Opinión
Minutos de esperanza

Esta situación, que no es una guerra, pero tampoco es solo una crisis sanitaria, está poniendo en cuestión todo aquello que dábamos por hecho.

Coronavirus y naturaleza
La falta de trabajos municipales de jardinería comienza a mostrasrse en algunas de las calles de Madrid. Álvaro Minguito
2 abr 2020 04:20

Ocurre un fenómeno en la naturaleza de una curiosidad fascinante. Los girasoles, que normalmente orbitan buscando la luz del sol, en días nublados, en lugar de apagarse y marchitarse, se miran unos a otros buscando la energía de sus iguales. Como los girasoles en días nublados, estos días de confinamiento están haciendo que nosotros, los seres humanos, nos miremos unos a otros buscando la energía que necesitamos para sobrellevar este momento.

Hablar de la esperanza, estos días, no es sencillo. En la montaña rusa de emociones que todos vivimos desde que se decretó el Estado de alarma, la esperanza parece ocupar poco espacio. El miedo, la incertidumbre, la tristeza o la preocupación son los grandes protagonistas de este momento. Y cómo no serlo. La situación no es fácil de digerir: las noticias, el aislamiento y el no saber hasta cuándo durará y que pasará después son ahora mismo nuestros compañeros de viaje. Esta situación, que no es una guerra, pero tampoco es solo una crisis sanitaria, está poniendo en cuestión todo aquello que dábamos por hecho.

Sin pretender caer en la frivolidad ni pecar de optimismo, quizás sí que sea necesario, al menos para la que escribe, hacer una alegoría sobre la esperanza. Como decía Frida Kahlo, “Árbol de la esperanza, mantente firme”. Más ahora. No ya la esperanza de superar esta crisis, que lo haremos, sino esa esperanza que se vive diariamente y que nos permite tomar un respiro.

Se escucha mucho que esta crisis provocada por la irrupción del Covid-19 será la ocasión para abrir nuevas ventanas de oportunidad. Desde teorías fatalistas, que señalan la posible expansión del fascismo social y, por ende, el auge y legitimidad de la extrema derecha y de gobiernos autoritarios; hasta aquellas, optimistas, que teorizan sobre la posibilidad de un cambio tal que derribe los pilares del sistema capitalista, viene ocurriendo en estos días de confinamiento, un hecho medianamente humilde, o que quizás no lo es tanto por lo que supondrá: el retorno del apoyo mutuo. Se preguntaba Kropotkin en su libro, El apoyo mutuo. Un factor de la evolución, “¿Quiénes son más aptos, aquellos que constantemente luchan entre sí o, por lo contrario, aquellos que se apoyan entre sí?”.

Décadas de neoliberalismo e individualismo nos han convencido de que la supervivencia del ser humano viene de la “lucha constante”, entiéndase esta de forma metafórica. El paradigma neoliberal, el marco de pensamiento en el que los ciudadanos nos manejamos parecían habernos convertidos en entes autónomos (con)viviendo en una sociedad dónde sobrevive el más fuerte, el más capacitado.

Ha tenido que pararse el mundo para que el apoyo mutuo, ahora mostrado en unos aplausos que resuenan en ventanas y balcones, todos los días a las ocho de la tarde, nos recuerde que no estamos solos y que necesitamos a los demás. No es un acto baladí salir a aplaudir en estos duros días. Es un reflejo del sentimiento de comunidad, que creíamos enterrado bajo décadas de políticas neoliberales e individualistas. Salir cada tarde a ventanas y balcones en este contexto, en el que el pesar, la tristeza y la incertidumbre se han apropiado de nuestras mentes, no requiere poco esfuerzo. Lo que empezó siendo una muestra de apoyo a sanitarios, limpiadoras, cajeras, reponedores, transportistas, agricultores y a todos aquellos, siempre olvidados, y que hoy se evidencian como fundamentales para el funcionamiento de la vida, ha pasado a ser el sonido de “No estamos solos”.

Cuando esto acabe habrá que replantearse muchos asuntos, entre ellos, sin duda, la forma de relacionarnos. Se necesitará, sin duda, mucha justicia social y reflexión individual y colectiva. Pero hay algo que ya estamos haciendo y que quedará impregnado en la memoria colectiva. Cada día, a las ocho de la tarde, recordaremos que no hemos estado solos, que nos necesitamos. Y quizás, esos breves minutos de aplausos que rompen el silencio de nuestro mundo parado, sean el primer acicate del individualismo. Ahora somos girasoles en días nublados. Pero las nubes pasarán. Lo que venga después solo dependerá de nosotros.

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