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Reino Unido
El hundimiento del laboralismo y la crisis de la socialdemocracia europea
El capitalismo en crisis siempre recurre al nacionalismo como un escudo para desviar la culpa por sus problemas económicos y sociales.
El 12 de diciembre de 2019, las elecciones parlamentarias británicas dieron una gran victoria al conservador Boris Johnson, y supusieron una derrota histórica para el Partido Laborista Británico no vivida desde 1935. Johnson tiene ahora mayoría absoluta en el Parlamento y es muy probable que se dirija rápidamente hacia un Brexit duro.
Hace tiempo la potencia mundial económica capitalista global líder, Gran Bretaña está ahora condenada eventualmente a un declive económico hasta tener una fuerza en la economía global más o menos igual que la del norte de Italia en términos de PIB. Su último papel principal en la economía global, como centro financiero mundial, se atrofiará también, a medida que el capital financiero salga de Gran Bretaña con posterioridad a las elecciones y al Brexit y apunte a otro lugar: Frankfurt, París, Singapur y Nueva York.
Es importante entender por qué ganó Boris, por qué el Brexit está de nuevo en la vía rápida, y cuáles son las probables consecuencias. Una consecuencia inmediata es que Jeremy Corbyn ya ha anunciado que no liderará el partido tras su derrota aplastante. Esto significa que los intereses ‘moderados’ ascenderán de nuevo hasta el control del Partido Laborista y purgará a los progresistas que estaban tras Corbyn. También significa que el Partido Nacionalista Escocés demandará una segunda votación para dejar el Reino Unido. Sus líderes ya lo han declarado. La crisis constitucional británica está de nuevo en la agenda.
Es importante no sólo valorar los fallos o éxitos a corto plazo de las respectivas estrategias electorales de los partidos conservador y laborista, sino entender las fuerzas históricas a largo plazo que están en funcionamiento que han estado dinamitando la política socialdemócrata (y de este modo al Partido Laborista) en las economías avanzadas en décadas recientes. Esas fuerzas históricas a largo plazo se han estado construyendo y acumulando durante décadas. Han jugado al menos un papel tan grande como la estrategia y táctica electorales en la derrota histórica del laborismo.
Como en EE UU con Trump, manipular el ‘voto judío’ y presentar a Corbyn y el laborismo como discriminatorios, o incluso racistas, jugó un papel en la victoria de Boris
Sin duda hay varios motivos por los que los votantes británicos derrotaron al laborismo y abrieron la puerta de nuevo, ahora todavía más, a Boris Johnson para que deje la Unión Europea. Las elecciones muestran que un gran número de votantes todavía querían dejar la UE, a pesar de los tres años y medio de maniobras y dilación del Parlamento Británico.
Otro bloque de votantes que no estaban tan seguros de dejar la UE quizás probablemente votaron por los conservadores porque simplemente querían ‘terminar con el maldito asunto’.
Tres años y medio de debate y maniobras parlamentarias desde el original Brexit de 2016 han dejado a muchos disgustados con los esfuerzos políticos de la élite británica para bloquear la votación democrática de 2016 de la voluntad de la mayoría del país. Otro factor a corto plazo en el resultado electoral es sin duda que Johnson manipuló de forma inteligente el sentimiento del votante con promesas de que protegería —e incluso expandiría— los programas sociales, añadiría más gasto gubernamental, terminaría con la austeridad, salvaría el servicio sanitario, etc.
Es una táctica cínica sacada directamente del libro de Trump. Probablemente otro factor fue la difamatoria campaña de los medios de comunicación empresariales para retratar a Corbyn y al Partido Laborista como antisemitas. Como en EE UU con Trump, manipular el ‘voto judío’ y presentar a Corbyn y el laborismo como discriminatorios, o incluso racistas, jugó un papel en la victoria de Boris. Corbyn y el laborismo cayeron en la estratagema y pasaron demasiado tiempo defendiéndose, en vez de impulsar con más fuerza sus propias propuestas. Les cogieron por sorpresa y no supieron cómo responder, y lo hicieron sólo después de perder un tiempo valioso.
Por supuesto, tener a los medios y prensa capitalistas creando interferencia en el tema en beneficio de Boris y los conservadores tampoco ayudó. Como en Francia en apoyo de Macron, los capitalistas británicos se unieron contra Corbyn, aterrorizados porque si él y el laborismo ganaban significaría la renacionalización de industrias privatizadas bajo el neoliberalismo británico desde los 80.
Finalmente, la estrategia del laborismo misma a veces era confusa y no lo suficientemente diferenciada de los conservadores en varios frentes. En las mentes de muchos votantes, especialmente jóvenes, el laborismo se veía todavía como el socio menor en las políticas neoliberales a favor de las empresas y sin ser digno de total confianza. Los legados de Blair y Gordon siguen azotando el partido (igual que Clinton y Obama en los demócratas de EE UU).
Pero hay más que sólo estrategias y tácticas electorales para explicar el resultado de la votación y la histórica derrota laborista en las elecciones parlamentarias británicas.
En Gran Bretaña, así como en EE UU y Europa y en todas partes, el sistema capitalista ha entrado claramente en una época de ‘reacción nacionalista’ a las perspectivas de declive del crecimiento del capitalismo global. El nacionalismo es la reacción ideológica a ese declive. Los capitalistas más clarividentes e inteligentes, y la clase política que les representa, se han aferrado a llamamientos y políticas nacionalistas y están llevándolos al gobierno merced al creciente descontento económico. De este modo, el Brexit representa una respuesta nacionalista al declive económico británico. “Es culpa de esos europeos y de la UE. Si podemos dejar la UE, Gran Bretaña volverá a sus días gloriosos de poder económico”. Así va la cantinela política en el Reino Unido y en todas partes.
Superpuesto sobre este llamamiento nacionalista en Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte está el curioso contrallamamiento ‘nacionalista’ ideológico de los escoceses, que emplean el nacionalismo escocés como la justificación para quedarse en la UE en vez de abandonarla.
Así que tenemos dos nacionalismos —uno contrarrestando al otro— en el caso del Reino Unido y el Brexit. Indudablemente, Escocia de alguna manera votará dejar el Reino Unido —convirtiéndose en una especie de ‘segunda Catalunya’. A diferencia de ésta, sin embargo, es improbable que los miembros del Partido Nacionalista Escocés sean acusados con éxito de traición y encarcelados. Estén atentos a que Boris y sus conservadores intenten estructurar de forma inteligente alguna solución similar al así llamado backstop de Irlanda del Norte en relación con la UE. Boris y sus amigos intentarán mantener políticamente a Escocia en el Reino Unido permitiéndole quedarse económicamente en la UE. O permitir a Escocia quedarse para sí todo el petróleo del Mar del Norte y los ingresos por el comercio con EE UU, que también es de lo que sobre todo trata la permanencia de Escocia en la UE.
El nacionalismo está debilitando la unidad nacional en el Reino Unido —igual que está haciendo en EEUU… y en España, Italia, y en cualquier sitio de Europa, y no nos olvidemos de India y Cachemira, y otros lugares de Asia. El capitalismo en crisis siempre recurre al nacionalismo como un escudo para desviar la culpa por sus problemas económicos y sociales hacia ‘los otros’. La versión extrema de este ‘juego de culpar a los de fuera’ se llama fascismo.
Hay otra fuerza histórica de más largo plazo en el fenómeno del Brexit —aparte del nacionalismo y los fallos tácticos y estratégicos electorales a corto plazo. Es el declive y hundimiento de la socialdemocracia tradicional y los partidos socialdemócratas. El declive en parte se debe a décadas de mala dirigencia por parte del liderazgo de los partidos socialdemócratas, que se han alineado con las políticas neoliberales de los partidos empresariales en sus países. Al asociarse con los intereses empresariales, con la esperanza de obtener algunas concesiones menores, se han vinculado a sí mismos a las consecuencias de esas políticas neoliberales a favor de los negocios y los inversores.
Esas políticas han significado para sus electorados socialdemócratas: oportunidades de empleo menores, salarios estancados, privatización y pérdida de seguridad social y prestaciones, pérdida de garantías de jubilación y pensiones, y destrucción de sus sindicatos, que hace tiempo protegieron esas mejoras en tiempo de guerra y post-1945.
Por supuesto, los líderes de los partidos de la socialdemocracia ganaron a nivel personal al asegurarse un papel de socio menor en la mesa política con los negocios y sus partidos políticos. Los Tony Blairs y Bill Clintons son hoy multimillonarios que forman parte de consejos corporativos y como consultores de negocios, bien recompensados por sus servicios pasados. Pero canjearon ese papel y ganancia personal por las condiciones de vida de sus miembros de clase obrera.
En su extremo, y en el peor de los casos, la colaboración durante los últimos 40 años de los partidos socialdemócratas con sus ‘oponentes’ de los partidos empresariales ha significado permitir la inmigración inversa en masa —es decir, la deportación— de decenas de millones de puestos de trabajo de clase obrera industrial desde el Reino Unido, EE UU, Europa y Japón a economías de mercado emergentes (donde sus grandes empresas respectivas también han migrado en busca de mano de obra barata, mercados abiertos y políticos indígenas ambiciosos). En última instancia, esa inmigración inversa de puestos de trabajo y deportación de las condiciones de vida explica en gran parte el hundimiento del apoyo electoral de los partidos socialdemócratas en ‘Occidente’.
Generaciones enteras de trabajadores en el Reino Unido, EEUU y Europa —que están hoy condenados al trabajo a tiempo parcial, temporal, gig (por bolos) y precario, a empleo en pequeñas compañías de servicio, y sin experiencia de formar parte de sindicatos— ya no ven ninguna afinidad con los partidos socialdemócratas tradicionales. Este desarrollo no sólo es relevante para el Reino Unido y el hundimiento del laborismo británico como fuerza electoral.
Es cierto para ese partido incluso más débil y menos ‘socialdemócrata’ llamado Partido Demócrata en los EE UU. Como es cierto para el Partido Socialista en Francia, que fue recientemente derrotado y que casi ha desaparecido del escenario electoral. Y como está pasando también para el partido SPD en Alemania, a medida que continúa su asociación y colaboración con partidos e intereses empresariales en ese país. Los partidos socialdemócratas en Occidente han sido vaciados por la deportación de sus empleos industriales (también conocida como deslocalización o a veces llamada de forma eufemística por los medios empresariales ‘reubicación de la cadena de suministro’).
Y los cambios estructurales paralelos en los mercados laborales de la economía occidental han mermado los márgenes del apoyo de clase obrera que le quedaba a esos partidos al lanzar a muchos no deportados al trabajo precario que fragmenta y despolitiza la clase.
La espina dorsal de clase trabajadora industrial de esos países ha sido de este modo deslocalizada en la era neoliberal y, si no, capturada por llamamientos nacionalistas o quienes no ven que les aporte nada votar a nadie. Los líderes de los partidos socialdemócratas en décadas recientes, de esta forma, han participado en, y presidido, la destrucción de sus propias organizaciones y de su propia antigua base político-electoral. Y a medida que permitían la aniquilación de su propia clase trabajadora industrial, lo que siguió fue la atrofia y desaparición de los sindicatos como una fuerza de apoyo electoral organizada.
Hoy no existían ni la clase ni los sindicatos que dieran los votos al laborismo (o a los demócratas, o al Partido Socialista, o al SPD, etc.) en contiendas estratégicas como las recientes elección británica y la votación del Brexit.
Corbyn en el Reino Unido representó un último intento en vano para volver a transformar el Partido Laborista Británico, intentando volver a poner el reloj en lo que fue hace tiempo. Pero el núcleo y la base para esa reconstitución ya no existen. Y eso es también, al menos en parte, por lo que el laborismo sufrió la histórica derrota. Y por lo que el nacionalismo está creciendo de nuevo.
Y por lo que, tras la próxima crisis, incluso el ascendente nacionalismo que vemos hoy puede no ser suficiente para la continuación del dominio neoliberal en el capitalismo global.
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