Contigo empezó todo
Los dos despertares de Helen Keller

De cómo una joven sordociega se convirtió en referencia de las organizaciones de ciegos y discapacitados, escritora, fundadora de la principal organización por las libertades civiles, activista socialista, sindicalista, feminista y antirracista.

Helen Keller
Helen Keller con Annie Sullivan y John Macy. Autor: Whitman Studio
27 jun 2018 06:34

En marzo de 1887, con siete años, Helen Keller despertó. Nacida en Alabama, con 19 meses padeció una grave enfermedad que en ese momento denominaron “congestión cerebro-estomacal” y que los especialistas modernos sugieren que pudo ser escarlatina, meningitis o sarampión. Salvó la vida, pero perdió totalmente la vista y la audición. Sólo podía indicar qué quería mediante algunos gestos, y su temperamento se agrió debido a la frustración. Su madre no se rindió y buscó ayuda de especialistas hasta que se trasladaron a Boston en busca de la ayuda del Instituto Perkins para Ciegos. La entidad designó a Anne Sullivan, una joven de 20 años con problemas de visión, como instructora de la niña.

Sullivan fue a vivir a la casa de Keller y logró que ésta despertara a la vida. Sucesivamente aprendió a comunicarse mediante el deletreo de palabras en la mano, a leer en braille y a leer los labios, hasta llegar a ser capaz de pronunciar palabras de forma precaria. Se convirtió en una lectora empedernida y su carácter mejoró notablemente. En 1904, Helen Keller ya se había graduado con honores en el Radcliffe College.

El “nuevo mundo” de Keller

Fue entonces cuando Helen, de creencias cristianas, empezó a leer a autores socialistas y se despertó por segunda vez, como ella misma explicó: “Es como si hubiera estado dormida y despertado en un nuevo mundo”. Ingresó en el Partido Socialista, que al poco tiempo definió como “demasiado lento, es hundirse en el pantano político” y se afilió al sindicato IWW, porque “la verdadera tarea es unir y organizar a todos los trabajadores sobre una base económica y son los propios trabajadores quienes deben asegurar la libertad para sí mismos”.

La joven sordociega también conectaba los problemas físicos con el sistema industrial capitalista. Keller relató: “Me eligieron para una comisión para investigar las condiciones de los ciegos. Por primera vez yo, que había creído que la ceguera era una fatalidad más allá del control humano, descubrí que en gran parte se debía a malas condiciones industriales, a menudo causadas por el egoísmo y la avaricia de los empresarios. (…) Descubrí que la pobreza llevaba a las mujeres a una vida de vergüenza que terminaba en ceguera”.

Hasta entonces, Keller se había dedicado a combatir el resultado, no la causa, y la prensa la había lanzado a la fama. Pero ahora su radicalismo le costaba ataques contra el prestigio que había conseguido, en gran parte gracias a su autobiografía La historia de mi vida, de 1903. Por ejemplo, el periódico Brooklyn Eagle afirmó que “sus errores surgieron por las limitaciones manifiestas en su desarrollo”. Keller les espetó que ellos estaban “socialmente sordos y ciegos”.

Su activismo abarcaba diferentes ámbitos sociales. Keller se opuso a la intervención estadounidense en la I Guerra Mundial, acusando al Congreso de “proteger a los especuladores e inversores”, y al observar la persecución a los antimilitaristas contribuyó a fundar la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles. Así mismo, defendió la emancipación de las mujeres ya que “las mujeres han descubierto que no pueden confiar en la caballerosidad de los hombres para darles justicia”. Concretamente, respaldó las campañas por el control de natalidad.

Para ella, los capitalistas querían que los trabajadores tuvieran familias extensas que les suministraran mano de obra barata, por lo que, según ella, “sólo tomando la responsabilidad del control de natalidad en sus propias manos pueden las mujeres hacer retroceder la lamentable oleada de miseria que las está arrasando a ellas y a sus hijos”.

No dudó tampoco en colaborar con entidades que afrontaban otras opresiones, como la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color. Keller no podía ver ni oír, pero el FBI la consideró suficientemente peligrosa como para mantenerla bajo vigilancia durante gran parte de su vida adulta.

Una vida más allá de los sueños

En 1936, Anne Sullivan fallecía mientras Keller le sostenía la mano. “Algo dentro de mí me dice que tendré éxito más allá de mis sueños”, había pronosticado la instructora cuando empezó a trabajar con Helen, medio siglo atrás.

Aquella pequeña, incapaz de comunicarse, se convertiría en referencia de las organizaciones de ciegos y discapacitados, escritora, fundadora de la principal organización por las libertades civiles, activista socialista, sindicalista, feminista y antirracista, tendría un día del año dedicado a ella, una estatua en el Capitolio, conocería a todos los presidentes contemporáneos de Estados Unidos, motivaría una película premiada en los Oscar y, según su admirador Mark Twain, sería “inmortal -compañera de César, Homero o Napoleón”. Quizá a Keller no le gustó la comparación, dado que criticaba al sistema educativo porque precisamente ponía más énfasis en “ser un Napoleón que en crear una nueva patata”.

Helen había superado los sueños de Sullivan y los suyos propios. La imaginación le propulsó a ello. Esa misma imaginación de la que hablaba cuando relataba su visita a la terraza del Empire State Building: “Admito que mis guías vieron mil cosas que se me escaparon (…), pero no soy envidiosa. Porque la imaginación crea distancias que alcanzan el fin del mundo… Estaba el [río] Hudson —más como el fogonazo de la hoja de una espada que como un río. La pequeña isla de Manhattan, situada como una joya en su nido de aguas arcoiris, me miraba fijamente a mi cara, ¡y el sistema solar daba vueltas alrededor de mi cabeza!”.

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