Danza
Maldito Bolero y el sentido del arte que permite exorcizarnos

Escuchar un bolero puede ser la entrada libidinal a historias gloriosas y mitificadas, cálidas y atormentadas; pueden ser la cobertura de un poniente que alegra en marzo y se vuelve insoportable en julio. En la propia naturaleza del género reside un ecosistema de sombras que acompañan a la nueva creación de la coreógrafa contemporánea Lula Amir, 'Maldito bolero', que pudo verse en el Teatro Soho de Málaga y que podría haber dejado tocada la mente colectiva del auditorio. Pero no, no solo fue la cabeza.
Amir pudo presentar inicialmente esta obra en 2024 durante el Festival Autóctonxs que se celebra en Málaga de forma anual, mostrando la pieza en un estado germinal, algo que supuso un impulso para la creadora. Formar parte de la edición del pasado año posibilitó que la obra siguiese creciendo hasta poder completarla y presentarla en la edición de 2025. Además, la bailarina de origen uruguayo pudo formar parte del programa de residencias NODUS de Caixa Castelló también durante 2024, compartiendo aprendizajes con otras creadoras coordinadas por el bailarín Tony Aparisi, algo que irremediablemente ha nutrido la pieza teatral.
Durante la hora y media de puesta en escena, Amir sostiene sobre su cuerpo toda una narración inversa que acumula los relatos, deseos y vivencias de la protagonista. No pocas historias, con minúscula, son la que dan un corpus romantizado a su vida. Relatos a momentos sostenidos por una voz, la suya, que habla enamorada de lo que cuenta, pero que interpela continuamente a las que escuchan y atienden porque la Historia, con mayúscula, de las relaciones románticas y trágicas, están hechas de esos retales que cosen las experiencias de las mujeres en su vinculación con el amor romántico del que están hechos los sueños de adolescencia. La protagonista da la mano a lo idealizado, a la pérdida, a desear ser lo que de ella se espera que sea, a vivir una vida que suena en un altavoz, pero que no es la nuestra. Y aun así, la queremos para nosotras.

Lula Amir no necesita hablar en lo que crea. 'Maldito bolero' es una obra del cuerpo. De la garganta también pero podría existir sin el habla porque nos lleva a la tierra, a un retorcimiento que se evidencia en la plasticidad de la puesta en escena. Se podría decir que lo reptiliano tiene un papel importante en el discurrir de la obra: cómo la piel propia muda y qué supone ese desprendimiento. Amir lo acompasa con una cadencia física hipnótica donde se encuentran la danza contemporánea, el monólogo de la protagonista que performa en un cuerpo que se va desplomando al revés, que vomita sangre y que cambia de piel: su cuerpo es en sí mismo un ritual, la metamorfosis de la criatura que desecha todas las capas de la dermis, que se arrastra bellamente, sufriendo ella y también el auditorio. ¿Qué ritual no duele, no nos encorseta y aprisiona, por mucho que queramos resignificarlo, readaptar y hacerlo nuestro?
La obra, que se balancea entre lo cómico y lo sórdido, lo bello y lo grotesco, responde también al marco nada nítido que existe en la incorporación de las dinámicas que existen en los rituales que asumimos sin casi cuestionar por qué lo hacemos, de dónde vienen o qué necesidad real existe para responder a la obligatoriedad casi de seguir reproduciéndolos, siendo nosotras el marco de transmisión de los mismos. “Hay algo de exorcismo cuando una ritualiza ciertas acciones y las pasa por el cuerpo de una manera nueva. Creo que las ritualidades permiten relacionarnos con lo material de lo que ritualizamos y no con su idea, permite una relación bruta, brutal” señala Amir.
Las multitud de mujeres que sostiene la bailarina durante la función hunden sus raices en perfiles por todas conocidos. Mujeres que han podido acompañar (nos) desde pequeñas, las divas del bolero y la canción, señoras que hacen de las historias que cuentan un imaginario de pasiones fascinantes y sufrimiento agudo, pero que juegan a rellenar el deseo de las oyentes. El público frente a la diva sabe reconocer a esa mujer que cubre su cabeza con un pañuelo, usa gafas de sol y camina sobre unos tacones imposibles que a cada paso que da la sostienen menos.
'Maldito bolero' bebe también de algunos rituales de paso que se dan en Latinoamérica y acoge en su seno mucho de lenguaje audiovisual. Existe en algún momento una envoltura lynchiana que las cinéfilas agradecerán porque sumada la parte técnica con la más actoral, donde Amir se convierte en un ser cuasi invertebrado, interpela directamente al respetable y las hace inquietarse casi al mismo compás.

Poner la danza en diálogo con las espectadoras hace posible que cobre un sentido que nunca se debe perder de vista. El arte debe ser transformador en un sentido real: mutamos nosotras porque la protagonista que encarna Lula Amir muta y al acabar la obra queremos seguir hablando de lo que en la sala acaba de ocurrir. Ese es el sentido de todo lo que acabamos de ver cuando acaba la función. Que Maldito bolero puede seguir viviendo en nuestras vidas inversas llenas de una deconstrucción continua porque, como canta Omara Portuondo, nosotras comemos candela.
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