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Tecnopolítica
Simulacros
La brillante y valiente vida e-mocional que nos espera es una vida sin nosotros, y sin los otros, obviamente.
Extinción
“Cuando luchamos por nuestros derechos no estamos sencillamente luchando por derechos sujetos a mi persona, sino que estamos luchando para ser concebidos como personas.”
Judith Butler, El género en disputa
Este espectáculo al que asistimos no es otro que el de la extinción de la vida emocional, parafraseando a Julia Kristeva. Extinción a la que contribuimos activamente con cada uno de nuestros simulacros en la red, alimentando el hipertexto que fragmenta nuestra soledad cotidiana, disfrazándola de placer para el consumo. Internet está poblada de imágenes que no miramos.
En aras a la superación de sus taras y límites, de su precaria condición, a través de la promesa tecnológica, el cuerpo se transforma en un dato, cuya función se nos oculta bajo un caparazón algorítmico.
De hecho, ese flujo constante de imágenes ha cegado nuestra mirada a otros puntos de fuga (im)posibles, extinguiendo nuestra posibilidad de sobrevivir emocionalmente a la debacle.
La brillante y valiente vida e-mocional que nos espera es una vida sin nosotros, y sin los otros, obviamente. En una Internet sin cuerpos habitada abigarradamente por imágenes fantasmagóricas, la condición precaria de nuestros cuerpos, de la que habla Judith Butler, desaparece quedando sólo la precariedad de las imágenes tras su falsa pátina de feliz posverdad. En aras a la superación de sus taras y límites, de su precaria condición, a través de la promesa tecnológica, el cuerpo se transforma en un dato, cuya función se nos oculta bajo un caparazón algorítmico, que nos constriñe y al que nuestro tiempo -la falta de éste, más bien- y espacio han de adaptarse, para ser vistos apenas, pero no mirados ni observados, siquiera situados, tras la furibunda desterritorialización de dichos cuerpos y su reterritorialización en el interior de la máquina, como una función para la manutención de la misma.
Habitaciones
“No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.”
Virginia Woolf, Una habitación propia
La habitación conectada a Internet deja de ser una habitación propia, el cuarto propio descrito por Virginia Woolf, deja de ser el refugio, el lugar de la creación y la conspiración y se transforma, al igual que el cuerpo, en una función cibernética. La cámara conectada deviene una memoria fútil fragmentada en el océano digital en constante movimiento.
Hay quienes defienden que es posible habitar, digitalmente, las contradicciones ante la red, hacer emerger el conflicto, la duda, el error humano frente al machine learning y la Inteligencia Artificial
Como restos de un naufragio, los cuartos, escenarios precarios que pertenecen al pasado, son troquelados por la cámara digital al igual que nuestros movimientos, tornando también nuestro presente, ese tiempo y espacio, una función que nutra el algoritmo.
Se quejaban algunos colegas, estos días de enseñanza online, de que los estudiantes no conectan sus cámaras. Quizá, pensaba yo ante las quejas, defiendan sus habitaciones propias, como la Woolf. Me gustaría que así fuera.
Devenir-imperceptible
“El devenir no produce otra cosa que sí mismo.”
Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia
Asumir la figura esbozada por Gilles Deleuze y Félix Guattari, ante el dantesco espectáculo cotidiano deshumanizado que ofrece la red. Quizá la mayor rebelión ante éste sería la desaparición, un acto de prestidigita(liza)ción frente a los que obra la máquina, que nos haga imperceptibles ante la multitud conectada, afanosamente espoleada por la máquina para mostrar una apariencia impostada de forma incesante. Hay quienes defienden que es posible habitar, digitalmente, las contradicciones ante la red -a la que constituimos y nos constituye-, hacer emerger el conflicto, la duda, el error humano frente al machine learning y la Inteligencia Artificial. Tal vez abandonar el sesgo, el filtro, el recorte, dejar de editar y remezclar, buscar el sentido anacrónico de las imágenes, dotarlas de poder. Como escribe Ingrid Guardiola en ese fascinante libro suyo llamado El ojo y la navaja, “Quizá no aparecer sea el auténtico tabú de una sociedad que quiere que todo esté a la vista.”
Algo inconscientemente nos llama a operar la liquidación, el cortocircuito, desaparecer de aquí y salir a la calle en pos del cuerpo, sólo posible a través del encuentro con otros cuerpos que lo pongan a prueba: ¿qué es?