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Mi primer móvil fue un Nokia 5200 rojo y blanco. Mis padres me lo regalaron cuando tenía 15 años. Fui la última de mi grupo de amigas en unirse a esta nueva moda entre los adolescentes de la época, aunque llevaba un tiempo exigiendo en casa el derecho a poder moverme libremente por el universo digital. Por entonces, la única red social que conocíamos era Messenger y estábamos bastante familiarizados con los clásicos zumbidos, al escucharlos una especie de adrenalina nos recorría el cuerpo, intrigados por quién nos podría haber escrito.
En aquella época, el teléfono no era un tótem de bolsillo y servía para poco más que escuchar música y mandar SMSs. Recuerdo que en la pausa de las clases, solía sacar el teléfono de la mochila y corría a esconderme al baño para revisar mis mensajes. La verdad es que no tenía ninguna red social instalada en el teléfono, así que no suponía una gran distracción aparte de mis carreras diarias a los servicios.
Dieciséis años después, la situación ha cambiado bastante, como era de esperar. Hoy en día, invertimos gran parte de nuestro tiempo en las redes sociales, nos comunicamos a través de las mismas y los teléfonos móviles se han convertido en un nuevo apéndice para nosotros, hasta tal punto que somos incapaces de desprendernos de ellos.
La realidad es que el aumento del uso extendido de los teléfonos inteligentes ha propiciado que los más jóvenes se vuelvan adictos a las redes sociales, buscando la validación desde edades muy tempranas. Es inevitable que los niños acaben por compararse con sus compañeros al convertirse en usuarios frecuentes de las redes sociales.
Hace unas semanas, surgió un debate en España sobre la prohibición de los teléfonos móviles en centros educativos. Miles de familias comenzaron a organizarse a través de grupos de Whatsapp y Telegram para exigir tomar medidas al respecto. “Un niño de 12 años no está preparado para tener un teléfono”, expresaba una de las madres usuarias del grupo. En los foros y grupos de Whatsapp se discute sobre adicción, salud mental e incluso sobre temas más tabú como pueden ser la anorexia o el suicidio.
La triste realidad es que lejos de proteger a los usuario más jóvenes, las grandes empresas y redes sociales más conocidas, prefieren desentenderse y no asumir responsabilidades
Al navegar por el ciberespacio, los más jóvenes se exponen a contenidos que defienden ciertos cánones de belleza y a comportamientos que pueden tener efectos negativos en su salud mental. Sin embargo, la triste realidad es que lejos de proteger a los usuario más jóvenes, las grandes empresas y redes sociales más conocidas, prefieren desentenderse y no asumir responsabilidades.
“Nosotros generamos trastornos relacionados con la imagen que las adolescentes tienen de su cuerpo en una de cada tres chicas”, reconocían desde la red social Facebook, en un investigación interna de la compañía que acabó por ser destapada por el diario The Wall Street Journal en 2021. Ese mismo año, Mark Zuckerberg declaraba en un congreso “El uso de aplicaciones sociales para conectarse con otras personas puede tener beneficios positivos para la salud mental”, intentando quitarle hierro a las graves consecuencias de esta red social sobre la autoestima de los adolescentes.
Es cierto que las redes sociales ofrecen a los adolescentes la posibilidad de crear nuevas identidades, comunicarse con otros y construir lazos sociales. En algunas ocasiones, incluso pueden llegar a convertirse en un apoyo para adolescentes que sufren de exclusión o no se sienten conectados con su entorno, pues suponen una oportunidad para verse reflejados en otras personas lejanas, pero que comparten los mismo intereses. Sin embargo, los psicólogos advierten que por lo general el abuso de las pantallas en los más jóvenes empeora su calidad del sueño, pone en riesgo su salud mental y hace que pierdan habilidades para afrontar la vida.
Resulta difícil educar a los niños sobre el uso responsable de los móviles cuando los adultos tampoco los utilizamos de manera adecuada, ni les hemos puesto límites. Tener un móvil ya no es una elección para los adultos, sino una necesidad. Nos otorga el derecho a existir, a hacernos visibles, a no caer olvidados y también a controlar las vida del resto de personas. Precisamente, una gran mayoría de madres y padres han convertido el móvil en un instrumento de control para saber dónde están sus hijos.
Resulta difícil educar a los niños sobre el uso responsable de los móviles cuando los adultos tampoco los utilizamos de manera adecuada, ni les hemos puesto límites
La solución a un problema, que afecta también a los adultos, no puede ser tan reduccionista y repentina como prohibir los teléfonos en las aulas o retrasar su uso. Antes de tomar este tipo de medidas o seguir el ejemplo de Italia, primero debemos plantearnos la necesidad de educar a los niños y a nosotros mismos a tener una relación sana con las nuevas tecnologías, pues nos guste o no, son el futuro de todos.
Me animé justo a reflexionar sobre el tema, tras mi retiro digital que coincidió justamente con el origen de este mismo debate. Por voluntad propia, decidí pasar una semana desconectada antes de arreglar la pantalla del teléfono que con tan mala o buena suerte no resistió a un torpe resbalón. Durante este tiempo volví a escuchar los sonidos de la calle y también disfruté de las conversaciones con mis amigas, sin que el teléfono me distrajera en ningún momento.
Fueron momentos de reflexión y libertad, pero también de ansiedad, al sentir que me estaba perdiendo acontecimientos importantes, al estar aislada del universo digital. Como era de esperar, esta experiencia no me ha hecho desentenderme del mundo digital, ni mucho menos, pero sí me ha hecho gestionar mejor el tiempo que dedico a estar conectada e intentar mantener cierto equilibrio.
En mi opinión, no sería del todo justo excluir a los jóvenes del universo digital, pues a pesar de conllevar nuevos riesgos, los teléfonos forman parte de nuestra realidad. Resulta mucho más lógico educar a los jóvenes y fomentar un uso adecuado de las nuevas tecnologías, antes que prohibirlas. Al fin y al cabo, el criterio digital y el pensamiento crítico se aprenden. Como adultos podemos intentar ayudar a los más jóvenes a detectar el acoso y los contenidos de odio, así como a no caer en la adicción.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han crítica duramente el consumo capitalista que los adultos hacemos de las nuevas tecnologías y redes “donde el ego se exhibe como mercancía”. Hoy más que nunca, es importante educar a los más jóvenes en estas nuevas formas de consumo, para que sean conscientes de estos peligros y adicciones, pues, a fin de cuentas, de ellos depende nuestro futuro.
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Gracias por el artículo. Estoy totalmente de acuerdo.
Pienso que el recurso fácil, que suele ser la prohibición y el punitivismo, solo refleja nuestro fracaso colectivo en la gestión de las nuevas tecnologías.