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Agroecología
Agroecología y ecofeminismo en tiempos de COVID-19
Quienes ahora no podemos salir a pasear, seguimos haciendo muchas cosas de las que no hemos sido privadas, independientemente de dónde o cómo vivamos, porque son funciones inherentes a la vida: todas seguimos cuidando(nos), consumiendo información… y alimentando(nos). Debemos seguir unidas y organizadas en red de redes, productoras, feministas, ecologistas, consumidoras para seguir desmontando los mitos del sistema agroalimentario globalizado y defendiendo la agroecología y la soberanía alimentaria, en tiempos de Covid-19 y más allá.
Estoy confinada en un piso alquilado de 50m2, cómodo y luminoso, en buena compañía de otro adulto, en una ciudad mediana del Norte Global, sin personas que dependan directamente de mis cuidados y en cambio con una extensa red que se preocupa por mi bienestar, con la despensa llena y sin preocupación monetaria a medio plazo. Desde todos estos privilegios y otras vulnerabilidades (no tengo terraza, ni propiedades, ni tierra, ni empleo estable, vivo en la ciudad de 6 de los 15 barrios más empobrecidos de España, en una región con una elevada tasa de desempleo y enormes bolsas de esclavitud) escribo.
Cuando pasa algo grave, cuando sentimos la privación, es cuando nos damos cuenta de lo verdaderamente importante. Ahora que la enfermedad alcanza nuestros cuerpos o los de nuestras familiares y amigas, valoramos la salud y el sistema sanitario público. Ahora que no podemos abrazarnos, añoramos el calor humano y los besos. Quienes ahora no podemos salir a pasear, echamos en falta el viento en la cara, el agua salada bañándonos los pies, o simplemente el bullicio del metro o la calle. Pero seguimos haciendo muchas cosas de las que no hemos sido privadas, independientemente de dónde o cómo vivamos, porque son funciones inherentes a la vida: todas seguimos cuidando(nos), consumiendo información… y alimentando(nos). ¿Cómo encajamos estas tres necesidades en esta “matrioska” de crisis una dentro de la otra -la ecológica, la social, la económica, la sanitaria? Y no sólo cómo lo hacemos ahora, individualmente, en estas semanas de confinamiento, sino ¿cómo queremos alimentarnos como sociedad, para cuidarnos, sabiendo todo lo que sabemos?
Ahora que las grandes superficies de alimentación especulan multiplicando sus precios, que la industria tira los precios a los/as ganaderos/as, ahora que se tambalea el comercio internacional y las exportaciones de productos agrarios españoles, que se alargan los contratos abusivos a las temporeras marroquíes que cosechan los frutos rojos destinados a decorar cupcakes en el norte de Europa, y se buscan decenas de miles de temporeras más que cosechen el resto de frutas, ahora más que nunca es momento de replantear qué sistemas agroalimentarios necesitamos, cuáles son ecológicamente viables y socialmente justos.
Desde que germina la semilla o pare la oveja hasta que llega la comida nuestros cuerpos, pueden transcurrir un día y unos pocos metros, o semanas,miles de toneladas de combustibles fósiles y el sudor de mucha gente. Todo lo que pasa entremedias influye no sólo en lo saludable que es ese alimento, sino en la red entera de la vida en el planeta. Por ejemplo, cuando los animales se crían hacinados en fábricas de ganadería industrial donde sus ciclos reproductivos se ven forzados hasta la extenuación y la producción se sostiene sólo a base de enormes cantidades de medicamentos y piensos, se fuerzan también las relaciones entre patógenos y hospedadores. Son de hecho ya numerosas las voces que señalan a las altas concentraciones de animales en las fábricas (ni “granjas” merecen ser llamadas) como el caldo de cultivo ideal para la rápida mutación de virus, como el que provoca la Covid-19, en especies, como los cerdos, con sistemas inmunológicos peligrosamente semejantes a los del ser humano.
En el campo, cientos de miles de manos trabajan para labrar, sembrar, cosechar, ordeñar, alimentar y transformar la producción agraria en comida. Entre el 51% y el 77% de los alimentos en el mundo (según las estimaciones), se produce en granjas pequeñas o medianas, de menos de 50 hectáreas. Esa agricultura y ganadería suele ser más intensiva en mano de obra y menos en el uso de insumos agroquimícos y combustibles fósiles, es decir más sostenible ambientalmente. La pequeña producción agraria alimenta a las familias productoras y a otras cercanas, fundamentalmente a través de circuitos cortos de comercialización como mercados, tiendas de proximidad, venta en finca o a grupos de consumo, sin pasar más que por unos pocos pares de manos. Esa pequeña y mediana agricultura, incluso en España, podría alimentar a una parte importante de la población, con muy poco impacto ambiental. Sin embargo, por desgracia, incluso esa pequeña y mediana producción se ve empujada a un mercado agroalimentario globalizado en el que la agroindustria engrosa sus cuentas a costa de ahogar a quienes producen. En un contexto de crisis como el actual, donde desciende el comercio internacional, también de alimentos, toca decidir. O se escucha la demanda de las multinacionales de seguir potenciando el modelo agroalimentario globalizado, injusto e insostenible, o atendemos las reivindicaciones de cientos de organizaciones agrarias y ecologistas, tanto locales como estatales, así como a más de 30 grupos de investigación, y apoyamos la pequeña producción local y los mercados de proximidad, que pueden y nos quieren alimentar de manera saludable, segura, sostenible y justa. A su vez, tenemos que permitir la continuidad de las huertas de autoconsumo, tanto en pueblos como en ciudades. Como en tantos otros frentes, la presión social tiene que ser unánime para defender nuestro derecho a una alimentación saludable y un medio ambiente funcional.
Las instituciones tienen ahora una responsabilidad enorme para tejer los mimbres legislativos en la transición que nos quite de encima esta nueva “matrioska-crisis” de la enfermedad Covid-19, que en estos momentos es la más visible. Pero dentro de ella siguen estando la crisis social, de valores y la crisis ecológica, y el sistema no da señales de cambio profundo. Frente a la dificultad detraer temporeras de otros países para cosechar en Andalucía en condiciones de esclavitud, la propuesta del sistema es que esa esclavitud sea compatible con cobrar el subsidio de desempleo. Frente al abrumador incremento de familias en situación de necesidad urgente de alimentos, los servicios sociales responden tarde, con pocos recursos y comprando alimentos, a menudo de escasa calidad, en grandes superficies en lugar de en comercios locales. Frente a la pérdida de canales de venta para la pequeña producción por el cierre de muchos mercados de proximidad, de la hostelería y la restauración colectiva, las grandes cadenas de distribución que ahogan a productores/as con sus ventas a pérdidas, pretenden aprovechar para lavar su imagen ofreciéndose ahora a comercializar la producción local que habitualmente hunden por competencia.
El sistema capitalista es muy resiliente y rápido en reaccionar frente a las crisis. Por eso debe encontrarnos solidarias y organizadas en comunidad. Debemos seguir denunciando las condiciones infames de trabajo de las temporeras, con jornadas infinitas y jornales ínfimos. Aunque ahora lo hagan compatible con los subsidios para que los trabajadores/as locales lo acepten en la desesperación del momento, seguirá siendo un abuso amparado por el Estado. Debemos seguir extendiendo y fortaleciendo las redes locales de apoyo mutuo, incluyendo la colaboración con los comercios de barrio y los mercados de abastos en pueblos y barrios, para que, en las grietas del sistema, nadie se quede sin comer, incluyendo alimentos frescos y locales. Debemos seguir unidas y organizadas en red de redes, productoras, feministas, ecologistas, consumidoras para seguir desmontando los mitos del sistema agroalimentario globalizado y defendiendo la agroecología y la soberanía alimentaria, en tiempos de Covid-19 y más allá: que los azotes de ninguna de las crisis-matrioska de repente nos dejen de aquí a unos años echando en falta, como ahora lo hacemos con los abrazos, los alimentos accesibles, saludables y ricos.