Opinión
De la rabia a los puentes
Rabia, indignación, asfixia, miedo. Los sentimientos y pensamientos ante la detención de los conselleres de la Generalitat llevan al autor a plantearse cuáles son los próximos pasos a dar para una recuperación de la soberanía de Catalunya y el resto de pueblos del Estado.

Intento reaccionar ante la detención de los ocho consellers, poner en orden los sentipensares, pero la pantalla se me hace mas plana que nunca. A lo que de verdad quisiera dar forma es a un grito, y luego otro, y otro, hasta sacudir toda la impotencia, la rabia simple del hombre silvestre que me carcome. Hoy mejor no me cruzo con ningún amigo de izquierda equidistante, que me lo meriendo. A veces la realidad es tan burda, tan obvia, que derrumba el más fino andamiaje de conceptos, tan listos ellos.
Por encima de todo, cabreo ante la enésima incapacidad de las gentes ibéricas para articularnos desde ideas distintas ante un enemigo común
Diez presos políticos. Dos meses metiendo mano en las instituciones catalanas. Diez años de cloacas del Estado y bloqueo unilateral a cualquier escenario de concesiones mutuas. Dieciocho intentos fallidos de referéndum pactado. Veinticinco leyes y decretos –la mayoría progresistas– suspendidos. Y de traca final (¿final?), un golpe de Estado. Ay, perdón, de autonomía.
Pereza cósmica de volver a explicar que los líderes, estos que supuestamente nos mandaban al matadero, se han visto mas empujados por la calle que no al revés (¿se entiende, ahora que están en prisión?). Frustración por tener que repetir que la tesis del choque de nacionalismos de derechas es un reduccionismo que solo sirve para convencerte de que esto no va contigo. Cansancio de señalar que –a diferencia del populismo rancio que sacude tantos países– las asociaciones que canalizan el malestar a través del independentismo forman parte del mismo tejido social que reclama acoger mas refugiados. Hastío de recordar una y otra vez que el 3% nos da tanto asco a nosotros como a vosotras.
Asfixia ante el Poder. El poder desatado, desacomplejado. El poder de las balas de goma y la audiencia nacional. El poder por cojones. Ese mismo poder que pone a Grecia de rodillas y luego se va esquiar a Davos. El que impone el CETA y a comer mierda por decreto. El poder que nos obliga a elegir entre alquiler desorbitado, hipoteca grillete o pirarnos del barrio. El poder también de las pobres víctimas del monotema separatista, bien arropadas ellas por la Guardia Civil y la mayoría de medios de comunicación (por cierto, en su mayoría menos plurales que TV3, sin negar por ello su sesgo). El micropoder asfixiante y cotidiano de quien jalea la injusticia en carne ajena.
Miedo y pavor a la catalanofobia. Indignación ante tantos catalanes para quienes la democracia termina donde terminan sus preferencias. Ganas de convencer a quienes no ven que precisamente para defender la democracia –y solamente cuando no hay otros caminos– la desobediencia es legítima y que de eso iba el 1-O. Vergüenza ante la pasividad cómplice del 'se lo han buscado'. Y por encima de todo, cabreo ante la enésima incapacidad de las gentes ibéricas para articularnos desde ideas distintas ante un enemigo común. "Primero fueron a por los indepes y no dije nada, luego..."
Decían que en ausencia de violencia se podía todo. Parecía un argumento razonablemente democrático. Pero no, tonto monitor de boy scouts catalanufo, esto va de poder. Y a mas poder concentrado, menos soberanía. Porque el hilo rojo que une el 15M con el 1-O, a Murcia con Girona, al independentismo con el federalismo sincero, es la sed de soberanía. Sed de agua municipalizada, alimentos cercanos, electricidad descentralizada, bancos bajo control, servicios públicos de calidad, autonomía municipal, política honesta. Y para ensanchar estas soberanías se necesitan comunidades políticas que lo permitan, sea municipalismo o sea república. Descentralizar soberanías vs centralizar poder, ¡de esto va el tema!
¿Nos seguimos tirando piedras o las usamos para construir puentes?
Podréis decir que la república catalana independiente no es la única posibilidad de soberanía. Y es cierto. Un federalismo entre iguales o un Estado confederal también son horizontes de ampliación democrática. Y hasta podrían ser opciones asumibles para una mayoría en Catalunya. Una mayoría donde está gente del Sí y gente del No. El problema de todas estas opciones es que están sujetas a la bilateralidad.
La hoja de ruta independentista tiene el gran valor histórico de haber movido el tablero. Pero hay que atreverse con algo también valiente: darle al menos un 1% de razón al adversario
Pero atención, aunque al independentismo no le gusta admitirlo, también la república catalana independiente está sujeta a la bilateralidad. Estos días estamos viendo la incapacidad para controlar las fronteras y la administración sin un mínimo de acuerdo, ni que sea tácito, con las autoridades estatales.
Por eso somos muchos los independentistas que dudamos de si una mayoría ajustadita es suficiente para proclamar la república catalana. Al menos si se proclama como se ha hecho, sin ningún puente a otras posiciones. Y no exactamente por falta de legitimidad –con porcentajes mucho mas bajos se toman decisiones cruciales en las democracias occidentales– sino porque si nuestra única fuerza es la gente, un escenario de polarización (aún sin llegar a la ulsterización que algunos temen) plantea interrogantes profundos sobre cómo se construye un consenso de país.
Guillem Martinez dice con razón que el pueblo catalán es tan desagradable como cualquier otro, pero eso no quita que el hecho de no tener Estado durante siglos ha propiciado una robusta cultura asociativa. Una cultura asamblearia mas cómoda con el consenso que con la imposición de la mayoría. Pero, si damos esta tesis por buena, ¿cómo se explica entonces la radicalidad del 27O? ¿Cómo se entiende una proclamación vulnerable de la República Catalana a pesar de no disponer de una mayoría mas amplia?
La respuesta es múltiple, pero radica sobre todo en la ausencia de alternativas. No creo que esta sea una tierra muy dada al todo o nada. Pero los muros han sido y son graníticos. A la unilateralidad represiva del Estado se le ha sumado el bloqueo de Pedro Sánchez, el renovador, que ignoró dos veces la mano tendida por Catalunya con la victoria de En Comú Podem. La retahíla de agravios e impotencias es lo que explica una proclamación de independencia que tiene mucho de acto de resistencia. Darle luego la culpa al maltratado por “dividir la sociedad” es mentalidad sumisa.
Por cierto, en Polonia se reían del federalismo del PSC y a algunos nos parece que eso también era TV3 dinamitando puentes. Pero viendo dónde está ahora Iceta, uno se pregunta si sus guionistas, aparte de arrimar el ascua a su sardina, no eran también bastante lúcidos.
Pero volvamos a los puentes. Un puente posible es el referéndum pactado. Hay un 75% de apoyo en Catalunya y un 57% en el conjunto del Estado. Pero el referéndum tiene un problema que nadie señala: la consolidación del todo o nada. Si se llega a celebrar y la independencia gana o pierde por un 1%... ¿el vencido se queda sin nada? La hoja de ruta independentista tiene el gran valor histórico de haber movido el tablero. Solo al movernos notamos las cadenas. Pero en estos días calientes, hay que atreverse con algo también valiente: darle al menos un 1% de razón al adversario.
Por eso es urgente detallar en paralelo modelos de encaje territorial. Modelos que aumenten la descentralización y la autonomía municipal; y no solamente para los catalanes. Y lo tienen que hacer los federalistas, que ya tardan, pero también –y no sería ninguna traición– los independentistas. Estoy muy a gusto con la idea de una república catalana –a nuestro aire o confederada– pero no por ello dejo de ver que si la polarización aplasta todos los matices nos quedamos sin puentes.
Porqué además, para el independentismo es difícil ganar por goleada –aunque aquí nadie se rinde– pero lo es menos perder por puntos. No se puede descartar que el 21D, que debería ser una muestra de la debilidad de las fuerzas de ocupación, pueda llegar a ser una versión unionista ilusionada del 1-O. Por no hablar de ilegalizaciones de última hora; o hasta de posibles fraudes via Indra, y me asumo paranoico. En fin, que no es totalmente inverosímil que Inés Arrimades llegué a presidir la Generalitat.
Así que, ¿nos ponemos en serio a poner puentes entre el 48% independentistas y el 75% por el referéndum pactado? Hoy se habla de frente amplio soberanista en Catalunya. De momento solo se concreta en un frente antirrepresivo: ni 155 ni presos políticos. Contra (neo)Franco se vive mejor, pero creo que hay que hacer un paso mas.
Las siglas del 21D serán diversas. Y seguramente es mejor así, porque solo los Comuns pueden evitar que todo el voto no independentista se vaya a los del selfie del 155. Pero habrá puntos compartidos, en las elecciones y en las calles. ¿Cuáles podrían ser los puntos que pusieran puentes entre las distintas prioridades, blindasen el autogobierno y abriesen caminos a otras formas de abordar el conflicto? Se me ocurren estos:
1- Libertad de los presos políticos (y su inclusión en listas electorales).
2- Derogación del artículo 155.
3- Aprobación de las leyes catalanas suspendidas por los tribunales del Estado.
4- Oposición a la Ley Montoro del Régimen local y a la Ley Mordaza.
5- Paralización del proceso de construcción de la república en caso de que el Estado acceda a un referéndum pactado o se llegue a otro tipo de pacto, también sometido a referéndum.
6- Compromiso con el Proceso Constituyente (que ya debería estar en marcha).
Son días de vértigo en Catalunya. La realidad nos solicita en exceso. Nuestras redes se resienten. Empieza a haber proyectos sociales en peligro debido a la inestabilidad política o al parón de la Generalitat. El estrés y la ciclotimia campan a sus anchas. Sacamos el tiempo de donde no deberíamos sacarlo. Si podéis hacer algo, hacedlo. No es a por ellos, es a por todas.
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