We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Derechos Humanos
El racismo mata (antes y ahora)
La mortalidad de la población negra sigue siendo entre un 20 y un 30% superior a la de la población blanca.
El racismo mata. El racismo mata, y lo lleva haciendo mucho tiempo. Y el racismo no solo mata desde que el “imperio” español empezó a saquear América y a crear las estructuras que disminuyeron en centímetros y centímetros la altura de las poblaciones indígenas, o desde que las minas de oro de los afrikáneres (colonos holandeses) mataban de neurosífilis a la población negra de Sudáfrica.
El racismo mata aquí y ahora. El racismo mató a Mame Mbaye, aunque algunos se rían de que “ahora resulta que los infartos también son fachas”. Es muy obvio para mi decir esto, como alguien que lleva casi cinco años viviendo en un país con mucho racismo (EE UU), en un país que ha estudiado mucho el racismo y sus consecuencias en la salud de las personas racializadas.
Estudiar el racismo en España tiene sus retos. Para empezar, no recolectamos con asiduidad datos de salud en personas racializadas. Como mucho, para los certificados de muerte, recolectamos datos de país de origen. En algunos casos, estos países de origen pueden ser un buen indicador de racializacion, pero no siempre. Esto es especialmente acuciante en personas que vienen de América Latina, donde el racismo impera tanto como aquí, sacrificando las vidas de afrobrasileños, afrocolombianos o, en general, de todas las poblaciones indígenas de todo el continente (mayas en Guatemala, quechuas en Perú).
Quien es capaz de cruzar el Sahel y sobrevivir al paso del estrecho no es precisamente alguien enfermo
Pero es importante considerar que el racismo va más allá de la xenofobia. Y esto es algo difícil de separar en España, país donde la inmigración de personas racializadas es relativamente reciente y donde, por tanto, separar xenofobia de racismo es especialmente complicado. En salud esto es especialmente importante, debido a lo que se conoce como la paradoja del migrante sano: en comparación con la población de “acogida” (con muchas comillas esto de acogida), la salud de los migrantes (especialmente los migrantes económicos) suele ser mucho mejor. Esto se debe a un simple sesgo de selección: quien es capaz de cruzar el Sahel y sobrevivir al paso del estrecho no es precisamente alguien enfermo, y dado que de forma natural las poblaciones de acogida sí que contienen gente enferma, la salud de los migrantes suele ser, de forma basal, mucho mejor que la de los nativos.
Esta es una de las razones por las que desde un punto de vista utilitarista negar el acceso a la atención sanitaria a los migrantes no tiene sentido alguno (más allá de que, desde un punto de vista de personas con un mínimo de humanidad, no tenga nada de sentido, pero esto ya es otra cosa). En definitiva, como los migrantes, por el hecho de haber sido capaces de ser migrantes, tienen mejor salud, es muy difícil diferenciar entre los efectos de la migración y los del racismo.
Por ello resulta de extrema utilidad ver los ejemplos de países con múltiples generaciones de migrantes, donde ese efecto de selección ya se pierde y solo nos queda el racismo puro. Para ello, solo quiero contar de manera muy breve la historia de la salud en Estados Unidos entre personas racializadas como blancos —ahora mismo, en general, los europeos; el hecho de que, hasta el siglo XX, en este grupo no entraran irlandeses, italianos o judíos en general lo dejamos para otro día— y personas racializadas como afrodescendientes, o negros. Este último grupo fue transportado a este país de manera forzada mediante el tráfico de esclavos transatlántico durante el siglo XVIII y XIX. Con la esclavitud abolida en 1865, tras una guerra civil, este mismo grupo de personas adquirió derechos que duraron bien poquito, cuando la doctrina de “separados pero iguales” genero un siglo de desigualdades en acceso a vivienda, educación, etc. Aun con la abolición legal de esta segregación —en muchos casos ejecutada oficialmente por el Estado—, muchas diferencias perduran —porque la clase social se hereda, aunque los cromosomas no tengan nada que ver—, y vivimos en una sociedad más segregada que nunca.
Hace 50 años, la esperanza de vida en la población negra era siete años inferior a la de la población blanca, y esta diferencia se mantuvo estable hasta los 90, cuando empezó a disminuir. En la actualidad “solamente” hay entre tres y cuatro años de esperanza de vida de diferencia entre la población blanca y la población negra. Nos sorprendió cuando Manuela Carmena afirmó que en algunos barrios de Madrid, la esperanza de vida era de ocho años más respecto a otros. Pero hay barrios de Baltimore (a 2 kilómetros de mi casa) con una esperanza de vida 20 anos inferior a la de otros (4 kilómetros al norte).
Aun con todo esto, hace tres años vino la “bomba informativa”: la mortalidad en personas blancas de mediana edad estaba aumentando. Suicidios, cirrosis, sobredosis, intoxicaciones agudas por alcohol (lo mismo ocurre en Inglaterra). Emergencia nacional. Noticias, investigación, atención mediática. ¡No puede ser! Y con ello llegaron los artículos investigando el problema, buscando las causas, buscando soluciones.
Pero resulta que, mientras todo esto ocurre, la mortalidad de la población negra sigue siendo entre un 20 y un 30% superior. No solo eso. Parece que estas diferencias vuelven a aumentar, como sostienen los datos que hemos publicados recientemente en el New England Journal of Medicine. A los que con frecuencia prestamos atención a los casos de Michael Brown, Tamir Rice, Eric Garner, Philando Castile, Freddie Gray, Tyrone West o Stephon Clark, no nos extraña. Esto solo dejo de importar para quien el sufrimiento es solo noticia cuando “alguien como nosotros” lo sufre. Para los demás, siempre ha estado claro que el racismo ha matado, sigue matando y, salvo que hagamos algo por destruir su raíz —la creencia fundamental de que los seres humanos nos dividimos en razas—, seguirá matando hasta próximo aviso.