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Transexualidad
¿Las personas trans cabezas de turco? No, gracias
La oscuridad medieval a donde nos quieren retrotraer no se combate apagando las luces, sino empuñando con más fuerza y valentía la antorcha que siempre ha iluminado el progreso del ser humano.
Las personas trans llevamos esperando más de cuarenta años para ser tratadas en igualdad en los ámbitos de la educación, la atención sanitaria, el mercado laboral, la práctica del deporte, la consideración legal de nuestro sexo y nombre en documentos oficiales; el derecho humano al reconocimiento de la identidad. Esta vulneración sistemática de derechos humanos no cambio ni siquiera con la entrada de la democracia.
Gobiernos democráticos de distinto color, unos y otros, han ido sorteando evitar entrar en una legislación que nos reconozca como ciudadanía. Lo han hecho para no enfadar a los pilares que sostenían la anterior dictadura, representados en la moral a través de la iglesia y excusados en una visión psicomédica cuya vertebración no es la ciencia sino la ideología que ha patologizado las identidades trans, siendo una excusa perfecta para la vulneración de los derechos humanos de las personas trans y que ha tenido una influencia determinante en las legislaciones.
Las personas trans hemos sido violentadas tradicionalmente desde esa ultraderecha española política y religiosa y, en los últimos tiempos, con asombro hemos visto cómo algunas voces desde ciertos sectores progresistas y feministas coinciden al cien por cien con los planteamientos de la ultraderecha. Ambas corrientes han argumentando sus ataques en una pretendida defensa de la biología y desde un esencialismo carente de rigor que supone una cosificación, deshumanización y demonización de las personas trans, cuyo impacto es grave al tratarse de un grupo vulnerable que se ve expulsado a los márgenes.
La demonización para la conculcación de derechos y la deshumanización, es decir, desprender de la consideración humana al sujeto para que resulte más fácil el trato subhumano, han sido prácticas que se han llevado a cabo con otros grupos humanos como las minorías étnicas, mujeres y gays.
Las personas trans no podemos ser la cabeza de turco que pague los desmanes del capital que es lo que abre la puerta al fascismo
Tenemos, por tanto, claro que este es el mecanismo empleado para la subyugación de nuestras identidades al sistema cispatriarcal, el único sistema de organización social que el ser humano ha conocido desde que en la noche de los tiempos apareció la propiedad privada ligada a un apellido masculino, y que se ha perpetuado en todas las esferas de nuestras vidas con la eficacia y peligrosidad de estar sublimado en nuestras formas autómatas de relación social. Lo traviesa todo, hasta las clases sociales, por eso la reacción del sistema aglutina desde el ultraconservadurismo a sectores de la progresía española.
Los últimos años han supuesto un gran avance en derechos sociales y libertades civiles que, en el caso concreto de las personas trans, ha sido una auténtica revolución con el reconocimiento como derecho humano fundamental de la libre determinación de la identidad sexual, plasmado por primera vez en la ley trans de Andalucía y que se ha extendido como un tsunami al resto de legislaciones del Estado español como es el caso de Madrid, Valencia y Aragón, y siendo reclamada también desde el resto de comunidades con proyectos más o menos avanzados. El procesó culminó con el registro en el Congreso de los Diputados, el 23 de febrero de 2018, del primer proyecto de ley trans estatal impulsado por los sujetos políticos, la Federación de Asociaciones Trans de España y la Plataforma Trans, y cuyos principios legislativos se rigen por la plena y real despatologización de las identidades trans.
Siempre que se produce un movimiento de avance, el cispatriarcado se revuelve y produce otro movimiento de fuerza directamente proporcional a ese avance
A eso se le une el espacio social, político y mediático que ha ido conquistando el colectivo trans, pudiendo hacer llegar cada vez más información veraz sobre la diversidad de las identidades sexuales y que ha propiciado la eclosión de la visibilización de los menores trans.
Siempre que se produce un movimiento de avance, el cispatriarcado se revuelve y produce otro movimiento de fuerza directamente proporcional a ese avance. A esto se le llama reacción.
Y como cité anteriormente, las fuerzas reaccionarias son de la misma condición que el propio sistema; transversales. Por eso se pueden observar en ambos lados del espectro político, aunque con diferentes relatos, y ahí es donde tenemos que ser analíticos para darnos cuenta de que, aunque diferente prosa, es el mismo verso.
Desde el ultraconservadurismo patrio la respuesta se ha canalizado a través de organizaciones como Harte Oír o partidos políticos como VOX, que plasman sin ninguna ambigüedad y de frente todo un ideario dispuesto a revertir los avances en políticas trans, LGB y hacia la protección de las mujeres. Pero hemos visto con alarma cómo desde algunos sectores feministas y de izquierda se utiliza el avance de estas formaciones ultras para frenar también el avance en derechos del colectivo trans con la excusa del miedo. Atacando las políticas de diversidad sexual como algo nocivo para la izquierda que provocaría una desafección de las clases populares hacia estas y sería caldo de cultivo para la extrema derecha.
Es llamativo y sangrante que vaya a hacer un año desde aquel registro histórico en el Congreso de los Diputado de la primera Ley Trans estatal sin que el grupo proponente, Unidos Podemos, haya sido capaz de llevar la ley al pleno para su aprobación a trámite, lo que ya motivó hace unos meses el inicio de una huelga de hambre de 17 activistas trans.
¿Qué esta pasando con la izquierda?
Los factores que provocarían un crecimiento del populismo de extrema derecha serían tema para otro artículo pero en ningún caso se puede atribuir a la construcción de una sociedad de progreso, donde todos los ciudadanos tengan igual reconocimiento, oportunidades y dignidad, máxime cuando España está a la cabeza en la aceptación de la realidad trans, según una encuesta realizada por Ipsos en 16 países y publicada en enero del 2018.
La izquierda y el progresismo no pueden caer en la trampa del miedo, las personas trans no podemos ser la cabeza de turco que pague los desmanes del capital que es lo que abre la puerta al fascismo.
La oscuridad medieval a donde nos quieren retrotraer no se combate apagando las luces, sino empuñando con más fuerza y valentía la antorcha que siempre ha iluminado el progreso del hombre.
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Comparar al feminismo que afirma que el género son estereotipos sociales creados para subyugar a la mujer, con grupos ultracristianos que afirman que los estereotipos de género son algo natural relativo a la biologia, me parece mal intencionado y destructivo. Este debate ya se ha tenido en U.K. y sólo ha servido para fracturar y llevar a las distintas corrientes feministas a extremos enfrentados.
No caigamos en el mismo error. Aceptemos un debate honesto sin transfobia ni misoginia por parte alguna.
Que se pongan a trabajar si quieren un sueldo, como hacemos todos. Ya está bien de tantas ayudas mientras los demás nos levantamos a las 7 para llevar un salario a casa. Una cosa es ser de izquierdas y otra que se rían en tu cara.
Yo me levanto a las 6 de la mañana y sigo siendo trans. He encontrado un trabajo por pura suerte en mi entorno familiar, sino seguiría sin encontrar nada. Antes de criticar, informarse. Que no tenemos ni ayuda ni subvenciones ni nada de lo que suelta la gente por su boca sucia.