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La aventura de un viaje a territorios lejanos siempre viene acompañada por el miedo a lo desconocido, a aquello que, por ser diferente, supone un cambio respecto a la realidad que habitamos cada día. Algunos viajeros —más bien turistas— se ven inmersos, casi sin quererlo, en la lógica del control de ese mundo por visitar reduciéndolo a sus anhelos de un viaje “sin sorpresas”. Sin vida, diría yo. Lo organizan todo: el vuelo, la estancia, el transporte, el recorrido, los días en tal o cual sitio… Otros, aún más cautelosos, prefieren acudir a una agencia de viajes y contratar un “paquete” que les asegure que podrán ver todo “lo que hay que ver”, según indican las guías de viaje. Es lo más seguro. “El viaje ha ido de maravilla” dirán a su vuelta solo y solo si “no ha habido contratiempos” respecto a lo planeado. Aquellos “exóticos” territorios y las gentes que lo habitan quedan reducidos, así, al miedo y los prejuicios de quienes los visitan.
Resultará habitual, entre los turistas que aborrecen los cambios, visitar un exótico McDonald’s en Nueva Delhi mientras rememoran con la nostalgia de un par de días “lo bien que se come en nuestro país”; mirar con recelo e incluso desprecio a quienes habitan esos territorios con aspectos y costumbres “tan raras” y “atrasadas”; apartar la mirada ante la pobreza que habita a pocos metros de los resorts “todo incluido” en los que encuentran refugio y seguridad ante los supuestos peligros de lo que no conocen ni conocerán...
Son estos los monstruos que, atemorizados por una realidad que ha cambiado de manera incomprensible para ellos y, por tanto, amenazante, apelan a la Reconquista de algo que nunca existióEn nuestras sociedades, los monstruos del no-cambio viven el día a día como turistas atenazados por el miedo. Exigen, al levantarse, encontrarse un mundo ordenado y sin sobresaltos en el que aquellos cuyas vidas e ideas van más allá de su “plan de viaje” besen la lona de la derrota; en el que quienes de una u otra manera no encajan con su idea de “lo que deben ser las cosas” desaparezcan para siempre de la faz de la tierra. Son estos los monstruos que, atemorizados por una realidad que ha cambiado de manera incomprensible para ellos y, por tanto, amenazante, apelan a la Reconquista de algo que nunca existió más que en los folletos de propaganda de las agencias de viajes y en los discursos de odio de sus dueños; son quienes, en definitiva, viven como quien sigue los pasos de un guía turístico —un líder— que les pondrá a salvo de todo lo que suponga un cambio respecto a lo planeado por unas mentes que, de tan esclavizadas, se han convertido en esclavistas.
Pero hay otro modo de viajar —y de concebir la vida— en el que ese miedo es entendido como oportunidad para aceptar que el mundo y el ser humano, en su constante devenir, representan más una oportunidad de vivir más allá de nuestras rutinas físicas y, especialmente, mentales, que un peligro para nuestra identidad. Hay quienes aceptan lo diferente, lo que cambia respecto a lo que creemos saber, como una oportunidad de vida. Hay quienes compran un billete de avión y dejan que el mundo encontrado a miles de kilómetros, tan diferente, les haga cambiar también a ellos y ellas.
Así, frente a los que entre devastadores e irracionales temblores provocados por sus ataques de pánico buscan imponer al mundo y a la vida los estrechos límites de su cobardía y su desprecio, estamos y estaremos quienes pensamos la vida como un infinito a descubrir, como una oportunidad de hacer del cambio y del tiempo una ocasión para superar los límites de lo que somos y vivimos.
Los monstruos del no-cambio parecen estar de suerte: demasiada gente vive aterrorizada por todo lo que les pueda hacer cambiar su modo privilegiado de vivir y ver el mundo
De nuevo, el mundo —si es que alguna vez dejó de serlo— se ha convertido en un campo de batalla. Y los monstruos del no-cambio parecen estar de suerte: demasiada gente vive aterrorizada por todo lo que les pueda hacer cambiar su modo privilegiado de vivir y ver el mundo. Necesitan una vida ordenada en la que saber a qué atenerse. Pero aquí estamos y estaremos: dispuestos y dispuestas a convencerlos de que, más allá de sus miedos, existe una realidad de una belleza que ni imaginan y, si es necesario, a hacer volar por los aires todo intento de convertirnos en esclavos de los insignificantes y estúpidos viajes organizados por los dueños de las agencias turísticas.
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Coincido con el artículo.
Estos monstruos del no cambio tienen una visión tan etnocentrista sobre el resto de las culturas, que si no se encuentran con lo que ellos ven como normal y desarrollado, automáticamente lo tachan de inferior. Me dan pena, tener la oportunidad de ver, aprender y probar tantas cosas nuevas y desperdiciarla tan gravemente.
Que gran verdad. La mayoria que viaja deberia preguntarse si hacer un viaje sólo es cambiar de lugar sin conocer lo más importante :: las gentes y su forma de vivir.
Muy de acuerdo, me encanta como explicas que dependiendo de la manera en la que viajamos se ve cómo vivimos. Buen artículo.