Carta desde Europa
Los bárbaros, a las puertas

El resultado de las elecciones de mayo al Parlamento europeo no está en duda y nunca lo estuvo. Las fuerzas del mal ocuparán más escaños, pero no llegarán ni remotamente a conseguir la mayoría, y si lo hicieran no importaría.

Parlamento Europeo
Sesión plenaria del Parlamento Europeo / Parlamento Europeo
Wolfgang Streeck

Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia.

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2 mar 2019 06:00

Los países miembros de la Unión Europea se preparan para las elecciones del próximo Parlamento europeo, que se celebrarán entre el 23 y el 26 de mayo, dependiendo de los calendarios electorales nacionales. Muy probablemente, los británicos ya no participarán en las mismas, dado que está previsto que abandonen la Unión Europea aproximadamente dos meses antes, el 29 de marzo.

Como en ocasiones anteriores, el Parlamento surgido de las urnas no será lo que pretende ser: no tendrá derecho de iniciativa legislativa (puede actuar únicamente a propuesta de la Comisión Europea o del Consejo Europeo); no puede cambiar los tratados vigentes entre los Estados, que son la constitución de facto de la Unión Europea; no puede tampoco corregir los dictámenes basados en los tratados del Tribunal de Justicia Europeo, que, en consecuencia, también disfruta de poder constitucional; y, tan importante como lo anterior, no puede nombrar o votar el verdadero poder ejecutivo de la Unión Europea, que es el Consejo Europeo de jefes de Estado y de gobierno de los países miembros.

De hecho, aunque un parlamento real define sus poderes por sí mismo y mediante ello limita los poderes del ejecutivo, en la Unión Europea ocurre exactamente lo contrario: el poder ejecutivo define y limita los poderes del parlamento. No es de extrañar que los británicos, inventores del gobierno parlamentario moderno, nunca se hayan sentido especialmente impresionados por este modelo.

¿De dónde proviene, pues, toda esta excitación? Tradicionalmente, el ‘Parlamento Europeo’ era una asamblea de eurófilos unidos por una concepción similar, o mejor: de UEfilos nominados por los respectivos partidos políticos nacionales. Apenas había divisiones en su seno y nunca surgían estas entre el gobierno y la oposición; las controversias, si las había, se producían a lo largo de líneas nacionales. Por lo demás, los miembros del mismo, a pesar de las diferentes familias de partidos, estaban unidos por la obtención de más poderes, no necesariamente para ellos mismos a expensas de sus patrocinadores, esto es, los gobiernos unidos en el Consejo Europeo, sino para ‘Europa’ a expensas de sus Estados miembros.

El Parlamento se hallaba controlado por una Gran Coalición formada por el centro-derecha, esencialmente los democratacristianos, dirigido por Juncker, y por el centro-izquierda socialdemócrata, dirigido hasta 2017 por su viejo colega, Schulz.

Prácticamente nadie comprendía a qué se dedicaban durante su jornada; se trataba de algo demasiado arcano para el ciudadano normal e incluso para los politólogos especializados. El interés del votante y el grado de participación eran, en consecuencia, bajos, a pesar de las ocasionales campañas de publicidad, como el divertido ‘referéndum’ convocado por internet sobre la abolición del horario de verano europeo.

Esta vez, sin embargo, se nos ha dicho que las cosas son diferentes. 2019 se supone que va a ser un año decisivo: los enemigos de Europa están a punto de perturbar la paz parlamentaria. Los escépticos ‘populistas’, los nacionalistas dicho en otras palabras, tanto de la derecha como de la izquierda, deben permanecer fuera en virtud del célebre consenso que postula una “unión cada vez más estrecha de los pueblos europeos” bajo el mandato de un Parlamento impotente y autocomplaciente.

Así pues, los partidos establecidos se unen, formando un frente común para convertir las elecciones en una opción entre el bien y el mal: pro Europa o contra Europa. En Alemania, el SPD ha lanzado su campaña bajo el eslogan “Europa es la respuesta”. ¿Qué Europa? ¿Una herramienta común de los gobiernos nacionales, que fuerzan reformas estructurales sobre sus pueblos? ¿Y cuál es la pregunta para la que Europa debería ser la respuesta? Ni una palabra al respecto.

La cosa recuerda a esa canción religiosa de la década de 1980, “Jesús es la respuesta”. Se exige una confesión, no se produce ningún debate. Nada en absoluto sobre lo que la Unión Europea es o debería ser, sino tan solo si usted está a favor o en contra. Europa es un significante vacío, que significa lo que cada uno desee que signifique.

El Parlamento europeo, el mismo organismo cuyo mandato concluye en mayo, está gastando enormes cantidades de recursos públicos para incrementar la participación electoral, apoyado por agencias de publicidad que intentan vender el mensaje de que “por Europa” debes ir a votar y hacerlo por uno de los partidos que nos proporcionaron el libre mercado y un euro sin restricciones.

Como alemán, me viene a la cabeza la República Democrática Alemana, con sus diferentes partidos bloque, que formaban un frente unido para concurrir a las elecciones en las que el resultado más importante era la participación: si esta se hallaba por debajo del 99,5%, el secretario local del partido era castigado.

A pesar de toda la excitación, el resultado de las elecciones de mayo no está en duda y nunca lo estuvo. Las fuerzas del mal ocuparán más escaños, pero no llegarán ni remotamente a conseguir la mayoría, y si lo hicieran no importaría. La participación se incrementará un poco y, por consiguiente, los chicos buenos afirmarán haber ganado y cerrarán filas de modo más prieto que antes para mantener a los malos bajo control, si no literalmente fuera de juego.

Los ganadores-perdedores y sus medios de comunicación declararán que el resultado es un cheque blanco para “más Europa”, teniendo cuidado, no obstante, de no precisar demasiado qué significa esto. ¿Ningún cambio, pues? Una vez que estas elecciones aparentes se olviden, lo cual ocurrirá pronto, el pudrimiento continuará allí donde se ha verificado durante algún tiempo: donde se juegan los juegos de poder reales, por ejemplo, en el Eurogrupo, y antes de que haya transcurrido no demasiado tiempo nada en la Europa-Unión Europea será, sin embargo, lo mismo.

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