Alemania
Y que cumplas muchos Marx
En el 200 aniversario del alemán nos paseamos por el circo itinerante que ha llegado a su ciudad natal.

Los caminos del márketing son inescrutables. Y así, este fin de semana, el capitalismo ha conseguido alcanzar un punto de refinamiento exquisito al convertir la figura del filósofo comunista Carlos Marx en un fetiche más.
El 200 aniversario de su nacimiento ha sido el motivo elegido para recordar su figura con numerosos actos. Todos se apuntan al carro. Desde, lógico, los comunistas del partido DKP o Die Linke, pasando por el partido socialdemócrata SPD, que incluso mandó a la ministra de Justicia de Merkel y hasta el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, que es hijo predilecto de la ciudad y no quiso perder la ocasión de decir con ganas que “el capitalismo es una plaga”.
Al parecer, durante la revolución se tomará café con galletas recortadas con la silueta de Marx. Y, por supuesto, como en todo buen cambio, no faltará la imaginación: imanes para la nevera con la barba más famosa del comunismo, billetes de 0 euros con su cara que ya el mismo jueves estaban agotados, postales, pisapapeles... Eso es lo que espera Tréveris, pequeña ciudad de Renania-Palatinado, cuya endeudada economía se basa en la producción de vino y, sobre todo, en el turismo, ya que su historia se remonta a los romanos y hay varios vestigios dignos de ser visitados.

La desvinculación del mensaje y contenido de muchos de los escritos de Marx y su presentación como un científico, economista, filófoso que “aportó mucho a la humanidad”, pero sin concretar demasiado el qué, quedaba patente en la apertura del gran circo itinerante que ha llegado a Tréveris
Turistas chinos, interesados en Marx y en comprar las famosas cacerolas y cuchillos alemanes, pululan estos días junto a la famosa Porta Nigra, símbolo de la ciudad, atraídos por el cumpleaños de Marx. Una enorme pancarta con las barbas y sonrisa de Mona Lisa del revolucionario anuncia una de las cuatro exposiciones que se pueden visitar estos días sobre Marx el emigrante, huido a París, Londres o Bruselas. Pinturas que tratan de ilustrar el ambiente en el que vivió Marx. En la casa donde su familia residió una temporada, y que es gestinada por la Fundación Friedrich Ebert, cercana al SPD, se puede ver una silla en la que leyó, se tiraría pedos y finalmente falleció.
La desvinculación del mensaje y contenido de muchos de los escritos de Marx y su presentación como un científico, economista, filófoso que “aportó mucho a la humanidad”, pero sin concretar demasiado el qué, quedaba patente en la apertura del gran circo itinerante que ha llegado a Tréveris el pasado viernes, en boca de la vicepresidenta del SPD Malu Dreyer en la Basílica de Constantino: “De Marx solo nos han quedado muchos libros y notas y desde el principio se planteó el problema de cómo montar exposiciones con ello sin que fuera demasiado texto”.
La apertura de la conmemoración del aniversario de Marx fue como una aburrida misa en la iglesia de Constantino, otra de las visitas obligadas para los turistas de profesión, que por supuesto abrió un religioso, el superintendente de la iglesia evangélica de Tréveris, Joerg Weber, y, como no podía ser menos, con una de las citas mas famosas de Marx: “La religión es el opio del pueblo”. El mensaje de Weber era el de todos los que hablarían después: Marx nació aquí, hizo algo grande, se le conoce por todo el mundo y, lo más importante de todo, otra vez, que nació en Tréveris. Eso sí, quiso recordar, para mezclarlo todo un poco, que el marxismo había sido responsable de “no pocas víctimas”.
La misma opinión tenía al parecer un espontáneo que se puso a gritar, asegurando que había sido perseguido políticamente en la RDA y que, por ello, estaba en contra de honrar a Marx. El aniversario no ha estado exento de polémica en ese sentido, y en la ciudad tuvieron lugar furibundas discusiones entre los políticos locales y regionales para decidir si se aceptaba el regalo que China le ha hecho a Tréveris: una estatua de Marx en estilo del realismo socialista de cinco metros y medio de altura.

“Probablemente el fin de la guerra fría ha relajado nuestra relación con Marx”, aseguraba la ministra de Justicia, Katarina Barley, que habló después del obispo y de Juncker. Este último se hizo la pata un lío un par de veces, como le pasa cuando está contento, para acabar diciendo que “la Unión Europea es una construcción tambaleante y eso hay que cambiarlo”. La ceremonia terminó con una horrible música, una mezcla entre la banda sonora de Star Wars y El resplandor. Una rara melodía de cumpleaños improvisada en el momento para la ocasión en el enorme órgano que cuelga de una de las paredes frontales.

Esta mañana había llegado el gran día y en Tréveris los policías se habían engalanado con esposas de plástico de esas que usan cuando detienen a mucha gente en masa y con sus mejores armaduras de Robocop. Las manifestaciones podían empezar. Primero la manifestación con el lema “Abajo el capitalismo”, organizada por el DKP, Die Linke y las juventudes de ambos partidos. Unas 500 personas acudieron a la cita. Aquí sí hubo contenido político.
Patrik Köbele, el presidente del partido, aseguraba que “el capitalismo no es capaz de resolver los grandes problemas de la humanidad. Nuestra enérgica intervención y nuestra capacidad de organización son los requisitos para poder superarlo en interés de la humanidad. En eso Marx hasta hoy día sigue teniendo razón”. El partido había publicado una declaración el día anterior en la que explicaba cómo “Marx investigó las contradicciones internas de la sociedad capitalista, que hoy dan lugar a guerras, refugiados y pobreza”.

La segunda manifestación estaba compuesta de unas 20 personas detrás de una pancarta con el lema “Víctimas del comunismo. No olvidamos”. Organizada por el partido ultra Alternativa por Alemania (AfD), a la misma se sumaron un par de activistas pro-Tíbet. Una curiosa mezcla que no suele darse a otros niveles. Otra persona, al parecer un poco distraída y ausente, llevaba una pancarta con el lema “abajo el monumento de la vergüenza del materialismo”. Seguramente se refería a la estatua de Marx, pero podría entenderse como un supermercado, la bolsa o la sede del PP. Los activistas pro-Tíbet y antiestatua se pusieron a hacer yoga con camisetas amarillas en una de las plazas de la ciudad, donde las mamás con carritos se tomaban un champán al sol.

Mientras, caía la tela que cubría la estatua y el embajador chino daba un discurso explicando cómo “el Partido Comunista Chino se mantiene fiel al marxismo” y que por eso la República Popular quiso hacer este regalo a Tréveris. Una ciudad bonita, de gentes simpáticas, entre otros halagos. Gracias al marxismo el país habría aumentado su Producto Interior Bruto en las últimas décadas según el embajador, que ya empezaba a extenderse. “Se cree que está en un congreso del partido”, se quejaba una mujer jubilada muy mona que asistía a la ceremonia desde la barrera, donde otras mil personas esperaban curiosas a que destapasen el Marx de piedra. “Han puesto la manifestación de los comunistas primero y la de los nazis más atrás, seguramente para que no dieran mala imagen a los invitados chinos”, cada comentario de la mujer era una perla.

Por la tarde hubo un congreso del SPD, una conferencia del DKP y una charla del jefe del partido de la izquierda, Gregor Gysi, de Die Linke. Cada uno, a su manera, tratando de llenar de contenido una festividad hueca. Marx como una estatua, como una planta exótica que solo se encuentra en esta región, como un edificio antiguo que vienen a visitar estudiantes pubertosos, como un símbolo y un emblema más o menos vacíos de contenido. La última vuelta de tuerca del sistema que acaba de fascinar al mundo mundial.
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