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Crisis climática
Extrema derecha y crisis climática: el riesgo del nacionalismo verde
Las elecciones parlamentarias de 2018 en Hungría confirmaban el apoyo al gobierno ultraderechista de Viktor Orbán, que lograba la mayoría absoluta por tercera vez. Su partido, la Unión Cívica Húngara (Fidesz), conseguía 133 de los 199 escaños en juego, mejorando los resultados de las elecciones anteriores. Sin embargo, la sorpresa electoral no la daba la formación de Orbán.
Al otro lado del arco parlamentario, el Partido Socialista Húngaro se hundía hasta los 20 escaños y perdía el segundo puesto. El liderazgo de la oposición quedaba en manos del Movimiento por una Hungría Mejor (Jobbik), un partido aún más escorado a la derecha que la Unión Cívica y que lograba 26 escaños. La correlación de fuerzas parlamentarias no dejaba mucho lugar a dudas: a un lado tenías a la ultraderecha y al otro, bueno, más ultraderecha aún. Podemos calificarnos de fascistas sin miedo a equivocarnos: el Movimiento tiene incluso sus propios cuerpos paramilitares, los Magyar Garda.
Las contundentes victorias electorales y el dominio parlamentario colocaban a la extrema derecha húngara en una posición de liderazgo entre los partidos de esta corriente de otros países europeos, junto con el Ley y Justicia polaco. Todos quieren parecerse a ellos. Todos escuchan sus declaraciones, analizan sus discursos, aprenden de sus medidas.
En este contexto, las declaraciones de la Unión Cívica sobre la necesidad de aplicar políticas que frenen la crisis climática son especialmente relevantes. En el Parlamento Europeo, el partido de Orbán es uno de los que más han defendido la necesidad de estas medidas dentro de la extrema derecha, aunque en Hungría se ha mostrado bastante más moderado. El Movimiento por una Hungría Mejor no se queda atrás: el partido se autodefine como “ecologistas de extrema derecha” y en su página de Facebook promueve un “nacionalismo verde” y una “administración de la naturaleza bajo valores cristianos”.
La mayoría de los parlamentarios de extrema derecha votan regularmente en contra de las medidas de política climática y energética, según un estudio sobre 21 formaciones políticas europeas de ultraderecha
Otro de los partidos que parecen estar modificando su discurso sobre la crisis climática es el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen. En su programa para las elecciones europeas de este año, escrito en forma de manifiesto, anunciaban la creación de una plataforma dedicada al cambio climático. El portavoz del partido, Jordan Bardella, decía en una entrevista en abril que “las fronteras son el mejor aliado del cambio climático” y que “con ellas salvaremos el planeta”. La propia Le Pen argumentaba que la preocupación por el clima es “inherentemente nacionalista” y que los que son “nómadas”, refiriéndose a los migrantes y los refugiados, “no se preocupan del medio ambiente, porque no tienen patria”.
Guillermo Fernández, experto en la extrema derecha francesa, apunta que la incorporación de la defensa del ecologismo como una parte del proyecto nacionalista está siendo una de las líneas que están siguiendo algunas corrientes de la derecha radical europea para renovar el proyecto de patriotismo identitario. “Este ha sido en buena medida el programa del Frente Nacional, ahora Reagrupamiento Nacional, francés entre 2011 y 2017. Su ideólogo, Florian Philippot, sigue defendiendo este tipo de ideas y se le puede ver fácilmente criticando el uso de pesticidas o hablando del maltrato animal y de la necesidad de incrementar las ayudas públicas al sector primario francés para que acometa este tipo de reformas. Y todo con una mantra general: de ese modo se favorecerá la salud de todos los franceses y la supervivencia del modo de vida francés”.
No obstante, esta posición no es compartida por toda la extrema derecha francesa: “la posición de Marion Maréchal Le Pen, nieta de Jean-Marie Le Pen y favorita para liderar el Reagrupamiento Nacional en el futuro, es que el ecologismo es un enemigo cultural al que combatir porque, en primer lugar, exagera en sus diagnósticos, y, en segundo lugar, es un caballo de Troya del liberalismo globalista”.
En los últimos meses hemos asistido a varios ejemplos de partidos de ultraderecha que han hecho campaña en contra de las políticas para frenar la crisis climática
Esta ambivalencia es compartida por una buena parte de la ultraderecha europea. En un estudio realizado por Stella Schaler y Alexander Carius que analiza la postura relativa a la crisis climática y las políticas medioambientales de 21 partidos de extrema derecha presentes en el Parlamente Europeo, los autores encontraron una gran variedad de posicionamientos, desde negacionistas del cambio climático a conservacionistas del medio ambiente. Aunque los negacionistas son cada vez menos —Schaler y Carius encontraron que siete de los 21 partidos sostenían esta postura—, la mayoría de los parlamentarios de extrema derecha votan regularmente en contra de las medidas de política climática y energética —dos de cada tres según el estudio— y la mitad de todos los votos en contra de las resoluciones sobre clima y energía provienen de la extrema derecha.
De hecho, en los últimos meses hemos asistido a varios ejemplos de partidos de ultraderecha que han hecho campaña en contra de las políticas para frenar la crisis climática, con un resultado desigual. En Finlandia, las elecciones generales de este año dieron, contra todo pronóstico, el liderazgo de la oposición al Partido de los Finlandeses, cuya campaña se había basado en un rechazo explícito de estas medidas bajo el argumento de que perjudican a la clase trabajadora. Mientras los otros ocho partidos que concurrían a las elecciones habían incluido en sus programas medidas contundentes contra el cambio climático, la agrupación de ultraderecha decidió apostar por convertir este tema en un polarizador del debate y asumir una postura contraria. Les salió bien: sus afirmaciones de que el país había caído en la “histeria climática” y que “ya había hecho suficiente en ese asunto” les dieron 39 escaños, solo uno por debajo del ganador, el Partido Socialdemócrata.
“La extrema derecha”, dice Héctor Tejero, “se va a enfrentar a un gran dilema los próximos años, ya que tradicionalmente se ha asociado a posturas negacionistas climáticas
En Alemania, en cambio, esta estrategia no parece haber dado tan buenos resultados. En las últimas elecciones europeas, en las que el cambio climático aparecía como una de las principales preocupaciones de lo votantes, Alternativa para Alemania optó por reafirmase en sus posturas negacionistas. Aunque el partido creció modestamente respecto a los comicios anteriores, sus resultados se vivieron como una derrota, ya que los Verdes les doblaron en apoyo electoral y se hicieron con el segundo puesto.
Algunas corrientes del propio partido culparon de estos resultados a las posturas sobre el cambio climático y exigieron una rectificación. En una carta abierta, el líder de las juventudes del partido, David Eckert, instaba a la organización a “abstenerse de declarar que la humanidad no influye en el clima”, advertía de que eso podía alejar al partido de los más jóvenes y señalaba que los problemas climáticos “mueven a más personas de las que creíamos”.
Riesgos
El aumento de la preocupación de los ciudadanos por los efectos de la crisis climática está obligando a los partidos a posicionarse respecto a ella, incluyendo a las agrupaciones de extrema derecha que no habían tenido una postura clara más allá del negacionismo que compartían de forma mayoritaria hace unos años. Este posicionamiento se está convirtiendo en un factor cada vez más decisivo para el voto, y es previsible que su peso aumente a medida que los efectos de la crisis climática se dejen notar con más virulencia en nuestra vida cotidiana. Por ello, aunque una parte de ellos sigue anclada en el negacionismo, muchos otros han empezado a virar su discurso hacia posiciones más estratégicas.
Emilio Santiago y Héctor Tejero, autores de ¿Qué hacer en caso de incendio? (Capitán Swing, 2019) ven dos posibles opciones: “la extrema derecha”, dice Tejero, “se va a enfrentar a un gran dilema los próximos años, ya que tradicionalmente se ha asociado a posturas negacionistas climáticas que cada vez son más insostenibles por la pura experiencia personal de la gente. Ante esto tienes dos posibles opciones: la tibieza, con posturas que reconocen el cambio climático pero disminuyen la importancia de sus consecuencias y proponen medidas claramente insuficientes, generalmente escudándose en las necesidades económicas, o tratar de utilizar la crisis ecológica en beneficio de sus posicionamientos y políticas anti migración, pero también anti élites”.
Para Santiago, es probable que esas dos posibles líneas de posicionamiento estén relacionados con las propias reservas de combustibles fósiles que tenga el país: “En países donde haya combustibles fósiles va a ser muy tentador aprovechar esa oportunidad de apurar las reservas de combustibles fósiles externalizando el daño en el exterior y escudándose en el negacionismo del cambio climático, aunque sea un negacionismo tibio. La otra posible línea es aprovechar la crisis climática para consolidar un discurso excluyente, de cierre nacionalista ante la percepción de escasez”.
Santiago: “La extrema derecha va a construir política de mayorías apelando a todos los temores y todas las angustias que genera esta situación, preparándonos colectivamente para dar una respuesta homicida a la crisis climática”
El riesgo de que la extrema derecha utilice la crisis climática para extender un discurso racista y xenófobo es especialmente preocupante si tenemos en cuenta que la ONU cifró ya en 17,2 millones los desplazados como consecuencia del cambio climático el año pasado y que es previsible que esta cifra aumente a medida que se aceleren los efectos de la crisis ecológica. “Las migraciones climáticas van a adquirir tales dimensiones que hay que reconocer que su potencial para la desestabilización política es objetivo”, señala Santiago.“Una política de apertura de fronteras, que es la que éticamente deberíamos mantener, debe asumir que su tarea va a ser difícil por estas tensiones, por el peligro de la extrema derecha y por el riesgo de que también desde la izquierda surjan opciones, de las que ya estamos viendo conatos, que apuesten por políticas excluyentes”.
Para Tejero, “quizás el mayor miedo es que un contexto de crisis climática grave se utilicen argumentos que puedan apelar a más cantidad de gente, incluida gente que se sienta y tradicionalmente vota izquierda. Por ejemplo, los argumentos del ‘no cabemos todos’ o la ‘ética del bote salvavidas’, en la que al no haber espacio, se está legitimado éticamente dejar morir a la gente sin ayudarla o incluso evitar por la fuerza que se suban al bote”.
Precisamente esta metáfora del bote salvavidas es utilizada de forma frecuente en las comunidades ecologistas de extrema derecha que se pueden encontrar en internet. Aunque su número y capacidad de influencia es pequeña, han adquirido notoriedad a partir de la matanza de Christianchurch, Nueva Zelanda, en marzo de este año, cuyo autor se definía a sí mismo como “ecofascista” en el manifiesto que hizo público antes del tiroteo. Las justificaciones de defensa de la naturaleza también estaban entre las motivaciones aducidas por el autor de la masacre de El Paso, en agosto, que acabó con la vida de 22 personas. Estos grupos comparten una ideología que combina racismo, nacionalismo, supremacismo blanco, tesis eugenésicas y una defensa de la naturaleza basada en el lebesraum, el espacio vital.
Santiago plantea que “a nivel institucional sería importante ser capaz de pensar en políticas a medio plazo que sitúen correctamente quién es el enemigo real y qué es lo que está en juego”
Peter Standemaier y Janet Biehl investigaron el origen de esta ideología en su libro Ecofascismo. Lecciones sobre la experiencia alemana (Virus, 2019): “Ha habido un vínculo histórico significativo entre algunas versiones del ecologismo y algunas versiones de la política de la derecha durante más de un siglo, tanto en Europa como en América del Norte y en otros lugares”, dice Staudenmaier. “La mayor parte de mi investigación se centra en Alemania en la primera mitad del siglo XX, pero la historia completa es mucho más amplia. En los Estados Unidos, por ejemplo, varios conservacionistas tempranos apoyaron firmemente la eugenesia. Quizás el aspecto más importante de esta historia es la conexión que los ecologistas de extrema derecha postulan entre la pureza natural y la pureza racial. Los recientes asesinatos en masa en Christchurch y El Paso son un ejemplo claro. Ambos autores invocaron explícitamente preocupaciones ecológicas al justificar sus acciones”.
Posibilidades
Los riesgos de un aumento del peso de los partidos de extrema derecha y de las posiciones ideológicas ecofascistas en el contexto de la crisis climática pueden frenarse desde varios frentes. Para Tejero, “esto pasa por plantear una alternativa progresista sea capaz de articular mayorías populares, electorales pero también sindicales y a nivel de movimientos: una transición ecológica socialmente justa que convierta la lucha contra la crisis climática en una palanca para reducir la desigualdad y democratizar la sociedad”.
Santiago plantea que “a nivel institucional sería importante ser capaz de pensar en políticas a medio plazo que sitúen correctamente quién es el enemigo real y qué es lo que está en juego. Se va a necesitar una guerra de posiciones con concesiones a corto plazo que hagan posibles victorias a largo. En el plano de los movimientos sociales, solo si somos capaces de construir una idea de felicidad más seductora pero a la vez con una carga ecológica menor, vamos a poder combinar transición ecológica y democracia”.
Los riesgos son grandes, pero las posibilidades también. “Estamos en un momento en el que el gran debate ético y político nos pone ante dos opciones: compartir a una escala sin precedentes o matar a una escala que tampoco tiene precedentes”, continúa Santiago. “La extrema derecha va a construir política de mayorías apelando a todos los temores y todas las angustias que genera esta situación, preparándonos colectivamente para dar una respuesta homicida a la crisis climática”. Tenemos en nuestra mano evitar que eso suceda.
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Excelente artículo, añadiría que Janet Biehl autora de Ecofascismo. Lecciones sobre la experiencia alemana (Virus, 2019), es la anarcoecologista sucesora de Murray Boockchin, el anarquista municipalista que inspiró la Revolución de Rojava del quasi independiente cantón kurdo-árabe iraki. Si se habla de ecofascismo, compas de El Salto, hay que hablar también de anarcoecologismo. Porque de lo que NO se habla termina por desaparecer, y eso es favorecer el fascismo.
En relación a la 'ética del bote salvavidas', a partir de Torres, quizá convenga referirse a la experiencia de 'la balsa de la medusa' a resultas del naufragio de la fragata francesa Méduse en 1816 frente a la costa mauritana, donde del orden de 150 naúfragos se salvaron 15 después de 13 días a la deriva en una embarcación de fortuna. Episodio recogido por el lienzo de Géricault en el Museo del Louvre y que en nuestro país dio nombre a la revista homónima entre 1987 y 2011
Buen artículo. Otro libro para entender las bases profundas del problema: https://www.amazon.es/Auschwitz-Comienza-Siglo-Xxi-prescurso/dp/9681666437
Muy buen artículo. De todos modos, igual que existe un ecologismo fascista, también existe un ecologismo social nacionalista, del que en España tenemos sobrados ejemplos, como los Salvem valencianos.
Para ahondar en este materia es recomiendo la lectura de este libro Ecofascismo
https://www.traficantes.net/libros/ecofascismo
Un artículo muy interesante, es importante apostar x el ecologismo social y que no nos arrebaten el discurso