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Análisis
Los mass media y el espectáculo de la presidencia imperial

Últimamente he estado dándole vueltas a cómo la administración Trump ha estado usando la televisión, las redes sociales y las imágenes generadas con inteligencia artificial para hacer avanzar su agenda. Este experimento mental empezó cuando un amigo y yo estábamos viendo las noticias de la tarde en televisión. La secretaria de Seguridad Nacional de EEUU, Kristi Noem, posaba triunfantemente frente a los detenidos en el campo de concentración Cecot en El Salvador al que han sido deportados inmigrantes venezolanos. Noem iba “vestida para matar” para la ocasión, con ropa de diseñador y un reloj Rolex de 50.000 dólares. La dinámica del evento era elocuente. Noem regañó a los detenidos como si fuesen niños de diez años a quienes se los ha descubierto fumando y, curiosamente, no mencionó tanto la actividad criminal como la inmigración ilegal como la causa de su dramática situación.
Los prisioneros (hombres en su mayoría) estaban desnudos de cintura para arriba, apretujados en pequeñas celdas, y parecían animales enjaulados. Mientras veíamos este episodio cuasi-surreal y claramente escenificado mi amigo se giró hacia mí y dijo: “Parece Auschwitz”. Tengo que decir que la incuestionable deshumanización de esta imagen todavía me persigue. Este espectáculo por sí solo seguramente produjo algún tipo de miedo y asco en los corazones y las mentes de todo estadounidense sobre cómo se está gestionando la crisis migratoria.
El diálogo político se ha desplazado en buena medida de una plataforma de discursos razonados a batallar en el imaginario digital y la “óptica”
Afortunadamente, algunos expertos en los medios de comunicación captaron el mensaje. Pero en algunos casos parecían más enfocados en el reloj de Noem que en las evocadoras imágenes del trato deshumanizante. Un comentarista del USA Today que claramente espera ganar el premio a “demasiada información” observó que “el reloj que vemos que lleva en el vídeo ha sido identificado como un Rolex Cosmograph Daytona de 18 quilates, como informó primero The Washington Post, y que se vende por unos 50.000 dólares.” Bien está saberlo. El autor continuaba asegurando que “exceptuando a Donald Trump, los presidentes de las últimas décadas han optado por modelos más modestos para evitar ser tachados de elitistas, de acuerdo con The New York Times. Joe Biden, por ejemplo, fue criticado por los medios conservadores por llevar un reloj de 7.000 dólares a su inauguración.” También está bien saberlo. Con todo y con eso, el autor se sintió obligado después de esta descripción a señalar que “la yuxtaposición del accesorio de lujo de Noem y el escenario fue algo destacado por los críticos y las organizaciones de defensa de los derechos humanos.”
El poder de la fotografía viral
La aparición de Noem no parecía ser más que una calculada escenificación para ser fotografiada y grabada en vídeo. Obviamente, estaba diseñada para visualizar que la administración Trump está cumpliendo con su promesa de campaña de abordar el problema de la inmigración. Pero también me hizo pensar en una tendencia más amplia: por lo que parece, gracias a la ubicuidad de nuestra “aldea global” y la facilidad con la que la tecnología digital puede usarse para modelar nuestro pensamiento colectivo, el diálogo político se ha desplazado en buena medida de una plataforma de discursos razonados a batallar en el imaginario digital y la “óptica”.
El poeta Robert Bly ha apuntado a que, cognitivamente hablando, las imágenes de televisión esquivan las partes de nuestro cerebro implicadas en el procesamiento racional y anidan confortablemente en el llamado cerebro de reptil, donde mora la emoción pura, un fenómeno bien entendido por la industria publicitaria. El análisis político de las acciones de Trump que encontramos en los medios de comunicación establecidos necesita tomarse mucho más en serio su reconocida habilidad a la hora de manipular a los medios mismos.
Para comprender el control que Trump tiene sobre los medios (y, por extensión, el modo de pensar del votante medio) resulta de utilidad consultar la obra teórica del francés Guy Debord. En La sociedad del espectáculo, Debord se ocupa de la degradación inducida por los medios de la vida contemporánea, en la que las interacciones sociales auténticas han sido reemplazadas por su mera representación. En esta obra plantea que “la identificación pasiva con el espectáculo suplanta la actividad genuina”. Merece la pena notar que Debord escribía estas reflexiones mucho antes de la aparición de internet, que añadió otra capa a la cosificación de la interacción social y política.
El espectáculo de la “presidencia imperial”
El teórico de los medios Marshall McLuhan, un pionero en su campo y un pensador profético, fue quien acuñó el concepto de ‘aldea global’ en los sesenta. Décadas después, la conciencia de la importancia de los medios se agudizó con la combinación de la televisión, internet, las redes sociales y las tecnologías de la telecomunicación a la que algunos se refieren como “nuevos medios”. Esta nueva esfera mediática alteró radicalmente nuestra conciencia colectiva mientras modificaba sutilmente las bases de las dinámicas políticas. Sus efectos en los sistemas políticos y en las decisiones políticas son incalculables. Aunque la audiencia televisiva va a la baja desde hace tiempo, las imágenes generadas por la televisión se han convertido con frecuencia en el principal ingrediente de las redes sociales virales en una suerte de loop infinito. Así pues, en este sentido la televisión sigue siendo una force majeure en nuestra percepción de unos acontecimientos mundiales que se aceleran.
El debate televisado entre Richard Nixon y John F. Kennedy en 1960 se ha citado como un punto y aparte en política. Por primera vez en la historia, la imagen televisada pudo haber ayudado a elegir a un presidente. La elección de un antiguo actor de televisión, Ronald Reagan, retomó esta trayectoria. Un artículo de Matthew Wills la enmarcaba así:
“La política en los Estados Unidos siempre ha pertenecido al arte de la actuación”, escribe Tim Raphael en su análisis del branding y la generación de imágenes que ahora dominan nuestro sistema político. En sus ocho años como presidente, Ronald Reagan ha obtenido resultados mucho más positivos como persona (60-70%) que sus políticas (40%). Raphael atribuye el éxito de Reagan a una potente combinación de publicidad, relaciones públicas y la presencia de un aparato de televisión en todos los hogares. (En 1947 había 14.000 aparatos de televisión; en 1954, 32 millones; en 1962 un 90% de los hogares estadounidenses contaban con uno.)
Si Reagan aró este territorio, entonces Donald Trump, con sus muchos años de experiencia como estrella de la telerrealidad, lo ha convertido en una forma de arte. Trump aprendió a utilizar a los medios de comunicación en lo que el historiador Arthur Schlesinger ha llamado “la presidencia imperial”. Los nuevos medios de comunicación, en combinación con la trayectoria de la política como un “arte performativo”, han acelerado este proceso de manera significativa. Por citar un ejemplo entre tantos, una de las recientes jugadas mediáticas de Trump ha sido permitir la cobertura televisiva de una reunión de dos horas de su gabinete. Puesto que en términos históricos se trata de un acontecimiento sin precedentes, es importante preguntarse: ¿en qué punto lo que se presenta o se vende como “transparencia” cruza la línea y se convierte en un espectáculo performativo?
Mientras la presidencia de Biden estuvo caracterizada por operaciones entre bastidores al estilo del Mago de Oz en lo que se refiere a sus conferencias de prensa, discursos y actos, Trump es todo lo opuesto. Muchas de sus reuniones con líderes extranjeros son ante los medios, escenificadas y televisadas. En este sentido, mientras nominalmente hay más transparencia, también hay un uso deliberado de la imagen para obtener una ventaja política.
Es probable que la artillería de memes de la presidencia imperial de Donald Trump no hará más que aumentar en frecuencia e intensidad. Esta saturación mediática tiene un objetivo: desplazar el foco absorbiendo el ancho de banda disponible tanto de los medios de comunicación como de nuestro proceso cognitivo. “Todo es Trump, todo el tiempo” es un lugar común con el que de algún modo tendremos que aprender a vivir y corregir. En su día se podía ver de vez en cuando una pegatina que decía: “Mata a tu televisión.” Al menos hasta cierto punto, había algo de cierto en ello. Pero la aparición de una tecnocracia por su propio derecho hace ahora muy difícil darle la espalda a una especie de participación forzosa en una esfera mediática digital que todo lo invade.