Opinión
¿Por qué los señores no hablamos de cuidados en redes sociales?
La explicación mas obvia es que los hombres no cuidamos y, por tanto, no hablamos de lo que no hacemos. Terror me da aceptar esa explicación por obvia y por lo que presupone.
Desde hace quince meses que nació mi hijo me identifico como padre. Me gustaría decir que estoy trabajando en mi segundo libro o en mi tesis, pero esas son básicamente migajas de tiempo y energía.
Mi semana se escapa (o se aprovecha) en intentar mantener libre de heces y de hambres a mi estructura familiar en un reparto de tareas de cuidados que se delimitaron en las conferencias de la Paz Doméstica, donde se trazaron fronteras y husos horarios. Algunas de esas conferencias se hicieron bajo la llamada Gran Escasez de Descanso y estuvieron próximas al fracaso, cuando no a la guerra abierta.
Ni que decir tiene que estos meses han sido duros para los miembros adultos de la familia por motivos comunes —precariedad laboral, falta de red en una ciudad nueva a la que se emigró por trabajo, subida de los alquileres…— pero también por motivos específicos y relacionados con nuestra educación de género.
No me atrevería a hablar de la experiencia de mi pareja pero me veo alentado por el silencio de mis compañeros de género, esos a los que renuncio tan a menudo, a contar la mía. La verdad es que ha sido un infierno.
Por mucho que mis lecturas feministas, mi desmontaje masculino, mi bricolaje no-heterosexual e incluso mi experiencia de baby sitter me hubieran dado la impresión de que estaba preparado, no lo estaba. La preocupación, la responsabilidad, la culpabilidad y la falta de sueño en esas madrugadas donde las redes sociales eran la única compañía hacían que los sentimientos se desbordaran.
Mi pareja tenía sus grupos de WhatsApp, sus foros de madres con su saber enciclopédico y con sus historias compartidas, que suplían de información a toda una generación de mujeres cuya visión de la crianza había cambiado sustancialmente con respecto a la anterior. Yo solo tenía el silencio, o peor, la usual retahíla de memes políticos, artículos de tendencias culturales y campañas sociales cambiaelmundo.org.
La cosa empeoró cuando, a raíz de la huelga feminista del 8 de marzo, compartiendo espacio físico con otros padres en un punto de cuidado, nadie sintió la necesidad de hablar de la ardua crianza en un mundo neoliberal siendo un varoncito educado en todos sus/nuestros privilegios. Por qué los hombres (mediada edad y usuarios de internet) no hablan de cuidados, y más concretamente por qué no lo hacemos en redes sociales.
La explicación mas obvia es que los hombres no cuidamos y, por tanto, no hablamos de lo que no hacemos. Terror me da aceptar esa explicación por obvia y por lo que presupone: mujeres haciendo doble o triple jornada, falsos aliados que no friegan los platos, privilegios masculinos intactos, deuda machista en aumento y los cuidados como ultima frontera feminista, entre otras consecuencias.
La otra explicación obvia y no excluyente con la anterior, ni con las posteriores, es que simplemente no consideramos los cuidados un tema interesante.
Una metida de pata de Rajoy y la última serie de mierda merecen toneladas de tinta cibernética pero encontrarte a las cuatro de la mañana ante el abismo de no saber a qué hora ni cuantos miligramos de paracetamol —era paracetamol, ¿verdad?— tienes que suministrar parece que no merece un simple comentario.
Atajando el asunto: los tíos no hemos sido educados —a ningún nivel— para considerar que cuidar a otro ser sea un asunto digno de nuestro tiempo, y en general, a no hablar de cualquier tema que nos presente como débiles o sin el control total de la situación y los cuidados te ponen en esa tesitura con mucha facilidad.
La tercera explicación es de carácter comunicativo: simplemente los cuidados no son un tema para las redes sociales. Las redes, como cualquier otro canal mediático, no son la realidad, sino una representación de una parte de la realidad, y en ella los cuidados no tienen cabida.
En las plataformas relacionadas con la imagen, como Instagram, se suelen resaltar los aspectos más estéticos de nuestra existencia. En ella, los cuidados —y los hijos— suelen aparecer en periodos vacacionales acompañando un vermut en un entorno paradisiaco o como atrezo de algún momento memorable (la familia rompiendo las olas con un salto).
En las plataformas relacionadas con la opinión, por hacer una distinción muy grosera, como Facebook o Twitter, una de las mejores bazas que se puede jugar es la de la autoridad o el cinismo, que no dejan de asentar los valores tradicionales de la masculinidad que imposibilitan o, al menos, dificultan los cuidados.
Sin embargo, quizás hablar así de las redes sea un poco generalista y deberíamos centrarnos en el uso que hacen las personas de ellos. Por ejemplo, los grupos de madres o la comunidad transfeminista de Facebook y Twitter tienen una política de cuidados muy viva en plataformas sociales y demuestran que las redes, literalmente, se tejen para que sirvan de protección y de apoyo.
Entiendo que es una visión de los cuidados muy parcial y que una de las razones de ese silencio sea que, quizás, esté siguiendo a las personas equivocadas —existen notables excepciones como mi querido @jaustral—, pero también creo que la revolución feminista que nos está sacudiendo pasa, primero, porque los hombres asumamos nuestro papel de cuidados y, segundo, por cambiar nuestros discursos. Ahora bien, ¿cómo debemos hablar los señores de cuidados?
Hace un par de semanas estaba comprando en el mercado de Alto de Extremadura, y después de una pequeña confusión en la cola de la pescadería, una señora me explicó que hace años, en realidad no tantos, cuando un hombre iba al mercado las señoras se hacían a un lado y le dejaban saltarse la vez.
Me explicaba que la presencia de un hombre comprando solo en el mercado era tan rara que suponían que estaba comprando por algún motivo grave o que, a diferencia de ellas, no tenía tiempo que perder. Ese es un buen ejemplo de cómo podemos, desde nuestra experiencia personal, hablar de cuidados.
No podemos esperar que las mujeres, que llevan siglos haciéndolos y hablando de ellos, se echen a un lado y nos dejen saltarnos la cola. Tenemos que pedir la vez y esperar, aprovechar ese tiempo para aprender y ser humildes, no como ese columnista que hablaba de que le hacían una tortilla de patata mientras se leía un libro de “mil y pico páginas”.
Pensar que siempre ha sido un trabajo duro que necesita aprendizaje, que son tareas complicadas que estamos aprendiendo de cero, mostrarnos falibles y perdidos cuando toque, pero mostrar la misma predisposición para actuar que en las mil idioteces que asaltan al hombre contemporáneo en las redes, por ejemplo, la undécima pelea con Víctor Lenore… Ya se hacen cargo.
Me repito: tenemos que pedir la vez. Igual con este artículo me he saltado la vez porque de buenas intenciones está el infierno empedrado, pero, desde luego, no el permiso. Pedí permiso para hacerlo a las personas que colaboran en la crianza de mi hijo para escribirlo una mañana de vacaciones de Pascua.
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