Opinión
Las tareas del andalucismo del siglo XXI
La trayectoria histórica del andalucismo lo ha ligado de forma singular, mucho más que otros pensamientos nacionales del Estado español, con las realidades económicas de periferia y las reivindicaciones sociales emancipatorias dadas en Andalucía. A las puertas de una nueva crisis que golpeará duramente a uno de los territorios más empobrecidos del sur de Europa ¿cuál es el papel que debe ejercer el andalucismo?
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Andalucía precisa hoy, más que nunca, de un movimiento andalucista en el que lo social y lo cultural conformen las formas de lucha y reivindicación propias de la Andalucía del siglo XXI. Este andalucismo ni puede ni debe ser una triste pátina estética que impida profundizar en el fondo del análisis social de Andalucía. Tampoco merece confundirse con el andalusismo, pues si bien es innegable que somos hijos e hijas de la cultura andalusí que nos parió, no hemos de dirigirnos a la recurrente apología de ese pasado glorioso que nos vio nacer como civilización. Nuestra tarea está en reconstruir la conciencia colectiva de nuestra identidad cívica a través de la participación en espacios que sean reflejo de la singularidad nacional de Andalucía.
El andalucismo tiene dos caminos: o continuar la senda de la auto-marginalidad o sembrar la ambición de construir pueblo.
No es sencillo ofrecer un diagnóstico y mucho menos lo es dar respuesta a las preguntas que se plantean. Sin embargo, hemos de ser conscientes de la debilidad del andalucismo cuando este se desliga de aquellos lugares comunes que unen a los numerosos colectivos en lucha que integran el grueso de las reivindicaciones ciudadanas que comprometen la vida política de cientos de andaluces y andaluzas. Aquí la cuestión económica juega un papel fundamental: Andalucía es una de las regiones más empobrecidas del sur de Europa, un sur golpeado por la crisis financiera de 2008 y, en el presente y futuro, por la triste situación laboral y económica por acción de la pandemia de coronavirus en la que nos encontramos. Ante esto, el andalucismo tiene dos caminos: seguir lamiéndose las heridas y nadando en círculos en torno a cuestiones ampliamente superadas o desechadas por inútiles u ofrecer una dirección concreta partiendo de problemas concretos. O continuar la senda de la auto-marginalidad o sembrar la ambición de construir pueblo.
En primer lugar, un movimiento andalucista útil ha de ser capaz de mostrar que es la herramienta más eficaz para lograr la emancipación económica de un modelo productivo que se ha mostrado tremendamente injusto con los sectores sociales más vulnerables. Un movimiento andalucista útil no puede eludir la responsabilidad de conformar un nuevo marco económico propio que priorice el bienestar al beneficio y que ponga por delante los intereses de aquellos y aquellas que son mayoría en nuestra tierra: médicos, profesoras, albañiles, estudiantes, jornaleras, etc. Un movimiento andalucista útil tiene la obligación de generar y promover referentes culturales modernos, necesita sumergirse en la vida cultural andaluza y reconocer el avance que ha habido en los últimos 50 años; en otras palabras, asumir que las melodías del presente no pueden construirse con las notas del pasado. Un movimiento andalucista útil (e inteligente) necesita entender que el horizonte no se acaba con la conformación de un sujeto político propio, sino que sigue extendiéndose continuamente a través de las numerosas articulaciones políticas que pueda manifestar; el objetivo no es un Partido.Si hay algo de lo que especialmente puede hacer gala el andalucismo es que no ofrece una respuesta excluyente a las problemáticas creadas por el sistema económico, no crea un “nosotros” frente a “los otros”
Se cuentan por miles los espacios unitarios de lucha que se le abren al andalucismo cuando se revela como un fenómeno ideológico. Es aquí, precisamente, donde los y las andalucistas deben incidir hasta hacerse mayoría: cualquier reivindicación que nace desde las clases subalternas en Andalucía (desde las demandas ecologistas contra las balsas de Fosfoyesos en Huelva hasta la lucha de los trabajadores urbanos precarizados por unas condiciones laborales y un salario dignos) es una reivindicación andalucista. Si hay algo de lo que especialmente puede hacer gala el andalucismo es que no ofrece una respuesta excluyente a las problemáticas creadas por el sistema económico, no crea un “nosotros” frente a “los otros”. No hay una prevalencia de lo étnico respecto de lo foráneo, sino que inserta la lucha de las clases trabajadoras dentro de una realidad nacional concreta, y esto es así desde sus inicios. Por tanto, cuando se acusa a los y las andalucistas de querer posicionar lo andaluz sobre cualquier otra cosa, la respuesta es clara y contundente: “nuestro nacionalismo, antes que andaluz, es humano”.
Hay mucho trabajo por hacer todavía, pero no debemos despreciar tampoco la labor que desde los Ateneos, las asociaciones culturales y las organizaciones andalucistas se ha venido haciendo desde hace décadas. Es importante conocer la historia pasada de nuestro pueblo pero mucho más importante es implicarse en la realidad actual del mismo. Tomar partido, que diría Gramsci. Mientras no comprendamos que el andalucismo, como ideología, es el marco conceptual con el que aproximarnos a la pluralidad de demandas colectivas existentes no podremos encaminarnos en una ruta concreta. Si entendemos, por el contrario, el carácter transformador del andalucismo político-cultural y el poder popular que es capaz de generar cuando realiza su labor educativa e ideológica de forma adecuada, entonces, hay mucho por ganar.
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