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Ecologismo
Actuar aquí y ahora, los retos de la ecología social desde el anarquismo
Es especialista en ecología social y autor de varios libros
Allá por los años 60 del siglo pasado, Murray Bookchin fue de una de las pocas personas que advirtieron de los peligros del cambio climático como consecuencia de las emisiones de gases de efecto invernadero. Menos fueron aquellas personas que lo tomaron en serio. Ahora, bien entrados en esa dinámica de calentamiento global que ya nadie niega y que ninguna cumbre del clima puede detener, la ciencia advierte de que estamos al borde de un colapso energético, de que nos enfrentamos a una sexta extinción masiva de la diversidad mundial. A lo que se suman unas fuentes hídricas comprometidas, una contaminación acentuada y la desforestación. O sea, un desastre medioambiental que, además de haber acabado con muchas especies, amenaza ahora a la humanidad. Pero el desastre empezó con el mismísimo deterioro de la sociedad y su rapto por parte del capitalismo a partir del siglo XVI, que se apoyó tanto en las dominaciones preexistentes como en la del Estado. Y ese deterioro interno no solo no ha cesado, sino que se ha acelerado provocando cada vez una mayor desigualdad, precarización y marginalización, además de la atomización de los individuos y de la creación de trabajos asalariados sin sentido. O sea, vivimos en una sociedad suicida en la que los seres humanos han ido perdiendo hasta su mismísima esencia: el apoyo mutuo y las relaciones. Lo que viene a confirmar de nuevo la más apremiante advertencia de Bookchin: “Si no hacemos lo imposible, tendremos que afrontar lo impensable”.
La conceptualización de la ecología social y del comunalismo —las ramas más libertarias de la ecología política— son obra de Murray Bookchin (1921-2006), un exobrero sindicalista que, además, se involucró en todas las luchas de naturaleza emancipadora de su tiempo. Ya en 1950 trabajaba en una doble investigación histórica sobre las causas de la crisis ecológica y sobre las políticas que podrían contribuir a superar dicha crisis. En 1960, rechaza la posición ambientalista que defiende que la crisis ecológica se puede resolver simplemente aprobando ciertas leyes proteccionistas. Tampoco está de acuerdo con el extremismo de la ecología profunda que pretende equiparar y, en cierto sentido un tanto ambiguo, someter los humanos a la naturaleza no humana.
Para Bookchin, ambas corrientes comparten una idea de base: no abordan la raíz social de los problemas. Al destacar que “casi todos los problemas ecológicos son problemas sociales” quiere evitar el reduccionismo ecológico que hace al ser humano —mediante una especie de entidad abstracta—responsable de la degradación del medio ambiente natural, mientras se ignoran las relaciones sociales capitalistas. En realidad, en el centro de todo está la búsqueda de la valorización monetaria, que se traduce en la mercantilización forzosa del mundo. Las empresas se ven obligadas a reducir constantemente sus costes de producción para ser competitivas en el mercado. “Crecer o morir” es el leitmotiv empresarial por excelencia que lleva a una explotación desenfrenada y sin límites de los “recursos humanos” y naturales. Así, el capitalismo globalizado —construido sobre las primeras jerarquías de dominación y sus corolarios de explotación y exclusión humanas— termina ejerciendo su dominación sobre el medio natural. Por tanto, “proteger la naturaleza” significa ante todo buscar la emancipación social.
Vivimos en una sociedad suicida en la que los seres humanos han ido perdiendo hasta su mismísima esencia: el apoyo mutuo y las relaciones.
Hasta aquí, las causas. La segunda parte de la investigación histórica de Bookchin se centra en cómo superar esta crisis, lo que lo lleva a integrar plenamente la ecología en la tradición socialista revolucionaria, sobre todo en su vertiente antiautoritaria. Esto significa repensar y desmitificar, liberarse de mitos como los del “Grand soir”, ese día D en el que la clase obrera o el pueblo se alzaría de golpe y tumbaría al sistema capitalista. Se trata más bien de un proceso constructivo para la emergencia de una organización de la lucha, aquí y ahora, que persiga los objetivos establecidos de salir del capitalismo creando instituciones alternativas paralelas que, una vez conseguida una relación de fuerza favorable, puedan enfrentarse a las instituciones del Estado. Y puesto que las sociedades de clase encuentran su semilla en las sociedades jerárquicas, uno de los objetivos de esta política será disolver cualquier tipo de dominación, incluyendo, claro, el patriarcado. En cierto modo, se trata, en un mismo movimiento, de luchar contra la dominación del hombre sobre el hombre, del hombre sobre la mujer y del hombre sobre la naturaleza. Bookchin actualiza el comunalismo del siglo XIX e integra la ecología, no como un añadido —el de la necesidad de «conservar el medio ambiente»—, sino como un anclaje en su problematización ecológica de la política.
Al alimentarse tanto del pensamiento anarquista como del de Marx, los supera al integrar la ecología para hacer del comunalismo una síntesis de esos tres fundamentos teóricos. Al hacer que los seres humanos interaccionen entre ellos —como seres plenamente sociales— y con los elementos de los ecosistemas a los que pertenecen, el comunalismo sitúa el vínculo social en el centro de su organización, como fundamento de una ecocomunidad basada en el principio de la “unidad en la diversidad”. Esta ecocomunidad es un proyecto colectivo político entendido en su sentido primario: un autogobierno democrático de la ciudad por la propia ciudadanía. En las antípodas del sistema representativo y estatal, la democracia es “desespecializada” para convertirse en popular, directa, con mandatos revocables y rotatorios. Bookchin llama a un movimiento revolucionario capaz de estimular la creación de asambleas decisorias por pueblos, barrios y ciudades, articuladas juntas y en tensión con las instituciones del Estado centralizado. Para ir ganando una progresiva autonomía, estas nuevas entidades deberán instaurar circuitos cortos de abastecimiento de la manera más directa posible, con campesinos y núcleos rurales, para evitar la escasez de alimentos. La política en tanto que lugar de poder será la que determine la economía, y no al revés. Se trata de crear juntas, de decidir sobre el reparto de las tareas y sus frutos según nuestras necesidades auténticas, en interacción directa con el entorno natural en el que vivimos, para cuidarlo y enriquecerlo. Tras una evaluación exhaustiva de las posibilidades locales, las comunidades y regiones interdependientes y organizadas de la confederación “tendrán que contar las unas con las otras para la satisfacción de importantes necesidades materiales”.
Murray Bookchin, como muchos otros pensadores de la ecología política, se enfrentó a la cuestión central de la tecnología. ¿Se puede poner al servicio de la emancipación humana o se trata de una fuerza contraria a cualquier proyecto de autonomía? ¿Nos servirá o nos someterá? La abundancia material que la tecnología genera en el capitalismo devasta el medio natural y es siempre insuficiente para la creación compulsiva de necesidades alienantes y jamás satisfechas. La “tecnología para todos”, un objeto de consumo en sí misma, gestiona nuestras vidas, acentúa la atomización social e intensifica el control social. “Estandarizado por las máquinas, el ser humano se ha convertido en una máquina. El hombre-máquina es el ideal burocrático”, afirma Bookchin. Sin embargo, no desespera. Además de proteger a los seres humanos de la escasez, ahorrando esfuerzo y liberando tiempo, la tecnología ayudaría a perfilar el comunalismo tanto a nivel regional como en niveles geográficos mayores. «Una tecnología al servicio de la vida puede desempeñar un papel decisivo en la asociación entre varias colectividades; puede servir como aglutinante del concepto de confederación». En otras palabras, la tecnología bajo control puede ser liberadora: “Una sociedad liberada no buscará negar la tecnología: precisamente porque, al ser libre, encontrará un equilibrio”.
Al pensar la tecnología o cualquier otro tema que nos afecte fundamentalmente, tanto a nivel social como personal, hemos de abordarlo de forma holística, esto es, teniendo en cuenta los demás parámetros con los que interactúan. Puesto que la urgencia es salir del capitalismo, no podemos mas que unir nuestros esfuerzos para ir creando un movimiento político emancipador que abarque toda la diversidad y los componentes de la vida sin dejarlos en manos ajenas. En consecuencia, si las personas partidarias del comunalismo reivindicamos lo político, es para salir del surco profundo trazado históricamente por el Estado, esa otra cara del capitalismo en el que cayó y está embarrada tanto la izquierda como el movimiento ecologista. Estemos donde estemos, convocaremos a las fuerzas sociales emancipadoras de nuestro entorno inmediato, tanto las que luchan como las que intentan alternativas. Esa diversidad es nuestra fuerza, a poco que juntemos nuestros esfuerzos en pos de una estrategia política común que cambie a medida que avancemos. El papel del comunalismo es reanudar con la esperanza, salir de esa lógica de sumisión al cristalizar las relaciones de poder contra la economía de mercado, o sea, contra las fuerzas de destrucción social y ecológica, las del Estado y el capital. Y como nunca habrá vacío de poder, iremos tejiendo un mundo nuevo, vivo y esperanzador donde quepan muchos mundos a medida que vayamos destejiendo las tramas de la mentira y de esa pulsión de muerte que representan los poderes actuales y su dinámica del «crecer o morir».
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