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Confines del suroeste
Escribir EcoPoesía después del Coronavirus
Ni las palabras, ni los gestos, ni los partidos políticos, ni la llamada “globalización”, ni el vecindario, ni las terrazas, ni los roces en las tiendas, ni la sanidad, ni el papel del Estado o de la poesía serán lo mismo después de la pandemia del COVID-19.
Ni las palabras, ni los gestos, ni los partidos políticos, ni la llamada “globalización”, ni el vecindario, ni las terrazas, ni los roces en las tiendas, ni la sanidad, ni el papel del Estado o de la poesía serán lo mismo después de la pandemia del COVID-19.
Habrá que rebuscar en nuestros corazones para que no sean tan de plástico, dado los toques de queda y alarma que se darán frente a la fábrica mundial de cachivaches que tenían instalado en China.
Habrá que reutilizar los lápices para atacar el arte y las pantallas de otra forma, ahora que se nos atravesaron los aplausos y caceroladas de un enjambre territorial que no se resigna al silencio.
Habrá que llevar la poesía hacia otros estados más “disipativos”, más auto-organizados desde abajo, menos autocomplacientes. Esta apuesta en lo poético se corresponde con la mirada que ofrece el físico Ilya Prigogine en su enunciación de las leyes del caos: somos mundo estable que camina bajo ciertas “coherencias” en medio de un mar de cotidianidad inestable.
Nuestro mundo atraviesa un “punto de bifurcación”, caminamos hacia otro orden de las cosas. Se ha roto la llamada “globalización”, el sacrosanto neoliberalismo
Nuestro mundo atraviesa un “punto de bifurcación”, caminamos hacia otro orden de las cosas. Se ha roto la llamada “globalización”, el sacrosanto neoliberalismo. Han emergido también fuerzas que imponen una disciplina social, leyes decreto que depositan en cinco voces la capacidad de ordenar movimientos, restringir libertades. Los vientos autoritarios son contrarios a un arte transformador. Para desgracia eterna de Maikovski, el arte ahí puede acabar siendo moldeado por una burocracia literaria o por adoradores de la intensificación tecnológica.
Podría decirse, siguiendo la mirada del caos, que siguen vivas determinadas “flechas del tiempo”, vectores que nos ordenan a gran escala lo que parece descomponerse en el cotidiano. La naturaleza se manifiesta como la madre de todos los vectores. El universo del arte contenido en una tecnología infinita se agota, se reconoce al fin como agotable, extinguible. El cambio climático es irreversible y con él las pandemias globalizadas. Bajo el imperio de la globalización el mundo es en realidad una gran chabola, nos viene a decir M. Ángeles Maeso en su Basura Mundi (edit. Huerga y Fierro). Pero podría ser un acto ecopoético. Amanecer con una poesía dispuesta a reconocer la expansión entrópica del universo, pero no comulgar con las flechas para los malos tiempos que nos dan las élites. Sería entonces decir y hacer para que tome forma una (intra)historia llena de Puentes de mimbre (M. Ángeles Maeso, edit. Huerga y Fierro), otros enjambres que cuiden del Secreto fondo de las cosas (última novela de Antonio Orihuela, La Oveja Roja).
Después del coronavirus podemos elegir y deberemos elegir. Podemos dejarnos recomponer estas flechas neoliberales que han acabando proponiendo más dieta de comida chatarra para las criaturas empobrecidas de la Comunidad de Madrid
Después del coronavirus podemos elegir y deberemos elegir. Podemos dejarnos recomponer estas flechas neoliberales que han acabando proponiendo más dieta de comida chatarra para las criaturas empobrecidas de la Comunidad de Madrid. Telepizza y Disney como marco gastronómico y des-imaginativo para el “morir matando”. Podemos acogernos a la disciplina social e identificar sin más salud con orden, como proponen las medidas del gobierno. O podemos cuestionarnos nuestras inseguridades alimentarias y componer otras sinfonías en clave de cogestión y de autogestión: estos días sabemos de bandas que han unido físicamente sus notas desde diferentes ventanas, aún está por ver qué dirán los enjambres que tendrán forma de monedas sociales y ollas populares.
Escribir después del coronavirus será necesario. Habrá que disipar rancias costumbres y falsos oropeles para engendrar un “poder creador a la altura de Atón”, capaz de enviar al desguace “todos los conceptos inventados por la geopolítica y la catequesis”. Eso nos decía alguien que se fue demasiado pronto, Gata Cattana (La escala de Mohs, Penguin Random House). Con ella hubiéramos escrito más ecopoesía con más ecofeminismo, con más Amor (edit. El Petit Editor) que diría David Trashumante.
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