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América Latina
Análisis de coyuntura latinoamericana (I)
América Latina, tierra indómita y rebelde, heredera de siglos de luchas y resistencias, en donde la magia invade el realismo, lugar en donde estamos pasando por una situación crítica en términos ecológicos, humanitarios y sociales. Hoy asistimos a un punto de inflexión, en donde las amenazas sobre nuestros cuerpos y territorios son cada vez más concretas, es por eso que la indecisión y las medias tintas deben ser combatidas con posiciones y propuestas. Es nuestro deber histórico, como anarquistas, el generar espacios de debate y crítica, en donde prefiguremos los días de lucha que se nos avecinan. A su vez, se hace necesario plantear nuevas categorías de análisis para así apuntar de manera mucho más certera a quienes hoy nos someten.
Durante las últimas décadas, nuestros territorios han servido de espacio para las luchas geopolíticas de los imperialismos; China, Estados Unidos, Rusia, Turquía, entre otros, trazan sus intereses sobres los espacios que habitamos, debido a esto, es necesario romper con el análisis añejo en clave de guerra fría, en donde los intereses de EEUU se desplegaban sobre el continente sin ningún contrapeso. Hoy son muchos los actores en esta lucha geopolítica. No podemos caer en la miopía y dirigir todas nuestras críticas solo a EEUU, que claro está, hoy en esa lucha geopolítica trata de asegurar esta área como su «patio trasero» que siempre pretendió que fuera, pero pese a que tiene altos niveles de responsabilidad en la miseria en vastos territorios, no son los únicos que llevan adelante una política imperial.
Nos encontramos ante un fuerte avance de la derecha y extrema derecha a lo largo y ancho de América Latina. Fenómeno de escala mundial, ya que diversos partidos de estas orientaciones vienen creciendo electoralmente en Europa desde hace ya tres décadas, en países del ex bloque del Este ha renacido con inusitado vigor, y en el resto del continente diversas expresiones de este signo ganan espacio. En EEUU, Donald Trump es una muestra del mismo fenómeno, con la particularidad que tiene ello efectos en su política imperial para el área latinoamericana y el mundo.
Ya bajo el gobierno de Obama, EEUU apoyó y organizó el golpe de Estado en Honduras en 2009, iniciando este giro paulatino a un mayor control sobre lo que ellos llaman su «patio trasero». Este golpe tuvo su continuidad en el golpe en Paraguay en 2012 y el «golpe blando» en Brasil en 2016. Este ambiente facilitó el ascenso electoral en Argentina de Macri en 2015 y de Duque en Colombia en 2017. En el único país donde avanzó el «progresismo» fue en México, y ello es muy relativo.
La derecha ha organizado su «retorno» al frente de los gobiernos. En cada país han desarrollado campaña fuerte contra los «progresismos», han hecho eje en la corrupción -en la cual están metidos todos los sectores políticos como ha quedado claro en Brasil con el Lava Jato-, pero además se han organizado a nivel latinoamericano, siempre contando con el apoyo imperial.
Estos gobiernos -Macri y Bolsonaro- han sumado apoyos al Grupo de Lima, a ese conjunto de gobiernos recalcitrantes que vociferan «democracia» hacia afuera pero aplican políticas antipopulares y represivas puertas adentro. Y particularmente en el caso de Bolsonaro ya hablando directamente contra la democracia burguesa, instalando la idea de gobiernos de corte dictatorial directamente. Es este grupo de países el que ha servido de cobertura latinoamericana a los intentos golpistas de la derecha venezolana apoyada por EEUU. Manejan abiertamente la posibilidad de una invasión norteamericana sin tapujos, como en vieja época, recurriendo los mecanismos de la OEA y el TIAR.
Este giro continental a la derecha no es menor. El sistema capitalista, luego de una feroz aplicación del neoliberalismo, permitió ante embates populares ciertos «cambios», algunas mejoras, cierto «afloje» para perfeccionar la dominación y el saqueo constante a los de abajo. En el período llamado «progresista» hubo ciertas políticas sociales de contención de la pobreza, de distinto grado según cada país. Tenían como común denominador permitir cierta mejoría en la vida de los sectores más pobres de la sociedad, pero gestionando la pobreza, no se generaron políticas de trabajo real, se dejó a los pobres en el lugar del asistencialismo, o a lo sumo, de mano de obra tercerizada y precaria, donde es el propio Estado el que terceriza tareas, enriqueciendo empresas u ONG y generando una clase trabajadora mucho más precaria y sin derechos, amputada en sus instituciones y procesos de lucha.
El extractivismo, tanto de los gobiernos progresistas de diverso signo como de los liberales, como régimen y dinámica neocolonial imperante en toda América Latina, sólo ha profundizado el intercambio desigual entre territorios y la división internacional del trabajo como expresiones históricas de la lucha de clases, intensificando la explotación de grandes volúmenes de naturaleza (commodities) hacia la exportación. Los reacomodos geopolíticos, han trazado nuevas estrategias para aumentar la circulación de mercancías hacia los centros industriales, abriendo rutas en lugares nunca antes pensados, como lo es la serie de proyectos de IIRSA-COSIPLAN; nuevos diseños de tratados de libre comercio como el TPP-11 (que incluye a México, Perú y Chile como países latinoamericanos); disputando los últimos bienes naturales-comunitarios del planeta. Sus consecuencias, han traído cuestiones inherentes a esta dinámica de explotación de la naturaleza, abriendo importantes procesos de desterritorialización a través de migraciones locales y globales; la pérdida de biodiversidad; el aumento de la violencia contra los cuerpos feminizados y racializados (mujeres y otras sexualidades -no binarias y trans-), incluyendo el sicariato, y finalmente los casos de corrupción que hemos visto con el Caso Odebrecht, que involucra una red entre distintos Estados.
Cabe mencionar, que la hegemonía de los progresismos en la década de los 2000, intensificó el saqueo y expoliación de nuestros territorios, ya que sus programas «con énfasis social» se basaba en la extracción de bienes naturales y su venta hacia los países industrializados, en este sentido los gobiernos progresistas redistribuyeron migajas de una época de bonanza, de crecimiento del precio internacional de los commodities. Gestaron algunas mejoras salariales y políticas sociales, pero no se tocó lo fundamental del sistema. Estas políticas tenían como común denominador elevar las condiciones de vida de los sectores más pobres de la sociedad, que jugaba simultáneamente como elemento de contención social, a la vez que se construyeron aparatajes estatales plagados de una casta política acomodada y parasitaria, y sin cuestionar la renta de la tierra y el extractivismo como pilares económicos del mal llamado «Progreso».
Al mismo tiempo, las clases dominantes latinoamericanas multiplicaron sus ganancias y la brecha entre ricos y pobres aumentó.
Pero los ricos, no querían perder el control administrativo del Estado. Es su Estado, parte de su poder de clase radica allí y se condensa en sus instituciones. No estaban dispuestos a permitir que por mucho tiempo unos «advenedizos» les quitaran el control del mismo. Unos años podían soportar, mientas arreglaban la casa luego del saqueo de los ’90. Pero ya se estaban impacientando.
¿Ello significa que los gobiernos «progresistas» son la salida necesaria y que son la antítesis de la derecha? NO. En primer lugar, además de permitir un enriquecimiento histórico de la burguesía local y multinacional, los gobiernos progresistas redistribuyeron pocos recursos en un momento de crecimiento del precio internacional de las materias primas. Terminado ese «boom» volvieron las dificultades económicas y la crisis. Pero no utilizaron ese «período de bonanza» para invertir en generación de trabajo a nivel industrial, tampoco se desarrolló ninguna Reforma Agraria ni transformación radical de los servicios a la población, etc. Los gobiernos progresistas permitieron un desembarco de proyectos de extracción de bienes naturales en el continente a gran escala: grandes proyectos mineros, petroleros, de plantaciones de soja y forestales, hidroeléctricas… todo en beneficio del capital multinacional, especialmente chino en el último tiempo. Todo ello en el marco del Plan IIRSA, plan de saqueo diseñado desde EEUU. Las líneas generales del sistema no se modificaron, simplemente se adecuaron a la nueva etapa, que ahora contando con cierto consenso popular, era más fácil de implementar a fondo la política de saqueo.
La redistribución de la riqueza fue escueta. Pero como decíamos, no se tocó lo fundamental del sistema: la propiedad privada, ni la redistribución de la riqueza ni las relaciones de poder. Así y todo, la burguesía y los sectores más conservadores, no estaban dispuestos a tolerar más a Lula, los Kirchner o quien sea que no venga de su riñón. Un claro odio de clase recorre el continente y destila su veneno sobre los pueblos.
Pero también en este período se han producido dos procesos que tienen sus peculiaridades en este marco: el venezolano y el boliviano. En Venezuela, impulsadas en su momento por Chávez, se han desarrollado múltiples «comunas», que según dicen algunas notas de prensa, tienen hoy en día un volumen nada desdeñable de pueblo involucrado y cierto desarrollo en actividades económicas, culturales y sociales, sin vinculación alguna con el Estado. Se ha dado una ruptura allí comparando con el período anterior, donde incluso los militares, burócratas y bolirricos querían controlar este proceso y tomar a manos llenas el dinero que se había invertido en esta experiencia.
En Bolivia, un «Estado plurinacional» a medias pero donde cuenta con influencia el movimiento indígena y campesino, ese mismo que protagonizó en 2000 y 2003 las insurrecciones de la «guerra del gas» y «la guerra del agua», tirando abajo gobiernos y poniendo freno al neoliberalismo. Es esa movilización la que imprime un carácter diferente a los procesos históricos que viven los pueblos. Recordemos que en el período anterior, el continente estuvo sacudido por amplias movilizaciones populares que hicieron caer a más de un gobierno.
Merecería un especial capítulo la situación de Colombia, donde luego de firmados los «acuerdos de paz» han sido asesinados más de 570 militantes sociales.
Un sector de las FARC ha vuelto a la lucha armada, lo cual demuestra que no hay garantías ni posibilidad de pacificación en el país. Los paramilitares, grupos de narcotraficantes y el Ejército continúan articulados incrementando la violencia hacia los de abajo. Colombia vive en guerra constante; sin embargo, los medios muestran a su gobierno como «democrático», siendo el país latinoamericano que más apoyo militar recibe de EEUU, y que es vital para sus intereses. Incluso en la posibilidad de una escalada o conflicto en la frontera con Venezuela.
En los últimos años el movimiento popular colombiano ha venido protagonizando importantes luchas, especialmente las organizaciones campesinas e indígenas, donde los procesos de tomas y recuperación de tierras han sido más que relevantes junto a los paros agrarios.
Hoy la derecha arremete con todo directamente contra la vida. Prueba de ello, son los incendios en la Amazonia, donde gobiernos como el de Bolsonaro dan «carta blanca» para depredar la naturaleza y promover el genocidio indígena en beneficio del gran capital agrario. Es una expresión de un proto-fascismo agresivo en grado extremo, que no repara en medios para ampliar el despliegue del sistema capitalista. Es el neoliberalismo impuesto con total agresividad y aplicando la máxima del imperio Británico ,»cagándose en todas las consecuencias».
Un ajuste de tuercas fuerte
La burguesía latinoamericana necesita retomar el timón del gobierno en todo el continente. Lo necesita para imponer un ajuste mayor, un ajuste duro como el que ha impuesto Macri desde 2015. Pero pensemos que esa derecha ya contaba con fuertes bases de apoyo: en Perú no han perdido el gobierno en ningún momento, incluyendo todos los escándalos de corrupción posibles; en Colombia la ultra derecha controla el gobierno con Iván Duque (gobierna el uribismo) y en Chile la ya disuelta «Concertación» ha gobernado bajo la lógica pinochetista y neoliberal. Plataforma de lanzamiento nada desdeñable.
Muchos de los giros vinieron desde el propio progresismo o sus aliados. Lenin Moreno en Ecuador era el sucesor de Rafael Correa y dio un giro importante a nivel político tanto interno como en la región. Michel Temer dio un «golpe blando» parlamentario siendo el Vicepresidente del gobierno de Dilma Roussef.
En Uruguay diversos referentes del Frente Amplio se desmarcan ahora de Venezuela y califican al gobierno de ese país de «dictadura», en sintonía con el Grupo de Lima y con la OEA. Algunos de ellos como José Mujica, que hasta ayer recibía dinero a manos llenas de Venezuela, hoy se muestra como lo que es: un oportunista que cambia de posición según como venga el viento. Ahora Venezuela no envía más dinero debido al bloqueo económico y la crisis que vive el país, generada y profundizada entre otros organismos por la OEA, cuyo Secretario General Luis Almagro, fue colocado allí con gran ayuda del propio Mujica. Se puede decir que entre los «progresismos» se encuentran personajes de toda laya, dignos de una crónica de las mayores infamias de la humanidad.
En Uruguay hay elecciones en octubre-noviembre, como en Argentina. La disputa es el grado de ajuste y garrote: si el Frente Amplio logra su cuarto gobierno habrá un ajuste y giro a la derecha de menor grado que si gana la oposición, pero la discusión es el grado del ajuste. Y va a ir acompañado de represión; ello ya se está viendo en las movilizaciones contra la instalación de la tercer pastera en el país, donde la policía sale a defender los intereses del capital multinacional bajo un gobierno progresista. La derecha lisa y llanamente, viene con el libreto neoliberal duro y puro.
Las alianzas tejidas en muchos casos por dichos «partidos progresistas» son propias de una película de terror: el PT se alió hasta con la derecha más rancia y reaccionaria con tal de tener los votos en el parlamento… comprando los mismos con dinero también, como se ha demostrado en las dos tramas tanto del Mensalao como del Lava Jato.
Pero es aquí donde la derecha pone a funcionar a pleno mecanismos del sistema que en otros momentos no cobraban esta relevancia: el sistema judicial ha sido utilizado como un dispositivo de poder señalador per se de corruptos, y varios jueces son los nuevos «cruzados» por la austeridad y la justicia. Justo en estos momentos se viene demostrando que la trama de corrupción es más amplia de lo que podemos imaginar y que el juego de la derecha para quitar a cualquiera del camino no repara en los mecanismos a utilizar.
La derecha quiere el control político total. Y retomar los negociados que permite la conducción del Estado: licitaciones, coimas, compras, negocios varios, de los cuales nunca estuvo ausente, pero su voracidad no tiene límites. Hay una especie de «genética» que le indica que por más que los «gobiernos progresistas» gobiernen para ellos, protejan sus negocios y sus intereses de clase, que le contengan al pobrerío y refuercen el aparato represivo, esos «progres» no provienen de su cuna, no son burgueses de pura cepa. Para la burguesía, no son confiables en el fondo, aunque hayan hecho muy bien los deberes. Hay un instinto de clase que esta burguesía industrial- rural – financiera- comercial latinoamericana expresa allí; un claro odio de clase han lanzado en las calles con inusitada fuerza. No quieren perder ni pizca de su poder. No están dispuestas siquiera a tolerar medidas paliativas, ya ni hablemos de reformas de cierto calado como ocurrió en décadas pasadas con los populismos o los gobiernos desarrollistas o liberal – reformistas. Son neoliberales de pura cepa; en su sangre circula el odio a los de abajo y la constante sed de convertir al mundo en un negocio.
Y para que ese negocio funcione para ellos, es necesario más y más terror de Estado.
Los ataques vienen de todos lados, con reformas laborales y de pensiones, cortes de presupuestos en educación, vista gorda para quemadas, deforestación y asesinatos de indígenas y pobres. De otra parte, la izquierda electoral sigue con su discurso institucionalista y desmovilizador de las bases. En Brasil, las centrales sindicales llaman paros de un día de «huelga general» y no parecen conseguir disociarse del llamado «Lula libre». Sin embargo, nuestros esfuerzos siguen siendo fomentar la organización desde la base y apoyar luchas con acción directa, como las sentadas de indígenas en la Secretaría Especial de Salud Indígena (SESAI), contra los despidos en masa en ese órgano de salud pública y las sentadas en universidades, como el ejemplo de la Universidad Federal de la Frontera Sur (UFFS) contra la intervención federal que colocó ahí a un rector bolsonarista en vez del rector electo por la comunidad académica.
Mientras los palacios están formulando leyes y proyectos de crisis, más liberalización económica, menos derechos para la gente y más ganancias para los explotadores, la represión en las calles de las ciudades reprime a los descontentos y trata de mantener a la gente en el silencio de la bala.
En el campo y los bosques, la raíz de una América Latina que no ha disfrutado de la bonanza de la «izquierda» en el gobierno, no solo la quema y el avance ecocida de los terratenientes hacen víctimas, sino también el genocidio sistemático de los pueblos rurales y poblaciones nativas, cuyos cuerpos continúan acumulándose como resultado directo del avance de la ultraderecha en el continente. (Continuará)
FEDERACIÓN ANARQUISTA URUGUAYA (FAU)
COORDINACIÓN ANARQUISTA BRASILERA (CAB)
FEDERACIÓN ANARQUISTA DE ROSARIO (FAR) -ARGENTINA
FEDERACIÓN ANARQUISTA DE SANTIAGO (FAS)- CHILE
GRUPO LIBERTARIO VÍA LIBRE -COLOMBIA
ROJA Y NEGRA ORGANIZACIÓN POLÍTICA ANARQUISTA (RYN OPA) -BUENOS AIRES, ARGENTINA