Tecnología
Karlos G. Liberal: “La inteligencia artificial, más que describir unas tecnologías, describe una ideología”

Informático y hacktivista vasco de la vieja escuela, 'Patxangas' acaba de publicar un libro en el que, a través de una mirada ciberpunk, recorre los paisajes digitales de la actualidad.
Karlos G. Liberal 1
Karlos G. Liberal 'Patxangas' Ione Arzoz
5 jun 2025 09:56

Karlos G. Liberal Patxangas (Iruñea, 1978) ha escrito junto a su compañera en el Laboratorio de intervención tecnológica Bikolabs, la psicóloga Ujué Agudo Díaz, El algoritmo paternalista. Cuando mande la inteligencia artificial (Katakrak, 2024), una incisiva visión crítica sobre la tecnología que está conmocionando al mundo. Aprovechamos la ocasión para interpelar a este informático y hacktivista vasco de la vieja escuela sobre el estado de la tecno-política en nuestro mundo convulso. O cómo interpreta el ‘algoritmo’ humanista de un hijo del ciberpunk nuestro futuro.

En el reciente taller que impartiste, Bienvenidxs a Ciberlandia, dentro del ciclo Esto (no) es una utopia, te confesaste algo así como un “hijo del ciberpunk”. ¿Qué quedó de aquel movimiento entre la ciencia ficción y el hacktivismo que plateaba la revolución a través de la tecnología digital?
Queda cierta estética y radicalidad en el imaginario, creo que aun queda cierto espíritu de la frase “la calle dará su propio uso a las tecnologías”. En esa primera era del hacktivismo, donde “les hackers crean sus propios drivers”, nos permitió desarrollar la capacidad de crear código, de entender las máquinas y de imaginar un internet liberado. Lo que no vimos fue la relación tan directa con el propio capitalismo tecnológico y cómo esa reterritorialización se tornaría tan siniestra. En la parte que me toca, esa capacidad de ver posibles mundos en el ciberespacio, la mantengo, pero ya no es tan compartida, es más en intimidad. Se podría decir que el ciberespacio es más el de William Gibson que el de John Perry Barlow.

La respuesta no es solo técnica, sino política: la neutralidad se construye deliberadamente, o el sesgo queda por defecto

En el libro que acabas de publicar junto con Ujué Agudo, El algoritmo paternalista, hacéis una revisión crítica de los procedimientos dirigistas de los algoritmos corporativos o públicos que utilizamos cotidianamente. ¿Nos puedes explicar brevemente qué es esto del enfoque “paternalista” de los algoritmos y qué importancia tiene?
En el libro describimos el algoritmo paternalista como la fusión de dos fuerzas. Por un lado, el paternalismo libertario, que parte de la idea de que las personas decidimos de forma irracional y, por tanto, conviene “empujarnos” (nudges) hacia la opción que deberíamos elegir. El solucionismo tecnológico, que asume que la tecnología puede y debe resolver cualquier problema social mejor que nosotros. Al encontrarse, ambos vectores legitiman que cedamos nuestras decisiones diarias a sistemas automáticos —recomendadores de Netflix, filtros de Facebook, scoring de ayudas públicas, etc.— bajo la promesa de “ayudarnos” a elegir mejor. El resultado es lo que llamamos algoritmo paternalista: una tecnología que filtra, ordena o decide por adelantado, de manera opaca, y deja a la persona solo la sensación de libertad, no la libertad real. Como decimos, “la libertad de elección es totalmente ficticia, puesto que la capacidad de decidir se merma antes incluso de que seamos conscientes”.

Según vuestra opinión, los algoritmos convencionales están dominados por los sesgos, aunque ocultos e implícitos, más infames, como el racismo o el machismo. ¿Se pueden sortear algo tan permeado socialmente como, por ejemplo, un algoritmo no solo paternalista sino patriarcalista?
Los algoritmos aprenden de datos y reglas que ya están impregnados de desigualdades históricas; si no intervenimos, reproducen racismo, machismo y otras jerarquías sociales. Para sortearlo, hay que actuar en todas las capas: datos, modelos, decisiones y gobernanza. Tenemos que auditar de forma externa los conjuntos de entrenamiento y eliminar variables o correlaciones que actúen como proxies de género, raza o clase. Documentar públicamente cada fase del ciclo de vida algorítmico, abrir el código o, al menos, las lógicas de decisión a revisión independiente e incorporar equipos interdisciplinarios y diversos —no solo de ingeniería— que detecten sesgos que a la plantilla dominante se le escapan. Además, habría que someter los sistemas de alto impacto a pruebas de estrés (“sandbox”) antes de desplegarlos y revocarlos si aparecen efectos discriminatorios. Cosa que ahora no solo no se hace, sino que se justifica como errores admisibles. Sin estas salvaguardas, los algoritmos no son una anécdota técnica, sino una forma más de mantener el reparto desigual de poder. La buena noticia es que las técnicas de detección y mitigación existen; la mala es que chocan con intereses comerciales que prefieren la opacidad. Por eso la respuesta no es solo técnica, sino política: la neutralidad se construye deliberadamente, o el sesgo queda por defecto.

¿Quién nos dice que mañana no volvamos a crear nuestras propias máquinas e incluso modificar esa parte ideológica de la IA?

El uso masivo de algoritmos que nos ‘ayudan’ a decidir continuamente, dudando de nuestra racionalidad, puede conducirnos a una sociedad perezosa, que prescinda del aprendizaje de saberes y oficios. Esta tendencia ha provocado incluso cierta reacción en el ámbito de la enseñanza, prohibiendo el uso de móviles y tabletas en las clases a los menores. ¿Son útiles estas regulaciones?
El interés de introducir ciertos hábitos de consumo tecnológico es una realidad muy suculenta. Que hayamos generado la norma de que los chavales, cuando van al instituto, tengan su primer móvil, es un ejemplo de ese modelo de consumo. Que las familias quieran discutir sobre este modelo de consumo lo entiendo. Veo muy interesante y necesario intentar crear un discurso antagónico al modelo de consumo digital. Pero no estoy tan de acuerdo cuando esta discusión se torna prohibicionista.

¿Por qué?
Pasamos de un juego de restricciones y reglas familiares que intenta poner límites a algo complejo, a directamente prohibir para proteger a nuestros jóvenes. Curiosamente, una justificación de estas prohibiciones es el porno, el sexo, donde los miedos atávicos ayudan a justificar la prohibición. Me quedé con esta frase de una persona de una de estas asociaciones: “la edad correcta de acceso al móvil y a internet es cuando creas que está preparado para ver porno duro”. ¿Qué es porno duro? ¿Cuántos adultos estamos preparados para ver ese porno duro? No voy a simplificar el problema, pero como persona antiautoritaria, no quiero un mundo donde los jóvenes aprendan mediante prohibiciones.

Según tu criterio, y tu experiencia, ¿puede haber una inteligencia artificial alternativa, verdaderamente democrática y no autoritaria, que desde un entorno amigable deje margen real a la autodeterminación de nuestras decisiones? ¿O es un espejismo más del “realismo capitalista” (Mark Fisher)?
El modelo productivo que está detrás de la inteligencia artificial está directamente relacionado con ese realismo capitalista, donde imaginar una alternativa es imposible. La inteligencia artificial, más que describir unas tecnologías, describe una ideología. Por ejemplo, en esta ideología, la propiedad intelectual deja de ser propiedad para algunas corporaciones, y con eso hemos alimentado ese modelo productivo. Replicar eso en términos democráticos será difícil. Si el estado es fundamental para el capitalismo, la tecnología es su motor. Lo que ocurre es que lo digital se torna real cuando se ejecuta en máquinas. Es cuestión de tener esas máquinas. ¿Podrían ser nuestras? Ahora parece una tarea casi imposible, pero, claro, miramos con las gafas del realismo capitalista. Pero, ¿quién nos dice que mañana no volvamos a crear nuestras propias máquinas e incluso modificar esa parte ideológica de la IA?

El solucionismo dice que la tecnología resolverá los propios problemas que genera. Pero esta ideología se alimenta de ese tránsito que va “del oportunismo, al cinismo y del cinismo al miedo”

¿Puede haber verdadera libertad en términos políticos cuando estamos cada vez más asediados por, perdón por la pedantería, el iliberalismo liberticida generado por el despotismo tecnológicamente ilustrado de algoritmos y burocracia digital? ¿O solo es una fantasía revolucionaria?
Da la sensación de que en esta última década larga, eso que venimos llamando neoliberalismo, está llegando a su fin. Lo que no sabemos es qué forma tendrá el resultado de este fin. Las ideas que giran en torno a esto que Nick Land llamó Ilustración Oscura, y que Bannon ha sabido articular políticamente, por ejemplo, usar todos los medios tecnológicos y políticos, llenar de mierda internet, ayuda a esa generación de dudas sobre la concepción de un Estado democrático y libre. La agenda de esta internacional del odio es simple: la democracia, tal como la entendíamos, no nos vale. El capitalismo acelerado será nuestra única salvación. Así que, si no conseguimos mostrar sus contradicciones de forma fuerte, esa libertad puede que sea una ilusión. Me consuela que en esas dudas la ambivalencia de la multitud es impredecible para cualquier lado. Y en esas lo que ocupamos no son las plazas y sí los centros de datos.

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La inteligencia artificial ha sido denostada como una advenediza en el mundo de la creatividad. Pero, por un lado ha demostrado tanto un genuino potencial, aprovechado por artistas de vanguardia, como ser una amenaza para el gremio creativo, que, como en el caso de los guionistas de Hollywood, han plantado cara con huelgas, etc. ¿Crees que hay un enfoque virtuoso o normativo que equilibre creatividad artificial y trabajo humano?
En el mundo de las vanguardias artísticas, ejemplos como el de William Burroughs con la técnica cut-up, recortando trozos de cinta magnética de manifestaciones para luego unirlas de forma aleatoria y así contar la manifestación “de otra manera”, nos ayudan a entender que eso que se llamó arte generativo tiene una potencia metafórica bastante fuerte. Usar tecnología, y en este caso la IA, como forma de expresión se ha hecho de forma intensa, con propuestas, como dices, muy potentes. Pero estas herramientas generativas (sobre todo) tienen ese potencial de imitación (con errores y artefactos que aún generan el valle inquietante). Lo digital siempre se ha podido copiar (o imitar como lo material). Lo que ocurre es que ahora destilar estilos (escritura, imagen, código) y encima mas rápido que nunca y eso pone encima de la mesa una discusión laboral/profesional compleja.

¿Qué pasa con esas profesiones susceptibles de ser imitadas/destiladas: traductores, ilustradores, guionistas? Y más aún cuando, para poder crear estas IAs, se ha utilizado contenido con propiedad intelectual para entrenarlas y no ha ocurrido nada? Si existe una forma de buscar un equilibrio en esto, será volviendo a rescatar la discusión sobre la propiedad intelectual. Ya que, una vez esquilmado internet para crear una máquina de destilación, poco van a poder hacer todos esos gremios que dependen de esa propiedad intelectual para vivir.

El potencial está, pero que ese potencial expresivo pueda impactar en esta visón de la autoría es complicado si no se da ese debate.

Entre otras cuestiones, la inteligencia artificial ha sido señalada como un factor ecológico negativo, por ejemplo, por su necesidad de inmenso consumo energético o de ingentes cantidades de agua para refrigeración? ¿No estaremos contribuyendo también al colapso medioambiental?
Nick Land, el ideólogo de ese aceleracionismo efectivo, decía: “Los osos polares se están ahogando, y no hay nada que podamos hacer al respecto”. Para estos acólitos del aceleracionismo efectivo, en una versión cínica máxima, que el planeta se agote no entra en la ecuación. El solucionismo dice que la tecnología resolverá los propios problemas que genera. Pero, como decía en parte Paolo Vino, esta ideología se alimenta de ese tránsito que va “del oportunismo, al cinismo y del cinismo al miedo”. En ese estado de temor incluso como decíamos sí es necesario poner en duda las democracias occidentales por poco eficientes, lo hacen y lo mismo ocurre con esos límites planetarios reales. La IA, lo que ocurre es que encima tiene cierta utilidad ahora mismo, con usos reales. y es más justificable su desarrollo. El sistema evolutivo actual es por fuerza bruta, en el que cada modelo es más grande y requiere de más GPU, y más electricidad y más agua y esto nos acerca no solo a crisis climáticas, sino que perpetúa la idea de Bernard Stiegler, que llamó “guerra de la innovación permanente”.

Ucrania y Gaza nos han mostrado un salto cualitativo en la tecnología bélica, con la utilización masiva de los drones, de inteligencia artificial o de la guerra híbrida de granjas de crackers, que nos quieren lanzar al militarismo y al incremento exponencial de los presupuestos de ‘defensa’ ¿Habría alguna forma de hackear desde el pacifismo y la noviolencia activa esta deriva?
Pues de primeras no lo veo, me veo muy dentro de ese espíritu fisheriano “donde no hay alternativas” a este modo guerra. Que un país como Argentina tan prolífico en formas de protesta siga sosteniendo el gobierno de Milei me dice que ese estado guerra del que habla Raúl Sánchez Cedillo está más imbricado de lo que me gustaría. En la guerra de Ucrania hemos visto desde la alta tecnología privada con la red de stalites de Starlink, a drones controlados por cables de fibra óptica para evitar la pérdida de señal, pero también una guerra de trincheras y barro, en un Verdún revisado además todo “televisado” en canales de Telegram. Y el pacifismo no ha podido crear un discurso fuerte contra la guerra. Así que no creo que el hacktivismo pueda superar ese cinismo y ese miedo que comentábamos antes. Tendrá que ser algo más allá de esta forma de organización social que tenemos, pero no creo que sea desde el discurso antimilitarista (y eso que me gustaría).

El mundo actual parece haber abandonado el ideal de justicia social y haberse echado en brazos del aceleracionismo, la filosofía que proclama que solo más tecnología nos salvará de los problemas provocados por la tecnología. Sin caer en el primitivismo, ¿puede o debe haber un enfoque decrecentista también en la tecnología?
Este artículo de Ctxt, en la entrevista a Wim Vanderbauwhede, habla del trabajo que están haciendo en su grupo de investigación de Informática Sostenible y de Bajas Emisiones, que está tratando estos temas. En su caso, tiene un carácter decrecentista claro y creo que puede ser un espacio de discusión importante. No todo tiene que funcionar al máximo de “velocidad”. Con Deepseek, la IA china, se pudo ver que estos modelos se podían entrenar sin usar la máxima potencia (ya que no la podían adquirir) y optimizar mucho el entrenamiento de esos modelos, la escasez aviva el ingenio. Algo que ya intento Timnit Gebru en Google y le sirvió para su despido.

¿Por dónde empezar?
Desde mi punto de vista, que estoy en una capa muy abstracta del desarrollo de software, creo que podríamos empezar a revisar qué uso hacemos de la tecnología. Hay una tendencia a tener todo en esa nube, así nuestras apps y software continuamente dependen de infraestructuras ajenas. ¿Pero si eso no fuera así? Si pudiéramos elegir que esa tecnología funcione primero en local (en el móvil, en el ordenador), y sincronizarse sin pasar por el almacenamiento en la nube (de forma segura y estable), El diseño de ese software sería muy diferente. No se si sería decrecentista, pero sí que nos podría dar otra mirada.

Ver a tantos divulgadores científicos discutiendo con grupos de homeópatas para demostrar su error, creo, alimenta ese discurso dicotómico que tanto exalta internet

Denostamos la “ilustración oscura” de Nick Land y compañía, como respuesta tecno-feudalista y empresarial a la debacle, pero la realidad es que la filosofía solucionista (Euvegny Morozov) de la tecnología también se ha aliado con el aceleracionismo de izquierdas, del tipo “comunismo-de-lujo-totalmente-automatizado” (Aaron Bastani). ¿Cómo responder, desde postulados progresistas radicales a nuestros compañeros pues, como señaláis, “a mayor velocidad, menor reparto”?
Mi práctica, un tanto promiscua en lo tecnológico, me genera muchas contradicciones. Sigo viendo que el ámbito digital y sus periferias son espacios de exploración muy potentes, y por eso se dan discursos sugerentes. El sistema operativo descentralizado e imparable que proponía Ethereum es un ejemplo de ello. Por eso me siento cómodo, al menos inicialmente, en la provocación de Aaron Bastani con su propuesta de “comunismo de lujo totalmente automatizado”. Pero luego me entran las dudas, y escucho a César Rendueles, que te dice: “no, colega, nadie quiere ser repartidor de basura”, y claro, es cierto. Querer seguir viviendo en esa velocidad de escape sin haber logrado la abundancia plena es complicado. Aquí es donde Peter Frase, en su libro Los cuatro futuros, aporta una tipología útil para pensar alternativas. Él describe cuatro posibles escenarios combinando dos ejes: abundancia/escasez y igualdad/desigualdad.

Explícalos.
Por un lado, el Comunismo (abundancia + igualdad), que es el escenario utópico que Bastani idealiza. Por otro, el Socialismo (escasez + igualdad), que en términos materiales quizás sea lo más realista y deseable. Luego está el Rentismo (abundancia + desigualdad), del que estamos claramente aburridos, y finalmente el Exterminismo (escasez + desigualdad), que sería el escenario más oscuro, donde seríamos los primeros en perecer. 
Mientras que no logremos inventar el replicador de Star Trek igual lo que tenemos que asumir que de lo que se trata es de buscar un reparto de la escasez.

El fracaso de la cultura libre, del software libre a la open science y el creative commons, como gran alternativa, es evidente. Han muerto de éxito, en tanto en cuanto el capitalismo se la ha apropiado para su beneficio. ¿Se te ocurre cómo combatir este saqueo y defender el comunal digital, al menos en Zonas Temporalmente Autónomas (Hakim Bey)?
Recientemente, conversando con Marta G. Franco al respecto de su libro Las redes son nuestras, ella habla de ese efecto de robos: nos robaron internet. Lo que está claro es que nuestras prácticas, que aluden a los procesos que deshacen, desorganizan o dislocan esas estructuras o codificaciones previas (incluso las nuevas), ese proceso que se ha llamado desterritorialización, tiene su contraparte en la reterritorialización, donde se vuelve a reorganizar, aunque no necesariamente hacia la misma forma anterior. Así, el software libre se convierte en open source. La libertad vírica de la GPL se torna libertaria con licencias tipo MIT y su imaginario de startups, entrepreneurs, ahora en su deriva cryptobro. Y la cultura libre es arrastrada por una paupérrima idea de la autoría. Yo, que vengo de esa (ahora vieja) autonomía de los noventa, pensar en los TAZ (Zonas Temporalmente Autónomas), esa interzona de Burroughs o esa Zona de Tarkovski, se me antojan deseables. No tanto para recuperar esos robos, más bien para crear espacios de exploración, aunque sean temporales.

Parece que estamos asistiendo al comienzo de la era del tecno-capitalismo, cuando no quedan nichos de mercado, solo resta esquilmar los caladeros digitales de la economía. Con Elon Musk a la cabeza de una élite de CEOS tecnológicos y tecno-ricos, en alianza con Trump, pretende dominar el mundo. ¿Hay alguna manera de resistirse o es el último coletazo de un capitalismo terminal?
Donde están fuertes estos superricos y su nueva ideología acelerada es en la capacidad de controlar el relato. Bannon lo vio claro. No importa si es verdad; lo que importa es llenar internet de mierda. La desinformación es su nueva normalidad. Y nosotros la atacamos desde una visión racional, en ocasiones cargada de moralidad. Ver a tantos divulgadores científicos discutiendo con grupos de homeópatas para demostrar su error, creo, alimenta ese discurso dicotómico que tanto exalta internet. Y mientras tanto, estos Musk, Zuckerberg y compañía rentabilizan con clicks esas polémicas. El clásico “no alimentar al troll” no esta funcionando. ¿Igual si mostramos sus contradicciones tan caóticamente como lo hacen ellos? No sé. No pinta una gran solución, pero sería más divertido. ¿Te imaginas a Pablo Iglesias haciendo un goteo pidiendo pasta para ampliar el chalet de Galapagar? Igual tenemos que desempolvar el clásico: “Manual de Guerrilla de la Comunicación” y que Luther Blissett nos guíe.

Mientras no consigamos mostrar la realidad del trabajo en torno al código y escapar de esa visión de empresario de sí mismo, poco margen al sindicalismo veo

El escritor argentino Michel Nieva nos habla de “ciencia-ficción capitalista”, que impulsa, por ejemplo, las fantasías cosmistas de conquistar otros mundos (después de destrozar la Tierra). ¿Puede haber todavía una imaginación política, quizá heredera del ciberpunk, que empodere nuestra resistencia (estoy pensando en novelistas como Cory Doctorow, etc.)? ¿Nos podrías recomendar alguna novela, película o serie para desarrollarla?
Una de las ideas del ciberpunk y de Gibson era que no hacía falta imaginar futuros a 100 años de distancia; con pensar en 20 minutos era suficiente, igual pensar en futuros cortos nos ayuda a salir de este realismo capitalista. En esta línea recientemente me volví a leer dos clásicos de Sterling: El fuego sagrado, donde se juega con la idea de una gerontocracia, narrando la transformación de Mia, una anciana rejuvenecida que desafía la sociedad tecnocrática y controlada del futuro. La visión que la juventud que tiene de ese mundo dominado por viejos me recuerda a la lineal argumental de Bifo de esa generación PostAlpha y a textos como en Senectus mundi. Demencia senil y nihilismo atómico. La juventud algo tendrá que hacer con tanta impotencia senil, este libro y sus autistici ayudan a imaginarlo.

El segundo libro.
Distracción, también de Sterling, cuenta la historia de Oscar Valparaíso, analista político estadounidense. Su historia se mueve en torno al enloquecido gobernador de Luisiana, que pretende aprovechar el estado de vacío de poder y bancarrota en que se encuentra el gobierno de Washington para consolidar su propio poder autárquico y populista. Demasiado acertado para ser un libro de 1998, pero es interesante cómo se imagina la política institucional en un mundo caótico. Por supuesto, el descubrimiento de Ursula [K. Le Guin] me ha dado una ilusión renovada por la ciencia ficción. Cualquiera de sus novelas me vale. La mano izquierda de la oscuridad o Los desposeídos son obligatorias, pero empezaría por el artículo: La teoría de la bolsa de transporte de la ficción.

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Saludos a la romana, apoyos electorales explícitos a la extrema derecha o asaltos a los parlamentos en una inquietante vuelta del populismo racista e imperialista, que nos remonta a otras épocas. ¿Corremos el riesgo de que este giro geopolítico hacia la autocracia puede aliarse con la idea de tecnocracia como parte de un (tecno)fascismo 2.0?
Como hemos ido apuntando a lo largo de la entrevista, esa aceptación de que este es el único modelo productivo y social posible es el espacio de juego de estas nuevas ideologías. Nuria Alabao ha sabido explicar desde una perspectiva feminista cómo esta internacional del odio es algo global. Sus políticas contra el diferente —mujeres, personas racializadas, colectivo LGTBQ+— les da un campo de acción poderoso. E internet y sus canales son parte de esa autocracia. Elon Musk lo vio claro comprando Twitter con una intención claramente neofascista.

Después de la pandemia se impuso masivamente el teletrabajo como la liberación por la flexibilidad y hoy ya es una realidad laboral, tan exigente y engañosa como lo fue el mito del emprendedor. Y el cognitariado digital, como nueva clase laboral desregularizada y precaria, sigue sometido. ¿Tiene esta deriva alguna salida (sindical) viable?
Es un tema que me gustaría profundizar más, sobre todo asociado al sector tecnológico donde me muevo. Es curioso cómo ese debate tan interesante de principios de los 2000 —que se puede ver en libros como el de Traficantes de Sueños, Capitalismo cognitivo. Propiedad intelectual y creación colectiva— no se ha continuado. Autores como Yann Moulier Boutang argumentaban que, en esta fase del capitalismo, el conocimiento, la creatividad y las redes digitales son las principales fuentes de valor económico. Sin duda, así ha sido. Pero, curiosamente, pasadas estas décadas, nos vemos como una suerte de pseudo-profesionales más que como una nueva clase trabajadora. El discurso del emprendedor, que la empresa ha sabido reapropiarse con conceptos como “carrera profesional” o “intraemprendimiento”, da lugar a un nuevo trabajador individualista. Esto, apoyado por la gran rentabilidad del sector y una fácil movilidad (con mejoras de condiciones), impide que esa parte del trabajo digital altamente cualificado se vea como un trabajador, aunque así lo sea. Tirando de cinismo, hay miles de “fabriqueros del código” anhelando que serán los emprendedores. Mientras no consigamos mostrar esta realidad y escapar de esa visión de empresario de sí mismo, poco margen al sindicalismo veo.

Karlos G. Liberal 2
Karlos G. Liberal 'Patxangas' Ione Arzoz


No sé si utilizas las redes sociales, pero en la polémica reciente sobre la antigua Twitter, ¿cómo te posicionas? ¿Es lícito, o conveniente, seguir utilizando X en un empeño quintacolumnista por no abandonar trincheras digitales? ¿O es mejor pasarse a otras redes aparentemente menos agresivas como Bluesky? ¿O estar presente en todas? ¿O, quizá, en ninguna?
La batalla cultural, se podría decir, ya la hemos perdido: el ejército de trolls ya no está de nuestro lado. Pudiera parecer que seguimos participando en las redes con una mirada económica, donde como hemos realizado una inversión, el efecto del coste hundido nos impide salirnos, por no perder algo que ya habíamos gastado. Esto lo explica muy bien Cory Doctorow con su concepto de “cuello de botella”: las grandes corporaciones establecen puntos de estrangulamiento en los mercados para controlar tanto a proveedores como a consumidores, limitando la competencia y maximizando sus beneficios a expensas de otros actores. Ahora, en las redes sociales, estamos justamente en ese momento de estrangulamiento. Nos van a exprimir, mientras pensamos que todavía rascamos un poco de la influencia que alguna vez tuvimos. ¿Qué hacer ahora? A mí, por defecto, me sale la promiscuidad: estoy en todas. Pero, en realidad, poco fundamento hay en eso. Sí veo que el concepto del Fediverso permite volver a hablar de la propiedad de los datos y de las infraestructuras, pero la idea de una red social como altavoz único creo que se está perdiendo. Quizá el Fediverso nos lleve de vuelta a las plazas públicas que son la web.

Igual nos puedes iluminar en los arcanos tecno-geopolíticos de la disputa imperialista entre China y Estados Unidos. ¿Huawei, TikTok o Deepseek son caballos de Troya chinos de Occidente? ¿O, realmente, da igual, y todas las tecnológicas son igualmente invasivas, depredadoras y controladoras?
Mi conocimiento geopolítico es limitado, pero en la parte tecnológica, durante un tiempo vimos a China y sus proyectos como algo menor, de menor calidad. Pero luego TikTok ha sabido llevar a la máxima expresión la idea de lo viral: cualquiera puede hacerse un poco famoso. Y, en poco tiempo, eso ya está asustando a Instagram. Sus prácticas y su interés son los mismos: mantenerte enganchado a la pantalla. ByteDance es un conglomerado que con dos mil millones de dólares de beneficio. Es normal que el imperio (EEUU) se asuste de ese país que hasta hace cuatro días estaba en vías de desarrollo. Con Deepseek, el susto es mayor. China aplica todos sus procesos de forma muy dirigida: invertir a riesgo no es su norma. En esta entrevista de un medio chino, le preguntan al fundador de Deepseek si esa estrategia de invertir en innovación como se hace en EEUU tiene sentido en China. La entrevista es de hace un año, y visto lo visto, parece que el cambio de planteamiento ha generado cierto revolcón en el sector tecnológico.

Parece que vivimos entre la debacle de la utopía y el boom de la distopía disciplinaria, que ha perdido su carácter emancipador. Según tu opinión, ¿frente a la IA-cracia (José M.ª Lassalle) tiene sentido alentar algún tipo de “utopía ambigua”, como propone Ursula K. Le Guin? ¿Cómo te la imaginas?
Será imaginando que podemos darle la vuelta a la frase de Baudrillard: “Historia sin deseo, sin pasión, sin tensión, sin acontecimiento auténtico, en la que el problema ya no es cambiar la vida, que era la utopía máxima, sino sobrevivir, que es la utopía mínima.”

Dirigido a nosotros, profanos desorientados, entre una actitud leninista y otra taoísta, ¿nos podrías sugerir decisiones personales o colectivas, sencillas pero determinantes como consumidores-usuarios, sobre “qué hacer” y “qué no hacer” en términos de uso de la tecnología digital?
Simplificarnos la vida. Lo digital dejó de ser interesante cuando la transformación digital ocurrió de forma apresurada durante la pandemia. Intentar soportar todos los inputs que llegan desde lo digital nos hace entrar en una espiral de complejidad vital y falta de sentido bastante desbordante. Ahora ya podemos decir que, en lo digital, menos es más. Pero no solo en el uso de herramientas o de tecnología, también en la importancia que le damos a esa vida en lo digital. Simplificar y limitarse por el gusto de hacerlo creo que es una buena elección. Y, por ser más práctico: organizar nuestra vida digital —nuestro segundo cerebro— en un sistema basado en ficheros Markdown, como Logseq u Obsidian, puede ayudarnos a dejar de tener miles de correos, documentos y PDFs desperdigados en nubes y ordenadores. Simplificar al máximo con un solo fichero de texto enriquecido como Markdown es mi nuevo martillo.

En este aspecto, ¿todavía tiene sentido convertirnos en ‘prosumidores’ bajo la filosofía libre de Do it yourself, o la acelerada complejidad tecnológica, que provoca sucesivas brechas digitales, ya nos ha hecho perder ese tren definitivamente?
Para nada. Como diría Nueva Vulcano en su canción: “hemos hecho cosas”, y tenemos que seguir haciéndolas. Lo digital tiene que tener una revisión, posiblemente añadiendo ciertas fricciones para hacernos conscientes de qué uso queremos hacer de esas tecnologías. Aquí, volver al DIY nos permite experimentar y explorar en cómo hacer y en cómo consumir. Además, vamos a volver a los objetos tangibles, no solo a las pantallas. Dispositivos-objeto que nos permitan interfaces más amigables y que sean nuestras creaciones.

Bruce Sterling, el padre junto a William Gibson, del ciberpunk, afirmó en 1996 que “no hay un único futuro posible y ese futuro está por escribir”. De hecho, nos hemos dedicado a escribirlo y reescribirlo en infinidad de novelas y ensayos. ¿Después de la experiencia de publicar El algoritmo paternalista, tiene sentido eso de escribir sobre tecnología, como expectativa de ese ‘otro futuro es posible’, o es una voz más perdida, como decía Morfeo, “en el desierto de lo real”?
Uno de los temas que más hemos trabajado en el libro y en distintas investigaciones es la forma en que medimos el desempeño de los algoritmos. Para ello se usan muchos términos: precisión (qué porcentaje aciertan), eficacia (qué tan bien logran su objetivo), sensibilidad (capacidad para detectar casos verdaderos) y otros conceptos como falsos positivos (cuando el algoritmo dice que algo ocurrirá y no ocurre) y falsos negativos (cuando no detecta algo que sí ocurre). Todo esto demuestra lo complejo que es medir la ponderación que queremos otorgar a algo automatizado.

Una de las cuestiones que queremos medir es la predicción. Queremos predecir los valores de unas acciones, de las futuras nevadas, pero también queremos predecir, por ejemplo, el riesgo de reincidencia de un preso en base a datos. Esa necesidad de anticiparnos tiene una política detrás: si no quieres riesgos, tu algoritmo tenderá a ser más conservador, y eso puede llevar a decisiones como dejar a más personas en la cárcel. Esto me lleva a una frase que repito mucho y que creo que es fundamental discutir: “nadie puede superar una predicción”. El futuro está por escribir, pero nos repetimos insistentemente que podemos ser adivinos prediciendo lo que vendrá.

En The Peripheral, Gibson imagina un escenario donde un futuro principal llamado el Jackpot (una catástrofe global lenta y múltiple como ahora) permite, gracias a una tecnología de comunicación cuántica, abrir conexiones hacia el pasado. Sin embargo, no viajan físicamente ni cambian su propio pasado: al establecer contacto, crean una nueva rama temporal —un stub— que sigue su propio curso, separado del futuro del que partieron. En El amanecer de todos los tiempos, David Graeber habla del pasado desde una premisa similar. Así que mis nuevos proyectos van en la línea de los TAZ (Zonas Temporalmente Autónomas) y de estas ramificaciones, que podríamos llamar FTA (Futuros Temporalmente Autónomos). Necesitamos antídotos tecnológicos, y me gustaría poder diseñarlos.

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Hazlo posible Un año de investigaciones en El Salto: más impacto y visitas que nunca
En el último año El Salto ha publicado decenas de trabajos de investigación, con más impacto y visitas que nunca: desde la exclusiva de los festivales de KKR a la foto manipulada de Mazón, pasando por los agentes infiltrados en colectivos sociales.
Explotación laboral
Explotación Dos detenidos en La Vera por explotar a migrantes nepalíes
Ciudadanos nepalíes eran obligados a trabajar sin contrato ni condiciones mínimas en fincas agrícolas extremeñas.
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Madrid La policía deja inconsciente a una persona africana tras reducirla en Lavapiés
La tarde de este miércoles, en este barrio del centro de Madrid, se ha vuelto a registrar un incidente en el que la policía ha hecho uso excesivo de la fuerza sobre personas negras reunidas en una plaza.
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Desahucios La Comunidad de Madrid desahucia a una persona con discapacidad y postrada en una cama
José Luis Alcalá Nuño tiene una discapacidad del 52% y vivía en una casa adjudicada a su madre por la Agencia de Vivienda Social (antiguo IVIMA).
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El Salto Radio Convivencia de Berrocal II: Comunidad de acogida
Volvemos a la Convivencia Rural de Berrocal y, esta semana nos detenemos en la historia de dos familias, una palestina y otra israelí, que nos muestran que la convivencia es posible. Además, tecnosuelos y música. Creemos que merece la pena escuchar.
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Sphera Trans y creyente: viviendo la identidad dentro de la espiritualidad
Niurka Gibaja es una mujer trans y es teóloga. Defiende poder aunar identidad y espiritualidad y se basa en su formación académica para argumentar que las enseñanzas de la Biblia no son tan conservadoras como la Iglesia hace creer.
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Macrogranjas Aragón, la meca porcina insaciable
Pese a la condena del TJUE, al exponencial crecimiento de la industria porcina en el último lustro y a la contaminación de los acuíferos, Aragón ha decidido eliminar las pocas restricciones ambientales de las macrogranjas.

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