin igual de bipolaridad pop: cuanto mayor es el poso crítico de su retranca, más bello es el vibrato de sus cuerdas vocales.
Tal inercia es aplicable a la cadencia melosa con la que timonea “Cuccurucucù”, al embelesamiento barroco en el que mece el estribillo de “Segnali di vita” o al regio tono mercurial con el que filtra versos como “es bellísimo perderse en este milagro, los deseos míticos de prostitutas libias, el sentido de la posesión que fue pre-alejandrino” en “Sentimiento nuevo”.
Bajo semejante crisol de ínfulas filosóficas fue concebido La voce del padrone. Una suerte de música popular inteligente capaz de convertirse en el disco más vendido en Italia hasta aquel momento, con más de un millón de copias despachadas. Sin duda, una quimera que traduce la nostalgia por los 80 en un ideal de cómo recuperar aquel pulso, el de una música que era tan libre como falta de prejuicios.
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Buen artículo, vaya que sí. Tan sólo me gustaría saber, ¿qué sarcasmo se saca de "Gli ucelli"? Porque para mí siempre ha sido un bellísimo canto a la libertad y a la naturaleza, representadas en los pájaros...pero no veo el sarcasmo por ningún sitio :-/
me encanta la conclusión del final, que tambien se dice mas arriba:
la democratizacion y apertura de miras por parte de discograficas y de los propios artistas ante la imposibilidad tender hacia la autogestion (como pretendian algunos grupos "indies" empezando por los Buzzcocks) por aquel entonces. Esto explica como fue coaptada la movida española a mediados de los 80, o el grunge americano a principios de los 90, o incluso el britpop a finales del 90, y asi
Ed e bellissimo perdersi nel suo incantessimo...
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