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A mediados de mayo de 2009, el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona inauguraba una exposición llamada Quinquis de los ochenta. Cine, prensa y calle. La parte más moderna y cool de la cultura oficial daba así su bendición a un subgénero cinematográfico que hasta entonces había denostado: solo tres años antes, Eloy de la Iglesia, el director más conocido del cine quinqui, había muerto en el olvido, arrinconado por una industria que le había impedido seguir trabajando a pesar de que varias de sus películas habían funcionado bien en taquilla.
Sin embargo, la conversión de El Pico en una película de culto para los modernos de clase media no era un fenómeno aislado. Una buena parte de los productos culturales que se ofertan de forma masiva han sido creados en los márgenes, fuera de la industria y de los circuitos oficiales. Las clases medias que conforman los estratos académicos y culturales los seleccionan como objetos de estudio, desconectándolos de los contextos en los que fueron creados y rebajando así su carga reivindicativa o molesta. Después, la industria los convierte en objetos de consumo masivo, vaciándolos de sentido y conservando únicamente sus rasgos estéticos. Si el revival quinqui en forma de exposiciones, ciclos de cine, artículos en revistas especializadas y tesis doctorales de hace diez años puede entenderse como una absorción por parte de las clases medias, podemos preguntarnos si estamos viviendo ahora la siguiente fase: la venta masiva de lo quinqui, lo marginal y la vida de barrio.
Riñoneras y turismo de clase
A principios de 2017, los escaparates de las tiendas de lujo se llenaron de un complemento que hasta entonces solo habíamos visto en los mercadillos: las riñoneras. Aquella prenda que todos asociábamos con los barrios de clase baja pasaba a ser un complemente de lujo que marcas como Gucci o Channel te vendían por 800 euros. Lo que antes se despreciaba como signo de pobreza y marginalidad se había convertido en un objeto deseable para las clases altas y en un símbolo de estatus. Después, marcas generalistas como Zara o H&M solo tenían que copiarlo y venderlo de forma masiva.Esto ya había sucedido antes con otras prendas, como las botas Dr. Martens o los pantalones cargo, pero ahora se enmarcaba en un fenómeno más amplio. La industria de la moda no solo lanzaba una determinada prenda al mercado, sino que copiaba toda una estética que hasta entonces se había asociado con los barrios pobres. La riñonera se unía al chándal, la cadena de oro, las uñas postizas, el estampado de leopardo, las rayas de los ojos marcadas o las zapatillas de deporte. La estética que se asociaba con los chavales de barrio se había convertido en la última moda.
Esta moda se producía de forma paralela a la entrada en el mainstream del trap, que hasta entonces había sido profundamente marginal. En cierta manera eso ya había pasado antes con el rap, pero el tono menos reivindicativo del primero lo hacía más fácilmente asimilable. Esta consolidación del trap hizo conocidos a artistas que sí procedían de los barrios pobres donde había surgido el género, como Young Beef, pero también contribuyó a un fenómeno más problemático: la romantización e idealización de la marginalidad. Fenómenos como la pequeña delincuencia, los trabajos de la economía sumergida o el tráfico de drogas son presentados únicamente en sus facetas estéticas, pero no se abordan las causas de que se produzcan ni se tienen en cuenta los problemas que llevan asociados. Las revistas de tendencias copian la ropa de los chavales de barrio pero no hablan de por qué en el extrarradio la tasa de abandono escolar es mayor, la esperanza de vida más baja y las calles están llenas de casas de apuestas. El público del Primavera Sound corea canciones sobre pasar droga pero vive lejos de las infraviviendas donde se trafica.
Música
Trap: de los suburbios al éxito de masas
Esta idealización genera además un fenómeno de turismo de clase: personas que pertenecen a clases medias y altas copian la forma de hablar y vestir que asocian con la clase baja mientras dura la moda, como el que se viste con chilaba mientras está de vacaciones en Marruecos. Así, esta visión romantizada tiene también un componente clasista, porque implica una visión uniforme y estereotipada de las personas que habitan estos barrios: comportarse como alguien de barrio es ponerse chándal, hablar en jerga y fumar hachís, no parar el desahucio de tu vecino o ayudar a organizar la liguilla de fútbol.
Hace unos meses, Elvira, integrante del grupo de rap La Ira decía en su cuenta de Twitter que le daba vergüenza ajena la gente que se disfrazaba de quinqui porque quien había vivido eso sabía que la realidad tenía mucho más que ver con el enganche a la droga, los problemas con la justicia y la miseria. “La romantización no es más que un mecanismo muy habitual del propio sistema para desvalorizar la gravedad de lo que realmente es un problema social, sobre el que no se invierte suficiente tiempo, dinero y esfuerzo para su resolución”, me dicen las Ira cuando les escribo para hablar del tema. “Lo que se convierta en moda, deja de ser reivindicativo. Al romantizarse la idea del chaval/chavala pobre, consumidor/a e incluso delincuente, se observa que deja de ser un problema para ser un personaje, que a su vez genera dinero porque se convierte en icono de la juventud. Se convierte en producto, y eso es lo que la industria necesita. Por supuesto, quien ha vivido en sus carnes y en su familia las nefastas consecuencias de esto, toma verdadera conciencia social y política de ello, y no necesita jugar a ser pobre o drogadicto o delincuente”.
Este análisis también lo comparte Nega, de Los Chikos del Maíz, que en el libro que escribió con Arantxa Tirado ya denunciaba la romantización de lo quinqui: “Toda esa glorificación de lo kinki, del lumpen, de lo macarra... no hace más que legitimar el orden actual de las cosas. El que de verdad ha estado abajo quiere salir, no perpetuar su condición y ser un tirado toda su vida. Además, todos estos discursos que glorifican el tráfico de drogas y el lumpen tienen una profunda raíz neoliberal e individualista, consumista: yo a lo mío y el resto que se joda. Cuando en realidad se trata de buscar salidas colectivas, de organizarse colectivamente, de ser solidario. Cuando hay palizas por droga o la gente va al talego supongo que tiene menos gracia, pero generalmente esa peña que lo glorifica está lo suficientemente lejos de los meollos como para que les toque de cerca”.
Pregunto también a Miguel Ángel Ortiz, autor de La inmensa minoría, una de las novelas que mejor han reflejado la vida en un barrio periférico en los últimos años, cuál cree que son las causas de este fenómeno: “El capitalismo se ha apropiado de los valores que desde siempre habían venido caracterizando a la clase trabajadora, para quitarles su sentido y llevárselos a su propio terreno. La historia del triunfador que sale del barrio, sin nada, buscando ese sueño americano que consiste en escalar peldaños de clase social hasta alcanzar la gloria y el triunfo se ha instalado en nuestra sociedad. Esas historias, en vez de lanzar un mensaje contra la injusticia del sistema, de alguna manera terminan apoyándolo, dándole la razón. Por eso es tan peligroso romantizar este mensaje. Es verdad que unos pocos consiguen alcanzar ese sueño, pero hay millones que se quedan por el camino”.
Contar las propias historias
A las visiones idealizadas del barrio que vende el mercado se pueden oponer productos culturales creados en esos mismos lugares, por la gente que los habita. Frente al acercamiento puramente estético de Bad Gyal o Tangana, encontramos artistas con una visión mucho más compleja y politizada, para los que el barrio no es una simple moda que da portadas en las revistas de tendencias: “Somos de los barrios donde no limpian las calles/ donde no van a la uni los chavales”, canta Tribade.Es el caso también de libros como Autobiografía de Manuel Martínez, en el que el escritor Eduardo Romero reconstruyó la biografía de uno de esos chavales sacudidos por la heroína y la delincuencia en los años ochenta. Contado en primera persona a través de una serie de entrevistas, el libro habla de la pobreza, las entradas y salidas de la cárcel, el maltrato y el deterioro que supone la prisión, pero también de las luchas en la COPEL, la solidaridad y la lealtad. La historia de Manuel es autobiográfica, pero en ella hay también una radiografía de las condiciones sociales, económicas y políticas que condicionan las vidas de la gente de clase baja. Cuando Manuel habla de sí mismo, habla también de la gente que habita nuestros barrios, de todos nosotros.
En esta misma línea se encuentran novelas como Prosperidad (Carlos Herrero,2007), La trabajadora (Elvira Navarro, 2014) , Cosas vivas (Munir Hachemi, 2018), La balada del Pitbull (Pablo Rivero, 2002) o La inmensa minoría (Miguel Ángel Ortiz, 2016), de la que hemos hablado antes. Historias en las que no cabe la romantización de la vida de barrio pero tampoco su estigmatización y en la que las historias personales se muestran siempre como una parte de procesos sociales más amplios. Vidas complejas que no pueden ser reducidas a estereotipos ni caben en un único molde. “Solamente confrontando las dos partes, la positiva y la negativa, se sacan verdaderas conclusiones, se extrae lo que realmente merece la pena. El barrio puede tener la lacra de las drogas; pero en toda moneda conviven dos caras, y es una de las tareas del escritor preguntarse por qué están allí o por qué solo se cuenta que están allí cuando en realidad las hay en todos los barrios de la ciudad, incluyendo los de mayor poder adquisitivo”, dice Miguel Ángel. “La cultura, la sensibilidad artística, la conciencia de izquierdas, renegar de la ostentación consumista, el feminismo, etc se han convertido en tabú si vienes de abajo: no es lo que se espera de ti. Si eres de abajo tienes que actuar como a nosotros —la clase media— nos gusta que sean los de abajo: lleno de estereotipos y topicazos negativos que únicamente embrutecen a la persona. Cuando el pobre no actúa como el rico espera, se siente amenazado. Y una cosa es que la revista de tendencias de turno comente (con la mirada del zoológico) la vida del pobre y genere contenido. Otra cosa es que el pobre tenga conciencia de sí mismo. Por eso Bad Gyal gusta mucho más en este tipo de revistas que Tribade. No hay nada que moleste más a un rico que un pobre que no lo parece”, dice Nega. La industria copia la estética que se asocia con el barrio, pero su mirada no deja de ser clasista. Las riñoneras están bien mientras dura la moda, pero solo si quien la lleva no la ha comprado en un mercadillo.
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Como se empezase a pasar lista en los desahucios en Madrid la mitad os quedabais sin curro.
Joe, llevaba con el texto pedneinte bastante tiempo. Es bastante más malo de lo que pensaba.
JAJAJAJA. No has oído trap, ¿no?
a)Nació como música fuera del circuito comercial.
b)No hay nada más trap que lo rico, los oros, channel y llorar en la limo. XDD
lo que si es que una revista generalista se apropie del tap para clikeos, eso sí que es bajuno...
Creo que no es nuevo, se lleva haciendo desde hace mucho, hay que fijarse en el jazz, el rock,el punk, el hip-hop, y ahora el trap, todo es absorbido por el capital, todo el mensaje se pervierte para que la gente se identifique con su clase, además, el ascensor social lleva muchos años roto, que más da la música que escuche la gente si no tienen oportunidades..
Me hace gracia que hablen de capitalismo cuando el trap se ha hecho camino a patadas en el mundo online a base de producción propia y buscándose ellos la vida. Y al final saln del barrio sólo los que se autoexplotan sin parar años y años, otros siguen el barrio tomandoselo con más calma,
https://blogs.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/tribuna/2019-04-08/ray-dalio-hombre-rico-mundo-capitalismo_1930130/
Bad gyal mola más porque no es un puto panfleto, para estos folletistas solo les gusta una cosa si corresponde a lo que ellos opinan, y eso señores es propaganda.
Vuelve a la cueva,la música masivamente no es reivindicativa ,pero no por ello está despolitizada, si te agobia el tema del que aquí se trata lo tienes fácil, lárgate.
Tener como referencia a las de la IRA como gente de barrio o a un idiota como Young beef... En fin. Todo lo que has hablado de esteriotipar lo quinqui, lo que viene del barrio, porque para los pijetes clase media se pone de moda es lo que he visto en esos grupos y otros tantos que se podrían citar. Niñ@s de bien que han querido hacerse l@s kinkis porque lo marginal está de moda. O chavales que puede que sean de barrio, pero han visto muchas película y, en vez de aprovechar para salir él y los suyos de la mierda, se tiran el rollito porque vende entre los niños y los idiotiprogres. Aquí, al final, habla de barrio gente que no tiene ni idea, romantiza lo que es en realidad y quiere asociar una cultura o unos valores. En los barrios hay de todo. Obreros rancios de carajillo, pijos de mercadillo o gente de puta madre.
Yo tuve la suerte de ir a la universidad y apenas llegamos gente de barrio. Sin embargo, si que vi a mil progres tirándose el rollo y glorificando lo marginal, el rollito Lavapiés, como si eso les hiciera muy alternativos. Y lo siento, pero oleis a pijo de lejos ¿Sabéis cuando un niño se intenta hacer el mayor diciendo palabrotas o haciendo alguna tontería y parece aún más niño? Así canta cuando una persona que no es de barrio intenta ir de calle.
Dejad de usar a la gente de barrio como un reclamo y de acomplejaros por haber nacido con comodidades. No tiene nada de malo. Alegraos de que habéis tenido suerte y disfrutadlo.
Ni vayáis de barrio, ni critiqueis sin saber. Y desde luego dejad de glorificar a idiotas que se hacen los "pobre chic@ malot@ de barrio que lo ha pasado mal" y perpetúan estereotipos de mierda porque venden.
Más hablar de chavales de barrio que luchan pese a todo por salir adelante de manera honrada trabajando o estudiando para mejorar su vida y la de los suyos.
Salud.
Has empezado bien dirigiéndote en segunda persona del singular a la autora del artículo, pero has acabado usando la segunda del plural para pontificar sobre tu autenticidad frente a el resto de esos a los que te diriges. Yo, como lector de tu comentario me doy por aludido. Es tan auténtico un "niño bien" como un tirado del extrarradio. Lo lumpen, tan de moda hoy día, es, como explica el artículo, una realidad de ahora y de antes que el sistema utiliza comercialmente pero también culturalmente. Desconozco a esos grupos que se citan, salvo a Nega que me parece un jeta oportunista, pero sí he vivido más o menos directamente en ambos territorios. Parece que sólo se puede hablar desde el purismo auténtico en el que el yo de turno es poseedor de la verdad absoluta. Y no, no es necesario haber nacido en "Las tes mil" o en el Pozo del tío Raimundo para conocerlo. Habiendo ido a un colegio público, a un instituto de FP y teniendo amigos de distintos barrios se puede conocer de ambos mundos. Me he sentido un niño bien sin serlo en algunas circunstancias y, por contra, un proletario marginado en otras. Me ha atracado a punta de navaja un gitano auténtico siendo yo un jovenzuelo, y me han robado la ilusión y el futuro los especuladores financieros cuando era un currante con trazas de tener "proyecto vital". La lucha entre clases es diferente de la relación entre personas aunque ambas facetas están entremezcladas.
El artículo describe, muy bien en mi opinión, una realidad sociológica con la objetividad periodística de que es capaz su autora. Desconocemos su estrato social, y su nivel socio económico, pero en seguida ponemos (pones) etiquetas desde tu superioridad moral. Además creo que no has entendido el fondo de lo argumentado por Layla. Hace una crítica de la materialización consumista y la desnaturalización de las apariencias, no pontifica sobre lo lumpen, ni categoriza a nadie en concreto. Tú, que parece ser eres de barrio obrero y has llegado a la universidad con tu esfuerzo, etiquetas de pijo o moderno con una autoridad moral poco consistente.
Es claro que el Capitalismo absorbe iconos políticos y posiciones ideológicas convirtiéndolas en clichés comerciales, anulando su sentido originario. Los posters del Ché o los pantalones caídos por el culo de hace unos años son dos ejemplos que me vienen a la cabeza, pero también la música de Los Chichos, o la idealización mercantilizada de la estética del cine quinqui al que alude la autora del artículo. Es evidente que la ideología neo liberal destruye el axioma filosófico de que la estética es una parte de la ética. Puedes quedarte en batallitas por defender tu postura personal de que con esfuerzo y voluntad es posible el ascenso social. Todos, en mayor o menor medida nos miramos al ombligo, pero el artículo va de otra cosa. Por lanzar mi propia proclama diré, no a ti en concreto, que abunda en este momento la clase social universitaria, que aparece a menudo vestida de autoridad y paternalismo intelectuales a soltar sus frases lapidarias, demostrando una titulitis que adolece de la experiencia vital que no se enseña en la facultad. Salud-os de un viejuno bastante pasado de moda y nada moderno.
Claro, porque el Nega no "romantiza" el barrio apenas cuando todas sus canciones son una sarta de tópicos mal expuestos de lo que es la izquierda y la clase obrera. Porque está mal hacer apología de las drogas excepto cuando tenemos que tocar en el Viña al lado del Viña Grow. Porque el trap es una mierda por hacer exactamente lo mismo que hizo el rap en el contexto de los 90. Porque todos somos muy defensores de la clase obrera pero nos sentimos moralmente superior a ella: nuestros gustos son mejores y sabemos lo que le conviene, puro paternalismo barato. Es cierto que el trap implica hacer de lo pobre algo de ricos, idealizando la figura del joven de barrio que se hace rico e idealizando su pobreza, pero eso es debido a que se han cargado completamente el discurso de clase en todos los ámbitos, y no es exclusivo del trap. El rock universitario lo hizo con la música que se tocaba en los barrios negros, el punk hizo lo mismo y el rap también. Y sinceramente prefiero una canción sincera de Yung Beef sobre el último canuto que se echó con su novia que al Nega yendo de muy izquierdista y mucho izquierdista en un mitin de un partido socialdemócrata.
Pues a mi dadme esta letra de Dellafuente y no los panfletos de los Chikos del Maíz, creo que aquí hay una visión bastante más interesante de una realidad social que en el ego machirulo del Nega camuflado con diez referencias a Passolini, Despentes y demás por track.
Pa' toa' la gente que adora la libertad
Pero tiene que exponerse a que se la puedan robar
Pa' toa' la gente que abogao' no tiene na'
Pero sabe que no tienen, no tienen que declarar
Pa' toa' mi gente que lucha a diario
Que su trabajo ya no tiene horarios
Pa' toa' la gente, pa' tós' los barrios
Pal' que no tiene pa' regalo aniversario
Pa' los que llevan toa' la vida sin darse unas vacaciones
Pa' los que venden melones
Pa' los que viven diez en tres habitaciones
Los que se refugian escuchando mis canciones
Pa' los que soñaban con irse pa' la nasa
Y despertaron y le habían quitao' la casa
Pa' los que tó' perdieron y sudaron la agonía
Y sin quererlo lo ahogaron en bebía'
Genial la letra de Dellafuente, ¿pero es necesario descalificar el trabajo de Nega para remarcar que lo que a ti te gusta es mejor? No te gusta, no lo escuches.
Genial el artículo.
En el momento que Nega y cierto amigo suyo crítico musical se dedican sistemáticamente a criticar un género musical creo que sí es pertinente la comparación.
Análisis totalmente acertado, certero y desgranado de cómo el capitalismo se apropia de rasgos de la clase más baja para seguir creando tendencias y opresión. Enhorabuena a la autora.
efectivamente, las élites quieren poner de moda la pobreza, vease, comer insectos