Opinión
“Estoy a dos de petar”. Reflexiones post 8M del pre 8M

Yo pensaba que lo tenía todo muy claro, el 8M saldría a las calles con mis compañeras bolleras a reivindicar que el feminismo también es bollero y estaba emocionada y con ganas. Sin embargo, conforme se acercaba la fecha cada vez me sentía más extraña, miraba a mis compañeras preparando cosas sin cesar,  y la sensación de que nada de eso iba conmigo crecía y crecía.

Encuentro Bollero #Fachitour
Álvaro Minguito Las activistas del denominado #fachitour del pasado 8 de marzo frente a la puerta de la sede del Partido Popular en Madrid.

Desde hace más de un mes la frase que más he escuchado —y yo misma he utilizado— es: “cuando pase el 8M”, aunque si soy honesta, admito que “ya quiero que pase el 8M” la he escuchado un poco más que la primera. “Cuando pase el 8M” la he utilizado como comodín tanto para agendar citas médicas como reuniones con amigas y de trabajo, e incluso para resolver asuntos personales inaplazables y me atrevería a afirmar que como yo, cientos de mujeres hemos hecho lo mismo, priorizar una fecha: El 8 de Marzo (así con mayúscula), por encima de nuestras necesidades personales.

Sé que muchas me dirán que no es solo una fecha, que es un día que condensa y visibiliza el trabajo que han venido haciendo desde hace casi un año y tendrán razón, sin embargo, eso no es lo que he venido a discutir en estas líneas, lo que quiero poner sobre la mesa es que frases del tipo “ya quiero que pase el 8M” son un llamado de atención a la forma en la que estamos trabajando, son un grito que dice: no puedo más, estoy a punto de petar.
Nos estamos quemando, estamos agotadas, con profundas contradicciones internas. Es entonces cuando me pregunto ¿es esta la otra forma de hacer política que queremos?
Es así compañeras, nos estamos quemando, estamos agotadas, desgastadas, con profundas contradicciones internas, muchas de nosotras con semanas de sueño atrasado, ataques de ansiedad y llantos incontrolables, esperando que pase ese día para volver a nuestra vida “normal”. Es entonces cuando yo me pregunto ¿qué estamos haciendo? ¿es esta la otra forma de hacer política que queremos? Sé que es un tema muy complicado, que no tengo la capacidad de resolver ni de abarcar en un par de párrafos, pero valga mi experiencia pre-8M para poner sobre la mesa un tema que, desde mi punto de vista, tenemos que tratar de manera colectiva: los profundos desgastes personales que sufrimos las mujeres en los movimientos sociales, en este caso en el feminismo. Soy una mujer cis, migrante, sudaka, racializada y bollera, esta es mi identidad y desde ahí es desde donde habito el mundo. Soy políticamente activa desde hace muchos años, desde antes de salir del país donde nací, esto lo digo para que quede claro que conozco lo duro de las condiciones del activismo político, sobre todo cuando tienes una red afectiva que cuidar —que es la que te sostiene en los momentos de crisis— y unas facturas que pagar cada mes. Vivo con otra mujer migrante racializada y un español marika y mi círculo más cercano son casi todas mujeres, mi red afectiva mujeres bolleras. El mundo a mi alrededor ha girado, los dos últimos meses, en torno a una fecha, el 8M.
Soy políticamente activa desde hace muchos años, conozco lo duro de las condiciones del activismo, sobre todo cuando tienes una red afectiva que cuidar y unas facturas que pagar cada mes
Yo pensaba que lo tenía todo muy claro, el 8M saldría a las calles con mis compañeras bolleras a reivindicar que el feminismo también es bollero y estaba emocionada y con ganas. Nuestra participación en el Eventazo feminista del 23 de febrero me había dado el último empujón para zanjar toda duda posible, sin embargo conforme se acercaba la fecha cada vez me sentía más extraña, miraba a mis compañeras preparando cosas sin cesar, tenía más de 100 mensajes de telegram/whatsapp diarios, unas y otras preguntaban cosas sobre la acción que teníamos planeada y la sensación de que nada de eso iba conmigo crecía y crecía.

No entendía qué me estaba sucediendo y tampoco sentía que pudiera hablarlo con nadie, todas estaban a punto del colapso nervioso. Por otro lado, el tema de la racialización me atravesaba de lleno. Leí el comunicado de Afroféminas y sentí que una bomba me explotaba en las manos. Mi compañera de piso llevaba días agobiada sin saber qué hacer, si hacer huelga o no hacerla, si ir a la mani con el bloque racializado o no, y de pronto me vi deseando irme a la cama el 7 y despertar el 8 en México.

El 7 de marzo lo pasé llorando y se me ocurrió compartir algo en las redes sociales, muchas me escribieron para decirme que se sentían igual. Que llevaban semanas a punto de explotar, que estaban a dos de petar, que se sentían quemadas, agotadas. Una de mis compañeras del Bloque Bollero me dijo: “cuando intentas construir un espacio asambleario y horizontal, en donde todo pase por los cuidados, ese poner el cuidado de las demás en el centro, muchas veces significa descuidarse una misma y llegar al 8M casi ya sin fuerzas o sin haber medido muy bien las propias”. Fue entonces cuando pensé: tenemos que hablarlo, esto hay que trabajarlo en colectivo, tenemos que hablar de los cuidados ¡ya!, porque un año más así no vamos a aguantarlo.
Marcela Lagarde advierte que las mujeres no hemos hecho una ruptura necesaria para nuestro empoderamiento: romper con la idea de que el liderazgo femenino es sinónimo de heroicidad, martirio y omnipresencia
Marcela Lagarde, feminista mexicana, tiene un texto maravilloso que se llama “Claves feministas para liderazgos entrañables”, plantea que las mujeres entramos y salimos de los activismos cansadas y extenuadas porque no tenemos las condiciones para seguir, por agotamiento. Esto se debe a que las mujeres participamos de manera política en un mundo en el que en muchos aspectos no encajamos, donde tenemos que confrontar a personas e instituciones que no están a nuestro favor. Y también se debe a que las mujeres, en algunos casos, no hemos hecho una ruptura necesaria para nuestro empoderamiento: romper con la idea de que el liderazgo femenino es sinónimo de heroicidad, martirio y omnipresencia. Este combo que mezcla la cultura patriarcal del sacrificio femenino con la idea neoliberal de la superwoman es lo que, en palabras de Lagarde, nos hace llegar al sábado “hechas polvo”. Regresando a mi pregunta ¿es esta la forma de hacer política que queremos? Creo que todas tenemos la misma respuesta, pero quiero recordar que, como bien nos ha enseñado Audre Lorde, las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo. Si lo que queremos es desmontar la opresión tendremos primero que desmontar la cultura del sacrificio femenino. Tenemos que poner el autocuidado en el centro de nuestras vidas y el cuidado de nuestras compañeras muy cerca de ese centro. Mientras escribo esto mi compañera me dice: “Igual nosotras nos podemos permitir el autocuidado, pero muchas otras mujeres no”. Entonces tal vez lo urgente sea empezar a definir el autocuidado, empezar a hablar de privilegios y de cuidados. Marcar una hoja de ruta para avanzar juntas hacia esa otra forma de hacer política que queremos construir y llegar al siguiente 8M un poco más llenas de vida.
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