Coronavirus
Nuevas distancias en la dimensión oculta de la sociedad

La interacción del conjunto de distancias sociales que manejamos es lo que Hall denomina “dimensión oculta de la sociedad”. Al finalizar estos periodos de confinamiento, ¿nos veremos obligados a configurar una nueva dimensión oculta que moldee las distancias en nuestras futuras vidas?

"Where to go", autor Gabriel Navarro
"Where to go" (FLICKR) Gabriel Navarro
Doctor en Psicología. Miembro de “Cartagena Piensa”.
8 may 2020 10:00

“La percepción del espacio no es sólo cuestión de lo que puede percibirse sino también de lo que puede eliminarse.”

Edward T. Hall

Caminaban a buen ritmo, pisando precavidos el pulcro suelo de la Plaza Rautatientori, ambos con el mismo paso, afinadamente uniformes, solamente alterados por breves miradas de deseo, como cómplices, sin especial intensidad, junto a alguna ligera sonrisa, mueca o gesto de alianza en sus caras, y leves inclinaciones casi fortuitas del cuerpo del chico hacia su amada a lo largo de la diagonal perfecta de esta conocida plaza de Helsinki. De vez en cuando miraban sus Nokia, aunque sin parar de hablar entre ambos. Todo parecía expresar una normalidad absoluta en su mutuo cortejo, como dos estilizados cisnes enamorados. Salvo un llamativo detalle en su comportamiento, visto desde quienes vivimos en el sur: en ningún momento de su tierno y largo trayecto se tocaron, ni se acariciaron, ni se besaron. Lo sorprendente en aquel segundo día de mi visita realizada hace años, fue comprobar que todas las parejas, ya fueran jóvenes o adultas, transitaban de manera similar por las plazas y por las calles de esta ciudad.

En un país donde la arquitectura de las ventanas sin persianas de las casas y hoteles son concebidas para ganar el máximo de luz solar posible, además de responder a la idea luterana de ser transparentes y no tener nada que ocultar desde el interior de las casas hacia el exterior, donde se combina una expresada igualdad y una abierta libertad sexual, lo único que contrastaba en ese escenario era el reducido grupo de españoles, quienes, por nuestras exclamaciones, abrazos, contactos físicos esporádicos y elevado tono de voz, participábamos en un particular sainete. Esta sensación de notable divergencia con nuestra cultura, en el manejo habitual de las distancias en el espacio público, no la he sentido en ninguna de las capitales del centro y sur de Europa o de América que he visitado.

Estos contrastes en el sentido y uso de las distancias físicas, que evidencié entonces frente a nuestras maneras de ser, me recuerdan oportunamente lo que el antropólogo Edward T. Hall expresaba en su interesante obra La dimensión oculta (1966), al definir el espacio como una forma de lenguaje y de pensamiento, como una manera de manifestar la estructura mental de una comunidad. Cada país, cada región del mundo adopta a lo largo de su historia una serie de normas de manejo común de los espacios que definen particularmente su esencia, al igual que su idioma y otras facetas de su cultura.

De hecho, su importancia social se apoya en que la valoración de las pautas de comportamiento relacionadas con los grados de cercanía o de alejamiento de quienes nos rodean, o con quienes interaccionamos en un contexto dado, nos permite aproximarnos a un conocimiento sobre cómo piensan y actúan los demás. Y también nos ayuda a prever en cierta manera su conducta posterior en un espacio dado. Paralelamente, la apreciación que poseemos de nosotros mismos está íntimamente relacionada con el mecanismo para definir con precisión los límites con los demás. Estas conductas no cesan de reflejarse en la evolución de las culturas de cada país.

Proxémica y mundos sensoriales

Hall emplea el concepto de la “proxémica” para designar las observaciones y teorías interrelacionadas sobre el empleo que el ser humano hace del espacio, que supone una elaboración especializada de la cultura de una sociedad. Es decir, el estudio de la relación entre el ser humano y la dimensión espacial de su ambiente, y también las pautas de conducta e interacción en un contexto dado con otros elementos de su entorno. La regulación de las distancias entre nosotros y otras personas nos brinda la posibilidad de distinguir cuándo garantizamos nuestra seguridad o cuándo podemos comunicarnos adecuadamente con los demás, y de prever nuestra actuación ante manifestaciones de afecto o bien ante conductas de amenaza que provengan de otros.

Ello parte del convencimiento de que la diversidad de la proxémica entre culturas y sociedades se basa en una variedad de “mundos sensoriales”, lo que implica que hay tantos mundos sensoriales como prácticas de aproximación y de contacto con nuestros semejantes y con otros seres con los que convivimos. Este marco nos habla del papel de los receptores de distancia, relacionados con la exploración de los objetos distantes, o sea, los ojos, los oídos y la nariz; y de los receptores de proximidad, empleados para reconocer lo que está contiguo o unido a nosotros, o sea, lo relativo al tacto, las sensaciones que recibimos de la piel, las mucosas y la musculatura.

Al definir el espacio como una forma de lenguaje y de pensamiento, Edward T. Hall expresaba [...] una manera de manifestar la estructura mental de una comunidad.

Hall se apoya en un estudio realizado por H. Osmond, quien establece que existen espacios que tienden a mantener a las personas apartadas unas de otras, designando esta clase de espacio como sociófugo, frente a aquellos espacios que tienden a mantener a las personas reunidas, lo que denomina como espacio sociópeto. La tendencia hacia un tipo u otro de espacio estará determinada por la demografía, por la extensión física de cada sitio o territorio y por la disponibilidad de recursos y acceso a bienes. Pero también influyen aspectos socioculturales en la configuración de las diversas comunidades, según sus hábitos, sus creencias y tradiciones, de manera que hay comunidades de mayor contacto social habitual que otras, en donde el uso del tacto entre personas es más significativo.

Un llamativo pasaje en el libro de Hall es este:

Dos son los principales sistemas europeos de conformación del espacio. Uno de ellos es “la estrella radiante”, que se halla en Francia y España y es sociópeta. El otro, la “retícula” o cuadrícula, que procede del Asia Menor, fue adoptado por los romanos y llegó a Inglaterra en tiempos de Julio César y que es sociófugo. El sistema francés y español conecta todos los puntos y funciones. [...] El sistema reticular separa las actividades al desplazarlas en hileras. Los dos sistemas tienen sus ventajas, pero la persona familiarizada con uno halla difícil acostumbrarse al otro.


¿Podríamos considerar que esta diferenciación, que describía Hall en su libro de 1966, perdura actualmente entre los países del norte y del sur de Europa? Probablemente sí, a pesar de los enormes cambios tecnológicos y sociales que ha producido la globalización en estos últimos cincuenta años, homogeneizando o diluyendo en parte algunas pautas de conducta social diferenciadoras de cada país.

Un nuevo marco para las distancias sociales

Una de las ideas destacadas en la obra de Hall, y que más han influido en las ciencias sociales, es lo que él denomina “distancias sociales”. En este ámbito, el autor identificó cuatro zonas o distancias personales de manejo del espacio que son comunes para los estadounidenses y que, a pesar de innegables diferencias entre culturas, constituyen una referencia bastante generalizable a otros pueblos. La distancia íntima (menos de medio metro), que es cuando una persona está a nuestro alcance de la mano, o podemos tocarla de manera íntima. También podemos percibir detalles de su lenguaje corporal y mirarle a los ojos. La distancia personal (aproximadamente entre 0,5 metros y 1,5 metros), en la que podemos mantener una conversación directa, ya sea en un contexto de trabajo o en una fiesta. La distancia social (aproximadamente entre 1,5 metros y 3 metros), una zona en la que entablamos una conexión con otras personas, podemos hablar con ellos sin tener que gritar, pero aun así nos mantenemos a una distancia segura. La distancia pública (más de 3 metros), que se da cuando paseamos por una ciudad, en una plaza, e intentamos dejar ese espacio entre nosotros y las personas que caminan delante o a los lados; puede ser una distancia cómoda para quienes están de pie dentro de una sala en un grupo, pero que no estén hablando directamente entre sí. El uso de la interacción de este conjunto de distancias es lo que Hall denomina dimensión oculta de la sociedad, y nos demostró que sus márgenes y extensiones pueden variar mucho de una cultura a otra, de un país a otro. Me temo que, al finalizar estos periodos de confinamientos, nos veremos obligados a configurar una nueva dimensión oculta que moldee las distancias sociales en nuestras futuras vidas.

Actualmente observamos diferencias sustanciales entre los casos de personas contagiadas por el COVID-19 en países del norte y centro de Europa, respecto a lo que se produce en algunos países del sur de Europa. Pero, aparte de una evidente multiplicidad de factores que se informan en estudios y reportajes recientes, como puedan ser el impacto del volumen de turismo internacional que recibe cada país, o el grado de contaminación atmosférica de las ciudades, además del efecto de la infraestructura sanitaria disponible frente a la huella enfermiza del coronavirus, ¿es factible que haya influido también el estilo de distancia social propio de cada país en la mayor o menor magnitud de dichos contagios? ¿Es posible que el comportamiento habitual de países asiáticos, como el caso de Japón, donde cuidan especialmente las formas y las distancias correctas de relación con los demás, no invadiendo el área circundante entre los interlocutores, sean aspectos determinantes en la diferente irradiación del contagio con respecto a países de mayor contacto social?

¿Es factible que haya influido también el estilo de distancia social propio de cada país en la mayor o menor magnitud de los contagios?

Uno de los escenarios que deberemos abordar en los momentos posteriores al confinamiento, a causa de los sucesivos estados de alarma que vivamos por el COVID-19 y/o sus potenciales mutaciones (pues estas fases de contagio se repetirán en periodos sucesivos y su durabilidad dependerá de su virulencia ocasional y la disponibilidad de vacunas), será la aplicación gradual de nuevas formas de distancia social que modificarán sustancialmente nuestra forma natural de interacción. Y en las sociedades donde las normas públicas no suelen respetarse y donde el comportamiento individualista destaca como esencia cultural, este reto puede suponer una nueva abrupta montaña de Sísifo para toda una población. La etapa de confinamiento que hemos vivido durante más de cuarenta días puede reconocerse como una muestra de solidaridad entre toda la ciudadanía, por el bien común. Pero si no hubiera emergido un horizonte de miedo evidente, quizá no se habría logrado tal grado de respuesta colaborativa.

No podemos equiparar, en sentido estricto, el significado de lo que se entiende por distancia física y el que se entiende por distancia social. En la práctica, gracias a los desarrollos tecnológicos de la Sociedad de la Información, conseguimos que personas que se encuentran aisladas físicamente, puedan establecer contacto virtual con muchas otras mediante varios dispositivos. Ello refuerza el sentimiento de formar parte de una familia, de un grupo de amigos o de un colectivo para algún propósito. Pero en nuestra esencia humana la interacción con otros reside en una suerte diversa de experiencias físicas que nos da pie a entender el sentido social de la experiencia virtual.

Sin caer en el desánimo que pueda provocar la posible distopía que asoma con esta pandemia, la realidad es que la concepción actual del manejo de las distancias se verá alterada enormemente en nuestros estilos de vida. Desde las radicales medidas recomendadas por George Gao, director general de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades de China, en las que se nos conminaba a usar mascarillas en todo momento, y cierta distancia con los demás, en una conocida entrevista que publicó Science Magazine, hemos pasado a recientes estudios realizados en Bélgica y Holanda, publicados a primeros de abril, en donde se informa que cuando salgamos a caminar, correr o montar en bicicleta, hay que tener más cuidado, pues cuando alguien durante una carrera respira, estornuda o tose, esas partículas se quedan en el aire. La persona que corre detrás de otra en el llamado flujo deslizante atraviesa esta nube de gotas. Debido a ello, se aconseja que para caminar la distancia entre las personas que se mueven en la misma dirección en línea debe ser de al menos 4 o 5 metros, para correr e ir en bicicleta lenta debe ser de 10 metros y para bicicleta de carrera al menos de 20 metros. Conforme avancen las investigaciones en este ámbito sobre los procesos de contagio se determinará con mayor precisión el alcance efectivo de estas medidas necesarias de distanciamiento a aplicar en la vida cotidiana.

Más allá de las recomendaciones y medidas que se establezcan por las autoridades para que la población las aplique diariamente, en el caso de no confiar en la habilidad de la población para mantener las distancias preventivas que se dictaminen, existen ya aplicaciones de seguimiento de la distancia social a través de sistemas del Aprendizaje Automático (Machine Learning). La empresa Landing AI ha creado una herramienta impulsada por Inteligencia Artificial para garantizar que las personas se mantengan a una distancia segura entre sí. Se trata de un recurso pensado inicialmente para ser utilizado en entornos laborales, que funciona mediante un gráfico que, a vista de pájaro, representa a cada sujeto como un punto, volviéndolos de color rojo cuando se mueven excesivamente cerca uno de otro. Una estrategia potencial de esta herramienta es emitir una alerta que suena cuando los trabajadores pasan demasiado cerca unos de otros. No es de extrañar que mecanismos similares puedan aplicarse en espacios públicos, utilizando los dispositivos móviles para emitir las alertas. Es decir, los cambios cognitivos y comportamentales que no seamos capaces de realizar con el manejo de las nuevas distancias, podrán ser estimulados mediante la inteligencia artificial.

Cisnes y cerdos en la dimensión oculta de la sociedad

E. T. Hall se apoyó notablemente, para el desarrollo de sus trabajos, en las investigaciones de etólogos como H. Heidiger, quien hablaba de la distancia de fuga o distancia crítica que debía asegurar un animal para evitar ser víctima de un depredador, con la particularidad de que conforme un animal fuera más grande, tal distancia de fuga debería ser mayor. A pesar de nuestra capacidad de raciocinio, aplicamos inevitablemente muchos aspectos observados en el hábitat de los animales en nuestra conducta diaria. Ante estas nuevas distancias físicas exigidas como prevención frente al contagio por el coronavirus, podríamos experimentar modificaciones en nuestra interpretación del buen o mal uso que hagan los demás respecto al entorno de nuestro propio espacio, en nuestra visión de la adecuada “distancia crítica” que debemos aplicar con quienes nos rodean. Y no podemos descartar que, a largo plazo, conforme se prolonguen en nuestra historia episodios de similar gravedad, vayamos alterando las características de los “mundos sensoriales” de los que nos hablaba Hall. ¿Vamos a agudizar el sentido de la vista y el oído para prever los procesos de acercamiento a y de los demás? ¿Cómo se transformará el valor humano del tacto piel con piel sabiendo que en sucesivos momentos de confinamiento estaremos obligados a limitarlo absolutamente? ¿Cómo nos influirán los comportamientos sociófugos en la articulación de nuestro ecosistema actual?

La nueva dimensión oculta de la sociedad se jugará mediante un ejercicio pendular de nuestras representaciones personales: hallaremos a los cisnes en uno de sus extremos y, en el otro, a los cerdos.

En su revisión de las investigaciones sobre psicología animal, Hall mostraba que las especies animales se podían dividir, según criterios etológicos, en especies de contacto y de no contacto. En la primera categoría se encuentran especies como los cerdos y las morsas, cuyos individuos suelen vivir en condiciones de gran contacto físico entre sí. En la otra categoría se sitúan, entre otras especies, algunas aves como los cisnes, que no suelen tocarse con individuos de la misma especie y que mantienen una distancia constante respecto al sujeto más próximo. No nos costaría mucho representar a determinadas culturas o países con una u otra clase de dichos animales. Incluso, entre las expectativas vitales por las que optamos a lo largo de nuestra existencia, a veces fluctuamos jocosamente entre parecernos más a un bello cisne o derrochar sensaciones extremas de toda clase, como creemos que, supuestamente, disfrutan (o sufren) los cerdos. La nueva dimensión oculta de la sociedad se jugará mediante un ejercicio pendular de nuestras representaciones personales, en un sinuoso eje donde hallaremos a los cisnes en uno de sus extremos y, en el otro, a los cerdos que serán progresivamente denostados si no armonizan su conducta a la prevención.

Me ha llamado la atención, en mis búsquedas de fábulas, no encontrar (por ahora) alguna que relacione en la misma narración a un cerdo y a un cisne como principales protagonistas. Ahora, en estos tiempos de catástrofe pandémica, en la que vemos a muchos animales salvajes invadir con naturalidad muchos espacios urbanos que ya no perciben como críticos para sus vidas, me imagino una escena inédita donde un cisne surca pausadamente el agua de un inmenso lago, deslizándose en paralelo a la orilla. Al otro lado, en tierra, va caminando también, paralelamente a la orilla, un cerdo en marcha acompasada con el ritmo del cisne. Ambos llevan la misma dirección, ambos miran hacia adelante, como si compartieran la misma visión o idéntico compromiso por algún fin. Pero, casi sin darnos cuenta por parte de quienes observamos, ese ritmo pausado comienza a acelerarse súbitamente, en un intenso y constante aumento de velocidad en su curso, sin hallar con rapidez una explicación plausible para una conducta tal, que perturba una grata escena, tan ingenuos e inconscientes como siempre que nosotros, los humanos, abrimos los ojos al medio ambiente que nos rodea. Cuando lo que tal vez suceda no es otra cosa que el hecho de que ambos animales precipitan al unísono su viaje, con la intención de acrecentar su distancia de fuga, pues vamos nosotros amenazándoles detrás.

Archivado en: Filosofía Coronavirus
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La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

En este blog trataremos de entender los acontecimientos del presente surcando –en ocasiones a contracorriente– la historia de la filosofía, con el objetivo de poner al descubierto los mecanismos que utiliza el poder para evitar cualquier tipo de cambio o de alternativa en la sociedad. Pero también de producir lo que Deleuze llamó líneas de fuga, movimientos concretos tanto del presente como del pasado que, escapando del espacio de influencia del poder, trazan caminos hacia otros mundos posibles.
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8/5/2020 20:02

Muy buena reflexión, Gabriel, porque nos revela la estrecha conexión entre el aspecto biosanitario de la pandemia y el aspecto sociocultural de nuestros estilos de vida. Enhorabuena.

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gnc
15/5/2020 22:19

Gracias por tu comentario. Lo que parece no estar claro aún en el conjunto de la población es en qué medida podremos nosotros mismos articular un marco de vuevos estilos de vida que alteren lo menos posible nuestra visión aprendida de las relaciones sociales. En ese escenario pendular del que hablo, apareceran conflictos interiores en nuestras mentes y nuestras emociones que deberíamos reflexionar y afrontarlos con la mayor sensibilidad posible.

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