Crianza
Criar bajo una actualizada disciplina social
Se trata de identificar las coordenadas en las que la actividad humana de la crianza o trabajo materno estaban siendo asumidas antes de esta crisis, para no perder ni un centímetro de los avances conseguidos y reenfocar hacia un futurible, un futuro ya posible, los horizontes que proyectábamos en colectivo
No se trata de poner en cuestión a modo cuñadismo de cuerpos/sofá como vemos cada día en las redes las decisiones de los equipos tecnosanitarios que están pautando las estrategias para afrontar esta crisis. El foco que propongo es otro, gira hacia identificar —y no olvidar— las coordenadas en las que la actividad humana de la crianza o trabajo materno estaban siendo asumidas antes de esta crisis, para no perder ni un centímetro de los avances conseguidos y reenfocar hacia un futurible, un futuro ya posible, los horizontes que proyectábamos en colectivo. No como horizontes armados por demandas en común, sino más bien como horizontes que se va ensanchando por la suma de luchas y de voluntades, y por el deseo sincero de ser más fuertes juntas, como nos dice la pensadora Natalia Cabanillas en Miradas en torno al problema colonial (Akal, 2019).
Hablo de recordar donde estábamos desarrollando las crianzas, hace dos meses, para entender el decalaje respecto a las maneras que vamos a tener que asumir a la hora de criar en estas circunstancias excepcionales. Entendiendo que esto de “excepcional” no es sino el fondo (ojalá también el fin) de haber dejado librada a sí misma a la machomáquina de acumulación de capital. Dejando fuera la vida de todos los cuerpos que viven en el planeta Tierra, ya sean animales humanos, animales no—humanos o el cuerpo viviente naturaleza. O lo que es lo mismo: olvidando que las políticas van de proporcionar unas verdaderas condiciones para que todo lo vivo pueda continuar vivo.
Ojalá no nos olvidemos que antes de entrar en esta etapa de extrañamiento vírico desarrollábamos la vida pública en unos espacios donde todo estaba pautado
Ojalá no nos olvidemos que antes de entrar en esta etapa de extrañamiento vírico desarrollábamos la vida pública en unos espacios donde todo estaba pautado, donde se estructuraba cómo ha de ser el comportamiento de los cuerpos en cada lugar. Esta cosa que llaman el “panoptismo” o cómo está todo planteado a nivel social para que se tenga la constante sensación de vigilancia y así dirigir nuestros comportamiento, rutinas y dinámicas hacia lugares concretos. Todas esas maneras que hacen que la disciplina social entre silenciosamente. Que nos vayamos adaptando a esto sí esto no, sin prestar resistencia alguna (la gran victoria del biopoder).
Como consecuencia directa, la actividad humana de la crianza, el currazo de cuidar de menores a cargo, era asumido por millones de cuerpos “mujeres” madres como un trabajo en constante estado de vigilancia por parte del sistema sanitario, de la educación formal, del aparato paterjurídico o de los entornos sociales patriarcalizados a tope.
A todo esto, no podemos pasar por alto, que esa vigilancia se debe a la necesidad del propio patercapitalismo de mantenerse vivo y asegurarse tener mano de obra o fuerzas de trabajo o más cuerpo/consumo pero manteniendo a los cuerpos “mujeres” madres en estado de tensión continua. Cosa que se consigue poniendo en duda si serán capaces de realizar tal trabajo descomunal (el de vertebrar a una criatura en condiciones de bienestar y desarrollo deseable) con toda la batería de herramientas y tecnologías sociales que tiene. Pero con la macho-expectativa que ese trabajo materno no lo hagan demasiado bien porque esto generaría fuerzas libres. Mejor todo atadito en corto y los cuerpos “mujeres” madres ninguneados y confundidos.
Esa vigilancia se debe a la necesidad del propio patercapitalismo de mantenerse vivo y asegurarse tener mano de obra manteniendo a los cuerpos “mujeres” madres en estado de tensión continua
Entonces si estábamos criando bajo estas presiones, ¿qué va a pasar ahora con este sistema de vigilancia social post epidemiológico?
¿No estaremos entrando en una actualizada disciplina social de la crianza como actividad humana en el espacio público sin ser conscientes que estamos perdiendo emancipaciones internas que habíamos logrado abrir dentro de nosotras con mucho esfuerzo por desaprender y así poder escapar de la jaula donde nos coloca las narrativas del paterfamilias respecto a lo que son los cuerpos “mujeres” madres y cómo deben llevar a cabo sus crianzas?
¿Somos conscientes que reforzar la vigilancia social en todo lo común que compartimos como comunidad durante la “nueva normalidad” va a suponer para los cuerpos “mujeres” madres un aumento de las violencias que tienen que manejar diariamente?
Me refiero a todas las violencias invisibles que dañan y enferman nuestros cuerpos tales como la psíquica, la monetaria/financiera, la sexual, la capacitista, la neuroaplastante, la hipotecaria, la salariocéntrica, la dogmática, la religiosa, la alimentaria por el alto grado de toxicidad, la farma-alopática, la generada por la anorexia psicoafectiva urbana de la “familia nuclear”o la intragrupal (la cual cobra mucha presencia en esta nueva era panóptica post vírica).
Con violencia intragrupal me refiero a esa que sentimos como una culebra que sube desde el coxis hasta el comienzo del cráneo cuando se nos exige de manera pública —ya sea en un espacio exterior o virtual— que nos ajustemos a determinada moralidad machovehemente que es denomina como “sentido común”. Cuando más bien podríamos hablar de moral patriarcalizada por pura repetición histórica de las “verdades” del pater, simplemente.
Hablamos de esa violencia que es ejercida entre cuerpos semejantes que están bajo las opresiones de un ente superior. Poniendo en marcha la perversión de alzarse como guardianas del orden social cuando interpretan que se está desobedeciendo. Imponiendo un modelo de crianza único, jerárquico, dogmático y vehemente. Muy vehemente.
La cosa es que con esto del refuerzo de la disciplina social se ningunea a las crianzas que no están machoadaptadas, donde intentamos no reproducir “lo mismo”. Eso que llaman “la mismidad” para que el resultado futuro no sea una reproducción de donde estamos ahora, y así poder continuar con nuestro deseo de criar a niñas y niños que se erijan como fuerzas libres.
También es preocupante vislumbrar cuales serán las consecuencias de una disciplina social que refuerza la soledad de tránsito vitales ya de por sí solitarios como son los puerperios. No por decisión o deseo de ser vividos de esa manera por los cuerpos “mujeres” madres, sino porque al no estar reconocidos como procesos vitales prioritarios por el paterestado se viven en la negación de su existencia.
Es preocupante vislumbrar cuales serán las consecuencias de una disciplina social que refuerza la soledad de tránsito vitales ya de por sí solitarios como son los puerperios
Es muy alarmante que siendo los puerperios (que muchas expertas lo sitúan en los dos primeros años de vida de las criaturas) unos de los procesos más desestructurantes a nivel interno psícofísico que pueden –o deciden- atravesar los cuerpos en su tránsito por este plantea, no estén ni suficientemente narrados, explicados, apoyados, reconocidos.
Es extraño que no tengan sus correspondientes programas públicos que lo acompañan como tal y en su lugar lo que tenemos actualmente, salvo en círculos avanzados de cuidados perinatales, es un enfoque desde la patologización. Todo como parte del macho-lío patriarcal de mantenernos confundidas, cuando los movimientos psíquicos que aparecen durante el puerperio no son patologías, no son depresiones postparto, sino son procesos de reajuste psicofísico determinantes para la salud futura de ese cuerpo “mujer” madre y de su criatura. Porque, pequeño detalle, integrar a nivel inconsciente que una criatura depende de ti para su supervivencia, es telita marinera. No es que entremos en depresión, es que es un proceso complejo.
Igual es lo que decía Gloria Steinem en “Si los hombres menstruaran” (1978), texto que leí en español en el maravilloso libro “Yo menstruo: un manifiesto” (2018) de la investigadora y compañera, Erika Irusta. Si fuesen los machocuerpos quienes tuviesen que transitar la intensidad y el reajuste interno del puerperio habría ya todo un andamiaje público con programas de “Bienestar psicológico perinatal para facilitar el tránsito” implementados “a todo dar” —como dicen en México— donde se reconocería como proceso “sagrado” y esto es muy del pater, lo de su capacidad exclusiva para acceder a lo divino, mientras nosotras fuimos relegadas a tener, solamente, acceso a la naturaleza, considerada más mundana. Igual es por esto por lo que el machocuerpo la destruye sin parar.
¿Qué va a pasar con los cuerpos “mujeres” madres durante sus puerperios y con todo lo que implica estos procesos si entramos en un refuerzo constante de la soledad en esta nueva y actualizada disciplina social? ¿Estamos teniendo en cuenta que hay procesos vitales de prioridad indiscutible que esta era post vírica puede arrinconar?
¿Será que el trabajo de cuidar de menores a cargo corresponde a un lugar mental colectivo profundamente vigilado y denostado al haber sido asumido por cuerpos “mujeres” en espacios domésticos panoptizados por los deseos del paterfamilias y, como consecuencia directa, si el paterestado decide reforzar la vigilancia de las crianzas en nombre de un orden social que se supone es “necesario” para manejar el contagio del virus lo aceptamos sin resistencias?
Estemos atentas a que esta “nueva normalidad” no sea una actualización de la muy conocida disciplina social que aprendimos de manera forzada cuando asumimos que circulábamos por este sistema con un cuerpo “mujer” —sinónimo de pérdida de poder político.
Luisa Fuentes Guaza es investigadora y coordinadora del grupo de estudios sobre maternidades en MNCARS y fundadora de Futuridades Maternales
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