Fiscalidad
El mileísmo, una peligrosa droga para los jóvenes

Para muchos de forma sorprendente, una figura como Milei se ha convertido últimamente en un foco de atracción que es invitado para llenar plazas en nuestro país. De la mano, habitualmente, de instituciones ligadas a la extrema derecha y, también con frecuencia, a proyectos de criptomonedas y promesas de dinero rápido.
Un factor destacado es el éxito de convocatoria entre personas jóvenes. Milei arrasó entre los votantes menores de 24 años (¡hasta el 70% de apoyo estimado!). También son personas muy jóvenes (especialmente varones) las que acuden a las convocatorias en las que actúa como artista invitado.
Los mensajes dominantes en tales convocatorias son radicalmente ultraliberales: El Estado es un “parásito”, “los impuestos son un robo”, la “justicia social” es “cultura de la envidia”, la “desigualdad” es “síntoma” de “progreso”, la “redistribución” es “incautación”, “la mejor forma de redistribución de la riqueza es que los ricos gasten dinero en gilipolleces” o que el sistema público de pensiones es una “estafa piramidal”. [1]
Tales ideas calan con entusiasmo ciego en una parte de la población que parece haber perdido toda esperanza en el ascensor social, que ha sido convencida de que vivirán peor que sus padres, que desconfía de la capacidad del Estado para protegerles, que ven en la clase política una casta lejana, que subestiman el valor del bien común en favor de posturas individualistas, en el convencimiento de que cada cual debe salvarse a sí mismo.
Esa situación genera una enorme sensación de inseguridad y de desesperanza. Inseguridad económica y social, un futuro negro, un temor al avance social de la mujer que amenaza al patriarcado tradicional, un miedo a lo diferente (donde la inmigración encuentra fácil acomodo como enemigo) …
Ante ese panorama, parece como si las voces más altisonantes y chulescas ofrecieran seguridad y confianza. Ponerse al lado del matón del barrio o del colegio era el camino en el que los más débiles buscaban protección.
De siempre, una parte de la población (y especialmente de la juventud) ha buscado la salida a la depresión, a la soledad y a la desesperanza en las drogas, en el alcohol, en gurús mesiánicos sectarios… Parece que, para muchos, el mileísmo es la nueva droga, el falso refugio en el que sumergirse para huir de una realidad incómoda. Una droga que además engaña con las promesas de dinero fácil. No es casualidad que la mayoría de los gurús mileístas (empezando por el propio Milei y sus semejantes) sean apóstoles de las criptomonedas, sin que importe la sucesión de estafas asociadas a tantos de sus anuncios.
Como todos los vendedores de droga, engañan prometiendo el paraíso y falsas seguridades. Y el resultado final es siempre la ruina de los engañados y el enriquecimiento de los vendedores.
En el futuro ofrecido por el mileísmo solo los ricos alcanzan la seguridad mientras la gran mayoría de la población cae en la más absoluta de las inseguridades. Solo los ricos tienen acceso a la educación, a la sanidad, a la vivienda, a la protección ante las desgracias, la pobreza o las “danas”, las pandemias o los terremotos. Solo los ricos encuentran defensa en la justicia y el estado de derecho porque éste se hace a su medida.
Con un cinismo total aseguran que tú puedes ser rico si te lo propones porque los pobres lo son por ser vagos. Aunque la realidad es que el 70% de la desigualdad existente se explica por las herencias y porque las grandes fortunas se reproducen de generación en generación. El mito de los nuevos ricos tecnológicos oculta que sus progresos deben buena parte de su éxito a financiación y ayudas públicas. Que se lo digan al señor Musk y sus satélites, por ejemplo.
Con un cinismo total claman contra los impuestos y califican de despilfarro el gasto público, pero son los primeros en conseguir grandes contratos públicos y en pedir ayudas del Gobierno y rescates millonarios cuando vienen mal dadas. Beneficios privados pero pérdidas socializadas.
La situación de desesperanza en que se encuentran los jóvenes tiene mucho fundamento. Efectivamente el ascensor social está averiado y las dificultades que encuentran, simplemente para vivir, la gran mayoría de quienes no pertenecen a familias muy acomodadas son evidentes.
Por ello, necesitamos un esfuerzo colectivo que les devuelva la esperanza y evite su refugio en las drogas. Las políticas de apoyo a la igualdad efectiva de oportunidades empiezan en la predistribución de la renta, en la igualdad educativa (frente a la segregación escolar) y en la igualdad territorial (que tu salud no dependa del código postal).
Es especialmente prioritaria una actuación rápida y eficaz en favor del acceso a la vivienda, la gran muralla que encuentran los jóvenes en su deseo de ser socialmente adultos. Una renta básica garantizada e incondicional bien diseñada puede, entre otras ventajas, servir también como renta de emancipación.
Necesitamos una urgente reforma fiscal que permita incrementar los recursos públicos en favor de tales políticas. Hay margen para ello. Como ha recordado recientemente la Comisión Europea, la ratio de impuestos y cotizaciones sobre el PIB en España se situó ligeramente por debajo del 37% en 2024, frente al 39,6% de la media europea. Lo que no significa subir impuestos sino eliminar privilegios. De esta forma, además, restaríamos argumentos en contra de la bondad de pagar impuestos: ofreciendo resultados tangibles en las políticas y demostrando que los más ricos pagan los impuestos que deben pagar.
No estaría mal introducir controles adecuados sobre los canales de distribución de la droga. Todas eses redes cargadas de bulos y falsas informaciones, todos esos “influencers” que propagan engañosas llamadas al enriquecimiento rápido y que braman contra los impuestos. La defensa del derecho a la información veraz debería ser una prioridad de Estado.
Las drogas, como el mileísmo, no liberan, esclavizan. No te equivoques: tu auténtica esperanza y la garantía de seguridad están en la justicia fiscal.
[1] Expresiones extraídas del artículo firmado en El País por Ángel Munárriz, que ha inspirado estas reflexiones.
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Economistas sin Fronteras no se identifica necesariamente con la opinión del autor y ésta no compromete a ninguna de las organizaciones con las que colabora.
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