Crisis climática
El Green New Deal puede y debe ser global II
La crisis climática, cada vez acuciante, está acentuando unas desigualdades pre-existentes tanto en un plano doméstico como internacional. Las desigualdades de raza, de clase y de género juegan un papel clave en la recuperación tras una catástrofe natural, lo cual también se puede aplicar en una comparativa entre los llamados países del Primer Mundo y los más empobrecidos.

Artículo publicado originalmente en The Global African Worker.
Viene de la primera parte.
Los países ricos deben dar un paso adelante
La conexión causal entre cambio climático y meteorología extrema es evidente. La necesidad de una ambiciosa acción climática tanto por parte de los países ricos como de los pobres está fuera de toda duda. Esta implica planificar una respuesta sostenible ante las crisis por venir, aumentar la resiliencia contra el cambio climático por medio de la adaptación y reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero.
Y aquí llega el interesante debate sobre quién debe responsabilizarse. En la Cumbre de Río de Janeiro de 1992, el primer acuerdo climático afirmaba que los países ricos deberían ser quienes lo hicieran.
Todas las partes habrían de proteger el clima para el beneficio de las generaciones presentes y futuras, siguiendo el principio de la equidad y de acuerdo con las responsabilidades comunes pero diferenciadas, y con sus respectivas capacidades. De tal manera, los países enriquecidos liderarían la lucha contra el cambio climático y sus afectos adversos.
El acuerdo climático firmado en París en diciembre de 2015 volvió a confirmar esto: mientras que todos los países tienen la obligación de actuar, los del Primer Mundo son especialmente responsables de reducir las emisiones globales y afrontar los costes de los desastres climáticos. Por desgracia, el propio acuerdo, que se basa enteramente en cláusulas voluntarias como las Contribuciones determinadas nacionalmente (NDCs por sus siglas en inglés), no recoge ningún mecanismo que las obligue a ello. De acuerdo con ciertos análisis de la sociedad civil, las NDCs de los países occidentales caen significativamente por debajo de lo que supondría un reparto justo de la acción climática.
La necesidad de una ambiciosa acción climática tanto por parte de los países ricos como de los pobres está fuera de toda duda. Esta implica planificar una respuesta sostenible ante las crisis por venir, aumentar la resiliencia contra el cambio climático por medio de la adaptación y reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero.
Pese a esto, Donald Trump insistió en que el Acuerdo de París era “injusto” hacia los Estados Unidos. Aunque la Administración Trump ha confirmado la marcha de los EEUU del acuerdo, que se hará efectiva en noviembre de 2020, el Partido Demócrata se ha posicionado en contra de esta. Y la situación actual, que ha obligado a la postergación de la COP26, solo aporta mayores incertidumbres.
Tanto por sus emisiones per cápita actuales como las históricas, los Estados Unidos guarda una gran responsabilidad ante la emergencia climática. Desde el primer uso de los combustibles fósiles en 1750 hasta 2017, este país ha emitido 399 mil millones de toneladas de dióxido de carbono, casi el doble de los 200 mil millones emitidos por China. Alemania, el Reino Unido e India han contribuido 91, 77 y 49 mil millones, respectivamente, mientras que el continente de África ha aportado solo 43 mil millones. Our World in Data, un proyecto de Global Change Data Lab, ha aportado unos gráficos muy útiles.
En cuanto a dióxido de carbono emitido per cápita, y solo con la excepción de países del Golfo Pérsico tales como Arabia Saudí o Qatar, los Estados Unidos también lideraron el ránking mundial en 2017, con 16,24 toneladas por persona anualmente. Le sigue Japón con 9,45; Sudáfrica con 8,05; y China, con 6,98. En el otro extremo, la mayoría de países africanos, salvo por los que producen petróleo, contribuyen menos de media tonelada per cápita.
Sea bajo la etiqueta de Green New Deal o no, cualquier avance en los Estados Unidos por reducir el uso de combustibles fósiles y por acelerar la transición hacia las energías renovables tendría un importante impacto a nivel global. Para el activismo climático estadounidense, el mayor imperativo es cambiar la política de su país. Y a su vez, colocar todos sus esfuerzos en un contexto global y reconocer las iniciativas de los/as activistas en todo el mundo.
Continúa en la tercera parte.
Traducción de Raúl Sánchez Saura.
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