Opinión
Al colegio en coche: niños de carga y descarga
Para que unos niños o niñas asistan en coche al colegio privado desde fuera del barrio, el resto tienen que perder en seguridad y en comodidad para hacer su ruta matinal a la escuela

El ayuntamiento implanta una experiencia piloto de carga y descarga de niños en el colegio de las dominicas del Casco Viejo de Pamplona. Daría para una noticia de El Mundo Today si no fuera porque es verdad. Una vez más, el Gobierno del Cambio de Pamplona nos sorprende con una de estas medidas de nadar y guardar la ropa. Que lo mismo te prometen cinco carriles bus nuevos que te montan un parking de 17 millones en el Casco Viejo, porque las 4.159 plazas subterráneas existentes les parecen pocas.
En este caso, los “agentes sociales” a contentar con medidas poco valientes eran los padres y madres del Colegio de las monjas Dominicas y los vecinos de lo Viejo, un poco aburridos de que las calles adyacentes se llenen de coches aparcados en las aceras, bloqueando portales. El abuso del espacio público por parte de algunos padres y madres es notorio en bastantes colegios de la ciudad, pero en el caso de lo Viejo el conflicto se presenta de manera descarnada: para que unos niños —los que vienen de fuera del barrio y que vienen, además, a un cole privado— lleguen seguros, el resto de niños del barrio tiene que perder en seguridad y en comodidad para para hacer su ruta matinal a la escuela.
La solución salomónica que encontró el área de Seguridad Ciudadana el año pasado —tras su pertinente “proceso participativo” en algún oscuro despacho— fue autorizar una especie de “zona de carga y descarga para niños” en los aparcamientos de educación. Esta medida de hace un año se ve de otra manera a la luz del atropello mortal ocurrido en el Colegio de las Esclavas, en la Txantrea. La función de la Policía Municipal no puede ser la de facilitar el acceso en coche hasta la puerta del colegio, sino más bien la contraria.
Las molestias para los vecinos continúan, porque justo a esa hora muchos de ellos —sean padres o no— tienen también que salir hacia sus trabajos y muchas veces se encuentran el vehículo bloqueado. En definitiva, “una más” de los del Cambio: se limita el aparcamiento descontrolado en lo Viejo —un auténtico privilegio que UPN otorgaba a este cole— para convertirlo en una situación injusta, pero controlada. Nada nuevo.
Pero, ¿qué hay del resto de la ciudad? A las 9 de la mañana se producen situaciones dantescas que afectan también a colegios públicos, pese a la teórica cercanía del alumnado: ninguna distancia es suficientemente corta para recorrerla en coche si hay un padre o una madre con voluntad. Y al caos se suman profesores y profesoras también: en algunos centros todavía se mantiene la costumbre de utilizar los patios como zona de aparcamiento privada. El círculo vicioso que se genera es de sobra conocido: todo el mundo lleva a sus hijos e hijas en coche al colegio —y además con las prisas propias de la conciliación, compleja siempre en las economías del Mundo Libre— con lo que el acceso y el recorrido se convierten en algo peligroso para un chaval o chavala, como comprobamos crudamente en la Txantrea. ¿El resultado? Se penaliza a los padres y madres más concienciados y “sostenibles” que, para llevar a sus hijos andando, en bici o solos, tienen que arriesgar más.
Otros ayuntamientos cercanos lo han intentado… y han fallado estrepitosamente. La conexión entre los colegios concertados y la clase media —el grueso principal de los votantes del Cambio o de cualquier partido— es tan estrecha que limitar estos privilegios de acceso genera un efecto bumerán al que pocos políticos quieren enfrentarse. EH Bildu en Donosti lo intentó tímidamente, instalando barreras físicas al aparcamiento en zonas donde el caos era notable o donde se bloqueaban carriles bici. Algunos padres y madres reaccionaron arrancando sutilmente las vallas, en una guerra de trincheras que acabó quemando a más de un técnico. El PP en Vitoria también hizo algunos intentos. El PNV —que gobierna ahora ambas capitales— ha hecho buenos a los anteriores: barajan desde la “carga y descarga de niños” hasta la posibilidad —planteada por algún colegio privado— de volver a usar los patios como zona de aparcamiento para padres. Cualquier cosa menos limitar los privilegios al vehículo privado.
El debate sobre esta cuestión muchas veces se enreda en torno a soluciones parciales —a veces bienintencionadas— pero que apuntan siempre en la misma dirección: lograr hacer tortillas sin romper huevos. Iniciativas de este tipo hay a montones: desde los caminos escolares —una iniciativa interesante que está en estudio en el Ayuntamiento de Pamplona— hasta el “Pedibus” que intentó UPN en su momento, y que consistía, básicamente, en poner a un monitor, a un padre o a una madre a ejercer de acompañante de los niños y niñas en su carrera de obstáculos hasta el cole.
En Gran Bretaña solucionaron este problema en torno a los años 60. Después de un año particularmente duro —629 niños fallecieron atropellados por coches en 1957 y más de 9.000 sufrieron heridas graves— una campaña estatal logró una medida clara, evidente y efectiva: prohibir totalmente el estacionamiento de vehículos en los alrededores de los colegios. La tasa de atropellos infantiles descendió dramáticamente a lo largo de las décadas siguientes. En estos momentos, algunas ciudades escocesas han dado un paso más en esta dirección, prohibiendo la circulación de vehículos en los entornos escolares durante las horas de entrada y salida.
Mientras tanto, la administración puede seguir gastando dinero en policías que regulen el caos a la entrada y la salida de los colegios y premiando un hábito egoísta y nocivo para el resto. O también pueden establecer “rutas seguras” para niños y niñas —que terminarán en la puerta de unos colegios igualmente saturados de coches—. O incluso pueden importar ideas de concejales como el de Vitoria y establecer imaginativas “zonas de carga y descarga para niños”. Cualquier cosa menos regular los entornos de los colegios pensando en los niños y en las niñas que asisten y no en mantener a toda costa los privilegios del coche y el voto cautivo de los usuarios.
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