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Es un analista político independiente y presentador en CounterPunch Radio.
El presidente Trump es un villano, casi de dibujos animados, en su malignidad. Es un tipo malo. Podría estar atando doncellas secuestradas a vías de tren y atusándose el fino bigote. Es el antagonista cuya muerte en la película esperas que sea épica, horriblemente brutal, y profundamente satisfactoria.
Y, así, arrastramos nuestras respuestas emocionales a este forúnculo del Despacho Oval a nuestra política. Animamos en contra de Trump porque queremos verle arder. Esperamos que sus políticas sean fracasos porque son fabricadas por demonios aceitosos con trajes caros que a menudo conocen poco de cualquier cosa más allá de su propio enriquecimiento.
Y sin embargo, como observadores políticos, también debemos afrontar la incómoda verdad de que a veces las tácticas de Trump pueden tener éxito. De hecho, de algunas maneras ha reescrito el aspecto que puede tener el éxito para un presidente de EE UU.
En vez de ser medido en cuanto a estabilidad y administración capaz del Imperio de EE UU en servicio de la clase dominante, Trump ha utilizado la confrontación y la desestabilización en el escenario global para enriquecer a aquellos sectores del capital que confían en él para la supervivencia —siendo las grandes petroleras el principal ejemplo— a la vez que traza un camino hacia el premio que ansía por encima de todos los demás: reconocimiento como un presidente legítimo y exitoso.
Y como mejor se ejemplifica este enfoque agresivo, y quizás de alguna forma exitoso, es con su guerra comercial con China.
“Derroto a China todo el tiempo”
Cuando este Mussolini de Midtown [zona de Manhattan, Nueva York] hizo su ahora infame discurso de anuncio de campaña en la Torre Trump en junio de 2015, muy pocos observadores le prestaron mucha atención más allá de la retórica y tono increíblemente racistas de lo que la mayoría asumieron que era una nueva maniobra publicitaria. Pero para aquellos que prestaron atención había mucho para recoger de esos comentarios. En ese discurso, Trump estableció lo que se ha convertido en uno de los principios guía de su presidencia: el enfrentamiento agresivo.Como presagiando toda su campaña, de manera odiosa Trump rugió lo siguiente: “Nuestro país está en serios problemas. Ya no tenemos victorias. Solíamos tener victorias, pero no las tenemos. ¿Cuándo fue la última vez que alguien nos vio derrotar, digamos, a China en un acuerdo comercial? Nos matan. Yo derroto a China todo el tiempo. Todo el tiempo”.
Si ignoramos los inanes golpes de pecho del Agente Naranja [mote de Trump en referencia a su tono de piel y al herbicida usado en la Guerra de Vietnam] y nos centramos únicamente en la sustancia de la declaración sobre la marcha, en realidad es bastante reveladora. De forma inteligente unió las preocupaciones económicas de los estadounidenses comunes respecto a la deslocalización de puestos de trabajo, y a las políticas de libre comercio en general, con la debilidad (léase: “falta de masculinidad”) de Obama y los anteriores gobiernos. Pero quizá es aún más importante que Trump se posicionó como el único con “las pelotas” (sí, es una cosa de hombres) para luchar contra China en un plano económico. Y al hacerlo estaba yendo en contra de décadas de ortodoxia económica convencional en relación con el libre comercio y los mercados globales.
Y Trump recibió burlas por estas afirmaciones. Economistas de renombre como Paul Krugman y Joseph Stiglitz calificaron una guerra comercial con China como potencialmente desastrosa, citando probables pérdidas netas de puestos de trabajo y crecimiento.
La guerra comercial con China no trata de escaramuzas menores, es un asedio. Trump piensa que puede superar a los chinos, forzarles a dudar, y traducir eso en capital político. Puede que no se equivoque
Pero quizá lo que estaban pasando por alto es que Trump, y su gurú comercial Peter Navarro, nunca estuvieron principalmente preocupados por las batallas a pequeña escala en una guerra comercial de desgaste: pérdidas marginales de empleos, impactos negativos en determinadas empresas tecnológicas y otros sectores dependientes de cadenas de suministro globales, etc. En vez de eso, tenían la intención de ganar a largo plazo. Esta postura consiguió a Trump una base de ferviente apoyo en el Rust Belt [“cinturón de óxido”, región dependiente de la industria] que se mostraría crucial en última instancia para su éxito electoral.
Y aquí estamos en junio de 2019. Trump ha estado llevando a cabo esta guerra comercial durante más de dos años por encima de las estridentes objeciones de la mayoría de los economistas. Y Trump puede mostrar algo de progresos, al menos desde su perspectiva.
El juego de los números
Datos recientes de la Oficina Nacional de Estadística de China muestran una contracción significativa en la actividad manufacturera debida en gran parte a la guerra comercial de Trump. Como explicó Jian Chang, economista jefe de China en Barclays Asia Pacific: “Obviamente, la preocupación del inversor está pasando ahora desde la sostenibilidad de la recuperación del crecimiento chino a cómo de rápido está desacelerando la economía… [La guerra comercial] claramente jugó un papel en la reducción de los pedidos y demanda de China y también del sentimiento de consumidores y de los negocios”.Aunque nada indica que la economía de China esté en caída libre, una contracción en la industria mayor de lo esperado tanto en grandes compañías privadas como de titularidad estatal demuestra que los impactos de los aranceles de Trump, y quizás también los miedos a una futura intensificación de la política, están teniendo un efecto negativo.
Algunos podrían aducir que la guerra comercial está igualmente teniendo un impacto en EE UU, y que Trump pagará un precio político por hacerlo. Y, de hecho, eso parece tener sentido a primera vista. Cifras recientes publicadas por el Departamento de Trabajo de EE UU muestran señales de que la economía estadounidense está recibiendo un golpe con incrementos de nóminas que no llegan a los objetivos previstos y salarios que siguen estancados a pesar de las cifras de desempleo históricamente bajas, incluyendo el desempleo real que se sitúa en el 7,1% (el más bajo desde diciembre de 2000).
Pero la guerra comercial con China no trata de estas escaramuzas menores, es un asedio. Trump piensa que puede superar a los chinos, forzarles a dudar, y traducir eso en capital político. Puede que no se equivoque.
A medida que las empresas de EE UU empiezan a sentir los verdaderos impactos de los aranceles, su respuesta puede ser una mala señal para Beijing. En mayo, un artículo de opinión del NY Times citaba a Kelly A. Kramer, directora financiera del gigante de equipos de telecomunicaciones Cisco, diciendo a inversores que su empresa había “reducido mucho” su exposición a China.
De igual manera, el presidente y CEO de un gran fabricante electrónico para equipos de uso exterior indicaba que el aumento hasta aranceles del 25% le ha obligado a mirar a Singapur, Taiwan y Corea del Sur para conseguir potenciales proveedores sustitutos. “Pensaba que esto es un tema a corto plazo que desaparecerá… [pero] ya no creo que puedas pensarlo de forma racional”, explicaba. Llamémoslo el enfoque del Cazador de Ciervos de la hegemonía económica global.
Deshielo multipolar
Si eres un habitante de la cámara de eco mediática del Kremlin, sin duda te has encontrado con el análisis que dice algo así: “Las beligerantes políticas comerciales de Trump acercarán a Rusia y a China a medida que el dólar pierde su posición como divisa global hegemónica, introduciéndonos en un mundo nuevo y multipolar”. Pero, por supuesto, llevan diciendo eso durante más de diez años, y todos los indicios señalan que el mundo no está hoy más cerca de una realidad así, y de hecho puede estar más lejos de ella.Porque aunque Rusia y China han firmado repetidamente enormes acuerdos sobre comercio de energía, entre otros, todavía no hay una alianza formal o algo remotamente cercano a lo que podría llamarse interdependencia económica. Y la Iniciativa de la Franja y la nueva Ruta de la Seda [proyecto comercial chino que pretende abarcar Asia y parte de Europa], anunciada a bombo y platillo, es grande tanto en escala como en el fracaso que ha cosechado.
Un estudio reciente del grupo RWR Advisory descubrió que cerca de 270 de los 1.814 proyectos de la iniciativa desde 2013 son considerados “problemáticos” —más o menos el 15% de los proyectos totales, que suponen un 32% del valor total de todos los proyectos—. China sigue recibiendo oposición incluso en países amistosos como Malasia, donde se le acusa de atrapar naciones enteras en la esclavitud de la deuda.
De igual forma, los últimos años han visto la destrucción de la anteriormente atractiva ficción de que los BRICS [Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica] convirtiéndose en una especie de contrapeso a los EE UU y el FMI/Banco Mundial.
Brasil ha caído en la turbulencia política desde el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff y el Partido de los Trabajadores y el ascenso de un Gobierno de extrema derecha. Sudáfrica ha demostrado haber sido incluida más por su aportación a un acrónimo que sonara bien que por alguna razón económica convincente. India continúa más estrechamente alineada con Washington que con China. Y Rusia se enfrenta a serios problemas económicos que podrían empeorar significativamente con una recesión global que deprima la demanda energética.
Y es en este contexto que Trump está atacando a China económicamente.
Puede que sea un completo ignorante cuyo conocimiento de asuntos complejos es tan superficial como su visión de las mujeres, pero no es ningún tonto. O, al menos, no lo son las hienas políticas que parlotean en su oído.
Todavía puede que Trump pague un precio político por esta estrategia si la economía se dirige oficialmente a la recesión antes de las elecciones, algo que muchos economistas predicen. Pero no sería simplemente EE UU los que se enfrentarían a la recesión, sería toda la economía global. Y eso podría resultar también desastroso para China.
En cualquier caso, Trump planea encabezar los actos de su clan “Hagamos América grande de nuevo” con la cantinela de “Dije que lucharía contra China. He luchado contra China. Y estamos ganando”.
Y con eso se atusará su fino bigote rizado, encenderá la mecha de una bomba negra perfectamente esférica, y se la lanzará a los demócratas.
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China perdió al entrar en la guerra comercial china no debevm entrar en una guerra comercial al contrario debe esquibarlo.porque todas las grandes empresas y marcas invierten china por el incentivo fiscal que ofrece china a los grandes capitales del mundo.y bueno es una buena victoria americana le dice a yo soy el número uno y vos el segundo,y vemos si frenamos el nuevo orden mundial.