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Tecnología
Internet: la última utopía
Es tan erróneo pensar que la red era toda la solución a nuestros males como plantear que es una batalla secundaria.
2011 se recordará como un año movido. En el mes de febrero centenares de personas con las caretas de Anonymous recibieron a actores, directores y cargos públicos con abucheos y lanzamiento de huevos en la gala de los Goya de ese año. Atrás habían quedado las ceremonias con discursos reinvindicativos contra la guerra de Irak y el mundo del cine estaba arrinconado bajo el ridículo mote de “los de la ceja”, por su supuesto idilio con el presidente Zapatero.
Las cosas habían cambiado por la Ley Sinde. Un texto que intentaba salvaguardar la propiedad intelectual en la era digital matando moscas a cañonazos. La protesta ante esta ley se canalizaría en un movimiento y un hashtag, #nolesvotes, que sería uno de los principales afluentes del 15M. Aunque iría perdiendo peso con el paso de los meses, en mayo de 2011 la crítica a la Ley Sinde era tan notoria como la indignación con la corrupción o la situación de la vivienda.
A día de hoy, cuando los recortes sociales han sido brutales, cuando todo se privatiza, las pensiones no están garantizadas y el cambio climático es imparable, poner el grito en el cielo por regulaciones de internet parece una auténtica frivolidad. Pero en aquel momento muchos veíamos en la red una tabla de salvación, la última oportunidad para un mundo con nuevas relaciones de poder.
En esa ceremonia, Alex de la Iglesia daba en el clavo con su discurso como presidente de la Academia. Internet no era el futuro, sino el presente del audiovisual, y los internautas éramos simplemente ciudadanos, personas, espectadores. Como se ha demostrado, para que el sector tomase oxígeno era fundamental también una oferta de contenidos en streaming como serán Netflix, Spotify, Filmin, etc.
Lo cierto es que desde entonces las cosas han cambiado mucho y una persona nacida después de los 90 tiene que alucinar leyendo que, hace menos de diez años, los internautas se consideraban una especie aparte y la industria confiaba en que un formato como el CD sobreviviría al precio de 20 euros por película.
Ahora la división entre internet y la vida real es algo que se ha difuminado completamente. La popularización de las redes sociales, la entrada masiva de generaciones en servicios de mensajería o las propias aplicaciones para ligar han hecho que nadie sea capaz de discernir ya entre lo que sucede en la red y lo que sucede fuera de ella.
Las últimas noticias que nos llegan desde EEUU sobre la eliminación de la neutralidad de la red aparecen en este contexto en el que las reivindicaciones se han desplazado hacia urgencias más tangibles y pocos vemos ya internet como esa utopía emancipadora. Solo el discurso de las startups mantiene ese aroma de perfección del mercado digital con igualdad de oportunidades.
Los grandes poderes tradicionales han aprendido a tomar posiciones en el contexto digital y, por otro lado, las nuevas empresas tecnológicas se consolidan en el mundo real. En Wall Street emporios como Facebook, Google y Amazon son ya las empresas más valoradas del mundo.
Las redes, que prometían relaciones horizontales y cuya efervescencia sería clave en el 15M y las primaveras árabes, se han ido descafeinando a golpe de influencers hasta ser una palanca del consumismo más naif. Lo que iba a ser innovación social e inteligencia colectiva se ha quedado solo en lifestyle.
La supresión de la neutralidad de la red supone el golpe de gracia al mito de internet. Pero también tendrá efectos reales. Su pérdida supondrá que los dueños del mundo podrán meter más mano si cabe y pasar de un escenario de adaptación a otro de control. Y los internautas seremos cada día un poco más espectadores/consumidores y menos ciudadanos o productores.
Es tan erróneo pensar que la red era toda la solución a nuestros males como plantear que es una batalla secundaria. El muro entre off y on solo estaba en nuestras cabezas, y lo que se pierde en un lado, se pierde también del otro. Aunque pueda parecer iluso o superficial enfrentarse a estos temas, seguro que en cualquier utopía (o distopía) que nos podamos imaginar hoy en día internet juega un papel protagonista.
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Muy interesante este articulo. Opiniones así no se leen en muchos diarios digitales.
Interesantísimo artículo. Está claro que internet es central, lo que no puedo descifrar es que significado y posibles consecuencias tienen la aceleración y la velocidad ininterrumpida en que pasan las cosas sin pausa, procesamiento y reflexión, aunque presumo que no es nada utópico.