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El proverbial surrealismo de la política italiana ha alcanzado nuevas alturas cuando el país, en el transcurso de unas pocas semanas, pasó de tener “el Gobierno más populista de Europa”, la improbable alianza entre dos partidos antisistema diferentes, el “ni de izquierdas ni de derechas” Movimiento Cinco Estrellas (Movimento Cinque Stelle, M5S) y la derechista y euroescéptica Liga (Lega), a tener un Gobierno vehementemente pro sistema, después de que el M5S llegara a un acuerdo para formar un nuevo gobierno con el europeísta, liberal y de centro Partido Democrático (Partito Democratico, PD), tras la retirada del apoyo del líder de la Liga, Matteo Salvini, a la administración anterior. Y todo sin ni siquiera reemplazar al primer ministro en funciones, el independiente y profesor de Derecho Giuseppe Conte.
Aunque el movimiento de Salvini cogió a todo el mundo por sorpresa —sobre todo debido al momento escogido, justo en medio de las vacaciones de verano—, no fue del todo inesperado. Durante los primeros seis meses, la alianza entre el M5S y la Liga parecía haber funcionado a pesar de, o más bien debido a, las diferencias entre los dos partidos. Sus políticas económicas, por ejemplo, eran bastante diferentes: las de la Liga más basadas en el mercado y en políticas de oferta (de ahí su propuesta bandera de un ambicioso recorte de impuestos al estilo de Trump, llamado inapropiadamente de tipo único; más intervencionistas y basadas en la demanda las del M5S.
Aún así, se puede decir que si no hubiera sido por el enfoque más laxo de la Liga con respecto a la política presupuestaria (y una fuerte oposición a las reglas presupuestarias de Bruselas), en oposición a la actitud de su socio, más respetuosa con las reglas y renuente al conflicto con la UE, actitud que era difícilmente compatible con los objetivos políticos del M5S, lo habría tenido más difícil para vender su costoso plan de apoyo a las rentas, el llamado reddito di cittadinanza (renta de ciudadanía).
El final de la luna de miel
Desde comienzos de 2019, no obstante, las diferencias entre ambos partidos han ido pasando de complementarias a ser cada vez más mutuamente excluyentes. Por una parte, Salvini, espoleado por su incesante ascenso en las encuestas, defendió de forma cada vez más vehemente la necesidad de subir el objetivo de déficit para implementar su propuesta de tasa única; por otra, un M5S cada vez más eclipsado y fuera de foco —en un cuestionable intento de contrarrestar el creciente monopolio de Salvini sobre la creación de agenda del Gobierno— comenzó a poner más énfasis en la necesidad de que Italia cumpliera con el estricto marco presupuestario de la Unión Europea, en un veto de hecho al recorte de impuestos de la Liga. La situación se vio aún más exacerbada por la apertura de un procedimiento de déficit excesivo contra Italia por parte de la Comisión Europea (CE) que, de manera bastante ridícula, acusó a Italia de encontrarse en un “grave incumplimiento” de las reglas fiscales del Pacto de Estabilidad y Crecimiento.Estas tensiones llegaron a su punto crítico en las vísperas de las elecciones europeas, cuando el líder del M5S, Luigi di Maio, en un movimiento también cuestionable, atacó a Salvini y la Liga por un escándalo de corrupción que afectaba a miembros del partido, en un intento de arrancarle algunos votos. Como sabemos, la estrategia no funcionó, con un resultado electoral histórico para la Liga con un 34% de los votos, y una derrota demoledora para el M5S, que perdió seis millones de votos con respecto a las elecciones nacionales del año anterior. Desde ese momento, todo se empezó a hundir para la cada vez más endeble alianza gubernamental.
Salvini —aún más impulsado por su triunfo electoral— aumentó su presión sobre el reluctante ministro de Economía, Giovanni Tria, para que incluyera el recorte de impuestos de la Liga en la ley presupuestaria para 2020 e ignorara los llamados de Bruselas de control del déficit. El M5S, respaldado por el primer ministro Giuseppe Conte, salió en defensa de Tria y reafirmó la necesidad de cumplir las demandas de Bruselas. Entonces, a comienzos de julio, Tria, sin consultar a ninguna de las partes (hasta donde sabemos), mandó una carta a la UE prometiendo reducir el déficit y comprometiéndose a una nueva ronda de austeridad para el país. Al día siguiente la Comisión Europea cerró su procedimiento por déficit excesivo. Se trataba de una réplica casi exacta de los acontecimientos que habían ocurrido a finales de 2018, cuando el Gobierno envió su borrador presupuestario para que la Comisión lo revisara. Incluso entonces, la Comisión rechazó el objetivo de déficit del Gobierno de un 2,4% y amenazó con activar el procedimiento por déficit excesivo. Después de mucho postureo por parte de las autoridades italianas, el Gobierno cedió parcialmente ante la Comisión, admitiendo un objetivo de déficit del 2,04% para el año siguiente.
En países como Italia la unión monetaria no solo ha supuesto enormes costes socioeconómicos: también ha tenido “el efecto de destruir la legitimidad democrática del gobierno”
Pero esta vez Salvini no solo había sido humillado por la Comisión Europea, sino también por su socio de coalición y ministro de Economía, que a su vez comenzó a criticar abiertamente el plan fiscal de la Liga. La fisura entre los dos partidos se hizo evidente a mediados de julio, cuando el M5S votó a favor de la candidata alemana para la presidencia de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, antigua ministra alemana de Defensa, miembro del partido de Angela Merkel y contumaz halcón austeritario (en 2011, sugirió de manera polémica que Grecia pusiera a disposición sus reservas de oro como garantía de los préstamos del rescate), mientras la Liga, en lo que a posteriori parece un movimiento calculado, votó en contra. Según los parlamentarios europeos del M5S, la Liga rompió un acuerdo entre ambos partidos para votar a Von der Leyen.
El voto alejó aún más a ambos partidos, con Salvini acusando al M5S de arrodillarse ante Alemania y Francia y de traicionar sus raíces euroescépticas. Poco después, a comienzos de agosto, Salvini abrió oficialmente la crisis gubernamental pidiendo unas elecciones anticipadas que seguramente le habrían otorgado una gran mayoría. Excepto que las cosas no fueron como había planeado: en un giro de acontecimientos igualmente inesperado, pasadas unas semanas de crisis gubernamental el M5S anunció la formación de un nuevo Gobierno con su archienemigo, el Partido Democrático.
La Liga: algo más de lo que se ve a simple vista
Si se basa en el relato anterior, en el que he reproducido las declaraciones públicas de los dos partidos al pie de la letra, el lector estaría justificado si pusiera el peso de la culpa de la ruptura en un M5S “vendido” a Bruselas. Esta es por cierto la narrativa que Salvini ha estado vendiendo desde entonces. Es verdad que hay pocas dudas de que, desde que entró al Gobierno, el M5S se ha ido desprendiendo poco a poco de su tono “populista” en favor de una actitud más “responsable” e “institucional” —en especial en lo relacionado con la Unión Europea, cuando hace apenas unos años hacía campaña por la salida del euro—, probablemente en un intento ingenuo de ganarse el favor del establishment. Pero también hay que dudar de las credenciales “anti euro” y “anti austeridad” de la Liga.Desde luego, hay buenos motivos para dudar de que el postureo anti Bruselas de Salvini sea algo más que eso. Es cierto que ha representado un papel crucial junto con las duras posiciones de Salvini sobre inmigración, que han llevado a la Liga de ser un partido estrictamente regionalista centrado casi exclusivamente en el logro de una mayor autonomía (si no la abierta secesión) de las regiones del norte de Italia (referidas como ‘Padania’) —de ahí su nombre original de Liga Norte— a ser el primer partido del país, al catalizar la desafección generalizada por la Unión Europea, especialmente en las regiones más golpeadas por la crisis en el sur de Italia. Pero la fracción ‘padana’ de la Liga no tiene ningún interés en romper con la UE. Su apoyo proviene de las pequeñas y grandes industrias de exportación del norte de Italia, que están plenamente integradas en la cadena de valor europea (es decir, alemana), y se benefician en realidad de las políticas europeas de reducción salarial —y sus representantes locales, los poderosos presidentes de regiones como Lombardía, el Véneto y Friuli-Venezia Giulia, todavía mantienen una considerable influencia dentro del partido—.
Para dar una idea de hasta qué punto está dividido el partido en este asunto: uno de los pesos pesados de la Liga, Roberto Maroni —antiguo dirigente del partido y antiguo presidente de Lombardía— hizo un llamamiento reciente a la formación de una Europa federal. De hecho, incluso la propuesta legal de la Liga de garantizar una mayor autonomía a las regiones del norte —que fue bloqueada por el Movimiento Cinco Estrellas poco antes de la ruptura— está muy en la línea con la vieja estrategia regionalizadora de la UE, que pretende crear una relación más directa entre las varias regiones del continente (denominadas ‘macro-regiones’) y las instituciones de la UE, de este modo puenteando (y arrebatando poder) a los gobiernos nacionales. Un hecho que no termina de cuadrar con las supuestas credenciales soberanistas del partido.
Esto puede explicar la actitud en cierto modo esquizofrénica de la Liga durante su coalición de un año con el Movimiento Cinco Estrellas. Por ejemplo, la polémica idea de la Liga de emitir los denominados bonos estatales ‘minibot’ para pagar las deudas contraídas por el sector público con sus proveedores privados —propuesta inicialmente por su portavoz económico, Claudio Borghi— fue frustrada por nada menos que otro prominente miembro de la Liga, Giancarlo Giorgetti, antiguo secretario del Consejo de Ministros en el Gobierno M5S-Liga, y representante del ala proeuropea del partido.
Esto puede explicar también por qué Salvini, que se metió en prácticamente todos los charcos contra el M5S, desde los migrantes hasta la autopista de alta velocidad Turín-Lyon, nunca discutió en público el asunto de la excesiva deferencia hacia Bruselas de su socio de coalición. Por último, se puede dudar legítimamente de hasta qué punto la Liga iba en serio con su tan cacareado tipo único, ya que jamás sugirió ninguna propuesta concreta (con estimaciones que sitúan el coste aproximado de la ley entre los 10.000 y los 60.000 millones de euros).
La constitución antidemocrática del euro
Más allá de cuál sea la verdadera estrategia de la Liga con respecto a Europa (dando por hecho que de verdad tenga una), parece bastante claro que Salvini se resistió a poner su firma en una ley presupuestaria que se iba inclinando a ser bastante austera y que seguramente habría sido incompatible con ningún recorte sustancial de impuestos. Esto merece una reflexión algo más amplia. El hecho de que un gobierno electo pueda quedar desarmado porque, entre otros motivos, se le haya vetado el recurso al déficit necesario para poder desarrollar su programa —el tipo único era uno de los puntos del acuerdo de gobierno acordado entre la Liga y el M5S— es una clara demostración de los serios límites que la arquitectura de Maastricht impone a las políticas democráticas, y de la manera en que la primera crea inestabilidad política.Resumiendo, la manera en que Italia, como otros países de la Eurozona, carece de todos los instrumentos ‘normales’ de la política económica —especialmente de la monetaria, fiscal y de tipo de cambio— supone que cualquier gobierno, “populista” o no, se encuentra inevitablemente con una carencia de herramientas básicas necesarias para empujar a la economía y mantener el consenso social. Esto es particularmente difícil en un contexto de profunda crisis socioeconómica, como aquel en el que Italia se encuentra atrapada desde al menos una década, que pide a gritos políticas fuertemente expansionistas que son incompatibles con la pertenencia al euro.
Como escribe Fritz W Scharpf, antiguo director del Instituto Max Planck para el Estudio de las Sociedades, en países como Italia la unión monetaria no solo ha supuesto enormes costes socioeconómicos: también ha tenido “el efecto de destruir la legitimidad democrática del gobierno”.
En relación a esto, puede ser útil recordar cómo Giovanni Tria, un economista con un pedigrí completamente mainstream, puede terminar siendo el ministro de Economía de un denominado gobierno “populista”. Las lectoras quizá recuerden que el nombre inicialmente propuesto por los dos partidos durante la formación del gobierno fue el economista Paolo Savona. De todas maneras, pese a tener un currículum más que respetable (sus cargos previos incluían el de director general de la patronal italiana Confindustria, y ministro de Industria en los gobiernos propeuropeos de Ciampi en los 90), Savona fue vetado por el presidente italiano Sergio Matarella debido a sus posiciones excesivamente críticas con el euro. Hay que destacar que los artículos y discursos que dieron problemas a Savona estaban lejos de ser incendiarios: Savona solo sostenía que, a menos que la Eurozona evolucionara hacia una unión fiscal completamente desarrollada, probablemente se desintegraría, en cuyo caso todos los países, incluida Italia, deberían contar con un plan de emergencia, incluso con una salida unilateral del euro. Una posición compartida por numerosos economistas y políticos, incluyendo varios premios Nobel.
Pero Mattarella dio cobijo a otras ideas. Según los juristas Marco Dani y Agustín José Menéndez, son ideas que “revelan los límites democráticos de la arquitectura constitucional e institucional europea” y “las restricciones que la membresía de la UE impone para la gestión de democracias nacionales y constitucionales”, restricciones que a menudo son más sutiles que otras de tipo más obvio, como la falta de soberanía monetaria y las severas reglas de gasto. Mattarella sostuvo explícitamente que las dudas de Savona sobre la sostenibilidad de la Eurozona en su actual diseño le descalificaban, dado que el simple hecho de su nombramiento podría incrementar el coste de los préstamos contraídos por el tesoro italiano (el famoso diferencial de la prima de riesgo). Declaró que ello “podría constituir riesgos reales para los ahorros de los ciudadanos y hogares italianos”.
Como argumentan Dani y Menéndez, la decisión de Mattarella apuntaría a la existencia de “alguna forma de ‘convención’ (que equivale funcionalmente a una convención constitucional) según la cual los partidos políticos o coaliciones que son críticos con los acuerdos económicos y monetarios dentro de la Eurozona no pueden acceder al Gobierno. O, más precisamente, están autorizados a gobernar de una manera domesticada. Dicha convención podría describirse como una manera renovada de ‘pactum ad excludendum’ [locución latina con la que se denominó en la Italia de los 70 el cordón sanitario en torno al PCI], solo que esta vez no sería contra los comunistas, sino con aquellos que se atrevan a criticar los acuerdos europeos en política económica, que deberían ser apartados del poder”. Dani y Menéndez hacen notar que la existencia de dicha convención “no solo carece de cualquier forma de legitimidad democrática, sino que equivale a limitar de manera decisiva los procedimientos existentes de formación de voluntad democrática” y a “un debilitamiento radical de la ley constitucional nacional y europea”.
Mattarela priorizó efectivamente la continuidad de la adherencia de Italia a la Eurozona, a pesar los enormes costes económicos y sociales que esto conlleva, frente a los principios y valores fundamentales consagrados en la Constitución italiana que teóricamente debe defender el presidente, dado que las cadenas de oro del euro hacen imposible de facto la tarea de eliminar los obstáculos para llegar a una igualdad efectiva, tal y como prescribe la Constitución. Es una reveladora demostración de hasta qué punto la pertenencia al euro ha transformado profundamente no solo la forma de gobierno en Italia, sino su misma forma constitucional estatal, dado que podría parecer que el rol primario del presidente italiano se ha convertido ahora en la salvaguarda de la integridad de la UE, a cualquier precio.
Esto se hizo evidente durante el mandato del anterior presidente, Giorgio Napolitano, que conspiró con gobiernos foráneos e instituciones de la Unión Europea para sacar del gobierno al entonces primer ministro Silvio Berlusconi y reemplazarlo con el tecnócrata Mario Monti. Consideraciones legales y éticas aparte, esta ‘convención’ también es políticamente tóxica, como demuestra la ascensión de Salvini. “Hacer que los gobiernos nacionales sean una garantía de la irreversibilidad del euro puede comprar algo de tiempo a la actual unión monetaria”, escriben Dani y Menéndez, “pero solo al precio de acelerar la acumulación de condiciones que favorecen la emergencia de propuestas políticas radicales que tirarían no solo el agua sucia de una unión económica y monetaria profundamente fracasada, sino también el bebé de un Estado social y democrático de derecho”.
En cualquier caso, se piense lo que se piense sobre las decisiones de Mattarella, el hecho es que al designar a un hombre leal a la Unión Europea para el puesto más importante de todo el Gobierno, el Ministerio de Economía y Finanzas, el presidente puso efectivamente al Gobierno M5S-Liga bajo “administración controlada” antes incluso de que naciera. Se podría decir que la suerte del Gobierno estaba sellada desde ese momento. Sobre todo si tenemos en cuenta que el ministro de Economía —junto con el director del Tesoro, que a su vez es designado por el ministro— está encargado de llevar las principales negociaciones económicas con la Unión Económica a través del Ecofin (consejo de ministros de Economía y Finanzas) y el Eurogrupo, sobre el que el Parlamento nacional tiene poca o ninguna supervisión. Esto viene a demostrar lo fácil que, gracias a la ya mencionada ‘convención’, un Gobierno nominalmente “populista” puede ser neutralizado preventivamente en la Eurozona.
Democracia contra mercados
Todo esto, sin mencionar la manera en que los mercados de bonos fueron usados para meter presión al Gobierno del M5S y la Liga. Por supuesto, apenas se habían anunciado los resultados electorales cuando los tipos de interés sobre los bonos italianos comenzaron a subir dramáticamente, tal y como había anunciado Mattarella. Esto fue presentado en los medios —y generalmente aceptado por responsables del Gobierno— como una consecuencia “natural” de la hostilidad de los mercados financieros hacia el nuevo Gobierno. En realidad, no había nada de natural en ello. Hasta el punto de que los países de la Eurozona siguen sujetos a la “disciplina de mercado” de los así llamados vigilantes de los bonos, esta es simplemente una consecuencia de la defectuosa arquitectura de la Eurozona.Por decirlo de una manera simple, en un país que emite su propia moneda, el Banco Central, como pagador en última instancia, siempre puede fijar el interés sobre sus bonos gubernamentales sin importar el nivel de déficit o de deuda del país, como está demostrando Japón. Hay poco que los mercados de bonos puedan hacer para presionar a un gobierno electo. En la Eurozona, no obstante, el Banco Central Europeo también interviene en los mercados de bonos soberanos de sus países miembros a través de su programa de flexibilización cuantitativa, pero lo hace sobre la base de cuotas fijas, no puede aumentar su adquisición de bonos de un país específico para aplacar la especulación del mercado. Más en concreto, solo puede hacerlo a través del programa de Operaciones Monetarias Directas (OMT, por sus siglas en inglés), que supone una “condicionalidad estricta y efectiva” como la impuesta a Grecia y otros países —es decir, austeridad y “reformas estructurales” neoliberales—, lo cual explica por qué ningún país ha solicitado un programa OMT. Esto sería políticamente insostenible por varios motivos.
Lo que es más, tal y como muestra el caso italiano: no solo el BCE es incapaz de proteger a los países del aumento de las tasas de interés, sino que más a menudo las instituciones europeas contribuyen activamente (y se podría decir que deliberadamente) a exacerbar las tensiones de mercado, como ocurrió con las duras declaraciones de Jean-Claude Juncker, Pierre Moscovici y otros (incluyendo miembros de la junta ejecutiva del BCE) en las vísperas de la formación del Gobierno M5s-Liga. Así, a pesar de las diversas medidas “no convencionales” desarrolladas por el BCE en los años recientes, los países de la Eurozona, al contrario que otros países desarrollados, siguen sujetos a la “disciplina de mercado”. De hecho, el Comisario europeo de Presupuestos, Günther Oettinger [cuya lugarteniente era la actual ministra española de Economía en el Gobierno de Pedro Sánchez, Nadia Calviño], incluso llegó tan lejos como para afirmar que esperaba que “el comportamiento negativo de los mercados” proveería “una señal a los votantes para que no voten a populistas de derecha o de izquierda”, una reveladora ilustración de lo que los alemanes entienden por “democracia conforme al mercado”.
La conclusión es que la crisis del Gobierno M5S-Liga solo puede entenderse contra el telón de fondo de las restricciones puestas en las políticas democráticas por la pertenencia de Italia al euro. Como anticipé el año pasado, de las instituciones europeas se esperaba que recurriera a una amplia gama de herramientas —la primera y principal, la presión financiera— para constreñir y, de ser necesario, deshabilitar la capacidad de respuesta democrática del nuevo gobierno, que es exactamente lo que sucedió.
El Movimiento 5 Estrellas: crónica de un fiasco
Hasta ahora, me he centrado sobre todo en la Liga. Pero los acontecimientos recientes no pueden entenderse sin analizar la profunda transformación tipo Zelig [referencia a la película de Woody Allen del mismo nombre] del Movimiento 5 Estrellas. ¿Cómo pudo el partido anti-establishment por excelencia terminar llegando a una alianza con el partido que más que ningún otro encarna a ese mismo sistema: el Partido Democrático? ¿Y cómo se las arregló para perder la mitad de su apoyo durante un solo año de Gobierno? Una explicación es más estructural y la otra es más coyuntural.Desde un punto de vista estructural, se podría decir que el M5S es víctima de la misma estrategia que le llevó a su asombrosa subida. Su supuesto enfoque “post ideológico” —ejemplificado por el eslogan “ni de izquierdas ni de derechas”— demostró ser extremadamente exitoso para construir rápidamente una base de apoyo de masas que cubría todo el espectro ideológico, al rearticular una amplia muestra de asuntos, demandas y afrentas (el medio ambiente, decrecimiento, la protección social, el euro) dentro de una cadena de equivalencia más amplia, en términos de Ernesto Laclau: en concreto, la oposición entre los “honrados ciudadanos”, de un lado, y las élites políticas corruptas, o ‘casta’, del otro.
Como escribe Arthur Borriello, investigador en la Universidad Libre de Bruselas, gracias a esto, a su carencia de cualquier identidad ideológica bien definida y a su prioridad por la “cuestión moral”, el “M5S fue capaz de crear una ambigua ‘gran carpa’ que frustraba cualquier convención política y extendía su atractivo electoral entre amplios sectores de votantes desengañados. Al mismo tiempo, su original e innovadora estrategia organizativa le permitió movilizar y crear una sensación de identidad colectiva”. Pero esto también implicó que el partido nunca desarrolló una visión coherente de sociedad alternativa capaz de hacer frente al neoliberalismo, ni mucho menos un análisis preciso de los auténticos problemas que afectan a las sociedades occidentales en general, y a la Italia post-Maastricht en particular, que por supuesto van mucho más allá de la corrupción de las élites políticas. De hecho, el leitmotif subyacente del M5S —la necesidad de liberar al mercado de la “distorsión” de políticos y grupos de interés— puede criticarse por llevar en sí mismo un sesgo neoliberal.
Una vez en el Gobierno, esto ha demostrado ser algo desastroso: no solo el eslogan del que había hecho bandera se había vuelto súbitamente inútil, sino que sus líderes ya se habían convertido en la “casta” que tanto habían aborrecido. Pero la falta de una clara identidad del M5S (agravada por un liderazgo relativamente poco carismático) también implicó que iba a ser rápidamente eclipsado por Salvini. Mientras que el mensaje social-neoliberal del último era consistente —en temas de inmigración, impuestos, pensiones, obras públicas, etc.— el M5S parecía contradictorio y deslavazado. Hablaba de confiscar a los Benetton la gran empresa italiana de las autopistas, Autostrade (después del mortal hundimiento del puente Morandi en Génova en agosto de 2018 debido a falta de mantenimiento) pero en otras ocasiones defendió la no intervención del Gobierno en operaciones mercantiles (como la fracasada fusión entre Fiat y Peugeot); habló de crear puestos de trabajo, pero su principal proposición —el rédito de ciudadanía— consistió en poco más que una forma de subsidio condicional de desempleo; habló de inversión pública, pero le reprimían su tradicional desconfianza hacia los grandes y caros proyectos de infraestructuras; habló de renovar la economía, pero no tenía ninguna propuesta concreta de cómo sortear las duras reglas presupuestarias de Bruselas.
Además, desde una perspectiva más coyuntural, en algún punto el partido tomó la decisión de contrarrestar el creciente protagonismo de Salvini presentándose a sí mismo como el socio “responsable” de la coalición. Esto solo desencantó aún más a su base electoral.
La venganza de las elites
En el transcurso del año pasado, el Movimiento Cinco Estrellas atravesó por tanto un profundo proceso de “normalización”. Esto, junto con la perspectiva de una derrota dramática en el caso de nuevas elecciones, preparó el escenario para lo impensable: la alianza con el enemigo histórico del M5S, el Partido Democrático. En cuanto al último, severamente maltrecho en todas las últimas elecciones (desde 2006, ha perdido cerca de seis millones de votos) y con una base de apoyo sobre todo limitada a las clases urbanas adineradas, una alianza con el M5S, que siempre había denigrado con fuerza, representaba una oportunidad única de recuperar (al menos temporalmente) un poder que pensaba haber perdido para siempre.Hay que destacar que el PD representa todo aquello por lo que los ciudadanos votaron en contra en 2018: este alineamiento político perverso, similar al de otros partidos “de extremo centro” (como En Marcha!, de Macron), entre corrección política (feminismo, antirracismo, multiculturalismo, derechos LGBTQ, etc) por un lado, y economía ultraliberal por otro (anti estatismo, austeridad fiscal, desregulación, financiarización, etc.), por el otro, que la politóloga norteamericana Nancy Fraser ha llamado “neoliberalismo progresista”, hacía buena pareja con el compromiso enloquecido con la UE y la lógica del “corsé externo”. Además, el PD es correctamente percibido como el culpable de la dramática crisis socioeconómica de Italia, habiendo dirigido al Gobierno desde 2013 y supervisando la austeridad y “reformas estructurales” de la UE durante casi un lustro.
No sorprende que el nuevo Gobierno M5S-PD reciba el apoyo entusiasta de las élites europeas —desde Macron hasta Merkel, desde Moscovici hacia la presidenta entrante del BCE, Christine Lagarde— así como la aprobación de los mercados financieros, con el interés de la deuda italiana bajando al mínimo en tres años. Si esto no fuera suficientemente preocupante, durante las negociaciones para la formación del nuevo Gobierno, parece que el M5S no hizo ni el más mínimo esfuerzo para contrarrestar el poder del PD, a pesar de que le saca el doble de escaños.
Un rápido vistazo a la composición del nuevo gobierno muestra que el M5S ha cedido al PD todos los cargos importantes, especialmente en lo referido a las negociaciones con la UE (aunque podemos asumir que en este asunto el presidente Mattarella ejerció un papel de liderazgo): muy en especial el ministerio de Economía, que ha recaído en Roberto Gualtieri, antiguo presidente del influyente comité del Parlamento Europeo para Asuntos Monetarios y Económicos (ECON); y el representante italiano en la nueva Comisión de Von der Leyen, el antiguo primer ministro Paolo Gentiloni, que ha sido designado comisario europeo para Asuntos Económicos y Financieros, bajo la “supervisión” del vicepresidente de la comisión, el halcón fiscal Valdis Dombrovskis. Gualtieri y Gentiloni son ambos incondicionalmente pro UE, una garantía del compromiso del nuevo Gobierno con la integración europea y las normas fiscales de hierro de la UE, y una indicación del tipo de políticas económicas que podemos esperar. Gualtieri, en particular, además de presidir el comité ECON, también presidió el grupo de trabajo de Asistencia Financiera del Parlamento Europeo, que se estableció para supervisar la implementación de tercer programa de rescate a Grecia y el grupo para la Unión Bancaria. En ese cargo, formó parte del grupo parlamentario para el establecimiento del famoso Pacto Fiscal, que en esencia hace que se implemente la austeridad fiscal permanente para los estados miembros de la Eurozona, y el Mecanismo de Estabilidad Europeo (ESM). Dados estos logros pasados, apenas puede sorprender que los mercados financieros celebraran la designación de Gualtieri. No se trata de un compromiso entre el Movimiento Cinco Estrellas y el Partido Democrático: es una completa y total rendición en nombre del M5S al sistema nacional e internacional que ha puesto a Italia de rodillas, y que el partido había jurado atacar. Es difícil de ver cómo los millones de personas que votaron al partido precisamente para hacerle la peineta al sistema —por un largo tiempo el eslogan del M5S era literalmente “que os jodan”— pueda ver esto como otra cosa que una traición.
Se dice que el nuevo Gobierno será capaz de emprender una política fiscal más expansionista que el anterior porque la UE tiende a hacer la vista gorda con los Gobiernos más amigables que con los hostiles. Es verdad que las normas supuestamente irrompibles de la UE se aplican de una manera bastante arbitraria. Baste decir que mientras la Comisión Europea reprendía a Italia por su déficit, miraba para otro lado en el caso de estados miembros con déficit mucho más grandes, como Francia y España. Como escribe Andy Storey, de la Universidad de Dublín, la retórica inflexible y basada en reglas “supone una consistente voluntad por parte de fuerzas poderosas en Europa para hacer más flexibles las reglas y desafiar los tratados cuando esto beneficia a los intereses de ciertos actores (incluidos ellos mismos)”. Bajo esta premisa, incluso si a Italia se le concediera un poco más de “flexibilidad fiscal”, habría poco de lo que alegrarse: un sistema en el que instituciones que no son controladas democráticamente, como la Comisión Europea y el BCE, deciden arbitrariamente si un gobierno electo puede incurrir o no en déficit fiscal es una afrenta a la democracia.
Dicho esto, es muy improbable que el nuevo Gobierno vaya a disponer de mucho margen fiscal. Las llamadas del primer ministro Giuseppe Conte y del presidente Mattarella para reformar el pacto de Crecimiento y Estabilidad fueron, de hecho, inmediatamente condenadas por el presidente del Eurogrupo, Mario Centeno. Declaró que “no hay voluntad política [en otros países] para hacer que las reglas sean menos severas”. También fueron condenadas por la nueva presidenta de la Comisión, Ursula Von de Leyen, que destacó que Italia tendrá que trabajar dentro de “la flexibilidad permitida por el actual marco”. Von der Leyen se refiere al absurdo criterio empleado por la Comisión para establecer cuánta libertad tiene un país para gastar, el así llamado crecimiento potencial, que es usado para estimar hasta qué punto el actual nivel de crecimiento económico está por encima o por debajo de su máximo “potencial no inflacionario”.
Un crecimiento potencial negativo significa que un país puede recurrir a políticas de expansión fiscal para impulsar el crecimiento y el empleo sin generar inflación. Un crecimiento positivo o nulo, al contrario, significa que la economía se está sobrecalentando (o está en peligro de hacerlo).
A primera vista, esta puede parecer una regla sensata. En manos de los tecnócratas de Bruselas, no obstante, produce el resultado exactamente contrario. En realidad, la Comisión calcula que el crecimiento potencial para Italia –un país estancado económicamente desde hace años, que ha perdido un 6% de su PIB desde el comienzo de la crisis, y donde millones de personas están desempleadas- es casi cero (-0,1%). Lo que quiere decir que si la tasa de crecimiento del PIB italiano aumenta y se reduce el desempleo, el país se enfrentaría a una inflación desbocada, lo cual no dejaría margen para incrementar el déficit. Es fácil entender por qué incluso alguien como Robin Brooks, economista jefe del ortodoxo Instituto de Finanzas Internacionales, la organización que representa a los principales bancos mundiales, ha argumentado que la regla de flexibilidad de la UE se basa en ideas económicas absurdas. En cualquier caso, este es probablemente el motivo de que el recién nombrado ministro de economía, Gualtieri, en su vuelta del último encuentro del Ecofin, anunciara que el déficit italiano se mantendrá básicamente sin cambios en 2020, aproximadamente un 2% del PIB.
Por último, incluso si se permite al Gobierno aumentar levemente el déficit, hay una cosa clara: este Gobierno se mantendrá firmemente atado a las políticas europeas de austeridad fiscal y “reformas estructurales” que los italianos ya han tenido que aguantar durante una década. Las consecuencias serán desastrosas, no solo en términos económicos, dado que Italia se verá atrapada en una distopía de “bajo crecimiento, persistente alto desempleo, flojo aumento salarial, tasas de pobreza en aumento y mayor inestabilidad social”, sino también en términos políticos. Con la incorporación del M5S al campo del establishment, la Liga es ahora el único partido en ocupar territorio anti sistema. Así, mientras se afianza el enfado popular contra las políticas continuistas que podemos esperar del nuevo Gobierno —no solo en términos de política económica, sino en otros temas como la política de inmigración—, es probable que la popularidad de Salvini se consolide aún más.
Ahora más que nunca, Italia está en urgente necesidad de un partido socialista y soberanista capaz de ofrecer a los ciudadanos una alternativa válida a las políticas pro establishment del gobierno M5S-PD, así como al falso postureo antisistema de Salvini y su neoliberalismo disfrazado. Un partido capaz de dar con una visión positiva para Italia fuera de la pesadillesca camisa de fuerza de Maastricht. Está por ver que dicho proyecto emerja de la ira y la desilusión provocada por la traición del Movimiento 5 Estrellas.
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Hacía tiempo que deseaba saber cual es la realidad italiana, mas allá de las sesgadas e escasas informaciones que se vierten en España por los grandes medios de comunicacion, fieles servidores del oligopolio patrio y global. Y este artículo me parece de lo mas creíble y por desgracia, desesperante, ya que si el PD, solo es útil para el oligopolio, de Salvini y sus salvajes ya nada hay que comentar y ahora resulta que el M5E, se há arrodillado ante los poderosos que pretendían civilizar, a Italia le un futuro muy negro, ya que, aunque un partido socialista de verdad es necesario para proteger al 99% del pueblo italiano, si este partido socialista italiano es como el P$0€, ni está, ni estará.
Forzza Italia, y gran artículo!
Si a estas alturas vamos a esperar a los partidos sociatas vamos listos.