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La vida y ya
Alianza entre especies
Cuando la reunión llevaba menos de media hora se me destintó el boli (que llevaba dando avisos hace días de que esto podía suceder) y se me quedaron los dedos manchados de un azul oscuro casi negro. Después, levanté la vista para buscar una papelera y me toqué la cara para apartarme un mechón de pelo. Entonces se me contagió una leve mancha en el pómulo izquierdo. Me dio vergüenza porque estaba rodeada de gente a la que no conocía mucho. El azul oscuro casi negro del pómulo se juntó con el rojo que sentía en las mejillas.
Agradecí la voz que me indicó dónde estaba el baño. La mancha de la cara salió fácil. De las manos me resigné antes de quitarla del todo de los dedos. El agua fría me sentó bien para calmar el rubor.
Por una u otra razón todas las personas nos hemos ruborizado alguna vez. He leído que nuestra especie es la única del reino animal capaz de hacerlo. Esto no quiere decir que otras especies no sean capaces de sentir vergüenza, pero parece que los humanos tenemos esa característica especialmente desarrollada cuando estamos en compañía de otros seres de nuestra especie.
Hay múltiples ejemplos que demuestran que en los vecindarios en los que la gente se conoce hay más protección y ayuda mutua
Dicen que ruborizarse cumple una función adaptativa dentro de los grupos. No todas las personas nos ruborizamos por las mismas cosas. Alguien puede ruborizarse por algo que ha hecho y a otra persona esto puede darle igual. Pero, en cualquier caso, lo interesante es que parece que el contacto con otra gente es lo que hace que tengamos esa capacidad y, además, comentan que es el grupo quien la regula.
Si conoces a alguien que tiene un problema y te pide ayuda es difícil no implicarte, es complicado no empatizar con lo que le pasa e intentar echarle un cable si sabes cómo se llama y habéis compartido cosas previamente. Hay múltiples ejemplos que demuestran que en los vecindarios en los que la gente se conoce hay más protección y ayuda mutua. Pero en grupos grandes, donde no hay contacto, los prejuicios, el odio y los miedos se incrementan. El roce parece esencial para que los humanos nos tratemos los unos a los otros con dignidad y para que, no hacerlo, suponga sentir de alguna manera un rubor.
El poder también hace perder esa capacidad de ruborizarse. Si no tienes un grupo que te regule no hay a quien mirar para sentir cómo los pómulos se van enrojeciendo. Hay múltiples ejemplos de personas que perdieron esa capacidad y toman decisiones que dañan otras vidas sin sentir nada parecido a vergüenza.
Es la colaboración mutua con otras especies la que permite nuestra vida
Dicen también quienes han investigado sobre esta característica humana que nunca nos ruborizamos cuando se trata de sentir algo en relación a otras especies. Que no nos pasa ni siquiera con los seres vivos con los que tenemos contacto y forman parte de nuestro cotidiano.
Nuestro cuerpo sólo es capaz de tener vida porque está repleto de microorganismos con los que convivimos en simbiosis y que son los que permiten que se den procesos fisiológicos tan esenciales como la digestión. Es esta organización de colaboración mutua con otras especies la que permite nuestra vida.
También son otros seres vivos los que se encargan de hacer funciones ecosistémicas como la fertilización del suelo, devolver una parte importante del agua a la atmósfera o la polinización. Funciones de las cuales, igualmente, depende nuestra vida.
Estar vivas no es algo que tenga que darse porque sí, es una posibilidad que depende de la interacción con otras personas y con el resto de seres vivos con los que compartimos el planeta.
Quizás, sentir rubor no sólo en relación a otros humanos sino, también, con otras especies con las cuales tejemos alianzas (dentro y fuera de nuestro cuerpo), pueda servir para comprender que formamos parte de una red de la que somos, sólo, una parte más.