El problema está en la piedra: acerca de la polémica del Valle de los Caídos

Una aproximación a la apología inscrita en el Valle de los Caídos.

"La Piedad" del Valle de los Caídos
Wikimedia Commons Estatua de "La Piedad" situada en la entrada de la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos (Pablo Forcén Soler)
6 nov 2018 10:05

Nancy Berthier define el debate en torno al monumento funerario que todavía hoy alberga los restos de Francisco Franco como un nudo gordiano de la memoria sobre el pasado franquista español. Asimismo, retoma la metáfora de “nudos de la memoria” de Pierre Nora para definir las imágenes que de él circularon durante y después de su construcción y que se extendieron prolongando la retórica visual de la verticalidad desde las primeras filmaciones del mismo hasta las imágenes oficiales del entierro de Franco, tanto las producidas por el despliegue inusitado de medios con el que RTVE cubrió el evento, como las utilizadas en los capítulos que el noticiario oficial NO-DO dedicaría al mismo. Esta retórica visual de la verticalidad que se encargaría de poner de manifiesto la elevación y la transcendencia del monumento concebido a los caídos por Dios y por la Patria se vería igualmente implementada por el constante desfile de contrapicados que se reproducían en la prensa nacional del monumento en general y de la Cruz de 150 metros que lo coronaba en particular. Vicente Sánchez Biosca nos recuerda que esta simbiosis entre arquitectura y filmación no es algo particular del Valle, sino que encuentra un caldo de cultivo perfecto en a la obra nacionalsocialista. A este respecto es interesante citar a modo de ejemplo el trabajo de la cineasta Lenni Riefenstahl, en el que ahora no podemos profundizar.

Berthier vuelve a apelar a Nora cuando nos dice que el Valle de los Caídos forma parte de la categoría de lugares de memoria dominantes, “[espacios] espectaculares y triunfantes, imponentes y generalmente impuestos, ya sea por la acción de una autoridad nacional o un cuerpo constituido, pero siempre desde arriba”. Desde el momento en que el Valle de los Caídos era sólo una ensoñación megalómana al más puro estilo del caudillismo fascista ebrio de poder de la Europa de finales de los 30 y principios de los 40 –y faltando aún 20 años para que efectivamente reflejase en acto estas aspiraciones delirantes– ya encontramos en su decreto fundacional la clara intención de exaltación y conmemoración de la victoria de lo que desde el régimen se califica como “Cruzada”. Como nos explica Berthier, la obra se justificaba apelando a la dimensión de dicha cruzada. De hecho, el decreto del 1 de abril de 1940 reza que: “Es necesario que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos que desafíen al tiempo y al olvido y constituyan lugar de meditación y de reposo en que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que les legaron una España mejor”.

No se pueden eliminar las connotaciones políticas del monumento que están inscritas en la piedra, en su iconología y en la memoria visual a través de la retórica de la verticalidad superlativa que ha estado en el centro de su representación audiovisual.

Las posteriores acciones y declaraciones del régimen –y sus adeptos y adeptas– destinadas a resignificar este lugar erigido y concebido desde sus inicios como un monumento a la memoria de la victoriosa cruzada y de los mártires que en ella perecieron, para convertirlo en un supuesto monumento a todos los caídos en la contienda –siempre que fueran de nacionalidad española y católicos– sólo es un camuflaje cínico que ahonda en la humillación de los vencidos y que blanquea la apología al fascismo inserta en la iconología del monumento y en la retórica visual de su representación. Dentro ya de un contexto post segunda guerra mundial, donde el régimen de Franco tiene un encaje muy distinto al que tenía dentro de la Europa de principios de los años 40 en la que se proyectó el monumento, se da un supuesto intento de resignificación del mismo para convertirlo en un monumento a la concordia y a la paz, codificadas estas últimas siempre dentro de la conceptualización del régimen y por tanto de forma jerárquica e impositiva: lo que se glorificará es ese concepto de paz que chirría, esa paz producida por acabar con la oposición política, esa paz por imposición violenta que sume a los individuos en un delirio colectivo que convierte en siniestro y peligrosamente resbaladizo el terreno de lo público.

Una resignificación viciada

Una muestra de este ahondar en la humillación de las víctimas republicanas de la guerra civil y la represión de posguerra que supone el intento de resignificación impostada por parte del régimen es la apertura y exhumación de fosas de víctimas republicanas que sin previo conocimiento ni consentimiento de las familias –a diferencia de lo que sí sucede con los caídos por Dios y por la Patria– son trasladadas al Valle de los Caídos desde el momento que finalizan las obras del mismo y hasta el 83. Los restos de una cantidad incierta de víctimas de la violencia franquista desencadenada por el Golpe de Estado del 36 reposan en la actualidad en este monumento de exaltación a la violencia que acabó con ellos. Además, este traslado interesado y falto de control exhaustivo ha provocado que la recuperación de sus restos sea aún más difícil de lo que lo hubiese sido si continuasen reposando en la fosa común a la que los arrojaron, ya que, volviendo a la significación del debate en torno al Valle como nudo gordiano, sus restos están en el ojo del huracán del conflicto por la memoria del pasado, además de enterrados en capas de secretismo y obliteración.

Francisco Ferrándiz define la resignificación intencionada del Valle de los Caídos en un artículo que analiza la trayectoria de estos restos provenientes de fosas republicanas del siguiente modo: “El cambio de discurso oficial frente a la idoneidad de los presuntos inquilinos del Valle, plasmado en la orden de presidencia, no se correspondía con una transformación de fondo del régimen. Hay que recordar que sólo se admitirían, en todo caso, rojos católicos descarriados que se dejaron seducir por las mentiras de la anti-España. En Cuelgamuros se estaba construyendo un monumento inequívocamente franquista, profundamente enraizado en el pensamiento nacional católico y repleto de simbología del Movimiento, a pesar de algunas declaraciones públicas que trataban de perfilarlo como espacio de reconciliación y perdón cristiano, poco creíbles en este contexto”.

Visto desde la metáfora del Valle como nudo gordiano del conflicto en torno a la memoria del régimen y entendiéndolo como un anacronismo hiriente de sus consecuencias y continuidades, la exhumación y traslado de Franco al lugar privado que la familia decida, sólo es el primer paso, el primer hilo que está intentando sacarse del ovillo en el momento en que escribo esto, pero ni mucho menos el último y ni siquiera el más importante en el camino contra la impunidad de la violencia del franquismo. De hecho, si el debate se centra en la actualidad en el tratamiento del cadáver del dictador es porque se concibe, de una forma un tanto derrotista, como una forma simbólica alternativa de acabar con una impunidad que extiende sus tentáculos hasta la actualidad y que se hace presente en no pocas ocasiones.

Las operaciones de resignificación del Valle implican una resignificación no del monumento, sino del término “reconciliación” en sí, poniéndolo a las ordenes del relato oficial.

Hay que tener claro, no obstante, que el centro del problema es qué hacer con este monumento que constituye por su iconología una apología del nacional catolicismo español en si mismo. Lo que tenemos de momento es un tratamiento como poco encubridor por parte de Patrimonio Nacional –entidad que gestiona el monumento– que, como nos muestra Sandra Ruesga en su corto A los caídos (2012) a través del análisis de la grabación del audio-guía del monumento, “[…] no explica que para la construcción del monumento se empleó mano de obra de presos republicanos, condenados a trabajos forzados. No se menciona la palabra dictadura y Franco tan solo es recordado como jefe de Estado y se obvia que los republicanos allí enterrados fueron exhumados de fosas comunes y trasladados al Valle sin el consentimiento de sus familiares”.

Es por todo esto que resulta ingenuo y hasta absurdo desde el punto de vista estético y de construcción narrativa del relato en torno a la naturaleza de la conmemoración que se perpetra en el Valle de los Caídos, afirmar que se acaba con la apología del franquismo y de la violencia que desencadenó, así como con las connotaciones políticas del mismo únicamente impidiendo que se celebren allí las misas del 20N que reunían a nostálgicos en torno a los restos de Francisco Franco y de Primo de Rivera. No se pueden eliminar las connotaciones políticas del monumento que están inscritas en la piedra, en su iconología y en la memoria visual a través de la retórica de la verticalidad superlativa que ha estado en el centro de su representación audiovisual.

El problema está en la piedra

Podemos concluir diciendo que las operaciones de resignificación que lo presentan como un lugar de reconciliación obviando la genealogía de este espacio de la memoria impuesta operan un doble giro: No se resignifica el monumento, que queda a la práctica inmaculado, sino el término “reconciliación” en sí, poniéndolo a las ordenes del relato oficial. Y, en segundo lugar, y bajo el paraguas de esta supuesta resignificación en aras de una concordia asimétrica, se protege la apología del fascismo inscrita en la configuración del monumento. Si el Valle es un nudo gordiano de los problemas con la memoria del pasado en el contexto español, es también un símbolo de una sociedad a la que le han hecho creer –en contra del ejemplo que nos brinda el tratamiento de los espacios de la represión en otras latitudes, como el cono sur (Chile, Argentina), Camboya, Alemania o Polonia– que la paz y la reconciliación consisten en la naturalización de la apología de la violencia fascista inscrita en la configuración del monumento en el imaginario colectivo y, en definitiva, en la piedra.

Igualmente, intentar pretender que el problema se acaba redefiniéndolo como un centro únicamente de “naturaleza religiosa” como si esto acabara con la apología es a su vez un movimiento que pretende blanquear de forma inútil el papel que la Iglesia Católica en general, y la orden benedictina que se encarga de él en particular, han tenido en relación con dicha apología. El problema esta incrustado en la piedra y parece que vamos a tener que picar.

Sobre este blog
La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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