We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
La vida y ya
Unas horas sin luz

Muchos chicos y chicas se asustaron bastante. Decían que iba a haber una guerra. Que era Putin quien había cortado el suministro eléctrico. Que iba a empezar a haber saqueos en las tiendas. No hacen falta fake news, el imaginario colectivo ya está creado en una generación que recuerda perfectamente lo que supuso la pandemia en sus vidas.
Dos días después nos vemos en clase. Charlamos sobre lo que pasó ese día. Dicen cosas como: “Era la primera vez en años que me tiraba una tarde hablando con mi hermano”, “la calle estaba llena de gente charlando y escuchando la radio”, “¡y también gente bailando!”, “no había semáforos y los coches te cedían el paso en cuanto intentabas cruzar”, “cuando ya vi que no iba a haber una guerra y me pude juntar con mis padres, pasamos la tarde paseando y jugando a juegos de mesa, me encantó”. Dicen también: “Me dio mucha calma cuando dijisteis que me podía quedar aquí en clase y que no me íbais a dejar sola hasta que viniera mi madre”. Otra alumna comenta: “Yo pensé en la Cañada Real, en cuando hablamos en clase del tiempo que llevan sin luz, me puse mucho en su lugar. Me di cuenta de lo importante que es el proyecto que estamos haciendo en tecnología para hacer lámparas solares y llevarlas allí”.
Edu, un amigo que es conserje en un colegio público, me escribe para contarme que quienes más se angustiaron fueron las familias más vulnerables, las que trabajaban más lejos, las que no tenían un vehículo privado para moverse por la ciudad. “Una madre llegó y se puso a llorar de la tensión disculpándose y nosotros tratando de tranquilizarla diciendo que nunca habríamos dejado solos a los niños, dijo que consiguió venir porque encontró una persona que conocía que esperaba un taxi y podía pagarlo, si no no hubiera llegado. Hoy nos ha contado otra madre que se quedó atrapada en los túneles del metro y que los sacaron por la vías al andén y luego hasta la boca del metro en la calle, ahí se encontró con personas anónimas que con carteles se ofrecían a llevarlas en sus coches particulares”. Es imposible no pensar en cómo se vive esto en lugares más pequeños, donde te puedes mover caminando para llegar a cualquier lugar, para ver a tu gente cercana.
Mi madre estaba lo suficientemente lejos de su casa para saber que no podría volver caminando. Me cuenta que estuvo en una parada de autobús horas. Que la gente se puso a charlar. Que no comieron pero que no importaba porque al estar con gente que, aunque no conoces, es amable y tienes la sensación de que te cuida, todo es más fácil. “Te va a llamar un hombre que se llama Carlos, estuve con él en la parada de autobús y nos contamos la vida. No tiene papeles y le dije que a lo mejor tú podías ayudarle a buscar asesoramiento”, me comenta.
Más tarde mi hermana me cuenta que una amiga suya que vive en Rivas, en Madrid, cerca de la Cañada Real, le había comentado. “Por unas horas todo se dio la vuelta y solo las personas que llevan años sin luz eléctrica tenían formas para iluminar sus casas”.
No sé si somos eso o no. Amabilidad. Ayuda mutua. Cooperación. Seguro que no lo somos todo el tiempo, pero tener la constancia de que en momentos de crisis salen de manera espontánea comportamientos solidarios, a mí me da mucha calma.