La insostenible sostenibilidad de Barcelona: instrucciones (en) de(s)uso

La recientemente confirmada ampliación del aeropuerto de Barcelona es un proyecto impregnado de la cultura del siglo XX. La falta de unidad de pensamiento, la ausencia de crítica sistémica, impiden ver la evidente conexión entre el proyecto y la destrucción de una naturaleza y una ciudad que han alcanzado sus límites.
George Grosz | Lower Manhattan [1934]
George Grosz | Lower Manhattan [1934]
4 jul 2025 01:37

La ampliación de un aeropuerto en nombre de la sostenibilidad es equivalente a la exportación de la democracia a través de la guerra o al apoyo emocional mediante la hospitalización forzosa: una contradicción en los términos, la agonía de la razón.

Los innumerables ejemplos tanto de guerras democráticas como de medicalización de la vida conforman el triángulo del ocaso de la razón, junto con un tercer vértice: el desarrollo sostenible. En la época de la inteligencia artificial, la inteligencia natural se encuentra en rápido declive.

Así, en Barcelona, el llamado partido socialista salpicó su programa para las elecciones municipales de mayo de 2023 con la palabra ‘sostenibilidad’, que resuena unas treinta veces, creando un eco más afín a la economía que a la ecología, y sin duda ajeno a la economía ecológica. En el programa se lee: «La Barcelona del 2030 no puede ser más que una Barcelona sostenible: una ciudad que integra en su desarrollo la lucha contra el cambio climático», y al mismo tiempo se defiende la ampliación del aeropuerto -ejemplo de desarrollo sostenible– de la que ha vuelto a hablarse recientemente debido a la confirmación del proyecto en junio de 2025.

Así como podrían enumerarse innumerables motivos para certificar la muerte de la razón en el ámbito de las guerras democráticas o la hospitalización forzosa, incontables son los elementos que marcan el ritmo de la insensatez, e insostenibilidad, del desarrollo sostenible, que en esta ocasión se manifiesta en la ampliación de un aeropuerto. Desde los más directos y evidentes –el aumento del uso de combustibles fósiles (o sostenibles, que pueden proceder de restos animales, hecho que muchas personas desconocen), el consiguiente aumento de las emisiones y por tanto del calentamiento global, en un junio en que se han alcanzado 46 ºC en España, la destrucción de una zona natural protegida por las directivas europeas, el aumento de ruido y contaminación a nivel local– hasta las consecuencia sobre el sistema socio-económico-urbano –el aumento del turismo de masas, la aceleración de la concentración de riqueza y poder, la especulación financiera, la gentrificación, la vivienda transformada en activo financiero, la mercantilización de la ciudad, etc.. En la otra orilla del pensamiento, la vida de la ciudadanía, la defensa de la naturaleza, la vivienda como necesidad humana fundamental, el transporte ferroviario, una conexión profunda entre economía, ecosistemas naturales y sociedad, la salud desmercantilizada, los bienes comunes, la redistribución de la riqueza, el rechazo al poder.

El actual planeamiento de Barcelona podría expresarse de dos formas complementarias: destrucciones de uso o instrucciones en desuso.

El actual planeamiento de Barcelona podría expresarse de dos formas complementarias: destrucciones de uso o instrucciones en desuso. La primera expresión destaca el carácter destructivo de varias líneas programáticas que marcan el futuro de la ciudad: además de la ampliación del aeropuerto, una aparente reducción del número de terminales para cruceros que se traducirá en un aumento de pasajeros y eventos con intereses claramente mercantiles como la Copa América condenan la ciudad a transformarse en un centro comercial, con un rol de pura mercancía a la venta en el mercado global, destruyendo la vida a nivel tanto social como ecológico –con la cortina de humo de un Summit «sobre un nuevo turismo resiliente (otra palabra abusada en el vocabulario neoliberal) y sostenible», en el que participaron los principales responsables políticos socialistas, patrocinado por Vueling (cuya directora de Asuntos Corporativos, Marca y Sostenibilidad participó en los debates). La segunda expresión –instrucciones en desuso– evidencia el carácter obsoleto de las medidas propuestas, su ir en contra de las necesidades reales actuales de transformación de la ciudad, que giran en torno a la creación de una economía centrada en la vida, las relaciones, la naturaleza, la creatividad, la creación de significado.

La ampliación del aeropuerto contraviene lo establecido en una infinitud de acuerdos y planes para contrarrestar la destrucción medioambiental. Las protestas son numerosas, sobre todo a nivel popular. En una ciudad con una de las densidades más altas de Europa, con una superficie con límites físicos claramente definidos, es evidente que el turismo ya no puede crecer. Límites físicos de la ciudad, límites biofísicos del planeta: su rebasamiento, un problema compartido entre ciudad y planeta, generado por una cultura equivocada, ciega ante lo fundamental, lo esencial para una vida plena.

El proyecto es un claro ejemplo de ecoinmovilismo, la aparente aplicación de criterios definidos sostenibles para manipular la opinión pública.

La ampliación de un aeropuerto es un proyecto impregnado de la cultura del siglo XX, que en el siglo XXI se vuelve un anacronismo. La ampliación sostenible de un aeropuerto es una contradicción en los términos, un salto al vacío lingüístico-semántico. En concreto, es un claro ejemplo de ecoinmovilismo, la aparente aplicación de criterios definidos sostenibles para manipular la opinión pública y hacer que acepte un proyecto en el ámbito de la movilidad presentándolo como progresista, en movimiento hacia el futuro –pro-gradi, progresar–, siendo en realidad inmovilismo, o un anacronismo proyectado hacia el pasado, retrógrado –retro-gradi, retroceder–, a pesar de los conocimientos que tenemos sobre sus consecuencias.

La fragmentación del pensamiento –que al mismo tiempo refleja y se origina en la fragmentación de la sociedad neoliberal, que se ha convertido en una masa granular e incoherente, un enjambre acrítico que avanza en la dirección equivocada– lleva a separar la economía de los ecosistemas. En este caso concreto, la falta de unidad de pensamiento, la ausencia de crítica sistémica, impiden ver la evidente y casi trivial conexión entre el proyecto y la consiguiente destrucción de una naturaleza y una ciudad que han alcanzado sus límites, puntos unidos por un hilo (in)visible que ocurre visibilizar, haciendo prosperar un pensamiento crítico, sistémico, radical.

La pista de un aeropuerto, una franja de asfalto que nos separa de la tierra, de la naturaleza, ahondando la ya profunda fractura entre los humanos y el mundo natural, reclama la siembra de plantas pioneras, ideas radicales que crezcan rompiendo el asfalto cultural inhóspito, anacrónico, contrario al prosperar de la vida, para traer una cultura nueva que nos vuelva a relacionar profundamente con la naturaleza, a volver a ser parte de ella, sin fracturas, una cultura nueva cuyo centro sea la vida en todas sus manifestaciones.

El progreso debe adquirir las formas de una (re)integración humana en la naturaleza y de una democracia real, directa y entre iguales.

Muchos partidos políticos afirman ser progresistas, a pesar de no definir con claridad el significado de la palabra. El verdadero progreso, en nuestra época de destrucción ambiental y social, se convierte en antónimo de desarrollo y crecimiento económico, que representan la principal causa y razón de la destrucción de la naturaleza y la vida. El progreso, al contrario, debe adquirir las formas de una (re)integración humana en la naturaleza y de una democracia real, directa y entre iguales, y en la ciudad occidental manifestarse a través del decrecimiento –con una reconversión de la economía, redistribuida, compartida, respetuosa, con finalidades sociales y éticas, para crear significado y llenar el actual vacío emocional colectivo–, de la celebración de la vida, de la creación de una cultura nueva, de la que la ciudad convivial sea una de sus manifestaciones concretas.

La ciudad debe ofrecer los elementos esenciales para vivir: un hogar para amar, tiempo libre para sanar, una voz para participar, silencio para penar, circunstancias para crear, refugios para cobijar, oportunidades para motivar, amistades para perdonar, sueños para anhelar.

Lo que la ciudad necesita es volverse convivial, ofreciendo una forma de organizar la vida realmente integrada con las urgencias ambientales, las inquietudes personales, los sueños de la comunidad, garantizando a cada persona sin exclusión el acceso a los elementos esenciales no para sobrevivir, sino vivir: un hogar para amar, agua para libar, tiempo libre para sanar, lugares naturales para convidar, un trabajo gratificante para ayudar, una voz para participar, música para resonar, silencio para penar, circunstancias para crear, refugios para cobijar, encrucijadas para inspirar, tierra para sembrar, libros para donar, oportunidades para motivar, amistades para perdonar, sueños para anhelar.

Como fruto de la inteligencia. Natural, indudablemente humana.



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Ciudad • arquitectura • ideas

Análisis del espacio para entender nuestra época. Pensamiento crítico radical.

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