Juicio del 1 de Octubre
Jóvenes y cabreados
De la resistencia pacífica contra la vulneración de derechos a la protesta más virulenta, hablamos con la generación que más ha hecho notar su frustración en Catalunya por la sentencia de prisión contra políticos y activistas independentistas.

Barcelona, hogueras en la calle y jóvenes encapuchados gritando. Si sólo mirásemos a lo que muestran los principales medios de comunicación del país o lo que se ladra en Twitter la impresión sería que la capital catalana está en llamas, en una situación generalizada de caos perpetuo, en la nueva Roma de un nuevo Nerón.
Sin embargo, casi una semana después de que el Tribunal Supremo dictase sentencias de hasta 13 años de prisión contra los líderes políticos y activistas cívicos por la independencia, la situación está lejos de esos incendiarios titulares que calientan una campaña electoral ya rociada de gasolina. La indignación existe. Y es que la sentencia sienta una peligrosa jurisprudencia de considerar sedición toda resistencia pacífica a la autoridad, una flagrante vulneración del derecho democrático de protesta.
El movimiento independentista catalán siempre ha congregado a gente de distintas generaciones y perfiles ideológicos entre sus filas, pero en los últimos días, y con las protestas, se ha visto un movilización importante de los más jóvenes. Estos, como no podía ser de otra manera, tampoco son un colectivo homogéneo.
El día, pacífico
Desde el lunes, cuando se conoció la sentencia, Barcelona y toda Catalunya han vivido protestas diarias. Algunas han terminado con disturbios, imágenes de barricadas en llamas y cargas policiales. El día es festivo; la noche, más problemática. “Hay gente comprometida y otros que parece que van a emborracharse”, cuenta Miquel, que vivió de cerca las cargas policiales del miércoles alrededor de La Monumental.
En los últimos días, y con las protestas, se ha visto un movilización importante de los más jóvenesPero todas empiezan y transcurren de otra forma muy distinta. En el centro de las concentraciones charlas y cánticos por la liberación de los presos. Más a fuera, gente jugando con pelotas, haciendo unas cervezas e incluso coreografiando el baile de ‘La Macarena’. El ambiente es casi de fiesta universitaria. Anna tiene 16 años y está en época de exámenes. Aunque media clase no ha ido, ella sí. “Hemos venido aquí porque no queremos la acción violenta que habrá en las calles donde hay gente de ultraderecha”, explica.
Sentada en el suelo, charla con Guillem, también de 16 años. El lunes fue al aeropuerto y el miércoles a Gran Via con Marina. “En el momento más ‘heavy’ de las cargas nos tuvimos que apartar y decidimos irnos”, asegura. Las protestas son también una oportunidad para reunirse con los amigos. Encuentros de los que se informan por canales de Telegram como Anonymous Catalonia (145.600 suscriptores), asociaciones de barrio e Instagram. “Todo el mundo cuelga lo que pasa y así sabes donde ir”, dice Anna.
Noche de caos
La situación siempre se agudiza cuando cae la noche. A Carlos le molieron el brazo a porrazos. El martes por la noche regresaba a casa de la manifestación cuando los Mossos convirtieron el Passeig de Gràcia en una ratonera. “Me apalizaron, me tiraron al suelo y me golpearon con la porra en la espalda, los brazos y las piernas mientras me gritaban «¡Vete a tu República, hijo de puta!»”, explica, mientras muestra un codo deformado por la hinchazón. A sus 30 años, asegura que nunca va a manifestaciones, pero que decidió que “no podía aguantar” sin salir a protestar contra un gobierno que considera “fascista”. Aunque ese día había barricadas quemando, explica, “la mayoría solo estábamos mirando”.
Percibido como violencia por unos o como autodefensa por otros, el uso de material público en los choques con la policía es un debate presente entre estos jóvenes. Aunque aseguran que ellos “no reaccionarían así”, Maria y Aniol, de 19 años, entienden la decisión de quemar contenedores y señalan a la policía como responsables de los altercados. Todos los entrevistados coinciden.
Respuesta contra la policía
La acción de los últimos días ha sorprendido tanto a la Generalitat, como a Òmnium y ANC, las organizaciones que hasta hace días organizaban unas protestas pulcramente pacíficas. Sin embargo, aunque minoritaria, hay una parte ruidosa de los manifestantes que se ha independizado del civismo del ‘procés’. El ‘president’ de la Generalitat, Quim Torra, habló de “infiltrados”, pero la realidad parece ir más allá.
Un grafiti en la pared que resume la frustración del núcleo duro de los protestantes: “Nos habéis enseñado que ser pacíficos no sirve de nada”
El estallido de frustración empezó contra la sentencia del Tribunal Supremo pero se ha ido transformando en una respuesta a los documentados abusos tanto de los Mossos d’Esquadra del conseller Miquel Buch como de la Policía Nacional del ministro Grande-Marlaska. Aún más después del viernes. Tras otra jornada de civismo ejemplar en la que una marea independentista de hasta 850.000 personas —según la organización—han desbordado las cuatro capitales de provincia catalanas con marchas profundamente pacíficas, el fuego de la protesta prendió con una nueva carga contra un millar de jóvenes que protestaban sentados en Via Laietana.
La noche degeneró en un tenso tapón en Plaça Urquinaona que se convirtió en una batalla campal. De nuevo, eran muchos los que hacían acto de presencia con cánticos y pocos —aunque cada día más—los que se enfrentaban a la policía a primera línea.
Enric, de 20 años, es uno de ellos. Junto a dos compañeros, que le daban agua para calmar el picor de ojos provocado por el gas pimienta, arrancaron adoquines de la calle, los rompieron y los llevaron al frente para utilizarlos como proyectiles. “Soy español criado en Cataluña. Ni separatista del CDR, ni nacionalista, pero lo único que no permitiré jamás es que le hagan esto a mi pueblo”, explica.
Según este joven, la solución pasaba por un diálogo entre ambas partes, pero, ante la falta de respuestas políticas, ha optado por expresar así su cabreo contra “la falta de democracia de este puto país”. La noche termina con 33 detenidos y 90 heridos (entre los cuales periodistas) y un grafiti en la pared que resume la frustración del núcleo duro de los protestantes: “Nos habéis enseñado que ser pacíficos no sirve de nada”.
Esa respuesta no gusta a muchos de los manifestantes. “Hay jóvenes excitados, que piensan que la noche es suya y la adrenalina hace que se les vaya la cabeza”, explica Miquel, que estuvo en la primera línea de los altercados del miércoles. Carlos decidió irse de los del martes al ver que la concentración se había convertido en una “rave”. Núria, de 26, también ha protestado estos días, pero denuncia situaciones de “espectáculo gratuito” como cuando vio, asegura, a dos jóvenes quemando un contenedor en una calle “donde no había nadie” para acto seguido sacar una cámara reflex y sacarse fotos haciendo la ‘peineta’.

Crítica a los medios
La concentración juvenil en Passeig de Gràcia y Jardinets del jueves estuvo marcada por el tono lúdico y festivo. Sin embargo, la protesta vivió sus primeros momentos amargos cuando las televisiones entraron en directo. “Prensa española, manipuladora”, clamaban cientos de personas. Algunos lanzaron pelotas de plástico y latas de cerveza a los periodistas que cubrían la jornada. Otros se quejaron y pidieron a los demás que parasen.
El grito, ya habitual, es tan reduccionista como impreciso, pero, de nuevo, muestra el enfado por un trato mediático que consideran injusto y criminalizador. “Son bastante hijos de puta”, decía Chema Crespo, director general de Público, en una de las habituales tertulias incendiarias de ‘Espejo Público’. Mientras el miércoles gran parte de los medios de comunicación se centraba exclusivamente en la quema de contenedores y en el ‘frame’ de la violencia, el jueves denominaban “partidarios de la unidad de España” y “constitucionalistas” a conocidos fascistas y neonazis que camparon por Barcelona con cuchillos, bates de beisbol y cantando el ‘Cara al sol’ brazo en alto.
Esto también llega a esos jóvenes. “El problema es que magnifican cosas pequeñas”, explica Aniol, presente en ese puntual lanzamiento de objetos a la prensa. “Sean de la cadena que sean deben poder grabar”, discrepa María. Ambos van con una ‘estelada’ ligada al cuello y se sienten contrariados por la sentencia de prisión contra los líderes independentistas. Pacíficamente, como hasta ahora, seguirán protestando. “Iremos donde tengamos que ir”, remarcan. Enric opta por otra vía: “Si ellos nos atacan, nosotros atacaremos más fuerte”.
“Cuando esto acabe tendremos que estudiar de cerca esta generación”, explica la politóloga Sonia Andolz. “He visto nervios, angustia y rabia contenida. Gente muy joven: algunos independentistas, plenamente conscientes y convencidos desde el principio y otros que sienten que no les hemos tenido en cuenta y lo expresan así”.
Redes sociales
Selfies, posados y barricadas
El posado con una barricada de fondo convierte a la barricada en un teatro, en un lugar de recreo, en un lugar de estatus, en una realidad paralela.
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