Opinión
Torre Pacheco (o la invasión de unos zombis racistas)

En la segunda mitad del siglo pasado era poco habitual que ese racismo que padecemos en estado latente se manifestara en la vida diaria; sencillamente porque en aquellos años en nuestro país no había personas de otras etnias. Bueno, teníamos a los gitanos, pero ellos llevaban aquí tanto tiempo como los payos, por lo que las persecuciones y la marginalidad que sufrían desde los Reyes Católicos la veíamos como más natural que la que soportaban los negros de Alabama, por poner un caso.
Los países más industrializados de Europa (Inglaterra, Francia y Alemania) ya contaban con millones de trabajadores inmigrantes, pero aquí los extranjeros que veíamos eran los turistas alemanes en Mallorca, los ingleses que invadían las playas de Benidorm y las suecas en bikini de Torremolinos, aunque como eran rubios y con dinero se les recibía con los brazos abiertos. Tampoco molestaban las raras figuras de color del deporte o la música (Waldo, el brasileño del Valencia CF; Basilio, cantante panameño; José Legrá y Antonio Machín, boxeador e intérprete de boleros respectivamente, emigrados de Cuba...) ni mucho menos el rey mago Baltasar, que venía de Oriente todos los inviernos.
Sería tras el fin de la Dictadura cuando la economía española se integra plenamente en el mundo capitalista desarrollado y nuestro nivel de vida empieza a elevarse. Ese crecimiento de la riqueza y el empleo convirtieron a nuestro país en un destino deseable para muchos trabajadores de América del Sur o África, cuyas inmensas riquezas naturales eran y siguen siendo explotadas y expoliadas por grandes empresas extranjeras.
Ese empobrecimiento provocado obliga a millones de personas a abandonar su tierra y emprender el camino de la emigración a Europa o Norteamérica. En esa búsqueda de una vida mínimamente digna España es un punto de llegada, una oportunidad, una esperanza. Porque por más que mientan los impulsores del racismo, la inmensa mayoría de los migrantes vienen a trabajar y a rehacer su vida entre nosotros. Para ello no dudan en aceptar los empleos y los sueldos que rechazan los españoles.
Por más que mientan los impulsores del racismo, la inmensa mayoría de los migrantes vienen a trabajar y a rehacer su vida entre nosotros. Para ello no dudan en aceptar los empleos y los sueldos que rechazan los españoles.
Y con la arribada —que los racistas y neonazis llaman invasión— de esta población migrante surgen las expresiones de xenofobia y las acusaciones de que los extranjeros pobres (los ricos pueden venir a la Costa del Sol o Baleares cuando quieran) llegan para delinquir, abusar de los servicios públicos y quitarnos el trabajo a los españoles pata negra.
Esas campañas antimigración, amplificadas por las redes sociales, no tienen ninguna base empírica como dejan bien claro numerosos y rigurosos estudios publicados. Pero por más que se explique que también hay delincuentes, maltratadores y violadores españoles y muy españoles, aunque se demuestre que las listas de espera en la seguridad social se deben a la falta de profesionales sanitarios, y siendo bien sabido que el deterioro y precarización del empleo es cosa de gobierno y empresariado nacionales, esas mentiras de los ultras se asumen y repiten como un mantra irrefutable.
Pero es que incluso los expertos de los bancos y las instituciones europeas mantienen que la UE (y España en particular) necesitará, para suplir la caída de la natalidad y el envejecimiento de la población, a los millones de trabajadores extranjeros imprescindibles para mantener la actividad económica y aportar los impuestos y cotizaciones que son necesarios para soportar los servicios públicos y las pensiones.
Una de las últimas y más graves manifestaciones de ese rechazo a los de fuera se ha producido en Torre Pacheco y ha constituido un lamentable espectáculo de violencia, odio, desprecio a la convivencia y demencia colectiva por parte de grupos ultras llegados de poblaciones alejadas, ya que en esta localidad murciana conviven perfectamente desde hace décadas las familias locales y comunidades migrantes de 90 países, con muchos casos de jóvenes de origen extranjero que ya han nacido aquí (por lo que son tan españoles como Santiago Abascal, pero más honrados y laboriosos) que están plenamente integrados, trabajando en tareas agrícolas o gestionando algún negocio propio.
El ascenso de partidos de extrema derecha es un fenómeno generalizado en Europa. En España el problema es aún más preocupante porque estos grupos claramente fascistas son los que más suben en intención de voto y cuentan con las simpatías mayoritarias entre la juventud. Una realidad que pone de manifiesto un conjunto de errores cometidos por nuestra sociedad.
Si los jóvenes entre 16 y 40 años —criados en la abundancia, con enseñanza gratuita y becas para la universidad, con bibliotecas y polideportivos, etc.— se sienten rebeldes siguiendo las vetustas ideas nacional-socialistas es evidente que tanto la escuela, como la familia y la propia colectividad no han sabido inculcar en los que ahora son nuestros hijos y nietos los principios de libertad, respeto, tolerancia, solidaridad e internacionalismo que nosotros aprendimos directamente en casa, en la calle, en las luchas y en las organizaciones de base del barrio y la fábrica.
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