Redes sociales
Escritores fantasma: así trabajan los auténticos autores de los libros de éxito que publican los ‘influencers’

Detrás de cada libro firmado por un ‘influencer’ hay otra persona que ha trabajado a destajo para entregar a tiempo un texto en el que su nombre no aparece por ninguna parte y que, además, ha tenido que renunciar a sus derechos como autor.

Primer aviso: en este artículo se van a revelar secretos del mercado editorial que todo el mundo conoce.

La escritora Enerio Dima levantó la liebre en un mensaje que publicó en la red social Bluesky el 18 de mayo donde afirmaba que los libros “escritos por influencers” los escriben en realidad escritoras como ella para “sacarse un dinero porque no compráis lo que se publica con nombre propio”.

Segundo aviso: en este artículo se va a hablar de jóvenes muy famosos que publican libros que no escriben.

Dima, autora de novelas como La última mujer de La Mancha (Cerbero, 2019) o Sagato (Cerbero, 2021), ponía sobre la mesa lo que hay detrás de la práctica habitual en la industria editorial consistente en publicar libros a gente que ha adquirido notoriedad a través de las redes sociales. Personas en su mayoría muy jóvenes que disponen de una legión de seguidores que, según pronostican las editoriales, correrán a comprar cualquier libro con su firma donde relaten su vida —por corta y carente de interés que esta sea— o den consejos para llegar al mismo lugar que ocupan ellos. Y, generalmente, es así y estos lanzamientos suelen recibir unas ventas proporcionales a esa cantidad de followers. Pero aunque en la cubierta aparezcan su nombre y apellidos, o su nickname, los influencers están muy lejos de ser quienes han puesto negro sobre blanco lo que se cuenta en las páginas de estos libros.

Entre 2021 y 2023, Enerio Dima escribió una docena de libros en los que su trabajo como autora no es visible ni reconocido públicamente de ningún modo

Entre 2021 y 2023, Enerio Dima escribió una docena de libros en los que su trabajo como autora no es visible ni reconocido públicamente de ningún modo. Una editorial le encargaba un libro, le daba una fecha de entrega —un mes como máximo— y le pagaba el trabajo. Ese libro llegaba a librerías un tiempo después y el influencer de turno ya podía presumir de haber cumplido una de las tres cosas que el poeta cubano José Martí señaló como las que hay que hacer en la vida, aunque ese influencer no hubiese redactado una sola frase del libro. La escritora, mientras tanto, ya había entregado uno o dos más. La cadena de producción no puede parar. 

Dima recuerda cómo fue su trabajo en aquellos libros: “A veces la editorial te da un guión a desarrollar y otras te piden que escribas el guión y luego alguien lo revisa. Hay influencers que están más pendientes del proceso y hacen el guión contigo, o que redactan el libro entero y tú más bien lo vas revisando y dándole forma. Lo mismo pasa con el estilo o con los mensajes”. En su caso, explica que, dado que los encargos que recibía eran de libros infantiles o juveniles, siempre intentó que fueran textos “con diversidad y tolerancia o dando mensajes positivos” y señala que escribió varios donde el bullying tenía bastante importancia, intentando que el tema se tratara de la forma más respetuosa posible. “Pero claro —apostilla—, una vez lo entregas eso va a pasar por más manos y no eres responsable del resultado final”.

Por su experiencia, esta autora afirma que, en el sector de los títulos supuestamente escritos por influencers y dirigidos a un público infantil y juvenil, la norma es contar con escritores fantasma que hagan el trabajo porque “los influencers eran muy jovencitos, no hubiera tenido sentido que los escribieran ellos”. Ella intuye que en otros sectores dependerá de lo que quiera implicarse el influencer en la elaboración. “He leído libros de cocina de influencers que, por la forma de redactar, estoy convencida de que se trató de un encargo. Que las recetas sí serán suyas, pero el texto de acompañamiento me hacía sospechar”.

Durante el proceso de escritura de los libros, Dima intentó acercarse a los mensajes de los influencers para captar el tono y la forma en que se dirigen a la audiencia. “Para alguno de los libros sí que tuve un contacto más cercano con la influencer, por medio de reuniones o mensajes de texto. Todo dependía del tipo de libro que fuera”. Así, explica que lo que se buscaba con los libros infantiles era “una historia de aventuras o fantasía protagonizada por el influencer pero, en realidad, este era un personaje inventado que no tenía que ser como la persona real”. En los juveniles era distinto, ya que se perseguía “algo tipo diario, algo que sí hiciera sentir al lector que estaba con una historia que le podría haber pasado a la persona real”.

“Lo más importante es que entendí que no hay diferencia entre escribir por encargo de otros o por inspiración propia, que ambas escrituras son trabajos y que deberían respetarse y pagarse como tales”, dice Enerio Dima

Para ella, ejercer como escritora fantasma resultó un aprendizaje interesante y le hubiera gustado convertirlo en su ocupación principal puesto que lo disfrutó. “Aprendí sobre escritura infantil y juvenil, que es algo que en las obras de mi autoría no suelo hacer, ya que escribo terror, principalmente. Aprendí sobre plazos y rutinas de escritura, sobre qué esfuerzos soy capaz de hacer y de a qué límites no puedo llegar. Aunque creo que lo más importante es que entendí que no hay diferencia entre escribir por encargo de otros o por inspiración propia, que ambas escrituras son trabajos y que deberían respetarse y pagarse como tales”, valora.

Tercer aviso: la existencia de cláusulas de confidencialidad impide a los escritores fantasma mencionar los títulos de los libros que han escrito y los nombres de los influencers que figuran como autores. Tampoco pueden aludir a la editorial.

Poco antes que Enerio Dima, otro escritor con novelas y ensayos publicados conoció de primera mano esta modalidad laboral. Durante el confinamiento en la primavera de 2020 y en los meses posteriores, realizó cuatro libros sobre influencers, y atribuidos a ellos, que nunca ha querido leer ni saber cuántos ejemplares llegaron a vender. “Lo más grave es que renuncias a tus derechos como autor. Haces un libro, lo cobras y ahí se acaba. Nunca me he preocupado por saber si las cosas que he hecho vendían mucho o poco, porque es algo que te puede neurotizar”, reconoce este autor, que prefiere hablar desde el anonimato.

En su caso, el proceso de elaboración de cada libro le llevó unos seis meses, desde la fecha del encargo hasta la entrega a la editorial de su versión final, que él pactaba con el influencer. A partir de ahí, ese texto podía sufrir alteraciones de las que no era conocedor ni responsable. Por cada trabajo terminado cobró 3.000 euros, con un contrato que le acreditaba como coordinador del libro o asistente de redacción, pero no como autor. “Juegan con esas ambigüedades”, recuerda.

Su método de trabajo para preparar estos libros consistió en varias entrevistas largas con cada influencer en las que este le contaba su vida. “Yo estructuraba eso en capítulos, se los devolvía, lo leían y cambiaban lo que querían. Les preocupaban cosas que, para mí, eran peregrinas, como por ejemplo no hablar de una exnovia. Pero si no querían que eso saliera, se quitaba”, explica.

Dice que los influencers con los que trató estaban “ilusionadísimos” con la idea de ‘escribir’ un libro. “Era gente que claramente había ascendido en términos de prestigio social y de pasta a través de las redes sociales y la idea de que escribieran un libro sobre su vida les resultaba tan ajena que pensaban que lo que iba a pasar después era una auténtica fantasía”, comenta este escritor, quien admite que no le preocupaba lo más mínimo la veracidad de lo que le contaban en esas entrevistas: “No era un trabajo periodístico ni una biografía en la que fuese a aparecer mi nombre como autor, donde sí te tienes que preocupar por el rigor y por que haya un contraste de fuentes”.

Coincide en esa valoración una periodista que también cobró exactamente la misma cantidad por un libro que escribió sobre la vida de un participante en un concurso televisivo de talentos musicales. Laura G.R. —nombre ficticio— cuenta que hay muchas cosas que no son verdad en esos libros firmados por estrellas de la tele o famosos de las redes sociales. Empezando, claro, por la autoría. “La editorial —explica— te hace maquillar o cambiar cosas que el protagonista te ha contado. No podríamos hablar de que estos libros son periodísticos o biografías. Hay pasajes que se endulzan, otros se omiten”. Ella considera que, en realidad, se trata de escritura de publicidad, ya que carece de un componente literario o periodístico, con el objetivo de acceder a un público adolescente. “La sensación que tuve fue la de estar escribiendo un producto de marketing”, resume.

Sin embargo, los escritores fantasma no pierden todos sus derechos de autoría sobre lo que se publica aunque su nombre no aparezca en estos libros. “El reconocimiento de los derechos morales de autoría es irrenunciable”, afirma Marta C. Dehesa, abogada especializada en propiedad intelectual. Ella explica de forma clara lo que se puede hacer y a qué herramientas se debe acoger quien quiera reclamar esos derechos de autoría: “Imagínate que uno de estos libros lo peta de forma brutal y la persona que lo escribió cobró mil euros por hacer el libro. Si tiene prueba de toda la secuencia y de cómo ese libro lo escribió ella, aunque lo firme otra persona y ella aparezca como ayudante, el artículo 47 de la Ley de Propiedad Intelectual establece que, si tú has cobrado un precio fijo y no por royalties, puedes ejercer lo que se llama la acción de revisión”. Mediante esta demanda, que se puede presentar en el plazo de hasta diez años, se recalcula lo que el autor debería haber ganado, siempre que cobrase en un pago único y que exista un rastro legal, una prueba de que efectivamente escribió ese libro. Esta abogada subraya que una cosa son las cláusulas de confidencialidad, que obligan a guardar silencio sobre el proceso, y otra diferente “renunciar a la reclamación de los derechos morales, que son irrenunciables”.

Marta C. Dehesa también observa que la negociación de contratos y el acuerdo entre las partes en la relación de una editorial y un autor, también en el caso de los autores fantasma, está cada vez más desnivelado porque, según su experiencia, “se están incluyendo cláusulas en los contratos editoriales con los autores, no digamos ya con los escritores fantasma, que imponen condiciones que son directamente nulas porque contravienen totalmente la legislación española, la Ley de Propiedad Intelectual, que en ese sentido es proteccionista”. Esta deriva, en su opinión, es reflejo de la legislación anglosajona sobre el copyright, pero no tiene validez en España.

El enfoque superficial y una prosa ligera, nada virtuosa, son dos características del estilo de este tipo de libros, lo que no permite indagar en cuestiones que podrían dar vuelo literario a la narración o desarrollar asuntos que vayan más allá. El escritor que habló con El Salto cuenta que para uno de los libros tuvo que tratar con un influencer que trabajaba en la noche, “y una parte del atractivo eran las cosas que pasan por la noche, por ejemplo peleas. En el libro hay peleas, pero lo ajustan a la identidad de la persona, lo que les interesa, la imagen que vende como influencer”. Esa perspectiva deja fuera historias que merecen otro tratamiento: “Me contaba relaciones que tenían con la policía, por ejemplo que había grupos de WhatsApp en los que se pasaban información sobre gente que la liaba en garitos. A mí eso me parecía súper heavy, pero no podías profundizar en nada, lo que quieren en la editorial son sumas de anécdotas y siempre historias que acaban bien, en las que lo influencer le termina por salvar, algo así como ‘pasé por todo esto, pero al final me hice influencer’”.

Cuarto aviso: aunque la escritura sea fantasma, siempre es mejor que la haga un ser humano.

A partir de 2023, Enerio Dima dejó de recibir encargos para hacer este tipo de libros. La forma repentina en que pasó y la coincidencia temporal con la aparición de modelos de inteligencia artificial generativa le hacen sospechar que ambas cosas están relacionadas. “Al final, el trabajo sin acreditar es el más fácil de sustituir”, lamenta esta autora, quien recuerda que lo que hacía como escritora fantasma era muy similar a lo que se le pide a la IA: “Te llegaba un encargo diciendo ‘escribe una historia con estos personajes, que pase esto y aquello, con tono infantil’ y yo lo desarrollaba. Eso lo ‘puede’ hacer una IA, pero lo pongo entre comillas porque en realidad no lo hace. Lo que hace es coger lo que millones de personas han escrito antes, masticarlo y devolvértelo. La IA no se va a preocupar de que no haya mensajes racistas o de que el tema del bullying esté bien tratado. Y, cuando se trata de libros para niños, eso es muy preocupante”.

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El mensaje que Dima publicó en Bluesky también señalaba la enorme precariedad que afrontan quienes tratan de hacer de la escritura su profesión en España. “El gran problema que tiene vivir de la escritura hoy en día —asegura— es que la gente lo ve como una pasión, no como un trabajo. Hay que reivindicar que tan trabajo es ponerle mi nombre y apellidos a algo que se me ha ocurrido a mí como escribir un encargo para una editorial”.

Solo el 16,4% de quienes se dedican a escribir en España puede hacerlo de manera exclusiva, es decir, vivir de lo que escribe. Dicho más claramente: ocho de cada diez escritores tienen que combinar este trabajo con otros para llegar a fin de mes. Son las cifras que ofrecía la primera edición del Libro Blanco del Escritor, presentado en diciembre de 2019 por la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE) con la colaboración de CEDRO, la asociación de autores y editores de libros, revistas, periódicos y partituras que gestiona los derechos de propiedad intelectual de sus miembros, y del Ministerio de Cultura y Deporte. ACE está preparando la segunda edición de este informe, que verá la luz a finales de 2025 y registrará el impacto de la IA generativa sobre el trabajo profesional de la escritura y la traducción.

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